Cientos de miles de menores de edad atraviesan a pie varios países para llegar a la frontera con EE. UU.; Médicos Sin Fronteras tiene un equipo multidisciplinario que trabaja con ellos al sur de México
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“Espérate que falto yo”. El pedido de la niña sorprendió a la psicóloga Evelin Saucedo, quien acababa de atender a la madre de la pequeña, una migrante que tenía ataques de pánico. La madre respondió que tenían prisa, no había tiempo. Ella y la niña de ocho años habían cruzado seis países a pie, desde Venezuela hasta el sur de México, incluida la peligrosa selva del Darién, entre Colombia y Panamá, que fue transitada por la cifra récord de 520 mil personas el año pasado, según las autoridades panameñas. 113.180 fueron niños. Aún les faltaba recorrer el tramo más extenso: atravesar México de sur a norte y cruzar la frontera hacia Estados Unidos.
La psicóloga mexicana Evelin Saucedo ofrecía asistencia en un puesto de atención para migrantes de la organización de ayuda humanitaria Médicos Sin Fronteras (MSF) en Arriaga, una ciudad en el sur de México ubicada a menos de 300 kilómetros de la frontera con Guatemala.
Saucedo le pidió a la paciente que le diera espacio a su hija. Al igual que ella, la niña merecía tiempo para ser escuchada. La mujer salió del consultorio y la psicóloga quedó a solas con la pequeña. “La niña me dijo que quería aventarse por un precipicio del Darién”, cuenta Saucedo a BBC Mundo en Piedras Negras, una ciudad en el norte de México donde los migrantes asisten a citas con las autoridades estadounidenses o intentan cruzar el Río Bravo irregularmente para llegar al estado de Texas.
No era la primera vez que la niña sentía ganas de suicidarse. “Me dijo que cuando estaba sola en casa, antes de iniciar la ruta migratoria, también había querido lanzarse desde el balcón, pero su hermana la había detenido”.
Saucedo quedó sorprendida por la claridad de su expresión y la conciencia que tenía sobre sus emociones y las de su madre cuando era presa del pánico. Mientras conversaban, la psicóloga concluyó que la niña tenía síntomas de depresión.
Aquel puesto de MSF en Arriaga era un lugar de paso al que acudían los migrantes para pedir calmantes contra los dolores y seguir caminando. Como no podría hacerle seguimiento a la niña, la psicóloga de 35 años le brindó contención y palabras de aliento para que buscara apoyo en el futuro.
Si hubiera tenido un poco más de tiempo, Saucedo le habría hablado del cuento El monstruo de colores y la habría invitado a dibujar el suyo, como lo hace ahora con los niños migrantes que atiende en Piedras Negras.
“Congelados en el tiempo”
Los equipos de MSF en México utilizan este cuento infantil como una herramienta para ayudar a niños migrantes a identificar y asimilar sus emociones en el duro trayecto hacia Estados Unidos. “Mientras los padres están luchando sus propias batallas, los niños se quedan como congelados en el tiempo durante la ruta migratoria”, explica Cristina Vázquez, médica cirujana de MSF en Piedras Negras, una ciudad fronteriza con Eagle Pass en Estados Unidos.
“No dejan los pañales, no aprenden a leer ni escribir. Ves niños de cuatro años que no hablan”, asegura. “A veces las familias creen que el viaje dura un mes y se extiende por uno o dos años, así que los niños no van a la escuela”.
“Aunque tienen que crecer y superar fases, se quedan estancados”. Vázquez cuenta que a veces los niños piden ver al médico porque tienen dolor de estómago o de cabeza. Ella los atiende y si no encuentra una causa clínica para los síntomas, les pregunta cómo se sienten.
“Ahí el niño te responde: ‘Extraño a mi abuelita, a mis perritos, a mis amigos de la escuela’. Y con solo hablarlo comienza a sentirse mejor”, detalla la doctora. “Los niños no tienen los prejuicios de los adultos para hablar de sus emociones”.
Saucedo cuenta que los padres reportan cambios en las conductas de sus hijos durante las consultas. “Dicen que los niños lloran más, no quieren comer o quieren estar junto a sus padres en todo momento porque tienen miedo de quedarse solos”.
En esos casos, la psicóloga les recuerda que prestar atención al comportamiento de los niños durante el trayecto es tan importante como velar por su salud y seguridad.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia ha alertado que los niños que cruzan el Darién con sus familias afrontan peligros como “la falta de agua segura, exposición a riesgos naturales, animales salvajes, robos, abuso y explotación”.
Por su parte, Unicef advierte que los niños migrantes que transitan por México corren el riesgo de ser detenidos, están expuestos a las acciones del crimen organizado y al tráfico de personas, pueden ser víctimas de violencia y discriminación, o pasar hambre y frío sin tener acceso a servicios de salud.
“Raro, confuso, aturdido”
Los equipos de MSF visitan los albergues de migrantes en México y convocan a niños de entre tres y 13 años para que se sienten a mirar juntos el video de El monstruo de colores, escrito e ilustrado por la artista española Anna Llenas.
“Este es el monstruo de colores. Hoy se ha levantado raro, confuso, aturdido. No sabe muy bien qué le pasa”, comienza el cuento.
De pronto aparece una niña que acompaña al monstruo y le advierte que está complicado con las emociones. Por ello, le propone separarlas y poner cada una en un frasco diferente. Cada emoción está representada por un color, que conlleva una forma de sentir y actuar.
El amarillo simboliza la alegría, que es “contagiosa, brilla como el sol y parpadea como las estrellas”, explica la amiga del monstruo. “Cuando estás alegre, ríes, saltas y juegas”.
La tristeza es azul porque siempre “está echando de menos algo”. “Cuando estás triste, quieres estar solo y no quieres hacer nada”, asegura.
La rabia “arde al rojo vivo y es feroz como el fuego que quema fuerte y es difícil de apagar”.
El miedo está representado por el color negro. La niña advierte que el miedo “es cobarde, se esconde y huye como un ladrón en la oscuridad”.
La calma, en cambio, es verde, “tranquila como los árboles”. “Cuando estás en calma, respiras lenta y profundamente, te sientes en paz”.
El monstruo de cada uno
En un albergue de migrantes en Piedras Negras, Saucedo le pregunta a unos 15 niños si conocen El monstruo de colores. Aunque es una historia popular en los primeros años de escolaridad, la mayoría dice que no sabe de qué se trata.
Muchos llevan semanas o meses sin asistir a la escuela. Otros aún no tienen edad para haber empezado.
“Este cuento les dice que se vale tener todas las emociones, sin importar que sean agradables o no, y que identificarlas y sentirlas les ayudará a eliminar esa rareza de la que habla la historia al principio”, explica Saucedo.
Después de ver el video, la psicóloga les propone hablar frente a los demás niños sobre sus propias emociones. Algunos levantan la mano y comparten sus impresiones. “Es común que digan: ‘Yo estoy más de color azul (tristeza) o de color negro (miedo)’”.
En la mayoría de los casos, precisa Saucedo, la tristeza está asociada con los afectos que quedan en el país de origen, mientras que el miedo se debe a vivencias que han tenido durante el viaje o a la incertidumbre ante el futuro.
“Están cansados de caminar y dormir en lugares diferentes, extrañan la rutina que tenían en casa y en la escuela”. La psicóloga les ofrece un espacio de escucha individual a los niños que prefieren mantenerse en silencio durante la actividad.
Al culminar el diálogo, Saucedo dibuja a mano tantos monstruos como niños participen en la actividad y los llama a que coloreen el suyo en función de las emociones que sienten. Y que le pongan nombre. Muchos bautizan a sus monstruos con sus propios nombres.
“Independientemente del estado emocional que traiga cada niño, que puede variar mucho entre ellos, esta historia les permite a todos hacer un reflejo de sí mismos”, asegura la psicóloga de MSF. “Este cuento cumple la tríada: pensamiento, emoción, acción. Nos revela qué pensamos, qué sentimos y cómo actuamos con cada emoción. Y le da a los niños un grado de conciencia sobre su mundo emocional y un espacio para expresarlo”.
Una colección de monstruos
MSF compartió con BBC Mundo cinco dibujos de niños que participaron en esta dinámica en un albergue de migrantes en Piedras Negras este año.
Este monstruo de colores fue dibujado por una niña de diez años. Además de los colores que muestra el cuento, Saucedo destaca que la niña pidió usar otros, como el naranja, el rosa y el morado, para expresar emociones asociadas a la alegría y el amor que identificó gracias al cuento.
“Este dibujo tiene cierto orden y la paciente le dio el peso justo a todas las emociones y todas tuvieron cabida dentro de su monstruo. Esto revela una conciencia”.
En contraste, en el segundo dibujo “la emoción predominante era el miedo”, explica la psicóloga, quien contó que este niño requirió una sesión individual porque rechazó hablar en público. Durante la conversación, “se validó su temor y se le apoyó para que fuera manejable”.
En el caso del tercer dibujo, la niña identificó dos emociones prevalentes: la alegría (amarillo) y la tristeza (azul) y las puso en “relativo equilibrio”, apuntó Saucedo.
En el cuarto dibujo, que pertenece a un niño de seis años, la principal emoción fue la rabia. La psicóloga aclaró que el enojo se debía a “una situación momentánea” por la dinámica con sus familiares durante el viaje.
El último monstruo fue coloreado por un niño de cuatro años, en un ejercicio que muestra que el paciente “identifica e intenta ordenar las emociones de acuerdo a lo que vio en el cuento”.
Saucedo reivindica que este relato presenta al monstruo como un aliado.
“La palabra monstruo puede estar asociada con algo terrorífico para los niños, pero en el cuento descubren que no es así, porque este monstruo tiene emociones y también alguien que le acompaña y lo ayuda”.
En el contexto de la travesía migratoria, que puede ser vertiginosa e impredecible, la psicóloga celebra que se forje un vínculo de confianza entre los niños al compartir esta actividad.
“Este cuento es una primera experiencia que le enseña a los niños qué se hace en un espacio de cuidado de salud mental”.
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