Se vieron una vez, pero una isla y un mensaje en la botella los unió para siempre: “Es bastante mágico”
Aunque él era un completo desconocido, solo se necesitó un encuentro para que ella sintiera que debía estar con él; su historia ocurrió entre piedras y con varias coincidencias
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En Skara Brae, un pueblo de piedra prehistórico en las islas Orkney, al extremo norte de Escocia, surgió una primera conexión entre los edificios de 3000 años de antigüedad. Era verano y Rachael, una apasionada por la historia que trabajaba como guía turística, vivía su sueño. Ese día, en marzo de 2013, algo fue diferente: no había visitantes alrededor del Patrimonio Mundial de la Unesco y se disfrutaba de una calma poco común. De repente, la radio de Rachael vibró en su bolsillo. Venía un visitante y pronto la mujer vio a una figura solitaria que se dirigía a ella, que le causó intriga, como si se tratara de una “sensación mágica”. Así inicia esta historia.
“Tienes esa sensación de que te parece familiar, pero también es bastante mágico e intrigante”, declara Rachael a CNN Travel, el medio que contó su experiencia. Ese hombre que envolvía el misterio era Anthony, un alumno de la Universidad de Wisconsin que estudiaba en el extranjero en Edimburgo. El primer clic fue evidente: ambos amaban la historia.
Anthony había planeado ese viaje con emoción porque quería ver los círculos de piedra en Orkney, las tumbas neolíticas y el pueblo de Skara Brae. Ese día de marzo, al amigo con el que viajaba no le apetecía salir, pues acababan de llegar. Tenía una esperanza: deseaba acercarse lo más posible a los edificios históricos. Al ver a Rachael esas ideas se esfumaron.
“Mi primer pensamiento cuando la vi fue ‘Maldita sea, esto no va a funcionar. No puedo colarme’”, dice Anthony.
Sin embargo, luego de que esa sombra que veía a lo lejos tomó forma para la guía de turistas, conectaron inmediatamente. En el relato de ambos, ese lugar lleno de piedras se volvió humano. Ella estaba emocionada por hablar con alguien tan apasionado por la historia. Se ofreció a llevar a este estadounidense extranjero a una visita informal por el pueblo. Lo vieron todo, desde los imponentes edificios de piedra, hasta el más mínimo detalle. Perdieron la noción del tiempo y volvieron a la realidad al escuchar la radio: era el gerente que les pedía regresar porque ya iban a cerrar.
Anthony se llevó una gran desilusión
Ese día, cayó la noche y Anthony y su amigo paseaban por una tienda local. De repente, giró en uno de los pasillos y la vio, lo que presenció le causó una gran desilusión. Allí estaba Rachael del brazo de otro hombre, su novio.
“Estaba bastante cabizbajo”, dice Anthony. “No es que importara. También estuve en Orkney solo el fin de semana. Siendo realistas, ¿qué iba a hacer? ¿Comenzar una relación a larga distancia con una guía turística en Orkney?”, añadió a CNN Travel.
Ese momento también causó una extraña sensación en Rachael, quien no se sorprendió al volver a verlo. Los saludó y luego se subió al coche de su novio. Por la ventana, se quedó mirándolos pasar. Sus ojos se encontraron y pudo ver aquel rastro de decepción.
“Sabía en mi corazón que debía estar con él, no debía estar con este otro tipo”, declaró Rachael.
Aunque las emociones eran fuertes, Anthony volvería a Edimburgo y después a Wisconsin, así que todo sería pasajero, un recuerdo de un paseo por Skara Brae al atardecer.
Su conexión fue breve, pero intensa. Cuando Anthony volvió a Wisconsin, repitió en su cabeza las conversaciones con Rachael, algo que influyó en su investigación.
Coincidencias del destino para Rachael y Anthony
Año y medio después, en otoño de 2014, Anthony volvió a Orkney para retomar su investigación. Estuvo un mes y medio recorriendo la isla en bicicleta. Mientras tanto, Rachael pasó de trabajar en Skara Brae a otro lugar arqueológico de Orkney, Maeshowe. Se había separado de aquel novio, así que pasaba sus días disfrutando de la belleza de la isla.
Un jueves, se sentó en su sofá a leer un periódico. Algo atrajo su atención, era una historia sobre alguien que perduraba en su memoria, un turista estadounidense que encontró un mensaje en una botella. Tenía una foto, con una gorra sonriendo.
Por el otro lado, un profesor universitario había llegado de visita a Orkney para ver el trabajo de Anthony y quería conocer Maeshowe, así que el día después de que se publicó el artículo en el periódico, sin saberlo, fueron al nuevo trabajo de Rachael. Se reconocieron de inmediato, pero tenían miedo de admitirlo.
Ella fue la primera: “Creo que te recuerdo de antes”, dijo. “En Skara Brae”. Él sintió una oleada de emoción.
La química que sentían los sobrepasaba y pronto los colegas de Rachael también la percibieron, así que, aunque se suponía que ella debía hacer visitas guiadas, cambiaron el horario para asegurarse de que le mostrara el lugar a Anthony y a su profesor.
Después de la visita, Rachael decidió tomar la iniciativa y le pidió su número, aunque el destino es fuerte, no quería retarlo ni aprovechar de su suerte con las coincidencias. Anthony estaba emocionado, pero tenía dudas de si era visto como amigo o colega.
Esa semana, los dos se encontraron para almorzar y caminaron por la playa. La chispa de la conexión estaba ahí y los temas de conversación parecían no acabarse. Las salidas se hicieron recurrentes, días después vieron una película juntos.
De repente él abordó el tema. “Me resulta difícil ser solo amigos”, dijo. Después de eso, fueron pareja.
Ninguno de los dos entendía en ese momento lo que significaba iniciar una relación con alguien a un océano de distancia, durante los dos años siguientes se reunieron en lugares como Escocia, Estados Unidos, Canadá y los Países Bajos, aproximadamente cada seis meses.
Ambos recibían además las opiniones de sus amigos y familiares, quienes se mantenían escépticos de que una relación como esta pudiera funcionar. Unos meses después de que comenzaron, Anthony le propuso matrimonio en su dormitorio.
“Simplemente se arrodilló junto a la cama y dijo: ‘Te amo, Rachael, ¿quieres casarte conmigo?’. Ella dijo que sí.
Se casaron
La distancia se avecinó de nuevo antes de que los dos se casaran en mayo de 2016, en una ceremonia muy a su estilo, entre las piedras prehistóricas de Stenness, en las islas Orkney, donde todo comenzó.
Se casaron en una ceremonia pagana de matrimonio, una tradición celta en la que las manos de la pareja se atan para simbolizar la unión. Todos en la ceremonia tenían un papel que desempeñar.
Sin embargo, aunque se amaban, casarse no resolvió el problema de la larga distancia y, tras pasar su luna de miel en la isla de Skye en Escocia, tuvieron que separarse nuevamente para resolver las visas. Luego, ella se mudó a Wisconsin y vivieron en Estados Unidos durante algunos años, antes de volver a Escocia a principios de 2020.
Hoy viven felices en Edimburgo, en una casa de campo en Dalkeith Country Park, una propiedad histórica y un parque. Trabajan para una compañía de seguros, pero aún son dos amantes de la historia. En sus tiempos libres, exploran la naturaleza y los sitios de Escocia.
“A veces la vida da un giro completo, así”, dice Anthony.
Nueve años después de su primer encuentro, no pueden creer cómo los encuentros en Orkney y un mensaje en la botella los unieron. Todavía así, él no cree en el destino.
“Esto es algo que la gente me decía una y otra vez: ‘Oh, es el destino’. Y la realidad es que fue mucho trabajo”. Aunque Rachael coincide en que no fue fácil, sabe que en su relación hubo algo más.
“Algunas de las conexiones pienso que serían bastante difíciles de ser solo una casualidad. (…) Supongo que estos momentos solo muestran que la magia es real para mí”, explicó en esta historia que empezó entre piedras y parece no tener final.
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