Margaret Sullivan: “Los medios de EE.UU. han aprendido a hablar sin rodeos del racismo y las mentiras de Trump”
La periodista, una de las más respetadas del país, reflexiona sobre cómo han cubierto los medios la campaña del republicano y critica la decisión de The Washington Post por no apoyar a ningún candidato
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WASHINGTON.- Margaret Sullivan creció en los años del Watergate fascinada por el poder de la prensa. Y así fue cómo acabó de becaria en el periódico de su ciudad, The Buffalo News, uno de aquellos orgullosos rotativos locales que solían ser pilares de la democracia de Estados Unidos y que ahora viven tan asediados como la misma democracia.
Cuando en 1999 fue nombrada directora de su diario, se convirtió en una de las primeras mujeres en romper ese techo de cristal en su país. Después, ha roto otros: como defensora del lector en The New York Times y como columnista de medios en The Washington Post entre 2016 y 2022, año en que publicó sus memorias, Newsroom Confindential (Confidencias de la redacción), en las que mezclaba los recuerdos de una carrera de éxito con reflexiones sobre el calamitoso estado de los medios y recetas para su supervivencia. Ahora, alejada de eso que los reporteros llaman “el día a día”, vive en Nueva York, donde trabaja como directora ejecutiva del Centro Craig Newmark para la Ética y la Seguridad del Periodismo de la Universidad de Columbia.
Esta entrevista se realizó ―primero por teléfono― hace semanas y se completó por correo electrónico tras conocerse que el diario The Washington Post (y otros) no apoyaría a ningún candidato ―en la práctica, que no respaldaría a la demócrata Kamala Harris―. Fue una decisión de su dueño, Jeff Bezos, contra el criterio de la redacción. Sullivan reaccionó inmediatamente al anuncio con un artículo en The Guardian, periódico en el que tiene una columna semanal, en el que definía la decisión del Post (y de Los Angeles Times) como “una muestra espantosa de cobardía y de abandono de los deberes públicos [de esos periódicos]”.
En esta conversación reflexiona también sobre cómo ha superado la profesión la prueba de cubrir por tercera vez unas elecciones presidenciales con Donald Trump de aspirante.
–En sus memorias, escribió que EE UU necesitaba que las mejores mentes del periodismo se pusieran a pensar en cómo hacer si Trump volvía a ser el candidato con el mismo denuedo que enfrentan otros retos como diseñar su estrategia digital o cuál es la mejor manera de aumentar la audiencia. Da la impresión de que no le hicieron mucho caso…
–No los culpo. Nadie ―o tal vez, casi nadie― pensaba entonces que pudiera ser candidato de nuevo… Los medios de comunicación no deciden quiénes son los aspirantes, pero una vez que se sabe cuáles son, su tarea es darles voz de una manera justa y equilibrada y también investigarlos adecuadamente.
–¿Cómo definiría el modo en el que se cubrió la primera campaña de Trump en 2016?
–Terrible: le dimos un enorme megáfono. Quedó para la historia la imagen de un atril vacío en directo para una retransmisión de la televisión por cable. Era como decir: “Ven y entretennos”.
–Ocho años después, ¿aprendieron los medios aquella lección?
–Hemos repetido algunos de aquellos errores. Los medios han tendido a establecer falsas equivalencias entre Harris y Trump, cuando no son lo mismo: él es un autócrata en potencia. También ha habido una tendencia a tratar las declaraciones erráticas del republicano como si tuvieran sentido. Se acuñó la palabra sanewashing [que se puede traducir por algo así como blanqueamiento de cordura] para esa tendencia. En las últimas semanas las cosas mejoraron. Han aprendido a utilizar un lenguaje directo, a hablar sin rodeos de sus “mentiras” y su “racismo”, por ejemplo, y a pronosticar qué sucederá durante un segundo mandato de Trump.
–¿Tardó demasiado Harris en atreverse al examen de una entrevista periodística, frente al simulacro de la conversación amable con influencers?
–Se ha comportado de un modo diría que bastante canónico en su relación con los medios. En realidad, solo esperó un par de semanas para empezar a conceder entrevistas y, a partir de entonces, ha dado muchas, tanto a medios tradicionales como CNN como a otros más pequeños o especializados. Apreciaría que hiciera una declaración contundente sobre la importancia de la libertad de prensa, porque no la he visto hacerla. En general, creo que ha gestionado la relación de una forma aceptable.
–El eslogan de The Washington Post dice que “la democracia muere en la oscuridad”. ¿Ha muerto también un poco en estos días a raíz de la decisión del Post, y de otros medios, como Los Angeles Times, USA Today o Tampa Bay Times, de faltar a la tradición de apoyar a uno de los candidatos?
–Estamos asistiendo a una abdicación muy lamentable de la responsabilidad de estos periódicos con la opinión pública, especialmente teniendo en cuenta la historia de ambos [el Post y el LA Times] y el hecho de que ambos apoyos a Harris estaban planificados y listos para hacerse públicos hasta que de pronto los propietarios decidieron hacer lo contrario.
–En su libro prefiere definir a los medios tradicionales como “prensa basada en la realidad”. ¿Era la responsabilidad de esa prensa trabajar para que Trump no salga elegido?
–No es nuestro papel decir quién debería ser presidente y quién no, sino dar a los votantes la información que necesitan para tomar una decisión informada. Se trata de poner énfasis en los hechos, y de no tratar a los candidatos con equidistancia. No son iguales. Trump está condenado por 34 delitos graves, y tiene pendientes otros tres juicios.
–No es fácil trabajar a partir de los hechos cuando una mitad de la población, más o menos, los pone en duda…
–Eso es verdad. Y se debe, al menos en parte, a la maquinaria mediática de la derecha, que sirve tan bien a Trump y compañía. Fox News y sus sucedáneos funcionan como una maquinaria de propaganda.
–¿No lo es también en cierto modo la prensa liberal de las ideas demócratas?
–Esa prensa no se acuesta con la izquierda, a la que también critica e investiga. Que millones de personas, pongamos que un tercio del país, desprecien a la prensa convencional es un gran problema, al que se suma la desaparición de los periódicos y la prensa locales...
–¿Son asuntos relacionados?
–Sí, porque eso ha eliminado una cierta base común de realidad que necesitamos para funcionar como ciudadanos. Si los nuevos medios de la derecha han triunfado es porque la prensa tradicional ha perdido de vista cómo piensan y qué les preocupa a quienes viven lejos de los grandes centros urbanos. Tras las elecciones de 2016, hubo ajustes, como la creación de una Mesa de América en el Post, un esfuerzo para informar más allá de Washington, Nueva York y Silicon Valley. También es verdad que cuando esos medios de las grandes ciudades aparecen y hacen sus historias no siempre responden a las preocupaciones de la gente.
–En su libro, relaciona el cierre del segundo periódico de Búfalo con el de una acerera. Lo segundo suele relacionarse con el desencanto que aupó a Trump la primera vez. Es como si considerara que ambas cosas están relacionadas con ese ascenso.
–Todo está entrelazado. Es una realidad que muchos estadounidenses de clase trabajadora se sienten marginados. El Partido Demócrata no les ha hecho sentir que no son una prioridad. El ascenso de Trump no surgió de la nada. Tampoco el de los medios de derecha como Fox News. El declive de los periódicos locales es uno de los factores que nos han llevado a donde estamos hoy.
–También propone dejar de hablar de periodistas políticos para pasar a llamarlos “periodistas gubernamentales en Washington”.
–Sería de gran ayuda. Así la gente no se llevaría a engaño. También sería bueno dejar de cubrir la política como si fuera una carrera de caballos para centrarse en conseguir que el poder rinda cuentas y en fiscalizar al Gobierno de manera precisa, justa y asertiva.
–¿Diría que la prensa en Washington es demasiado cómplice del poder?
–Sin duda. En Washington se practica mucho eso que llamamos “periodismo de acceso”. Hay mucho coqueteo entre prensa y Gobierno, demasiado roce. El momento en el que más se manifiesta, como un acto realmente vergonzoso, es en la cena de corresponsales de la Casa Blanca, una velada en la que todos comparten una gran sala, beben juntos y se dan palmadas en la espalda. ¿Y luego se supone que debemos creer que estos periodistas van a exigir cuentas a estos responsables políticos? Me he negado a ir siempre a esa cena.
–¿Qué ejército va ganando en las así llamadas guerras de la objetividad que se libran en el periodismo estadounidense?
–Es difícil saberlo. Creo que si hablas con la gente corriente prefiere una prensa objetiva, que dé más importancia a los hechos que a las opiniones, y que luego ellos ya se formarán sus propios pareceres. Pero ¿qué es la objetividad? ¿Es una idea paternalista, de hombres blancos, de cómo debería ser el mundo? ¿O debe ser más diversa? Los esfuerzos por incluir nuevas voces en las redacciones son realmente importantes por esa razón, porque aportan sus experiencias, antecedentes y puntos de vista. Al mismo tiempo, cuando salen a informar sobre una historia, tienen que hacerlo con mente abierta y recogiendo pruebas e incluso informando en contra de sus propios prejuicios. Creo que eso es realmente importante. Así que no sé quién está ganando esa guerra. Personalmente, prefiero usar palabras como “imparcialidad”, “precisión” o “buena información” antes que “objetividad”.
–Da la impresión de que ahora es peor momento para defensora del lector en The New York Times que cuando usted desempeñó el cargo.
–Es un puesto que ya ni siquiera existe, me entristeció cuando anunciaron que prescindían de él. Y al mismo tiempo, entiendo por qué a los jefes no les gusta. Supone darle a alguien mucho poder e influencia. Alguien cuyo punto de vista no conoces bien hasta que no empieza el trabajo. Y una vez comienza, ya no te puedes echar atrás...
–Me refería más bien a cuánto se han recrudecido algunas batallas ideológicas, y lo que supondría mediar en asuntos como la cobertura de la guerra de Israel en Gaza o los derechos de las personas trans en una redacción en la que el choque generacional parece evidente…
–Bueno, lo que pasa es que el Times es un lugar con mucho drama. Siempre parece que vive sus momentos más agitados y controvertidos. Es algo que viene con el puesto.
–En sus memorias propone un plan de salvamento de la “prensa basada en la realidad” de cuatro puntos: reorientarse hacia la defensa de la democracia (y no a la búsqueda de clics), neutralizar a quienes esparcen mentiras y teorías de la conspiración, proteger el periodismo local... Me interesa el que habla sobre la educación de la opinión pública. Habla de “alfabetización informativa”.
–Creo que sería bueno que se enseñara en los colegios distinguir los hechos de las mentiras, una web falsa de una organización periodística real, y la inteligencia artificial de una historia que alguien ha reporteado. Si no intentamos todo eso, no podemos rendirnos y decir: “El mundo está muy mal informado y eso nos conduce a una autocracia”. No tendremos excusa.
–¿Cree en la utilidad de la inteligencia artificial para el periodismo?
–Puede tener sus usos, pero no creo en su empleo sin moderación ni supervisión humana.
–¿Ha mejorado la profesión desde aquellos años en los que usted se enamoró de su idea, con el escándalo del Watergate?
–Siento ofrecer una respuesta tan débil, pero creo que es mejor en algunos aspectos y peor en otros. Ha mejorado en cuanto a que es mucho más diversa y llega a más gente, gracias a internet. El lado oscuro de eso es, claro, la desinformación, y la propaganda que adquiere forma de noticia. Por otro lado, ya lo hemos comentado: la crisis del periodismo local también es una crisis de información de la ciudadanía. Así que hay grandes mejoras, pero también pérdidas muy trágicas.
Por Iker Seisdedos
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