Sintió que estaba en la relación perfecta, pero cuando él sacó el anillo tuvo que decir que no: “Tomé la mejor decisión”
Las señales de alerta fueron cada vez más frecuentes y, con el primer no, el chantaje emocional llegó de forma persistente, hasta que una mujer se dio cuenta de que tenía que soltar
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Recuerdo el momento en que me dijo que me casara con él, estábamos llorando los dos, él sacó el anillo pero yo solo pude decirle que no. Sí, le dije que no. No se confunda, esta no es una historia de amor, o bueno, lo fue en un punto, pero en ese momento era el infierno mismo. Pero empecemos por el principio. Todavía recuerdo el primer día que lo vi en la universidad. Él salía de uno de los laboratorios de los edificios de ingeniería, estaba sonriente junto a un grupo de amigos. Se podría decir que ese fue el primer momento en el que le ‘eché el ojo’. Era alto, barbado, con una sonrisa tierna que apenas la vi me hizo saltar el corazón.
Mi interés hizo que buscara puntos en común entre los dos. Coincidencialmente era conocido de una amiga cercana de mi carrera, en ese momento yo ya estaba por más de la mitad de mis estudios de Derecho. El siguiente paso fue mandarle una invitación a Facebook. Ese mismo día la aceptó y llegó su primer mensaje: “Hola, ¿quién eres?”. Ojalá pudiera poner en palabras cómo se me movió todo por dentro en ese momento. Él había tomado la iniciativa de escribirme y yo sabía que tenía que aprovechar la oportunidad.
Le respondí con un saludo corto y le expliqué que lo había visto en los pasillos de la universidad y que quería conocerlo. Su respuesta fue positiva, me dijo que le parecían muy lindas mis fotos. Esa primera conversación tardó horas.
Después de un par de mensajes, me pidió mi Messenger, en ese momento apenas WhatsApp se empezaba a popularizar, los celulares inteligentes no eran tan comunes, todo era por la computadora. Ese día duramos de las 5 de la tarde hasta las 2 de la mañana hablando. Incluso prendimos la cámara e hicimos videollamada. En ese instante todo eran risas y ya sabíamos los dos que interés sí había de parte y parte.
La primera cita
Al día siguiente, tuvimos un saludo rápido cerca de la biblioteca de la universidad y me invitó a que saliéramos ese sábado, que era solo un par de días después. Yo no podía estar más feliz, ya en ese momento no solo me parecía lindo, sino que me encantaba que fuera inteligente y chistoso.
Llegó el sábado, él decidió hacer una cita cerca de donde yo vivía. En ese momento me contó que no tenía celular pues en un instante de rabia hablando con su exnovia, con quien había terminado hacía pocos meses, había tirado el teléfono al piso y este quedó en pedazos. Retomo la anécdota porque ya con el tiempo pude ver que ese fue la primera bandera roja que debí leer sobre nuestra relación.
Ese día obviamente no lo vi como una señal de alerta, me contó un par de cosas de la relación que había terminado hace poco, me dijo que ella le pedía volver, pero que él estaba seguro que no quería ya nada con ella. Me dio alegría su respuesta, ese día estuvimos hablando toda la tarde, nos dimos nuestro primer beso y me llevó hasta mi casa. Yo me sentía en las nubes.
Ahí comenzó todo, nos veíamos entre semana en la universidad y los fines de semana hacíamos planes juntos. A las dos semanas ya me pidió que fuera su novia y yo sin dudarlo le dije que sí.
Me presentó muy rápido a su mamá y a su hermano. Conocí, además, a su tía favorita, quien era una de las personas más importantes para él porque le ayudaba a pagar la carrera de Ingeniería de Petróleos que estaba por terminar. Todos me hicieron sentir muy acogida. Hasta ahí yo sentía que estaba en la relación perfecta.
Las señales de alerta que no se pudieron ignorar
Llegó un nuevo semestre y nosotros ya llevábamos un par de meses saliendo. Ahí todo empezó a complicarse. Él se mostró celoso, le molestaba que tuviera una relación cercana con sus amigos, me preguntaba si era que ellos me interesaban más que él. Yo, por intentar que tuviéramos una relación sin peleas, dejé de ser menos amable con ellos y a hablarles solo lo preciso. A eso se sumó cuestionamientos sobre mis amistades y empezó a comparar nuestra relación con la que él había tenido antes.
El nombre de su exnovia comenzó a surgir con más frecuencia y me hacía cada tanto comentarios de conversaciones que tenía con ella. Le dije que no me hacían sentir bien sus comparaciones, menos la cercanía con su expareja y el hecho de que le compartiera a ella cómo era nuestro noviazgo. Él me juró que no lo iba a hacer más, pero era mentira.
Un día me llamó a la casa y me pidió que me conectara por videollamada, tenía algo importante que decirme. Ni en mis malos pensamientos tenía contemplado lo que me iba a contar. Empezó pidiéndome perdón, ahí yo no sabía a qué se refería. Muy pronto me enteré que su sentimiento de culpa venía porque se había encontrado nuevamente con su ex y se había acostado con ella. La comunicación se llenó de miles de perdones, de promesas de que no iba a volver a pasar. Yo estaba tan ciega en ese momento que más allá del dolor que sentía por lo que me había hecho, creía ciegamente que solo había sido un instante de debilidad y que no lo volvería a hacer. Al día siguiente nos encontramos, lloró y me pidió perdón. Yo lo acepté de regreso, sentía que el amor que teníamos era más grande que cualquier error.
Dos contra uno
Pero ese solo fue el inicio de los peores meses de nuestra relación. Su exnovia también estudiaba en la universidad y, cada vez que me cruzaba con ella, me hacía indirectas que me ponían muy mal. Incluso, un día entré a uno de los baños y ella ingresó después con sus amigas solo para que escuchara como se burlaban de mí y nos comparaba.
Ahí ya todo era un círculo vicioso tóxico. Su pasado y sus celos eran los puntos débiles de nuestra relación. Él todo el tiempo vivía con la angustia de que yo lo engañara en revancha a lo que él había hecho. Era tan inmanejable todo que me terminó un día y a mí solo me quedó aceptar su decisión.
Después de unas semanas volvió a aparecer, me pidió que lo intentáramos de nuevo y yo, ingenuamente, le dije que sí. Volvimos y nada había cambiado, los problemas de fondo seguían siendo los mismos. Ahora que cuento nuevamente esta historia y lo evoco en mis recuerdos me preguntó ¿qué fue lo que hizo que yo me quedara ahí?, no nos ataba nada, solo mi fe ciega de que él era el hombre de mi vida, y que, como él me lo había dicho muchas veces, íbamos a construir una familia y un hogar feliz.
Se volvió casi una tradición que cada tanto él me terminara y después de unas semanas volviera a aparecer. Cuando yo ya sentía que no me dolía tanto su ausencia, él regresaba desviviéndose de amor por mí. Como si tuviera el radar perfecto para saber cuándo ya me sentía mejor. Mi ingenuidad era tal que una y otra vez volví a recibirlo, a intentarlo, a adaptarme a sus reglas y a la forma en la que él quería que fuera nuestra relación.
El punto de inflexión de nuestro futuro fue mi práctica laboral, conseguí hacerlas en otra ciudad, en un lugar con el que soñaba. El único problema era que tenía que irme a vivir seis meses a Medellín. Hablamos y decidimos que pese a la distancia íbamos a seguir juntos. Nos juramos amor eterno y planeamos que cada tanto estaríamos viajando para poder encontrarnos.
La distancia solo dinamitó aún más todo. Sus celos se volvieron inmanejables. Me cuestionaba si aparecía que en WhatsApp mi última conexión era después de determinada hora, me dejaba de hablar si sabía que salía con amigos a conocer lugares en la ciudad. Todo eso me empezó a reprimir y a que perdiera la alegría que siempre me había caracterizado. Sentía que solo debía hacer las cosas que no nos afectaran a los dos.
Pasaba días enteros completamente triste, me agobiaba que nuestra relación no fuera como la soñaba, que siempre existiera una pelea con él. Mi familia prefería no opinar nada, no lo querían, pero igual respetaban mi decisión de elegir estar con él. Mis amigas también ya se habían cansado de escuchar mis historias de desamor.
Yo, ahora con los años de distancia al recordar lo que vivimos, pienso que tenía una venda gigante que no me permitía entender todo lo que estaba mal en eso que yo creía que era amor puro.
Él volvió a jugar las mismas tácticas de siempre, me hacía sentir mal y me terminaba. Después de unas semanas volvía a aparecer y así se pasaron los meses de práctica. Regresé de nuevo a mi ciudad para graduarme y él me trató con la mayor indiferencia, ni siquiera se apareció en la ceremonia de grado. Esa acción fue para mí el indicador de que tenía que salir de esa relación. Me di cuenta que mi mente vivía con un imaginario de él que realmente no existía.
Una nueva oportunidad
En esa semana me volvieron a llamar del lugar en el que había hecho mis prácticas y me ofrecieron un trabajo. Tenía que irme, ahora indefinidamente, a vivir a Medellín. Le escribí para contarle que me iba a ir de nuevo, ahí volvió a aparecer una faceta que ya conocía muchas veces: me pidió siguiéramos la relación a la distancia, me dijo que él quería ahora más que nunca que estuviéramos juntos, que empezáramos a crear un futuro los dos.
Pero yo ya era otra. Esa historia que me había repetido tantas veces se me hacía ahora un mal chiste, me sonaba tan gastado todo, que por primera vez le dije que no. La respuesta que le dí despertó una versión de él que no conocía y que lo único que hizo fue reafirmarme que no debíamos estar nunca más juntos.
Después de que llegué a la nueva ciudad sus mensajes se volvieron asfixiantes. Empezó a escribirme una y otra vez, me prometía el cielo y la tierra. Él decía que se iba a vivir conmigo a Medellín, que dejaba de lado su prominente carrera de ingeniero para que estuviéramos juntos, que yo era lo único que le importaba en su vida.
Mis negativas solo aumentaban la intensidad de sus comunicaciones. Un día llegó a llamarme más de 100 veces sin parar porque yo no le contestaba. Me empecé a sentir agobiada, culpable incluso un poco, pero cada uno de sus comportamientos me confirmaron que no, que definitivamente él no era el hombre con el que yo quería estar.
Las alertas
Sus intentos porque volviéramos empezaron a volverse amenazas. Me dijo que si no estábamos juntos él se iba a matar. Sus amigos me empezaron a escribir, así como su hermano, su mamá y su tía. Todos abogaban por él para que le diera otra oportunidad.
Ese chantaje emocional solo me fortaleció y me hizo comprender que yo no quería estar nunca más en esa relación. La distancia me permitió darme cuenta de que todo lo que tuvimos, incluso desde sus inicios, no era un vínculo saludable, que lo que él me mostraba como amor, no lo era en verdad. Me dí cuenta de que yo me merecía un amor bonito, pero sobre todo tranquilo.
Como se dio cuenta que ninguna de las estrategias funcionaban se fue a buscar a mi familia. En ese momento ellos ya no vivían en la misma casa, así que decidió recorrer toda la zona donde yo le había mencionado meses atrás que se habían mudado. Caminó cuadra a cuadra hasta que encontró frente a una casa el carro de mis papás y les llegó a ellos de sorpresa.
La versión que le dio a mi mamá de lo que estaba pasando era absurda. Le dijo a ella que necesitaba que me convenciera de que regresara con él, que todo se trataba de una pelea boba y que nosotros nos íbamos a casar en unos tres meses.
Yo solo me enteré de esa situación cuando mi mamá sorprendida y angustiada me llamó para preguntarme por lo que estaba pasando. Yo no cabía de mi asombro. Lo vio tan mal que le pidió a una de mis hermanas que es psicóloga que hablara con él. Le tuve que aclarar rápidamente lo que estaba pasando y mi posición inamovible. Ella me respaldó, me pidió que viajara ese fin de semana porque tenía miedo de que al estar yo sola en esa ciudad él pudiera llegar y hacerme un escándalo.
Ese día, mis papás y mi hermana lo convencieron de que se calmara, hablaron con la familia de él y coordinamos un encuentro ese fin de semana para que pudiéramos hablar. Mi plan era cerrar de una vez por todas ese capítulo que ya llevaba casi tres años abierto.
Viajé y mi familia me pidió que esa reunión con él la hiciéramos en mi casa, les daba miedo que se hiciera en un espacio en el que yo no estuviera segura y él pudiera hacer algo en contra mía.
El reencuentro
Ese sábado, él llegó. Intentó abrazarme y besarme apenas nos vimos. Yo intenté ser lo más directa que pude. Le dije que yo definitivamente no quería darle otro chance a nuestra relación, que las oportunidades ya se habían acabado. Lloramos juntos. No me malinterpreten, a mí me dolía mucho decir adiós, pero era más grande mi convicción de que yo merecía un amor distinto.
Ahí, en medio de los ruegos, sacó el anillo. Me dijo que hacía varios meses lo estaba pagando, que esa argolla era el compromiso de que las cosas iban a ser diferentes. Yo solo atiné a decirle que si hubiera hecho esa propuesta meses atrás ese instante habría sido el momento más feliz de mi vida, pero que no, no podía aceptar, porque ese gesto era una expresión desesperada para seguir en una relación que ya estaba completamente rota. Nosotros no estábamos destinados a estar juntos. Lo sentía en lo más profundo de mi corazón.
Él agachó la cabeza y me dijo que sabía que tarde o temprano íbamos a estar juntos. Me dedicó la canción “Cuando nos volvamos a encontrar” de Carlos Vives y Marc Anthony, me dijo que pese a mi negativa él sentía que nuestros destinos se iban a cruzar en el futuro. Le pedí que no pensara eso, que teníamos que seguir nuestras vidas sin la ilusión de regresar, que nos merecíamos construir otros caminos.
Ese día lloré, lloré hasta que sentí que ya no tenía más lágrimas. Pero también me invadió un sentimiento enorme de alivio. Sentí que había tomado la decisión correcta.
Pasaron las semanas y empecé a abrirme a nuevas experiencias, permitiéndome ahora sí conocer esa nueva ciudad que se estaba convirtiendo en mi hogar. Me sentía tranquila y a la expectativa de los caminos que estaba empezando laboral y personalmente.
Pero, un viernes, sobre las 8 p. m. sonó el citófono de mi casa, me anunciaba el celador que me estaba esperando él en la portería. Volvió a aparecer, lo llamé enseguida y él me dijo que quería demostrarme que era capaz de hacer todo por mí y que tal vez no había luchado lo suficiente por recuperar lo nuestro.
Mi respuesta rápida fue pedirle que me esperara abajo, que íbamos a hablar. Yo sabía que si lo dejaba subir a mi apartamento seguramente no iba a ser fácil pedirle que se fuera e iba a estar condicionada a sus reacciones y arrebatos, que ya conocía de primera mano.
Cuando bajé nos sentamos en una banca cercana a llorar. Escuché una y otra vez como me prometía miles de cambios, pero yo ya había soltado. Después de sentirme libre y tranquila, por fin luego de mucho tiempo, sabía que no quería nunca más estar ahí.
En un punto intentó hacerme nuevamente chantaje emocional, pero yo me elegí, escogí mi bienestar sobre el suyo. Sabía que si le daba cabida a sus manipulaciones iba entrar en el mismo círculo vicioso de antes.
Desde ese último encuentro ha intentado contactarme por medios digitales un par de veces. Pero ya han pasado varios años. Yo logré construir una relación bonita y diferente que me mostró un amor tranquilo e incondicional. Cada tanto me acuerdo de él y de esta historia. Eso sí, con la certeza de que tomé la mejor decisión de todas al decir que no.
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