Mindhunter: el agente del FBI que inventó el escalofriante método para entrar en la mente de los asesinos seriales
El agente Ford se llama en la vida real John Douglas, y su forma de perfilar a los “cazadores” fue la inspiración para la atrapante serie de Netflix
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Esta nota contiene spoilers de la serie Mindhunter.
Hablar de asesinos seriales en Estados Unidos es inmiscuirse en una de los temas más escalofriantes del país. Para muchos es el terror mismo: imaginar que alguien, quizás un vecino o compañero de trabajo los observe en silencio, los siga sin sospechas para que luego, en solitario, los torture y asesine.
Diversas historias del estilo han inspirado películas como El silencio de los inocentes o Zodiaco. Aunque algunas están más alejadas de la realidad que otras, la fuente de creatividad descansa en las entrañas de una verdad incómoda que ha convivido con la especie humana desde sus inicios: la tendencia a la ultraviolencia.
En el país norteamericano los registros policíacos sobre asesinos de múltiples víctimas datan de finales del siglo XIX, y se ha vuelto más que popular hablar del tema. La serie de Netflix Mindhunter, dirigida por David Fincher, puso en escena una producción histórica en casi todos sus sentidos. Se sabe que los asesinos en la serie existieron y se sabe lo que hicieron. Lo que no se conocía era la historia del nombre detrás de la agencia que estudiaba y entrevistaba a estos convictos.
Si bien las universidades de psicología y psiquiatría estudiaban casos como el de Charles Manson y su familia, había muy poca información del comportamiento de los “cazadores”, como los llamaba la Agencia Federal de Investigación (FBI, por sus siglas en inglés) antes de 1975.
En esa misma época, en una bodega a 20 metros bajo tierra en una de las oficinas centrales del FBI, en Quantico, se creó la Unidad de Análisis del Comportamiento, un sector dedicado a estudiar y perfilar criminales. Uno de los miembros más prolíficos de la unidad fue John E. Douglas, el primer mindhunter, interpretado por Jonathan Groff como el agente Holden Ford en la serie de Netflix de dos temporadas.
Quién era John E. Douglas
Douglas nació en Brooklyn, Nueva York, en 1945, pero como escribió en su primer libro, vivió en varios pueblos y ciudades entre Texas, California y Montana. Cuando era niño quería estudiar veterinaria.
“De chico, todos los veranos, cuando los demás iban a la playa yo me la pasaba trabajando 80 horas por semana en una granja lechera al norte del estado de Nueva York”, contó en su primer libro, Mindhunter: Inside the FBI’s Elite Serial Crime Unit.
En 1966, fue reclutado en la Fuerza Aérea para ir a Vietnam. Sin embargo, después de una pelea a “puño limpio” contra un compañero en armas, fue enviado a Nuevo México para asistir en un deportivo del ejército. “Mientras a los demás [soldados] les llovían balas yo le enseñaba a jubilados a cargar pesas”, contó.
En 1970 finalmente comenzó el entrenamiento para convertirse en un agente del FBI y tres años después fue asignado a la incipiente unidad.
A diferencia de lo que muestra la serie de Netflix, Douglas no se describe como el sensible agente Ford. “Desde la universidad era un tipo grande, mi primer trabajo fue de patovica en un bar”, escribió en su libro. Su primera asignación en el FBI fue en Detroit, donde tenía que infiltrarse en bares universitarios y espiar a grupos “subversivos”. En esa ciudad lo abuchearon y lo persiguieron, especialmente las comunidades negras que “definitivamente no querían a un tipo de traje con cara de policía”. Después de dos años lo transfirieron a Virginia, donde lo integraron completamente a la Unidad de Análisis.
Un nuevo método
En un viaje rutinario de asesoría a la policía local, Douglas y su compañero, Mark Olshaker -llamado Bill Tench en la serie- decidieron pasar por la prisión estatal Solano, en Vacaville, California, para entrevistar a Edmund Kemper, el “asesino de colegialas”. Una idea que Douglas planteó como posibilidad inédita de entender la mente de estos cazadores.
“Edmund es un tipo grande, en ese tiempo medía 2,03 metros y pesaba 110 kilogramos”, describió Douglas en su libro. “Le encantaba hablar, incluso se llevaba muy bien con la policía de la prisión”, añadió.
Kemper era conocido como el asesino de colegialas porque, en 1974, se entregó a la policía después de que, sin sospecha alguna, acuchilló, estranguló y les disparó a seis estudiantes universitarias para luego asfixiar a una mujer de 59 años, y matar a martillazos a su madre, la persona que más detestaba, según contó él mismo en una entrevista televisada.
“Le corté la cabeza y le quité sus cuerdas vocales”, contó con detalle milimétrico. “Eso parecía apropiado, tanto como ella me maldijo, gritó y chilló por tantos años”, contó el asesino, en tono de víctima, durante la entrevista.
Kemper reveló con detalles precisos qué hacía con sus víctimas: cómo las atraía, las violaba y las asesinaba. Douglas, con su pequeña grabadora, registraba información que le permitió armar una forma de perfilar asesinos en serie, término que él y su equipo utilizaron por primera vez en la historia.
El eco del miedo rebotaba en cada hogar del país. Los motivos de sujetos como Kemper parecían indescifrables. Sin embargo vieron en el método una forma para poder comprender y predecir nuevos ataques.
A partir de eso comenzaron a entrevistar a varios convictos en diferentes cárceles del país. Durante 25 años, hablaron con asesinos como David Berkowitz, Ted Bundy, John Wayne Gacy, Charles Manson, James Earl Ray, Richard Speck, Donald Harvey y Joseph Paul Franklin.
En un principio, Douglas grababa las entrevistas. Sin embargo, se dio cuenta de que el dispositivo intimidaba a los entrevistados, por lo que comenzó a registrar de memoria los testimonios. Desarrolló un proceso empírico, con ensayo y error.
“En un principio les mostraba las fotografías de la escena del crimen, cuestión que a muchos les encantaba ver, pero las reacciones llegaron a ser muy violentas”, recordó el exagente especial. “Descubrí que si me sentaba un poco más abajo que ellos se sentían más cómodos (...) trataba de no reaccionar a las descripciones que me daban para ganar su confianza”, explicó Douglas en entrevista con la BBC Mundo.
La práctica terminó por convertirse en un sistema que, a lo largo del tiempo, se convirtió en un manual que incluía 28 variables diferentes para identificar asesinos en serie. Una guía que aún se usa para entrenar nuevos reclutas de la unidad.
“Empecé con 59 casos en mi primer año, pero para cuando me retiré del FBI estaba trabajando en más de 1000 casos al año”, contó a la BBC.
En 1989, Douglas era el único agente en la Unidad de Análisis del Comportamiento trabajando tiempo completo, el resto ayudaba en su tiempo libre. “Casi todos en la unidad eran instructores principalmente. Yo manejaba 150 casos al mismo tiempo sin ayuda”, contó en su primer libro.
BTK: el caso que nunca resolvió
En la serie de Netflix, cada capítulo abre con una historia secundaria. En una escena se muestra a un hombre blanco, de anteojos grandes y bigote denso. Un trabajador administrativo en algún lugar de Wichita, que poco a poco revelaba una cara oculta y oscura.
Su nombre verdadero era Dennis Rader y hasta que lo apresaron fue presidente de una iglesia luterana en Wichita. Entre 1974 y 1991, se autonombró el asesino BTK por el método que usaba para asesinar sus víctimas: atar, torturar y matar (”Bind, Torture and Kill”).
Por 31 años, Rader logró evadir al FBI y a la policía, y asesinó a diez personas, incluida una familia entera. Las torturas no solo fueron físicas, también disfrutaba de manipular psicológicamente a sus víctimas.
“Era un tipo de ‘cazador’ que acosaba a sus víctimas en su propia casa”, describió Douglas. Agregó que “en su confesión, se mostró realmente orgulloso de ‘su arte’ [refiriéndose a las escenas que dejaba antes de irse de cada crimen]”.
En el informe del FBI sobre Rader, informaron que “se disfrazaba con un vestido y se ponía una máscara blanca con los labios pintados. Le gustaba tomarse fotos dentro de la escena del terror que producía”.
En 2005, un paquete fue enviado a la cadena televisiva Fox, aparentemente del asesino BTK. Dentro del envío había papeles y fotografías, y también tenía un disco. No había mucha información para rastrear de dónde había salido, sin embargo, la policía pudo analizar la metadata del disco y encontrar a Rader.
Fue encarcelado y condenado a diez cadenas perpetuas. “Él fue uno de los pocos que logró parar. Desde 1991 hasta que lo encontraron, no volvió a matar”, reconoció el exagente. La esposa de Rader (con quien estuvo casada por 34 años) confesó que “había señales” pero que nunca pensó que fuera “un monstruo”.
Para Douglas, el caso del asesino BTK tuvo un significado especial. Fue mientras investigaba a este asesino cuando, después de sufrir varios episodios de ataques de pánico, sufrió un desmayo en un hotel en Seattle, por lo que terminó internado en terapia intensiva. Tenía encefalitis, una inflamación cerebral que lo dejó en coma.
Recuperó la conciencia una semana más tarde, pero su cuerpo estaba paralizado. Tardó cinco meses en recuperarse y en 1995, decidió retirarse y escribir su primer libro. Hoy en día es asesor privado, y ha escrito 18 libros, dos de ficción, y el resto, con tintes autobiográficos.
¿Un gran teatro?
En diálogo con LA NACION, Richard Berk, especialista en criminología de la Universidad de Pensilvania, se mostró escéptico ante los métodos desarrollados por Douglas: “No soy un experto en los métodos de elaboración de perfiles psicológicos utilizados por el FBI, pero está claro que no han sido objeto de pruebas científicas rigurosas”.
A mediados de los 90, el ministerio del Interior británico analizó 184 crímenes para ver qué porcentaje de las veces que los perfiles desarrollados por agencias como el FBI o Scotland Yard daban con los perpetradores. Del total de casos, solo cinco funcionaron; en otras palabras, menos del tres por ciento.
Doulgas fue criticado en varias ocasiones por haber despistado a la policía en lugar de ayudarla. La Universidad de Liverpool decidió probar el método que desarrolló el exagente especial del FBI en 100 casos de violación en Reino Unido. El equipo concluyó que “usar 28 variables para identificar asesinos es poco serio”. Y opinó en The New Yorker que “la cantidad de entrevistas que hizo Douglas son poco representativas, hablaban con quien les caía en frente, eso no es riguroso”.
Berk reconoció que “ningún buen departamento de criminología se toma en serio la elaboración de perfiles psicológicos como una ciencia, pero ciertamente es un gran teatro”.
“Basado en hechos reales” es una serie de notas que describe el contexto histórico detrás de ficciones internacionales. En este link podrás acceder a todos los artículos.
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