A Juana Benal se la llevaron del bosque de Chapultepec 1 de octubre de 1995, cuando tenía tres años; sus padres jamás dejaron de buscarla, pero fue la joven quien logró ubicar a su familia
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En México, un país con más de 110.000 personas desaparecidas según cifras oficiales, se dan también algunos casos con final feliz que suponen un pequeño rayo de esperanza para tantas familias de que algún día podrían reencontrarse con sus seres queridos. Es lo que le pasó a Lorena Ramírez, cuya hija Juana desapareció hace nada menos que 27 años y que, hace poco más de seis meses, volvió a abrazar.
Pese a todo el tiempo que pasó, la mujer asegura que jamás perdió la esperanza de encontrar a aquella niña de tres años y que nunca pensó que no siguiera con vida.
Y aunque ahora a sus 50 años mira hacia el futuro con optimismo, las lágrimas corren por sus mejillas inevitablemente al recordar cómo fue su vida sin su hija y sin saber qué sería de ella. Fuerte y seria, Ramírez reconoce que aquello le marcó la vida para siempre, al punto de “vivir por vivir” y de convertirla en una mujer más fría y dura.
Después de que su reencuentro el año pasado lograra gran repercusión en México, Ramírez compartió con BBC Mundo su historia, cómo es su relación con su hija meses después de reencontrarse y cómo se plantea recuperar sus vidas juntas de aquí en adelante.
Este es su testimonio.
Hasta aquel 1 de octubre de 1995, nosotros éramos una familia normal. Nuestra hija Juana había nacido tres años antes y fue toda una felicidad. Ella creció como cualquier bebé. En casa era muy habladora, pero fuera era muy arisca con la gente. No se iba con cualquier persona.
Recuerdo todo de ella. Le encantaba cantar la canción “De América yo soy” y le gustaban mucho las chuletas fritas. Pero fue una etapa muy corta… uno no sabe lo que puede pasar. Pero esos tres años como hija la disfrutamos lo más que pudimos.
Aquel día de 1995 decidimos ir a pasear al bosque de Chapultepec en Ciudad de México con mi marido, Juana y mis otros dos hijos mayores que ella, y familiares de mi marido. Entramos al zoológico, después nos sentamos a comer y mis hijos jugaron… todo transcurrió normalmente.
Pero cuando nos íbamos a marchar, mi esposo traía a mi hija pequeña agarrada de la mano derecha y yo de la mano izquierda. Hicimos como un círculo para despedirnos de las otras personas y yo solté a mi hija un momento. Resulta que mi esposo también lo hizo y, enseguida, vi que ella ya no estaba. No sé si era una corazonada de madre, pero yo di por hecho en ese momento que me acababan de robar a mi hija.
Fui corriendo a una de las puertas del bosque y pedí que cerraran todos los accesos, pero el policía me dijo que no porque a esa hora salía todo el mundo del zoológico y no podía hacerlo.
Entré gritando, pero fue en vano. Esperamos a que cerraran la última puerta del bosque, pero mi hija nunca apareció.
Fuimos a denunciar lo que había pasado ante las autoridades, pero me dijeron que tenía que esperar 72 horas porque quizá aparecía por ahí. Yo les dije que no podía hacer eso porque era una niña de tres años. Ella no se había ido por ahí porque quiso. No la iba a encontrar.
Ahí empezó mi calvario. La muerte en vida.
La búsqueda
Por más que buscaba en los medios que gente me escuchara, desgraciadamente es imposible cuando se es muy pobre y no se tienen medios ni recursos. Pocas personas me ayudaron a excepción de mis vecinos, que se unieron para hacer volantes con la foto de mi hija, pegarlos y distribuirlos.
Pasó una semana y yo ya estaba desesperada. No sabía qué hacer ni dónde acudir. Yo gritaba, lloraba e imploraba, pero nadie me escuchaba. Mi marido era albañil y yo lavaba y hacía quehaceres en casas. Desde entonces, dedicamos nuestro tiempo también a buscar a Juana.
Una vez, me encontré a una chica que pasaba por lo mismo y me invitó a una fundación de niños robados. Cuando entré y vi todas las paredes tapizadas de fotos de niños robados, pensé ¿qué está pasando? Si a ellos no los encontraron ¿qué va a pasar con mi hija?
Y pues así pasó el tiempo. Siempre le di difusión al caso de mi hija y empecé a pedir que se hicieran sus retratos de reproducción con la imagen que tendría en ese momento. Pero, aunque a mí me habría gustado que la vida se hubiera detenido para todos, la vida sigue.
También en mi familia, donde mis hijos iban creciendo. Sin embargo, desde entonces se acabó celebrar Navidades, Reyes, festejos de cumpleaños, día de las madres… Yo siempre les decía que no había nada que festejar.
Incluso me decían que iban a bailar en los festivales de la escuela y yo les decía que no iba a ir. Ellos decían que no tenían la culpa de lo que pasó, y era verdad. Por suerte, mis hijos nunca me han reclamado nada.
Empezaron a pasar los años, y yo tuve otras dos hijas. Pero cada vez que llegaba el cumpleaños de Juana, yo le pedía mucho a Dios que ella estuviera bien y que me diera la oportunidad de volverla a ver.
El tiempo seguía pasando pero yo nunca, nunca, perdí la fe de encontrarla con vida. Siempre me preguntaba qué sería de su vida, si se parecería a mis otras hijas, si tendría niños… Todo eran preguntas sin respuesta. Así pasaron 20, 21, 22 años…
Muchas veces salí fuera de la ciudad para conocer a personas que se le asemejaban, o que habían visto el anuncio y pensaron que podían ser Juana. Conocí muchas historias de diferentes chicas. Pero no, no eran ella.
El reencuentro
Hace tres años mi esposo falleció. Estuvimos 31 casados. Fue una pérdida muy grande. El día que falleció, le dije: “Ya que estás del otro lado, buscala. Y si puede ser en un sueño, vení y me decís dónde está”.
Después, en julio del año pasado, yo me enfermé. Estuve muy mal y me tuvieron que operar. Pero antes, hablé con una de mis hijas y le pedí que si algo pasaba y llegaba a fallecer, que ya dejara la búsqueda.
“Si yo no la encontré, creo que vos menos. Dejá las cosas como están, sigan su vida y que esto no las detenga de ser felices. El dolor y la pena son mías y me las voy a llevar yo”, le dije.
Estuve gravísima pero, gracias a Dios, todo salió bien. Me operaron el 11 de julio y para el primero de agosto, me enviaron un mensaje de alguien que había publicado en una página de personas que buscan a sus familias y que decía: “Soy Juana Bernal y busco a mis padres biológicos”.
El impacto fue grandísimo, no sabía qué hacer. Empecé a llorar. Una de mis hijas la contactó y le preguntó cómo sabía que era Juana. “Porque la persona que me robó me dijo que me llamaba así y que me había encontrado en el bosque de Chapultepec”, le respondió.
Se intercambiaron fotos actuales y mi hija me las mostró. Quedé impactada. Sabía que era ella porque se parece mucho a mis otras hijas. No había duda.
Yo estaba recién operada y no podía salir de casa, pero mis hijos se encontraron con ella solo tres días después de que supimos del anuncio. Ella les contó que sí recordaba a su papá y a sus dos hermanos, mis hijos mayores.
Ellos me dijeron que Juana quería verme. Tanto la mente como el corazón me decían que sí, pero algo me decía que me tranquilizara, que me relajara. Estaba nerviosa, me sentía mal… o sea, todas las emociones se me juntaron. Pero les dije que sí, que viniera a casa.
Cuando abrió la puerta, me paré y ella entró. El abrazo después de 27 años… Me vio y me dijo: “Sos mi madre”. “Sí. Vos también sos mi hija”, le respondí. “Gracias por la oportunidad de volverte a ver”.
Las preguntas
Y pues de ahí vinieron un sinfín de preguntas de ella. “¿Por qué no me buscaste?”, me dijo. “No, aquí están todas las pruebas de que nunca dejé de hacerlo”, le respondí. Yo también le pregunté cómo había descubierto qué pasó y cómo me encontró.
Juana dice que recuerda cómo aquel día en Chapultepec estaba agarrada a nosotros, y al soltarse, la tomaron de la cintura. Cree que la durmieron y que el señor la llevó cargando. Cuando despertó, estaba en una casa con tres niños.
El señor le dijo: “Ellos van a ser ahora tus hermanitos”. Ella le dijo que quería a su papá, y ese hombre le respondió que él iba a serlo. Después lloró y lloró hasta que la venció el sueño.
Al año siguiente, la fueron a registrar. Lo hicieron con el nombre de Rocío, con fecha del 1 de octubre del 92. Anotaron el día y la misma hora en que me la robaron, junto al año real de su nacimiento.
Juana creció en la ciudad de Toluca. Dice que con 7 años ya cocinaba, era golpeada por la señora de la casa, tenía que dar de comer a los animales y limpiar antes de ir a la escuela. No jugaba con amigos… así fue su vida.
A los 17 se fue de esa casa y se casó. Pero hasta entonces, aquellas personas siempre la discriminaron. Hacían que era su familia, pero no. Era como que la que habían encontrado en la calle.
Hasta que ella le preguntó a la señora si ella no era su mamá, quién era. Le respondió que la habían abandonado en Chapultepec y que ellos la recogieron. Y ahí fue que le dijo también cuál era su verdadero nombre: Juana Bernal.
Hace como ocho años, mi hija buscó en internet y encontró el caso con su nombre, pero no supo dónde llamar. Juana vio cómo el bebé que acababa de tener entonces se parecía mucho a la niña de la foto, a ella.
Entonces fue a decírselo a la señora, pero ella le respondió que jamás iba a encontrar a sus padres porque ellos no la querían. Y fue entonces que se decidió a poner ese mensaje en la página de búsqueda de familiares.
Entonces yo tenía claro que era mi hija, pero faltaba el estudio de genética. Sé que es muy difícil, pero la vida nos la puede jugar y el resultado decir que no era ella, ¿no?
Aquel día llegamos las dos a la Fiscalía y empezaron a leer los resultados de la prueba. Yo estaba muy nerviosa, y fue entonces que dijeron “es un 99,9% positivo, son madre e hija”. Abracé a mi hija, la bendecí y le dije: “Gracias porque después de tantísimos años sin saber de vos, Dios nos da la oportunidad de estar juntos nuevamente”.
La vida a partir de ahora
Han pasado seis meses desde que supimos el resultado y con Rocío, como se hace llamar, nos llevamos bien. Cuando hablamos de ella en casa, todavía nos referimos a ella como Juana. Pero cuando mis hijos hablan con ella, le dicen Chío.
Claro que la relación no es fácil. Así como la perdí un día, así como sufrí, así nuevamente la encontré. No digo que estoy sufriendo, pero es difícil porque no la conozco por completo. Yo perdí una niña de 3 años y ahora encontré una mujer de 30. No viví las etapas de su vida, es una parte que me robaron.
Hoy no sé qué le gusta, qué quiere. Viene su cumpleaños y no sé qué regalarle porque no la conozco. La veo, la abrazo y la beso. Nos mandamos mensajes, le digo: “Hola, mi niña”. Ella igual me contesta: “Hola mami, ¿cómo estás?”. Creo que esto será poco a poco.
Esta Navidad la pasamos juntos. La pasé con todos mis hijos y todos mis nietos, porque Juana tiene dos niños. Pasé una Navidad feliz.
Faltó la pieza principal de esta familia, que es mi esposo, pero sé que él estuvo con nosotros y está feliz porque su familia está reunida. Si él hubiera vivido este momento… ay, lo hemos pensado. Habría sido el hombre más feliz.
Las personas que me robaron a mi hija fueron detenidas en marzo por el delito de desaparición cometida por particular agravado y están en la cárcel.
Hace 27 años yo decía que, si los encontraba, los habría matado. Estaba desgarrada por dentro. Ahora pude tenerlos frente a frente. Y dentro de mí, dije: “Dios mío, los perdono por lo que hicieron”.
Me dañaron, destrozaron mi vida y mi familia. Pero para mí, Dios es amor. La que se va a encargar de ellos es la justicia. Tienen que pagar el daño que hicieron, y pues que Dios los perdone.
Esto marcó mi vida como mamá y como mujer. Era vivir por vivir. Me volví una mujer fría, agresiva. Con mis otros hijos fui muy dura porque estaba a la defensiva por cualquier cosa. Les pedía siempre que se estuvieran donde yo les decía, que no se movieran. Si lo hacían, aunque estuvieran detrás de mí, en ese momento que no los veía… ¿se imagina lo que sentía esos segundos? Te cambia la vida por completo.
Por mi cabeza nunca pasó que no iba a encontrar a mi hija. Pensaba que así como la perdí, cuando menos sintiera, la iba a tener de frente. Y así fue. Pero lamentablemente no todos corren con la misma suerte. Hay infinidad de niños que no han sido encontrados.
Espero que Dios les dé la oportunidad de volver a ver a sus hijos a todas esas madres que sufren así como yo sufrí, porque es la muerte en vida cuando no sabés de ese ser querido.
Ahora me siento feliz y bendecida por Dios. El tiempo perdido con mi hija jamás se va a recuperar, pero ahorita hay que vivir y disfrutar el momento. Si la vida es tan corta que no sabemos qué va a pasar el día de mañana… hay que vivir felices.
Por Marcos González Díaz, corresponsal de BBC News Mundo en México.
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