La tragedia aún resuena en los estadounidenses, incluso en el ámbito político; hay quien vio esos ecos en la decisión de Trump de arrancar su campaña para las elecciones de 2024 el 25 de marzo en el aeropuerto de Waco
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Esta historia termina con 86 muertos y un edificio reducido a cenizas. Ese es el final, la culminación de 51 días de asedio de las fuerzas del orden a la sede de una pequeña comunidad religiosa en Texas hace 30 años; el trágico desenlace del que fue el mayor enfrentamiento entre estadounidenses desde la guerra de Secesión.
El inicio hay que fijarlo el 28 de febrero de 1993, cuando agentes de la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF, por sus siglas en inglés) emprendieron una misión que llevaban tiempo planeando.
Hacía meses que dicha agencia del Departamento de Justicia investigaba a la Asociación General de la Rama Davidiana de la Iglesia Adventista del Séptimo Día por sospechas de compraventa y modificación de armas ilegales.
Ya habían llevado a cabo una operación encubierta en la que dos representantes de la entidad, haciéndose pasar por universitarios interesados en su fe, llegaron a entablar relación con Vernon Howell, quien se había rebautizado como David Koresh y era el líder de la congregación que el mundo estaba a punto de conocer como la secta de los davidianos.
A las 9 de la mañana de aquel domingo de febrero un convoy de 76 agentes con entrenamiento militar y órdenes de allanamiento y arresto se dirigió al rancho del culto, situado a 15 minutos en coche de la localidad texana de Waco.
Mount Carmel se llamaba el complejo, como el bíblico monte Carmelo, y según los creyentes, de raíz cristiana, estaba destinado a convertirse en el centro de un nuevo reino divino una vez llegara el Apocalipsis.
A la cabeza iba a estar Koresh, un hombre de 34 años y autodenominado mesías, quien tenía numerosas esposas, algunas menores de edad, con las que había engendrado varios hijos. Pero para cuando los agentes del orden arribaron al final de aquel camino de tierra, los davidianos ya conocían su plan y los esperaban, dispuestos para defenderse.
Aquello pronto desembocó en un fuego cruzado, un tiroteo que se alargó por 90 minutos. Heather Jones, davidiana y sobrina del líder, se encontraba dentro del complejo, que tenía dos plantas y un edificio más alto, tipo torre, en el centro. “Vi cómo los disparos alcanzaron a una de las esposas de Koresh. Recuerdo sus gritos, no los puedo olvidar. Esa fue la peor parte: oír cómo disparaban a la gente, escuchar sus voces, el cambio en su tono”, explica hoy Jones, que entonces tenía 9 años, en el reciente documental de Netflix Waco: American Apocalypse.
El enfrentamiento se saldó con cuatro miembros de la ATF y dos fieles muertos y decenas de heridos en ambos bandos, incluido Koresh, quien recibió dos tiros, uno en el costado y otro en la espalda. A las 11.30 am se acordó un alto el fuego y el Buró de Federal de Investigaciones (FBI) tomó las riendas de la operación, que incluyó su equipo de rescate de rehenes (HRT) y refuerzos tácticos para establecer un cerco.
El conflicto pasaba a otra dimensión
Así se veía el panorama fuera del complejo de Mount Carmel, según lo describiría el periodista Malcolm Gladwell en un crónica para la revista The New Yorker:
El FBI ha establecido la que es probablemente la mayor fuerza militar jamás reunida contra civiles sospechosos en la historia de Estados Unidos: 10 tanques Bradley, dos tanques Abrams, cuatro vehículos de ingeniería de combate, 668 agentes más seis de Aduanas, 15 personal del ejército, 13 miembros de la Guardia Nacional de Texas, 31 Texas Rangers, 131 agentes del Departamento de Seguridad Pública del estado, 17 de la Oficina del Alguacil del Condado de McLennan y 18 policías de Waco. En total, 899 personas.
También llegó al lugar un ejército de periodistas, con sus cámaras y unidades móviles para emitir en directo. “Era como estar en el cine viendo una película bélica, solo que esta vez era la vida real”, confirma John McLemore, reportero de la televisora local KWTX que había ido al lugar a cubrir la redada, en el documental de Netflix.
A partir de ese momento comenzó un asedio que duró 51 días en los que todo fue in crescendo: la tensión, los malentendidos, los errores, las consecuencias.
Las negociaciones fallidas
Comenzaron las llamadas diarias del equipo negociador del FBI a Koresh para que se rindiera, mientras las fuerzas del orden aumentaban la presión fuera, todo en medio de una atención mediática que pronto pasó de ser local a nacional y mundial.
Las conversaciones empezaron a dar frutos. El líder de los davidianos se comprometió a dejar libres a los niños, de dos en dos, si emitían a diario un mensaje suyo en la radio. “Recuerda que es Dios el que se sienta en el trono y que David te quiere”, cuenta Kathy Schroeder que le dijo a su hijo Scott, uno de los primeros menores en salir del complejo, antes de que cruzara la puerta. “Pero no sentía que estaba salvándolo”, aclara en el documental. “No me importaba vivir. Solo me importaba vivir en comunión con Dios”.
Los niños fueron llevados al hogar metodista de Waco y filmados con la esperanza de que al verlos, otros davidianos se animaran a abandonar su sede. Y lo hicieron, hasta 35 en total, incluidos 21 niños.
Eran momentos en los que el FBI vio el fin cerca, ya que Koresh se mostraba dispuesto a salir de forma pacífica. Pero la esperanza pronto se vio truncada con este anuncio del líder de los davidianos a los negociadores y la conversación que le siguió:
Koresh: Dios me ha ordenado que espere.
FBI: ¿Confías en Dios?
Koresh: Dios soy yo.
A partir del 23 de marzo ya ninguno de sus seguidores abandonó la casa.
El asedio de las fuerzas de seguridad para forzarlos a salir se intensificó, cortando la electricidad del complejo, iluminándolo con potentes focos día y noche, emitiendo sonidos estridentes como el de aviones despegando, conejos sacrificados, cantos budistas y música pop a todo volumen desde unos altavoces.
Con una cámara que el FBI permitió ingresar al complejo, Koresh se había hecho filmar junto a una serie de niños y mujeres jóvenes que presentó como sus hijos y esposas, tratando de dejar claro que no eran rehenes.
“¿Quién te cuida a ti?”, se le ve preguntándole a un niño en esas imágenes que salieron a la luz años después.
Schroeder, una de los 11 adultos que decidieron salir de Mount Carmel y acabaron detenidos —ella enfrentó la acusación de conspiración para asesinar—, explica hoy que se consideraba normal que su líder mantuviera relaciones sexuales con varias mujeres del grupo, incluso con menores de edad.
“En nuestro sistema de creencias todas esas niñas eran consideradas adultas con 12 años”, dice en el más reciente documental sobre el tema y cuenta cómo ella misma se quedaba hasta tarde en las sesiones de estudio de la Biblia, rezando para que algún día el líder la eligiera.
“La primera vez que tuve sexo con él estuve sola con Dios a través de David”.
Aquellas imágenes de Koresh con sus mujeres e hijos no llegaron a la prensa, pero sí hasta altos cargos del FBI, el Departamento de Justicia y la fiscal general Janet Reno, quienes durante la semana del 12 de abril de 1993 mantuvieron varias reuniones para discutir alternativas para levantar el sitio y poner fin a un conflicto que costaba millones de dólares al día al gobierno, además de perjudicar severamente su imagen.
Recién nombrada en el cargo, Reno dio luz verde a la recomendación del equipo de rescate de rehenes de introducir un “agente antidisturbios” en el edificio.
Estos habían argumentado que dentro seguía habiendo menores, que estaban en peligro y que ya habían sufrido abusos. Así lo había publicado apenas unas semanas atrás un medio local, el Waco Tribune-Herald, en una serie de artículos titulados The Sinful Messiah (“El mesías pecador”).
Así que hacia las 6 de la mañana del 19 de abril, el negociador jefe Byron Sage llamó a los davidianos para informarles de que en breve se dispondrían a introducir gas lacrimógeno en el edificio, pero que no sería asaltado. Ese mismo mensaje fue repetido por megafonía, llamando a los que seguían en el interior a abandonar la estructura.
“Casi de inmediato los davidianos empezaron a disparar a los vehículos del FBI”, se recoge en el informe que una comisión mixta del Congreso realizó en 1996 sobre los sucesos.
A pesar de las objeciones de los negociadores, en unos minutos el comandante del equipo de rescate de rehenes ordenó gasear todo el complejo simultáneamente.
Lo hicieron durante seis horas. Nadie abandonó el edificio. Hacia el mediodía el fuego brotó, casi de forma simultánea, en tres puntos distintos del complejo.
En cuestión de minutos Mount Carmel quedó reducido a cenizas. Los bomberos no llegaron tiempo para sofocar un incendio cuyo origen no está claro. No sacaron a nadie con vida. Aquella fue la tumba de quienes creyeron que algún día llegaría el Apocalipsis.
La responsabilidad y las dudas
“No creo que el gobierno sea responsable del hecho de que un grupo de fanáticos decidiera darse muerte”, dijo al día siguiente el presidente Bill Clinton, quien apenas llevaba tres meses en el cargo.
Lo dijo sin ser quizá consciente de cuánto sacudiría esta tragedia el primer año de su gobierno y de cómo iba a contribuir a que el Partido Republicano retomara el control del Congreso en 1994.
La opinión pública, que había seguido los sucesos en tiempo real, estaba dividida entre los que veían a los davidianos como un culto loco responsable de su propia aniquilación y entre los que empezaban a criticar los excesos de la actuación federal.
“En una encuesta hecha pública al año siguiente una ligera mayoría de adultos culpaba en gran medida al gobierno federal por lo ocurrido en Waco”, le dice a BBC Mundo Stuart A. Wright, profesor de Sociología de las Religiones en la Universidad Lamar de Beaumont, Texas, y toda una autoridad en el tema.
“Y con el tiempo y el trabajo de una serie de académicos que han deconstruido los hechos se ha llegado a una conclusión de que las cosas se pudieron haber hecho de forma pacífica, sin causar muertos o heridos”, prosigue el autor de decenas de artículos y editor del libro Armageddon in Waco: Critical Perspectives on the Branch Davidian Conflict, publicado en 1995.
“Hay mucha evidencia que apunta a ello y así lo reconocen hoy algunos de los implicados”, añade.
“David Koresh es el responsable último, pero eso no significa que nosotros como organización no cometiéramos errores”, ha admitido en repetidas ocasiones Gary Noesner, negociador jefe del FBI durante el asedio. “Y los cometimos. En Waco no salvamos todas las vidas que pudimos. Por lo tanto, para mí, fue un fracaso”.
Entre abril de 1995 y mayo de 1996 dos comités del Congreso investigaron la actuación de las fuerzas federales durante el asedio a Mount Carmel. Y aunque concluyeron que la responsabilidad última de la tragedia fue de Koresh, el informe final criticaba duramente las decisiones y medidas adoptadas por las agencias involucradas.
Entre otras resoluciones, apuntó que la investigación de la ATF sobre los davidianos fue “sumamente incompetente” y “carente del mínimo de profesionalismo esperado” de una agencia federal.
Tildó la decisión de la fiscal general Reno de dar luz verde a la intervención para poner fin al asedio como “prematura, errada y altamente irresponsable”.
Advirtió que el gas lacrimógeno puede causar malestar físico “inmediato, agudo y grave” a quienes se expongan a él, en especial a niños pequeños, mujeres embarazadas y ancianos, y rechazó su uso, insistiendo que las autoridades debieron haber negociado una salida pacífica hasta el final.
Aunque en el reporte también desvinculó a las fuerzas del orden del inicio del fuego, tratando de cerrar la puerta a las teorías que afirmaban que fueron los agentes los que lo provocaron, intencional o inintencionalmente, por la combinación de los disparos y los químicos del gas lacrimógeno. Y no disputó los argumentos del Departamento de Justicia para justificar no tener extintores en la escena y tardar en llamar a los bomberos.
Eso no hizo más que alimentar las teorías de la conspiración sobre el rol de las autoridades en la tragedia, hipótesis que ya habían empezado a correr como la pólvora.
“Aquello lo capitalizaron desde el principio grupos de extrema derecha con interés en promover el derecho a portar armas e ideologías antigubernamentales, y empezaron a considerar a los davidianos mártires”, le dice a BBC Mundo el profesor Wright.
Muchos vieron a los davidianos como defensores de dos derechos básicos en Estados Unidos: la libertad de culto y la de portar armas, algo que reivindicaba Koresh —”No pueden venir, tocarme la puerta, dispararme, y esperar que me quede quieto. Eso no va a pasar en este país”, dijo él mismo durante el asedio en referencia a esos derechos—. Y por lo mismo consideraron al gobierno federal como enemigo de esas libertades.
Algunos davidianos que sobrevivieron a la tragedia, como David Thibodeau, han reconocido que en momentos en los que eran unos parias sociales, solo ese lado del espectro político les prestó atención. “Nadie, salvo la gente de la extrema derecha, quería escuchar lo que tenía que decir”, le dijo a The New York Times.
Las consecuencias y las masacres posteriores
Dos años después del asedio, Timothy McVeigh, un joven que había mostrado su apoyo a los davidianos en Waco y se obsesionó con la respuesta de las autoridades como la evidencia de un inminente nuevo orden mundial, bombardeó un edificio federal en la ciudad de Oklahoma, matando a 168 personas e hiriendo a otras 700.
Hoy sigue siendo el ataque de “terrorismo doméstico” más mortífero de la historia de EE.UU.
La tragedia también caló en el conspiracionista Alex Jones quien, siendo entonces un joven locutor de radio, organizó en 1998 una campaña para reconstruir la capital de los davidianos como homenaje a los caídos.
La de Jones, aún hoy en día prominente figura de la derecha, fue una de las primeras y más prominentes voces que respaldaron a Donald Trump en su carrera para las presidenciales de 2016.
Las referencias a Waco no han cesado durante décadas entre milicias y supremacistas blancos, como los Proud Boys o los Oath Keepers, grupos vinculados al asalto al Capitolio en enero de 2021.
“Waco aún resuena en ese espacio antigubernamental como un suceso que deja en evidencia que el gobierno federal no protege a sus ciudadanos, que está dispuesto a violar sus derechos civiles, a despojarlos de sus armas”, le dijo Heidi Beirich, cofundadora de la organización sin ánimo de lucro Global Project Against Hate and Extremism, a la periodista de la BBC Sam Cabral.
Hay quien vio esos ecos en la decisión de Trump de arrancar su campaña para las presidenciales de 2024 el 25 de marzo en el aeropuerto de Waco, a pocos días del 30 aniversario de la tragedia.
Su equipo negó cualquier intencionalidad, asegurando que fue elegido por su ubicación central y cercanía de las principales áreas metropolitanas de Texas, estado en el que reside gran parte de su voto duro.
Aunque algunos de sus seguidores y sus críticos ya han dejado claro que el hecho de que diera su primer mitin oficial en el lugar que se ha convertido para muchos en símbolo de la lucha contra el gobierno tiene poco de coincidencia.
“Waco fue una extralimitación del gobierno y hoy también están mostrando esa extralimitación con Trump”, le dijo a The New York Times Sharon Anderson, una jubilada de Tennessee que fue al evento, refiriéndose a los cargos penales que se le imputan al expresidente.
El mismo Trump ha alimentado esa postura, mostrándose como víctima de un Departamento de Justicia políticamente motivado y de una “caza de brujas”.
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En Waco tampoco perdió la ocasión para hacer hincapié en ello. Así, repitió por enésima vez que las elecciones de 2020 en las que perdió ante Joe Biden fueron “amañadas”.
También elogió a quienes trataron de detener la confirmación de Biden como presidente irrumpiendo en el Capitolio el 6 de enero de 2021 —varios organismos del gobierno federal indagan sobre el presunto papel de Trump en aquel ataque— y tachó a los fiscales que supervisan múltiples investigaciones contra él de “escoria humana”.
“Nuestros enemigos están desesperados por detenernos y han hecho todo lo posible por aplastar nuestro espíritu y quebrantar nuestra voluntad. Pero han fallado. Eso solo nos ha hecho más fuertes. Y 2024 será la gran batalla final”, proclamó Trump ante cientos de seguidores.
Lanzar ese discurso apocalíptico desde un atril a escasos kilómetros de donde tuvo lugar el mayor enfrentamiento entre civiles y las fuerzas federales en la historia de EE.UU. no es casual, insisten los expertos consultados por la BBC.
“No puede ser más simbólico”, dice el profesor Wright.
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