La obra de ingeniería transformó los lejanos cayos del estado en el próspero destino turístico que son hoy en día; comenzó con la idea de un empresario que cumplió su sueño y venció a la fuerza de la naturaleza
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Las gaviotas chillaban mientras me deslizaba a través de kilómetros de aguas resplandecientes en algún lugar entre el océano Atlántico y el Golfo de México. El cielo se fundió con el mar verde azulado, que se volvió turquesa a medida que se adentraba en canales entre las islas de coral y piedra caliza.
Mientras me ajustaba los lentes de sol, vislumbré un movimiento borroso por el rabillo del ojo. ¡Un delfín mular! Pronto surgieron más y la manada saltaba en elegantes arcos, antes de volver a sumergirse en las olas. Los barcos de pesca se balanceaban perezosamente, mientras conducía por la carretera.
Viajar desde Miami hasta la isla de Cayo Hueso, en el estado Florida, no siempre fue un trayecto tan agradable. A principios del siglo XX, la única forma de llegar al punto más al sur de Estados Unidos era un viaje en bote de un día y dependía del clima y las mareas.
Sin embargo, una impresionante maravilla de ingeniería conocida como la Overseas Highway (autopista de ultramar), que se extiende 182 kilómetros desde el extremo sur del continente a través de 44 islas tropicales con 42 puentes, permite flotar sobre una cadena de bosques de manglares y cayos y llegar a un lugar donde América del Norte se encuentra con el Caribe.
La visión de Flagler
Esta autopista nació como un ferrocarril de ultramar. Fue una creación del visionario desarrollador Henry Morrison Flagler, conocido como “el padre de la Florida moderna”.
Junto con el magnate de los negocios John D. Rockefeller, en 1870 Flagler cofundó la Standard Oil Company, que se convirtió en una de las corporaciones más grandes y poderosas del mundo a principios del siglo XX.
Después de visitar Florida y reconocer su potencial turístico, Flagler invirtió gran parte de su riqueza en la construcción de resorts de lujo que transformaron a uno de los estados más pobres de Estados Unidos en un paraíso durante el invierno para los viajeros del noreste del país.
Sin embargo, no había forma de que los huéspedes llegaran a los complejos turísticos opulentos pero remotos de Flagler. En 1885, el empresario conectó una serie de vías férreas a lo largo de la costa atlántica de Florida desde Jacksonville, en el extremo norte de Florida, hasta Miami, cerca del extremo sur del estado.
Se suponía que Miami sería el final de la línea, pero cuando Estados Unidos comenzó la construcción del Canal de Panamá en 1904, Flagler vio un tremendo potencial para Cayo Hueso, el puerto más al sureste del país y más cercano al canal.
Cayo Hueso fue la ciudad más grande de Florida hasta 1900 y su bullicioso centro estaba floreciendo gracias a las industrias de cigarros, esponjas y pesca. Sin embargo, la ubicación remota de la isla dificultaba y encarecía el transporte de mercancías.
Flagler decidió extender las vías del tren hasta Cayo Hueso, principalmente sobre el mar abierto. Muchos de sus contemporáneos consideraron imposible aquella extensión y sus críticos etiquetaron el proyecto como “la locura de Flagler”.
Entre 1905 y 1912, tres huracanes azotaron la construcción y mataron a más de 100 trabajadores. Sin inmutarse, Flagler siguió adelante. Terminar la obra tomó siete años, US$50 millones (equivalentes a US$1.560 millones de hoy) y 4000 obreros afroestadounidenses, bahameños y europeos, quienes tuvieron que lidiar con caimanes, escorpiones y serpientes mientras trabajaban en duras condiciones.
Cuando finalmente se completó el ferrocarril en 1912, fue calificado como “la octava maravilla del mundo”. En el viaje inaugural del tren, una locomotora de leña llegó a Cayo Hueso desde Miami llevando a Flagler, que entonces tenía 82 años, en un vagón privado de lujo que se exhibe en el Museo Flagler en Palm Beach.
Se dice que supuestamente le susurró a un amigo: “Ahora puedo morir feliz. Mi sueño se ha cumplido”.
Un logro “notable”
“El hecho de que Flagler lo financiara (más de US$30 millones) de su propio bolsillo fue muy notable”, dijo el historiador de Florida Brad Bertelli. “Jeff Bezos o Bill Gates podrían ser capaces de hacerlo hoy. Elon Musk con su SpaceX podría ser la mejor comparación moderna”.
El ferrocarril funcionó hasta 1935, cuando el huracán más mortífero en un siglo arrasó con kilómetros de vías. En lugar de ser reconstruida, la obra maestra de Flagler fue replanteada para secundar el amor de los estadounidenses por los automóviles.
En 1938, el gobierno estadounidense se dispuso a construir una de las carreteras sobre el agua más largas del mundo, basándose en los puentes aparentemente indestructibles de Flagler, que podían soportar vientos de más de 320 kilómetros por hora.
Se pavimentaron los rieles para dar cabida a los automóviles y la recién inaugurada Overseas Highway transformó para siempre los lejanos cayos de Florida en el próspero destino turístico que son hoy.
Paradas para la diversión
Más de un siglo después de que culminara la construcción del ferrocarril, 20 de los puentes originales aún transportan viajeros desde Miami a Cayo Hueso. Se puede hacer el viaje en menos de cuatro horas, pero desviarse en el camino es parte de la diversión.
Una serie de fascinantes paradas ocultas ayuda a los viajeros a apreciar mejor cómo surgió esta obra y su impacto en Florida.
Cayo Largo, 111 kilómetros al sur de Miami, es el más septentrional de los cayos de Florida y una gran primera parada. Los caimanes, las serpientes y otras criaturas acuáticas pueden haber aterrorizado a los obreros de Flagler, pero ahora los viajeros acuden a este cayo, conocido como la “capital mundial del buceo”, para maravillarse por su abundante vida marina.
El Santuario Marino Nacional de los Cayos de Florida, junto al Parque Estatal de Arrecifes de Coral John Pennekamp, atraen a los buzos deseosos de sumergirse en la única barrera de coral viva de América del Norte.
Los lechos de pastos marinos brindan un hábitat crítico para peces, manatíes y tortugas marinas. Sin embargo, la atracción principal es nadar hacia el Cristo del Abismo, una estatua de bronce de Jesús con los brazos extendidos, que tiene casi tres metros de altura y ha permanecido sumergida desde 1965.
La siguiente parada es Islamorada, una comunidad a mitad de camino entre Miami y Cayo Hueso, que alguna vez albergó una de las estaciones del ferrocarril de ultramar. El Museo de Historia proyecta un documental de 35 minutos que destaca la construcción del ferrocarril y los numerosos obstáculos que enfrentó.
El museo también presenta artefactos de la era dorada del tren, incluidos los platos del vagón comedor, así como un menú original que muestra que un bistec de solomillo costaba US$1,60.
Una tarea abrumadora
En 1909, el ingeniero civil William J. Krome estuvo a cargo de la abrumadora tarea de construir una extensión de las vías de casi 110 kilómetros sobre aguas abiertas.
Los equipos de construcción trabajaron día y noche, colocando más de 700 pilotes de soporte en medio del océano, a veces casi nueve metros bajo el nivel del mar, para construir el puente más largo de la ruta. Fueron asistidos por buzos que ayudaron a crear pedestales de hormigón bajo el agua para soportar el peso de las vías del tren.
Desde 1908 hasta 1912, unos 400 trabajadores vivieron en un campamento en Cayo Paloma, una pequeña isla de coral ubicada a 56 kilómetros al sur de Islamorada, mientras construían la parte más desafiante del ferrocarril: el famoso Puente de las Siete Millas, que conecta los cayos medios con los bajos.
Se puede acceder a los restos del antiguo campamento de construcción tomando un tranvía que cruza el puente desde la ciudad de Marathon hasta Cayo Paloma. Una sección de 35,4 kilómetros, la única parte accesible, reabrió en enero de 2022 luego de una renovación de cinco años que costó US$44 millones.
Cerrado al tránsito que no sea de tranvías, el puente ahora es un área segura para quienes quieren andar en bicicleta o patinar 20 metros sobre el agua cristalina u observar la vida marina, como tortugas y tiburones.
Solo cuatro personas viven de forma permanente en Cayo Paloma. La isla de dos hectáreas ahora es un monumento histórico nacional y funciona principalmente con energía solar. También es el hogar de un museo que ofrece visitas guiadas a varios edificios que una vez albergaron a trabajadores y narra cómo era la vida diaria de la tripulación mientras construían el Puente de las Siete Millas.
La influencia del ferrocarril
Quienes conducen hoy a lo largo de la carretera de ultramar saben que el viaje culmina en la boya blanca y negra que marca el punto más al sur de Estados Unidos, más cerca de Cuba (145 kilómetros al sur) que de Miami (212,4 kilómetros al norte).
Muchos visitantes se dirigen a la calle principal de la ciudad, Duval Street, o a la casa y museo de Ernest Hemingway. Sin embargo, vale la pena visitar el pequeño e informativo Museo de la Vela al Ferrocarril.
El museo recorre 500 años de la historia de Cayo Hueso y muestra cómo esta isla tropical evolucionó de ser un refugio de piratas a un centro comercial y a un destino turístico famoso por su ambiente distendido.
Los artefactos de la era del ferrocarril incluyen el carro del pagador que servía como una especie de banco móvil para entregar los salarios a los empleados del ferrocarril. La exhibición de la “octava maravilla del mundo moderno” destaca la evolución del ferrocarril y explica cómo se superó finalmente cada obstáculo al superar los límites de la tecnología de principios del siglo XX.
“Si tuviera que destacar el evento más influyente en la historia de los cayos de Florida, sin duda sería la finalización del ferrocarril de ultramar de Flagler”, dijo Cori Convertito, historiador. “A través de su visión, dedicación, empresa y previsión, los cayos se conectaron, por primera vez, con el continente americano”.
“Las ventajas comerciales y de viaje para los residentes y visitantes de la cadena de islas no se pueden subestimar”, añadió Convertito. Influyó para siempre en la economía de los cayos y abrió la puerta a la industria del turismo que tenemos hoy”.
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