La trágica razón por la que los edificios de Nueva York tienen escaleras en su exterior
Para muchos es común ver las construcciones ya edificadas que sobresalen por las estructuras externas; pero existe una historia detrás de este estilo que muchos desconocen
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Entre los rascacielos que se erigen imponentes en el cielo, las mezclas de sonidos, olores y experiencias sensoriales que inundan hasta los más apartados rincones, y las particulares situaciones que se presentan en la cotidianidad, las escaleras externas de los edificios son elementos que, en ocasiones, pasan inadvertidos entre los millones de habitantes que transitan por las atestadas calles de Nueva York, Estados Unidos. No es extraño recorrer los pasajes de la Gran Manzana, voltear a mirar a los lados y encontrarse con pequeñas escalinatas conectadas entre sí que, a lo lejos, se fusionan para convertirse en un atractivo más de la arquitectura neoyorquina.
Imperturbables e ignoradas ante la presencia de miradas poco inquisitivas, las escaleras esconden un oscuro origen que se remonta a 1860, cuando una nueva tragedia volvió a azotar a los habitantes de la denominada ciudad que nunca duerme.
Una pesadilla en Elm Street
El fuego no conoce la piedad ni el remordimiento. A su paso todo peligra, hasta lo que tiene cimientos. Consumidoras y asfixiantes, las llamas van arrasando todo lo que encuentran en su camino.
En un pequeño espacio en el que no existen escaleras a la vista, maniobras de escape al fuego o la esperanza de ser rescatados por los bomberos, solamente queda una opción: prepararse para morir. Bien sea por inhalación de humo o porque el fuego se hizo con el cuerpo de una persona, la muerte sobreviene en un estado de miedo, pánico e intenso dolor.
Cuando la única opción de vida se reduce a una simple escalera, es entonces que las aparentemente poco funcionales e inadvertidas escalinatas ubicadas afuera de los edificios cobran un papel trascendental: ser ese elemento decisivo entre la vida y la muerte. Ojalá las 24 familias que residían en una vivienda en el 142 de Elm Street hubiesen tenido la oportunidad de anteponerse a las intensas llamaradas que amenazaban con acabar con sus vidas. Una escalera de emergencia en los pisos más altos, tal vez, hubiese hecho la diferencia.
Diez mujeres y niños murieron esa sombría noche del 2 de febrero de 1860, cuando un terrible incendio que se inició en una panadería del sótano del edificio interrumpió, de manera inesperada, el sueño de sus moradores. Aunque algunos lograron escapar, otros resultaron gravemente heridos y muchos de ellos fallecieron trágicamente en el hecho.
Desde la primera hasta la tercera planta, solo unos cuantos habitantes de la vivienda neoyorquina lograron huir de las llamas con gran dificultad. Sus métodos no se limitaron a hacer uso de las escaleras de bomberos, que solamente alcanzaban el cuarto piso, sino que afectados por el humo que crecía a borbotones y el calor asfixiante decidieron saltar al vacío en busca de salvación.
En el quinto piso, se presentaron casos como el de la familia Storck, a quien el fuego tampoco les dio tregua. Mientras que el padre luchaba por sacar a dos de sus hijos del edificio, su esposa permaneció apoyada contra una de las paredes de la vivienda. Cuando Gasper Storck regresó para rescatarla, el panorama era simplemente desolador, de acuerdo con los artículos noticiosos de la época.
Asfixiada y con su bebé en brazos, la madre de tres niños habría fallecido en condiciones extremas de temperatura. La tristeza que invadió a Storck en ese momento se vio rápidamente opacada por un instinto paternal que le pedía a gritos salvar al pequeño que, de manera imprevista, había sido testigo de la muerte de su progenitora.
Otras víctimas, como la señora Mcbride, fueron dominadas por el fuego y perecieron en medio de un ambiente de pánico y terror. Un informe revelado por el periódico estadounidense The New York Times arrojó que en total 95 personas resultaron heridas, por lo que tuvieron que ser trasladados de urgencia al hospital más cercano.
Pérdidas indescriptibles, quemaduras de alto grado y una ola de ruinas fue lo que quedó tras el pavoroso incendio que le dio la vuelta al mundo y conmocionó a los medios nacionales e internacionales. Eso y la primera ley de seguridad contra incendios de la ciudad de Nueva York.
Una salida de seguridad contra incendios
Pese a que el incendio en Elm Street no fue el primero que se había presentado en la ciudad de Nueva York, sí fue uno de los que dejó más víctimas mortales, y al mismo tiempo, incentivó la promoción de nuevas estrategias para crear salidas de seguridad en caso de que una emergencia como la ocurrida en 1860 volviera a tener lugar.
Tras los fatídicos acontecimientos, el gobierno local aprobó una ley por medio de la cual las viviendas construidas para ocho o más familias debían contar con escaleras o balcones a prueba de fuego. Sin embargo, la decisión no tuvo la acogida que se esperaba por parte de los ciudadanos, quienes se rehusaron hasta el cansancio a instalar salidas de seguridad.
Con la presión hasta el cuello, algunos moradores decidieron implementar escaleras rudimentarias que, evidentemente, no cumplían con los estándares de seguridad y, por el contrario, constituían un peligro para los habitantes.
Entre ires y venires, una ola de progresismo llegó para quedarse en Nueva York. Sería la Ley de casas de vecindad de 1867 la que finalmente regularía y establecería las normas de construcción de propiedades. Las salidas de incendios no podían quedarse fuera de la ecuación, así que la legislación estableció que todas las casas de vecindad existentes o futuras debían tener escalinatas de incendios. Si bien su propósito era benévolo, los resultados terminaron siendo poco efectivos.
Richard Plunz, arquitecto e historiador estadounidense, aclara en su libro A History of Housing in New York City que en la década de 1900: “De una muestra de 2.877 viviendas, 98 no tenían ninguna escalera de incendios y 653 solo tenían escaleras de incendios traseras, que a menudo eran inaccesibles para la mitad del edificio”.
Con la llegada de una renovada Ley de casas de vecindad en 1901, una nueva esperanza se dejaba vislumbrar. Más que una obligación estatal, poseer salidas de seguridad en las viviendas era una necesidad latente. Eso tuvieron que entenderlo, aunque tarde, todos los ciudadanos neoyorquinos. De escalinatas rectas, las propiedades pasaron a tener escaleras que se extendían de lado a lado por los balcones. Atrás quedaron las malas épocas en las que escapar de un incendio por la parte delantera de la casa no era una opción.
Las escaleras en los exteriores de los edificios no solamente hacen parte del estilo urbano de La Gran Manzana, sino que responden a un contexto histórico mucho más complejo en el que las llamas, la muerte y la falta de políticas públicas se erigen como los principales protagonistas.
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