Quién es Donald Trump, el “hombre teflón” que rompe los manuales de la política de EE.UU. y consiguió su revancha personal
El expresidente, una de las figuras más divisivas que haya visto el país, logró a los 78 años concretar en las elecciones un desquite contra quienes él califica como sus “enemigos”
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MIAMI.- Cuando hace cuatro años Donald Trump perdió las elecciones ante Joe Biden, tras una turbulenta gestión, para muchos su carrera política parecía sentenciada. Más aún tras el inédito asalto al Capitolio de sus simpatizantes de extrema derecha el 6 de enero de 2021, cuando todavía era mandatario, múltiples investigaciones judiciales y el histórico veredicto este año que provocó un terremoto político en Estados Unidos, al convertirse en el primer expresidente del país declarado culpable por haber cometido un delito (en su caso, 34).
Sin embargo, nada fue suficiente para desviar a Trump del camino que se había trazado hacía exactamente dos años, en noviembre de 2022. “Somos una nación en declive. El regreso de Estados Unidos empieza ahora mismo”, había afirmado en su lujoso club Mar-a-Lago, en Palm Beach, al anunciar su tercera candidatura presidencial. Allí, el magnate inmobiliario neoyorquino, una de las figuras más divisivas que haya visto la primera potencia global, calificó su estadía fuera de la Casa Blanca como “una pausa”.
A sus 78 años, el outsider y antisistema que con su impronta populista se adueñó del Partido Republicano, reconfiguró la política norteamericana desde 2016 y se convirtió en un faro para los líderes de la derecha global, buscaba un desquite personal tras no aceptar la derrota de 2020 (“fueron robadas”, denunció). Según el propio Trump, esta era la última vez que competirá para volver a la Casa Blanca. No hará falta otro intento.
Para el líder republicano fue la revancha contra quienes él califica como sus “enemigos”, una retórica amenazante que se intensificó a medida que se acerca el “día D”, lo que encendió las alertas sobre cómo podría usar el poder para atacar a sus oponentes en caso de lograr la victoria. Sus planes declarados de llenar una posible segunda administración de leales, que no le opondrían resistencia, no hacen más que fogonear la preocupación.
“En su primer mandato, se apoyó en el Departamento de Justicia para perseguir a sus rivales políticos, y prometió que si vuelve a ser electo, le ordenará hacerlo de nuevo”, señaló a LA NACION el politólogo Christopher Kelley, de la Miami University. “A diferencia de la primera gestión, en una segunda es más probable que nombre a personas en la Justicia que lleven a cabo sus deseos”, advirtió.
En una campaña plagada de controversias, con discursos de odio y retórica antiinmigración, Trump llegó a decir que si ganara las elecciones sería “dictador el primer día” del mandato, se refirió a sus rivales políticos como “alimañas” que hay que “erradicar”, atacó a jueces y fiscales, catalogó a los medios como “el enemigo del pueblo” y que usará todos los recursos para vengarse, y sostuvo que los inmigrantes indocumentados “envenenan la sangre del país”, además de acusar a migrantes haitianos de “comerse las mascotas” de los vecinos de Springfield, en Ohio. Una de sus principales promesas es lanzar un operativo de deportación masiva, “el más grande en la historia” de Estados Unidos.
“No recuerdo que en toda mi vida la retórica contra los migrantes haya llegado a ser tan fuerte durante unas elecciones”, señaló Yonatan Lupu, politólogo de la Universidad George Washington.
El multitudinario mitin en el Madison Square Garden en su ciudad -Trump nació en Queens, en 1946-, que pretendía oficiar de cierre de campaña, finalmente fue una descarga de furia, con discursos racistas y xenófobos de varios de sus oradores (como la descalificación de un comediante a Puerto Rico, “una isla flotante de basura”). Aunque muchos advirtieron por un impacto negativo para su candidatura, el “hombre teflón” -como ha sido llamado Trump- ya ha dado sobradas muestras de convertir reveses en oportunidades: a más imputaciones, más lealtad de sus fanáticos.
Veredicto en el horizonte
Trump llegó a las elecciones a la espera del veredicto el 26 de noviembre –una sentencia que debía ser antes de la votación, pero que se pospuso dos veces- por 34 delitos graves de falsificación de registros para influir en los comicios de 2016 al ocultar un soborno para silenciar a la actriz porno Stormy Daniels. El equipo del expresidente cuenta con varias tácticas legales para evitar que vaya preso. Pero, según expertos, su mejor carta de triunfo para enterrar los cargos depende del resultado electoral.
Tras conocer el fallo del jurado, en mayo pasado, Trump calificó de “corrupto” al juez del caso, Juan Merchan, y afirmó que el proceso “estaba amañado desde el primer día”. Su teoría, sin mostrar prueba alguna, es que es objeto de una persecución política por parte de la administración Biden. Aquel día, con su repetida estrategia de victimización y presentarse como un mártir del sistema, desafió: “Esto es más grande que Trump y mi presidencia. El veredicto real lo dará el pueblo el 5 de noviembre”.
En otra época de la historia, tal vez hubiera sido imposible que un candidato en la telaraña judicial en la que él está tuviera posibilidades reales de ganar una elección en Estados Unidos (las encuestas anticipan una definición ajustadísima con Harris). Pero el dueño del emporio Trump, como en su sorpresivo triunfo de 2016 ante Hillary Clinton, volvió a romper los manuales de la política norteamericana, al sobreponerse a condenas por fraude fiscal, a dos impeachments en el Congreso (único presidente estadounidense en enfrentar dos), a escándalos sexuales y las acusaciones por su contribución al violento asalto al Capitolio, que dejó cinco muertos. En la campaña, supo sacar provecho del intento de asesinato que sufrió en un mitin en Pensilvania en julio, cuando un balazo le rozó la oreja derecha. “Por la gracia de Dios, ese villano no logró su cometido”, dijo.
En un país marcado por la polarización extrema, nada parece afectar el nivel de apoyo que logra entre la mayoría de los republicanos, consustanciados en torno al lema “Make America Great Again”. En la interna partidaria nadie le pudo siquiera hacer sombra, y sus seguidores confían a ciegas en su manejo de la economía y su dureza para enfrentar la crisis migratoria en la frontera con México, principales ejes de la campaña.
Perseverante, Trump rompió otra marca política histórica en Estados Unidos que lleva 131 años sin quebrarse: se convertirá en el segundo presidente con dos mandatos no consecutivos. Hasta ahora, solo el demócrata Grover Cleveland (1885-1889 y 1893-1897) logró volver a la Casa Blanca tras perder en las urnas.
Estilo imprevisible y disruptivo
En su primer mandato, el primero de un líder sin ninguna experiencia política o militar en Estados Unidos, Trump cumplió una serie de los objetivos de corte conservador. Aplicó exenciones de impuestos corporativos, sacó al país del pacto nuclear con Irán y del acuerdo climático de París, y logró una mayoría conservadora en la Corte Suprema que finalmente anuló el derecho constitucional federal al aborto en Estados Unidos, al revocar la histórica sentencia Roe v. Wade, de 1973.
Con su estilo directo, imprevisible y disruptivo, Trump remodeló las alianzas de Estados Unidos y se acercó a líderes populistas. De hecho, en estos casi cuatro años fuera de la Casa Blanca, actuó como un líder en la sombra en asuntos internacionales. Incluso antes de que volviera a lanzarse como candidato, varios dirigentes extranjeros lo tuvieron muy en cuenta a la hora de calibrar sus relaciones con Estados Unidos. Un imán que se reforzó una vez que se transformó en el candidato republicano por tercera vez.
Un desfile de líderes mundiales ha peregrinado a Mar-a-Lago o a la Torre Trump, de Nueva York, entre otros el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky; el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el primer ministro húngaro, Viktor Orban. Con Javier Milei tuvo su encuentro en Oxon Hill en la Conferencia de Acción Política de Acción Conservadora (CPAC), una meca de la derecha global. Con el líder ruso, Vladimir Putin, mantuvo al menos siete llamados en secreto desde que dejó el Salón Oval, según publicó el periodista Bob Woodward en su último libro, “Guerra”.
“Muy inusual para un expresidente”, señaló a The New York Times Jeremy Shapiro, exfuncionario del Departamento de Estado y director de investigación del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
El showman que hace una década dio el salto a la política, que atrae el fanatismo de sus seguidores y que para sus críticos pone en peligro la democracia norteamericana, salió airoso de su último gran reto.
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