Misterio en la isla de los ricos en Nueva York: un sacerdote asesinado, un reloj de oro y una denuncia de abuso
A casi cuatro años después de la muerte del reverendo Canon Paul Wancura, en Shelter Island, aún quedan más preguntas que respuestas; el desconcierto de la comunidad
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SHELTER ISLAND, Nueva York.- En Shelter Island nunca pasa nada demasiado digno de mención. Encajonada entre la costa norte y la costa sur de Long Island, esas 3200 bucólicas hectáreas del estado de Nueva York son la clase de lugar donde todos se conocen, la puerta del auto se deja abierta, y donde durante 20 años el mayor problema fue la garrapata transmisora de la enfermedad de Lyme.
Pero todo eso cambió en marzo de 2018, cuando al reverendo Charles McCarron le pidieron que averiguara qué había pasado con otro sacerdote, que viajaba un par de veces por semana a una localidad de Long Island como sacerdote sustituto y ese día no se había presentado en la comunidad donde lo esperaban.
McCarron fue hasta la casa de su colega en Silver Beach, un tranquilo y exclusivo barrio de Shelter Island donde muchos ricos de Nueva York tienen sus casas de fin de semana. Cuando estacionó su auto frente a la entrada, notó que la puerta de la cochera estaba abierta hasta arriba. Entró a la casa y empezó a llamar a su colega por su nombre.
“¡Auxilio!”, fue el grito que escuchó como respuesta y que siguió hasta la habitación principal, donde había un gigantesco crucifijo colgado sobre la cama.
Allí encontró al reverendo Canon Paul Wancura, de 87 años, tirado boca abajo entre la cama y la pared sobre el piso de madera, amarrado de pies y manos con precintos.
Wancura, que según creen las autoridades estaba atado desde hacía varios días, fue trasladado en avión al hospital de la Universidad Stony Brook, donde debieron amputarle la mano izquierda. En las semanas siguientes, el sacerdote desarrolló septicemia y a mediados de abril de 2018 falleció.
El hecho consternó a Shelter Island, donde los vecinos solo estaban acostumbrados a delitos menores y no se veía un asesinato desde 1998. Y la gente empezó a murmurar: ¿quién podía torturar de esa manera a un sacerdote octogenario? ¿Qué había detrás de su muerte?
Mientras los vecinos trataban de entender lo que había pasado, una reciente denuncia de abuso sexual contra Wancura sumó una capa de misterio al caso sin resolver, que sigue desconcertando tanto a quienes fueron sus feligreses como a la policía.
Construida en 1729, la Iglesia Episcopal Caroline de Setauket, en la costa norte de Long Island, es la iglesia episcopal más antigua de la zona. Wancura fue párroco de esa iglesia desde mediados de la década de 1970 hasta la década de 1990, y varios de sus feligreses lo recuerdan como una especie de excéntrico bon vivant, un hombre sociable con gusto por la bebida, pero también emocionalmente distante, y con algunas rarezas que causaban impresión, como su impostado acento británico a pesar de ser nativo de Long Island.
La esposa de Wancura había heredado mucho dinero, parte del cual usaron para comprar una casa de fin de semana en Shelter Island, donde finalmente se mudaron al jubilarse. Tras enviudar, el sacerdote mantuvo la discreción y siguió siendo un hombre mayor que se vestía bien y tenía sus particularidades. Un vecino recuerda que a Wancura le gustaba tocar la bocina del viejo convertible de su esposa cuando pasaba frente a su puerta, aunque apenas se conocían.
“En la isla era todo un personaje”, dice el reverendo McCarron. “Iba siempre bien vestido y arreglado, y se hacía notar”.
Recuerdo oscuro
Para la mayoría de la gente, Wancura era un clérigo tradicional, pero entretenido, que se salía un poco del molde. Quienes fueron sus feligresos dicen que era un hombre respetado, pero no necesariamente comprendido y al que en realidad no llegaron a conocer.
Pero Lew Crispin III, que creció en Setauket entre 1975 y 1990 y asistió a la Iglesia Caroline durante gran parte de su infancia, tiene un recuerdo mucho más oscuro del sacerdote. Sostiene que Wancura abusó de él durante años, dentro de la iglesia y en público: cuenta que cuando el religioso despedía a los fieles a la salida de la iglesia “fingía que me estaba dando la bendición, pero aprovechaba para presionar su erección contra mi cuerpo”, relata Crispin.
En agosto pasado, más de tres años después de la muerte de Wancura, Crispin presentó una demanda civil contra tres partes, incluida la Diócesis Episcopal de Long Island y la Iglesia Caroline. Crispin reclama 20 millones de dólares de resarcimiento y afirma que lo alentó a hacer la denuncia un amigo que fue abusado sexualmente cuando era niño en una escuela católica de Manhattan.
“Me cuesta creer que esto solo me haya pasado a mí”, dice Crispin, que ahora tiene 51 años. Lamentó enterarse del asesinato de Wancura: “Quería que fuese preso por viejo de 80 años abusador de niños”.
Testimonio
Crispin creció en ese pequeño entorno de clase media alta de Setauket, pero se sentía un extraño. Su madre era soltera y sufrió un accidente que la dejó severamente discapacitada durante varios años. Dependían de la caridad para llegar a fin de mes. La primera y única vez que le dijo a su madre que había sido abusado fue cuando ya era adolescente. “Me dijo que no me creía y que no volviera a tocar el tema”, recuerda Crispin.
Crispin tardó años en poder volver a hablar. Para entonces, ya era la década de 1990, tenía poco más de 20 años y trabajaba como chef. Una noche fue a cocinar a la casa de un amigo de la infancia en Long Island y recordaba haber bebido un poco de más. Después de la comida, comenzó a hablar con uno de los invitados, una terapeuta de Stony Brook, y la conversación fue girando hacia su experiencia en la Iglesia Caroline.
“Paul Wancura no es un buen hombre”, recuerda haber dicho Crispin, y a continuación tuvo que salir de la casa a vomitar. La terapeuta, que pidió no ser identificada porque aún hoy vive en la zona y a veces asiste a los servicios religiosos de la Iglesia Caroline, confirmó el encuentro con Crispin y agregó que otro sacerdote local, el reverendo Canon John Davis, le confió tiempo más tarde que la Diócesis Episcopal de Long Island estaba al tanto del posible comportamiento abusivo de Wancura. Davis murió en 2005.
La denuncia de Crispin también afirma, sin fundamento, que el asesinato de Wancura de marzo de 2018 fue probablemente un acto de represalia. “Las circunstancias que rodearon esa muerte fueron misteriosas y el crimen no ha sido resuelto, pero hay motivos para creer que la intención del atacante era torturar a Wancura, no robarle”.
El detective Kevin Beyrer, investigador principal del asesinato, dijo que las denuncias de abuso sexual de Crispin no están relacionadas con el caso. “Era un sacerdote muy querido”, dice Beyrer. “Toda la información recabada sugiere que era un miembro muy respetado de la iglesia y de las diversas comunidades de Long Island donde cumplía su misión pastoral”.
Beyrer dice que el crimen podría reducirse a un robo que salió mal y agrega que de la casa de Wancura desapareció un reloj de oro Lucien Piccard Seashark, valuado en 2500 dólares, que no ingresó en las casas de empeño locales.
Casi cuatro años después, sobre la muerte de Wancura quedan más preguntas que respuestas.
Amanda M. Fairbanks
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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