La comunidad de Valmeyer, en Estados Unidos, se convirtió en un ejemplo de solidaridad y unión después de que trabajaron juntos para renacer tras una fuerte crisis
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El pueblo norteamericano de Valmeyer se mudó hace décadas tras sufrir inundaciones devastadoras. Su historia puede tener importantes lecciones para comunidades obligadas a considerar un retiro controlado debido al cambio climático.
En el verano de 1993, el pueblo de Valmeyer, en el suroeste de Illinois, se llevó la peor parte de una inundación masiva cuando, no una, sino dos veces en un mes, la crecida del río Mississippi superó su sistema de defensas. El pueblo quedó sumergido bajo una capa de agua de hasta cinco metros en una crecida que se prolongó durante meses y dañó alrededor del 90% de los edificios.
Ante la necesidad de reconstruir el pueblo y evitar correr el riesgo de otro desastre, los 900 residentes de esta comunidad agrícola muy unida tomaron una decisión audaz: empacar todo y comenzar de nuevo en otro terreno.
En los años siguientes, cientos de personas se mudaron de la llanura aluvial mientras se reconstruía todo el pueblo desde cero en un terreno a poco más de 1,5 kilómetros cuesta arriba. Valmeyer se ha convertido en un ejemplo temprano de una de las formas más radicales en que una comunidad puede adaptarse a un mundo que se calienta: alejar a las personas y los bienes del peligro.
Conocido como retiro controlado o reubicación planificada, este enfoque es visto a menudo como un último recurso cuando no existen otras alternativas. Pero, a medida que los efectos del cambio climático se intensifican, y exponen a más y más personas en todo el mundo al riesgo de inundaciones catastróficas, incendios devastadores y otros peligros naturales calamitosos, la idea de un retiro controlado se abre paso cada vez más como una adaptación viable y necesaria.
“Actualmente hay decenas de comunidades en todo el mundo en proceso de reubicar parte o la totalidad de su infraestructura debido a los crecientes impactos climáticos”, dice A.R. Siders, profesora adjunta en el Centro de Investigación de Desastres de la Universidad de Delaware. Sostiene que muchos más deberán considerar la opción en las próximas décadas.
Es en este contexto que Valmeyer está recibiendo nueva atención casi 30 años después de su renacimiento. Funcionarios locales relatan que son consultados a menudo por gente de otras comunidades de Estados Unidos que consideran abandonar sus terrenos inundables.
Grupos de lugares tan lejanos como Japón y Australia también han visitado Valmeyer en los últimos años en un intento de comprender cómo el pueblo logró una de las reubicaciones más exitosas de su país.
“Valmeyer y su liderazgo en reubicación acertaron en muchas cosas”, señala Nicholas Pinter, profesor de geología y experto en impactos de inundaciones en la Universidad de California, Davis. “Son realmente un ejemplo de libro de texto de cómo un pueblo puede recuperarse, comenzar de nuevo y prosperar después de la devastación”, agrega.
Territorio inexplorado
Ubicado a unos 5 kilómetros de la vía principal del río Mississippi, el Valmeyer original había sufrido inundaciones desde su fundación en 1909, pero siempre reparó los daños y siguió adelante.
La Gran Inundación de 1993, como se la conoce localmente, fue diferente. Las aguas alcanzaron la comunidad a principios de agosto y permanecieron durante días. En ese tiempo, sumergieron calles y campos de cultivo, y se “tragaron” casas y negocios.
Dennis Knobloch, el alcalde de Valmeyer en ese momento, recuerda su estado de shock cuando inspeccionó el área por primera vez en helicóptero. “Fue como volar sobre el océano”, relata. “Lo único que veías eran las puntas de las casas que sobresalía como pequeñas islas. Todo lo demás estaba cubierto”, agrega.
Cuando las aguas comenzaron a retroceder dos semanas después, algunos residentes regresaron a sus casas dañadas para comenzar a limpiarlas, con la intención de regresar a sus hogares. Pero en septiembre se produjo una segunda inundación, lo que colocó a los pobladores de Valmeyer en una trayectoria diferente.
Esencialmente, el gobierno ofreció comprar las propiedades dañadas y permitir que los residentes utilizaran las ganancias para reconstruir el pueblo en un terreno más alto.
Knobloch cuenta que él y otros funcionarios de la ciudad pensaron que era “una idea loca” al principio. Solo un puñado de comunidades más pequeñas había tenido éxito con una estrategia similar, y ningún pueblo había intentado algo así en la escala de Valmeyer.
“No había ningún plan o antecedente que pudiéramos mirar”, dice el exalcalde. “Era un territorio completamente desconocido”. Pero Knobloch señala que, a medida que pasaba el tiempo y aumentaban los daños, la gente comenzó a aceptar la reubicación como la única forma de mantener unida a una comunidad que -de otro modo- se dispersaría.
El pueblo apoyó la idea en una serie de reuniones y, en septiembre, la sometió a votación. Casi el 70% de los residentes dio la bienvenida a la reubicación. “No todos estaban entusiasmados con la idea, por supuesto”, recuerda Knobloch, y añade que “la mayoría de la gente dijo: ‘Sí, queremos salvar nuestro pueblo y haremos todo lo posible para ayudar’”.
“Ese doble golpe tuvo un gran impacto psicológico”, sostiene Knobloch. “Después de eso, la mayoría de la gente dijo: ‘Esto es suficiente. No queremos volver a pasar por algo así’”.
Fue entonces cuando comenzó a tomar forma la idea de una reubicación total. El concepto fue planteado por primera vez por representantes de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias, FEMA por sus siglas en inglés, el organismo principal del gobierno norteamericano para el socorro en casos de desastre.
La propuesta era parte de un programa de mitigación de riesgos establecido recientemente que tenía como objetivo quitar edificios vulnerables del camino de desastres recurrentes.
Un nuevo comienzo
Después de la votación, el proceso comenzó a toda prisa. Se eligió una parcela cercana de unas 202 hectáreas de campos de maíz y bosques. Los residentes se dividieron en comités que trabajaron incansablemente con expertos externos para redactar los planes preliminares del nuevo Valmeyer.
En dos meses, Knobloch ya estaba tocando puertas en todo el país consultando expertos sobre la factibilidad de los planes y solicitando apoyo financiero.
Mientras luchaba por conseguir los $22 millones de dólares necesarios para trasplantar a Valmeyer y los $23 millones para comprar las casas de los residentes, los pobladores utilizaron sus propios ahorros para el pago inicial de los terrenos donde se ubicaría sus nuevos hogares.
Finalmente, los gobiernos estatal y federal prometieron el 90% de la financiación. A mediados de diciembre, solo tres meses después de la votación, comenzó la construcción del nuevo Valmeyer.
“Nadie esperaba ver que las piezas comenzaran a encajar tan pronto”, recuerda Anna Glaenzer, quien -como muchos residentes- se había mudado a un alojamiento temporal proporcionado por FEMA. “Nos dio esperanza de que pronto podríamos volver a ser una comunidad”.
Sin embargo, el impulso inicial pronto dio paso a una serie de reveses. Durante la excavación, se encontraron restos de valor arqueológico que debieron ser preservados. Y los planes tuvieron que modificarse debido a socavones en el sitio de reubicación.
En cierto momento la construcción se detuvo durante cuatro meses cuando se descubrió que algunos árboles eran hábitat de una especie de murciélago en peligro de extinción.
“Fue espantoso”, dice Knobloch, quien mientras tanto había dejado su trabajo como corredor de seguros para dedicarse a tiempo completo a obtener todos los permisos y planes necesarios para crear una ciudad desde cero.
Con la comunidad dispersa, Knobloch señala que el mayor desafío fue mantener vivas las redes sociales. Algo clave para eso fue mantener activas las instituciones de la comunidad como la escuela, las iglesias y los grupos cívicos, que siguieron funcionando a pesar de no tener estructuras permanentes.
A medida que aumentaban los obstáculos, algunas familias abandonaron el esfuerzo y se mudaron a otras ciudades. “Simplemente se cansaron de vivir en casas de remolque o cuartos de familiares mientras esperaban que un campo de maíz se convirtiera en su nuevo pueblo”, relata Knobloch.
Pero el campo de maíz finalmente se convirtió en Valmeyer. Cerca de 700 de las 900 personas que vivían en el pueblo antiguo se trasladaron al nuevo. El proceso tardó unos cuatro años en completarse, menos de la mitad de lo que habían previsto los funcionarios federales.
Pérdida y renacimiento
En estos días, es difícil decir que alguna vez existió un pueblo lleno de vida en la antigua ubicación de la llanura aluvial de Valmeyer. Las calles se han transformado en senderos de gravilla y un puñado de casas alberga a la docena de familias que optaron por quedarse y aún viven allí hoy.
Por lo demás, hileras de plantas de maíz y soya se alzan ahora donde alguna vez estuvieron los edificios. Un kilómetro y medio cuesta arriba, el nuevo Valmeyer es una comunidad residencial tranquila y ordenada, con casas bonitas y apartamentos para personas mayores a lo largo de calles de hormigón suavemente curvadas.
El pueblo tiene su propia oficina de correos, una escuela, una gasolinera, dos bancos, tres iglesias y un restaurante. “Es tranquilo y la vista es impresionante aquí. Es un buen lugar para vivir”, dice Tammy Crossin, una contadora que creció en Valmeyer y ahora vive en el nuevo pueblo.
La contrapartida de la nueva seguridad es que muchos residentes extrañan el carácter del pueblo original. “Es más como un suburbio ahora”, dice Laurie Brown, una funcionaria municipal. Howard Heavner, residente de toda la vida y actual alcalde del pueblo, reconoce que Valmeyer ya no es lo que solía ser. Pero señala que la reubicación le ha dado a la comunidad oportunidades que no habría tenido de otra manera.
Debido a las regulaciones de las llanuras aluviales, explica, no se permitía la construcción de casas nuevas en la ubicación anterior. Dado que la expansión ya no está restringida, la población de Valmeyer ha aumentado a alrededor de 1.300 personas.
Pero aunque el pueblo nuevo parece prosperar, no todo salió como estaba previsto. “La parte comercial nunca se desarrolló de la manera esperada”, dice Heavner. “La mayoría de los negocios se mudaron a las comunidades vecinas después de la inundación porque no podían darse el lujo de permanecer cerrados durante la reconstrucción y, desafortunadamente, nunca regresaron”.
Pinter, el investigador de la Universidad de California, dice que el problema de mantener los negocios es de larga data. “El gobierno tradicionalmente se ha negado a cubrir el costo de trasladar negocios”, dice. “Esto es algo que debe cambiar si este tipo de enfoque va a tener éxito en el futuro”.
Luego de estudiar e investigar más de treinta casos de reubicaciones de pueblos en la historia de Estados Unidos, Pinter atribuye el resultado exitoso de Valmeyer a su capacidad para actuar rápidamente después de la inundación, así como a un liderazgo fuerte y persuasivo.
“Los funcionarios locales dieron a los pobladores que buscaban un hogar permanente una opción viable lo más rápido posible y lograron que no se fueran”, señala. “También generaron un amplio apoyo público para este esfuerzo y se aseguraron de que la comunidad tuviera voz en las decisiones durante todo el proceso”, sostuvo.
Siders afirma que, si bien el retiro controlado está ganando cada vez más popularidad, sigue siendo una práctica agotadora llena de desafíos sorprendentemente complejos en prácticamente todos los niveles. Tampoco es una solución para cada pueblo o ciudad. Sin embargo, afirma, sería sabio que otros líderes comunitarios que consideran esta posibilidad aprendan de las lecciones del pasado.
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