Son argentinos, fueron a Harvard y explican el riesgo para extranjeros del fin de la ‘discriminación positiva’ en EE.UU.
A fines de junio, la Corte Suprema norteamericana declaró la inconstitucionalidad de una política de acción afirmativa que, desde hace más de 60 años, protege la diversidad estudiantil en las aulas de clase
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El término “discriminación positiva” en las instituciones universitarias argentinas no es familiar. Sin embargo, en Estados Unidos, los estudiantes tienen muy presente su significado, que se estableció como una medida para garantizar la diversidad dentro del campus. En un fallo histórico, un año después del revés al derecho al aborto, la Corte Suprema de Estados Unidos puso fin a las políticas de acción afirmativa en los procesos de admisión de las casas de estudio.
En términos llanos, la decisión implica que los procedimientos actuales para el ingreso en los campus universitarios basados en el color de la piel o el origen étnico de los solicitantes son inconstitucionales. La acción afirmativa fue legislada durante la década de 1960 y, desde entonces, se defiende como una medida que promueve la diversidad.
Luego de casi diez años desde que la demanda fuera presentada en tribunales superiores donde se negó que esta política fuese contraria a la Constitución, el reclamo llegó al Tribunal Supremo, que lo admitió a principios de 2022, luego de pedir al gobierno de Estados Unidos que presentara un escrito con su postura sobre el tema.
Los casos que pusieron el debate en manos de la Corte Suprema estaban relacionados con los procesos de admisión en Harvard y en la Universidad de Carolina del Norte, impulsados por la organización Students for Fair Admissions (Estudiantes en pro de admisiones justas, en español), fundada por Edward Blum, un estratega legal conservador estadounidense, ampliamente conocido por promover durante años la eliminación de la discriminación positiva en instituciones de educación superior de élite.
En una reciente entrevista y tras conocer la decisión del Supremo, Blum dijo a The New York Times que “las clasificaciones raciales eran un juego de suma cero”. En ese sentido, había “mejores maneras de lograr la diversidad estudiantil individualizada que tratar a los estudiantes de manera diferente por su raza y etnia”.
Una vez en la Corte, los jueces le dieron la razón a Students for Fair Admissions, argumentando que las políticas con conciencia racial de Harvard violaban la 14ª enmienda de la Constitución estadounidense, así como el título VI de la Ley de Derechos Civiles, que prohíbe la discriminación por razón de raza, color de piel o país de origen.
De los nueve jueces que conforman la Corte, de mayoría conservadora, en la decisión relacionada con la Universidad de Carolina del Norte votaron 6-3, y en el caso de Harvard 6-2, esto último, debido a que la jueza Ketanji Brown Jackson se recusó, ya que formaba parte de la Junta de Supervisores de esa casa de estudios.
Harvard, una universidad vista como un “santuario” que brinda protección a sus estudiantes
Para conocer de primera mano cómo se vivió en el campus la discusión acerca de la demanda relacionada con las políticas de discriminación positiva dentro de la universidad, LA NACION conversó con dos argentinos que estudiaron en Harvard y con un sociólogo y doctor en Relaciones Internacionales.
“Cuando estaba en Boston, ya se hablaba de la acción legal que finalmente termino en la decisión de la Corte Suprema que todos conocemos. En esa época, gobernaba Donald Trump y el río estaba bastante revuelto respecto del lugar de las distintas minorías”, expresó desde Ciudad de México Nicolás Manes quien, entre agosto de 2018 y mayo de 2020, hizo una Maestría en Administración de Negocios (MBA, Master in Business Administration).
Este economista, graduado de la Universidad de San Andrés, sostuvo que lo mejor de su experiencia en Harvard fue la variedad y diversidad de personas que tuvo oportunidad de conocer. “Tengo amistades que son jeques árabes o herederos de los principales conglomerados familiares del mundo, pero también conservo amigos que se criaron en una aldea en Tailandia y que aprendieron a hablar inglés leyendo revistas viejas”, contó.
Manes, que actualmente trabaja en una consultora mexicana, recordó su paso por Harvard como una especie de “santuario donde uno se sentía seguro y protegido, y donde era evidente el esfuerzo en crear un ambiente seguro y sano para todos”. Además, enfatizó en la importancia de ser conscientes acerca de replicar ese entorno en el futuro en las comunidades y los espacios de desarrollo profesional.
Por su parte, Joaquín Tomé, actual presidente de la Asociación de Estudiantes Argentinos en Harvard, manifestó que el tema fue muy conversado en la universidad. “Difícilmente recuerdo a alguien que apoyara la suspensión de la medida”, sostuvo desde Madrid.
Graduado en Ciencias Políticas en la Universidad Católica Argentina, obtuvo una beca por el programa Fulbright del Departamento de Estado norteamericano y se marchó a Massachusetts en 2021 para estudiar Planificación Urbana en la Graduate School of Design (GSD) en Cambridge.
Desde un primer momento, Tomé se interesó en hacer comunidad, ya que, en su opinión, “la Argentina perdió muchísimo lugar en la conversación global”. “Harvard es un ambiente muy multicultural, muy global, donde realmente había una valorización en ese pluralismo étnico, en esas distintas miradas respecto de los problemas de estudio que trabajábamos en pos de solucionarlo”, dijo. Para ello, tomó como ejemplo el calentamiento global que “afecta tanto a Estados Unidos como a África, pero sus consecuencias son distintas y, al momento de estudiarlo, necesitamos ambas miradas y, por más que tengamos un gran académico americano que haya profundizado en ese continente, lo que es muy valioso, incluso lo es tener la voz del africano que también es muy buen académico y tiene algo para aportar en esa conversación”.
Si bien no vivió ninguna situación de discriminación negativa, explicó que se notaban las diferencias dentro del campus. “Quizás algunos americanos, que llaman ellos muy waspy, muy blancos, muy ricos, muy de élite, nunca terminás de entender si es una situación de indiferencia o de discriminación, porque piensan: ‘bueno, vos sos un estudiante internacional, vos te vas a ir, no pertenecés a esto, no me interesa tener una relación con vos’”, manifestó.
“A veces, se mezcla con el origen y la barrera idiomática. No sé si es propiamente discriminación o si, en su lugar, forma parte de una especie de apatía o desinterés, porque vos no sos parte del engranaje que a ellos les sirve en su mirada muy utilitarista de todo, incluso en las relaciones personales”, agregó.
En lo que se refiere a la decisión judicial, ambos expresaron su decisión de manera enfática. Para Manes, que se mostró en franco desacuerdo con el fallo, la diversidad enriquece no solo el aprendizaje en las aulas sino a la sociedad en sí. “Para que una universidad pueda cumplir su función en la sociedad, esto es, educar líderes capaces y responsables que puedan usar su conocimiento para hacer que el mundo funcione un poco mejor, es importante que en sus salones esté representada toda la sociedad, y no simplemente una élite”.
Tomé, que también se opuso a la sentencia, dijo: “Me parece que es un fallo que va en línea con una Corte muy conservadora y con una línea muy tradicional en Estados Unidos, que tiene una mirada muy antimigración y antimulticulturalismo y, además creo que quienes opinan a favor de esto sostienen que ‘vuelve la competencia y la meritocracia’”.
En ese orden, profundizó en su opinión y sostuvo que la decisión debilitaba a Estados Unidos, ya que “la nación era un gran foco de atracción de estudiantes y de exportación de soft power(*), al brindar educación a personas de todo el mundo”.
Una sentencia que excluye
En la opinión de Ernesto Fiocchetto, sociólogo argentino y doctor en Relaciones Internacionales, residenciado en Miami, el fallo de la Corte debe leerse con criterio. “Al mirar la decisión desde afuera, todos podríamos coincidir en que no está tan bueno. El tema está cuando lo vemos dentro de un contexto particular. Para entender la gravedad de la decisión, hay que tomar en cuenta el acceso a la educación media y el nivel de la educación media a la que ciertas poblaciones tienen acceso, en particular hablando de la población negra y latina de Estados Unidos”, expresó, en diálogo con LA NACION.
“Entonces ahí es donde está realmente el problema y donde tiene sentido este tipo de criterios (la discriminación positiva), porque si lo vemos desde el mundo universitario, está bueno que todos tengan la posibilidad sin tener en cuenta la raza, el sexo, la religión, etc., pero la realidad es que todos no tienen la misma oportunidad porque no vienen todos con la misma formación”, agregó el especialista, que también es profesor en la Universidad Internacional de Florida (FIU).
En Estados Unidos, el trato desigual en razón del color de piel es anterior a la guerra de secesión, con la que se puso fin a la esclavitud. Más de 150 años después, la discriminación por raza alcanza todos los ámbitos del desenvolvimiento de una persona: personal, académico, profesional y social.
Tanto Tomé como Manes coincidieron en que, actualmente, la raza atraviesa por completo la vida de una persona en Estados Unidos. “Si bien es cierto que el país tiene gran igualdad de oportunidad, también hay desigualdad por el origen de las personas, dónde nacieron, por su color de piel, por su etnia, por su lenguaje”, sostuvo el primero, que agregó que el género también afectaba. “Una persona de color, mujer y encima madre, probablemente esté más condenada a una vida en la pobreza que en las mismas condiciones una mujer blanca”.
Por su parte, Manes sostuvo que más allá de Estados Unidos, se trataba de un tema global. “Creo que las condiciones iniciales afectan desproporcionadamente hasta dónde uno puede llegar. Por ejemplo, para poder estudiar en Estados Unidos siendo argentino, tenés que saber hablar inglés muy bien. Podes ser la persona más inteligente y trabajadora, pero si no pudiste ir a una escuela donde te enseñen inglés bien, claramente vas a empezar la carrera varias posiciones atrás”.
(*) Soft power: Término utilizado en relaciones internacionales para describir la capacidad de un actor político, como por ejemplo un Estado, para incidir en las acciones o intereses de otros actores, valiéndose de medios culturales e ideológicos, con el complemento de medios diplomáticos.
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