Se mudaron de Nueva York a Carolina del Norte y se encontraron con algo que hace falta en la Gran Manzana
La pareja amaba algunos aspectos de la ciudad de los rascacielos, pero querían encontrar un espacio con acceso a la naturaleza y un ritmo de vida más lento; el vínculo con los vecinos los sorprendió para bien
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Uno de los detalles que más cautiva de Nueva York es su diversidad, tanto de personas como de posibilidades. Sin embargo, también hay algunas características que no son tan positivas y que motivan a los residentes a explorar nuevas opciones de vivienda. Eso le ocurrió a una mujer, que con su esposo decidieron poner al principio de su lista de prioridades encontrar una zona en EE.UU. con acceso a la naturaleza, un ritmo de vida más lento y un mercado que incluyera viviendas unifamiliares. Después de analizar más de cien opciones, dieron en el blanco y se mudaron a Asheville, Carolina del Norte. Sin embargo, se encontraron con detalles inesperados: “Nuestro primer año en la ciudad estuvo lleno de sorpresas que ni siquiera nuestras extensas hojas de cálculo de planificación pudieron predecir”.
Susie Heller escribió sobre su experiencia en el medio Insider. Su mudanza fue hace casi dos años y antes de tomar la importante decisión evaluó con su pareja cada ciudad. Asheville parecía cumplir con todos sus requisitos.
Esta ciudad de Carolina del Norte está enclavada en las montañas, por lo que manejar allí es diferente a hacerlo en Nueva York, con vistas privilegiadas, siempre y cuando haya una persona experimentada al volante. Para Heller, el paisaje es un contraste marcado: “Mientras vivíamos en Nueva York, era difícil encontrar espacios al aire libre en los que mereciera la pena pasar tiempo. Tomarse un descanso al mediodía en una escalera de incendios encima de un contenedor de basura o en un tejado residencial donde los vecinos dejaban hacer pis a sus perros no era precisamente relajante (...) Creo que el aire de la montaña tiene propiedades curativas, aunque solo sea por el hecho de poder salir y respirar hondo sin oler a basura.
Otro detalle que la conquistó fue la comida vegana. “En Asheville se come muy bien y hay chefs con mucho talento. En 2022, Yelp incluso la calificó como uno de los principales destinos gastronómicos de Estados Unidos”, recordó.
Entre sus opciones favoritas, calificó a Plant como “el mejor restaurante de la ciudad”. En contraparte, mientras la comida atrae a los visitantes, los precios de algunos disuaden a los locales. Esta variable también aplica al costo de vida: “Viviendo en Nueva York, me acostumbré a los costos altos. ¿Ver una película por 20 dólares? Por supuesto. ¿Alquilar una habitación sin ventanas ni paredes por 900 dólares al mes? Me apunto. ¿Tomar una cerveza en el happy hour por 10 dólares? Una ganga”.
Heller creyó que al dejar esa ciudad gastaría menos dinero en su rutina, pero se equivocó. “Asheville tiene el costo de vida más alto de toda Carolina del Norte, según Citizen-Times. Ese mismo informe de 2021 dice que los costos de alquiler han aumentado más de un 58% desde 2010″. Además, terminaron en un mercado de alquileres casi tan competitivo como el de la Gran Manzana.
Con estrictas leyes
Al cambiarse de residencia luego de años, siempre hay choques culturales, incluso si solo se pasa de un estado a otro. En Carolina del Norte hay leyes estrictas sobre el alcohol, con horarios y lugares específicos para su venta: “Los happy hours están prohibidos, al igual que cualquier oferta especial que proporcione bebidas ‘gratis’, como las ofertas de dos por uno”, contó la mujer.
Eso no es tan negativo porque lo que le falta a la ciudad en bares se compensa en cervecerías: “En algunas ciudades hay un Starbucks en cada esquina. En Asheville ocurre lo mismo con las cervecerías artesanales, por algo la llaman Asheville Beer City”.
La calidez humana, una de las principales carencias de Nueva York
Para Heller, una de las principales diferencias entre Carolina del Norte y Nueva York es la cercanía con los vecinos. Mientras vivía en Brooklyn, sus interacciones se limitaban a encontrárselos en el ascensor o lavandería. Todos parecían cumplir con el estereotipo de neoyorquinos de estar ocupados y apenas en casa, ella incluida.
En Asheville todo cambió. Sus vecinos se acercaban a saludarlos y darles la bienvenida. “El intercambio de nombres y las bromas no se convirtieron en amistades, pero crearon un sentimiento de comunidad en nuestra pequeña calle sin salida”, agregó la residente como parte de los aspectos que la sorprendieron.
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