La masacre de Texas, por dentro: una escalofriante checklist, una advertencia y una “carnicería” en un aula de cuarto grado
Un repaso de los testimonios de familiares y testigos y partes policiales permite reconstruir qué pasó el martes en la escuela primaria Robb en Uvalde
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UVALDE, Texas.- La camioneta Ford gris se desvió hacia una zanja con tanta fuerza que las personas que viven en la cuadra asumieron que se trataba de un accidente y corrieron para ayudar al conductor.
En cambio, según relatos de testigos y policías, Salvador Rolando Ramos apareció vistiendo equipo táctico y portando un rifle estilo AR-15 que compró este mes, justo después de cumplir 18 años. Los transeúntes se dispersaron cuando Ramos saltó una cerca, intercambió disparos con un oficial de policía de la escuela y entró por una puerta lateral a la primaria Robb. En el interior, se embarcó en un alboroto mortal que llevó el flagelo nacional de los tiroteos escolares a un aula de cuarto grado en esta ciudad del sur de Texas.
“Ahí es donde comenzó la carnicería”, dijo Steven McCraw, director del Departamento de Seguridad Pública de Texas, en una conferencia de prensa el miércoles.
Las autoridades dicen que el ataque fue parte de una espeluznante checklist que Ramos había compartido en mensajes privados en las redes sociales el martes temprano. El primer ítem era matar a su abuela, que vive cerca de la escuela. Le disparó en la cara, dijeron las autoridades, y luego la consideró muerta mientras se alejaba en su camioneta. “Le disparé a mi abuela”, escribió Ramos en una actualización en Facebook. La siguiente amenaza, según los mensajes, fue “disparar a una escuela primaria”. Minutos después de presionar enviar, alrededor de las 11.30, Ramos se atrincheró dentro de un salón de clases con los 19 estudiantes y dos maestros que mataría.
Esos son los elementos centrales de la cronología, recopilados a partir de declaraciones policiales, relatos de testigos y publicaciones en las redes sociales de las familias de las víctimas. En las horas posteriores al tiroteo, personas cercanas a Ramos compartieron inquietantes intercambios u observaciones sobre él que sugerían que estaba en una espiral descendente, con una vida hogareña miserable, sin posibilidades de graduarse con su clase de último año y un historial de ser víctima de bullying por su manera de hablar y vestir.
Aún así, gran parte de la forma en que se desarrollaron los eventos sigue sin estar clara, incluso si las autoridades no vieron las señales de advertencia o podrían haber intervenido antes para evitar que Ramos llegara al aula. Del mismo modo, hablar de los motivos sigue siendo especulativo, ya que los funcionarios de Texas invocan la “enfermedad mental” y las nociones bíblicas del bien y el mal para dar sentido a la violencia.
El 12 de mayo, Ramos comenzó a enviar mensajes a una chica de California a través de Instagram, preguntándole si repostearía fotos de su arma. La adolescente, que desde entonces compartió los intercambios públicamente, describió los mensajes como aterradores y extraños porque no conocía a Ramos.
La madrugada del martes, horas antes de su ataque, Ramos volvió a enviarle un mensaje a la chica y le escribió “Estoy a punto de...” sin terminar el pensamiento. Él le dijo que tenía “un pequeño secreto” que quería compartir. Ella lo rechazó, diciendo que estaba enferma y que podría estar dormida. “Ima air out”, escribió, un término del argot que significa fotografiar a un grupo de personas o “ventilar” un espacio. Para cuando ella respondió a su último mensaje, Ramos probablemente ya estaba muerto, según el cronograma de las autoridades que dice que fue asesinado alrededor de las 13.
El desgarrador relato de una sobreviviente
El martes por la mañana, Miah, la hija de 11 años de Miguel Cerrillo, llegó tarde a la escuela después de una cita con el médico. Menos de una hora después, comenzó el tiroteo. Cuando los padres escucharon la noticia, dijo Cerrillo, su esposa llegó primero a la escuela para ver cómo estaban sus dos hijas. Dijo que su esposa vio a los padres tratando de romper las ventanas para ayudar a los estudiantes a escapar.
Cuando llegó poco después del mediodía, dijo Cerrillo, se unió a una multitud de agentes del orden, periodistas y un grupo cada vez mayor de padres aterrorizados. Tiempo después, vio a un oficial salir de la escuela cargando a dos niños. Uno de ellos era Miah, viva pero cubierto de sangre. La subieron a un micro escolar amarillo.
“Entré en pánico”, dijo Cerrillo, describiendo cómo corrió hacia el micro pero se le impidió recuperar a su hija. Solo podían hablar a través de la ventana, y Miah describió parte de la violencia que presenció. Cerrillo dijo que su hija vio cómo le disparaban a su maestra, Eva Mireles, y el teléfono se le resbaló de la mano. Miah lo agarró y llamó al 911.
Una de sus compañeras de clase también recibió un disparo, dijo la hija de Cerrillo, y estaba sangrando. Decidió acostarse encima de la niña para que el tirador pensara que ambos estaban muertos. Al principio, su amiga aún respiraba, pero murió antes de que llegara la ayuda, dijo Miah, según el relato de Cerrillo.
El costado izquierdo de su hija, desde el cuello hasta la espalda, fue lacerado por pequeños fragmentos de bala, y su cabello fue chamuscado por los disparos. En el Hospital Uvalde Memorial, los médicos desinfectaron y vendaron los cortes, pero decidieron no retirar los fragmentos. Miah fue dada de alta el martes por la noche y pasó la noche presa del miedo, diciéndole a su padre que buscara su arma porque “va a venir a buscarnos”.
El miércoles, los padres la llevaron a otro control médico y luego a la Iglesia Católica Sagrado Corazón en busca de paz. Encendieron una vela. Dos sacerdotes “oraron por ella y oraron por nosotros”, dijo Cerrillo. Dijo que todavía no había digerido la tragedia.
“Pensábamos que Uvalde estaba a salvo”, dijo. “Ahora sabemos que no es seguro”.
Los muertos
Las últimas revelaciones muestran el horror de una masacre tan grande en un pueblo tan pequeño. La hija de un ayudante del sheriff estaba entre los muertos. Un DJ de cumbia, un mecánico de aviación y un pastor lloraban a los niños asesinados. Dos integrantes de un equipo de básquet femenino murieron y otro resultó herido. Un hombre de Uvalde perdió a tres familiares en el tiroteo.
Además de los muertos, al menos 17 personas resultaron heridas o lesionadas, según autoridades estatales.
El miércoles por la mañana, Cathy González hizo lo que hace todos los días -tomar los pedidos de café, gaseosas y tacos de la gente en Ofelia y cobrarlos-, pero algo faltaba.
“Estos niños, los conocíamos. Conocemos a sus padres, conocemos a sus abuelos”, dijo González. “Los veíamos todos los días”.
Mireles, la maestra asesinada, “era una habitué”, dijo González. También lo era el esposo de Mireles, un policía que trabaja en la escuela secundaria. Otras víctimas venían a menudo, y González dijo que en general les daba monedas de veinticinco centavos para las máquinas expendedoras de chicles del restaurante.
“Compramos sus ventas de platos para equipos de béisbol, o cualquier recaudación de fondos para la escuela que tenían”, dijo. El tirador “nos hirió a todos”.
Cronología del horror
Según la cronología que las autoridades ofrecieron públicamente, una primera alerta provino de la abuela de Ramos, de 66 años, quien sobrevivió y pudo llamar a la policía. Ella permanece en estado crítico después de la cirugía. Una mujer que se identificó como la madre de Salvador Ramos dijo en una breve conversación telefónica que se esperaba que la abuela se recuperara.
A los pocos minutos de dispararle a su abuela, Ramos condujo un par de cuadras hasta la primaria Robb, donde los estudiantes y la gente del vecindario estaban en el almuerzo.
Una pregunta persistente es cuándo comenzó exactamente el tiroteo. Las autoridades están de acuerdo en que el agresor estaba muerto a las 13, pero han ofrecido relatos contradictorios sobre si el ataque comenzó alrededor de las 11.30 o más cerca del mediodía. A las 11.43, la escuela anunció en Facebook que estaba cerrada, citando disparos en el área. “Los estudiantes y el personal están seguros en el edificio”, dijo.
En transmisiones públicas en un canal de radio utilizado por los trabajadores locales de EMS, alguien dijo a las 11.53 que un teniente había pedido una respuesta al área de la escuela. Mientras se discutía la respuesta, se escuchó a un funcionario decirle a los socorristas: “Por favor, quédense atrás”.
El Post revisó las grabaciones del canal que se publicaron en el sitio web Broadcastify. El canal público de EMS no capturó las transmisiones para todas las fuerzas del orden público en el lugar, pero indicó cuándo se transmitió la información a los equipos locales de EMS.
Cuando el atacante estrelló su camioneta, un residente llamó al 911 y dijo que el conductor aparentemente tenía un rifle, señaló Travis Considine, portavoz del Departamento de Seguridad Pública de Texas. El tirador se encontró con un oficial de policía de la escuela e “intercambiaron disparos” y Ramos hirió al oficial y se dirigió al interior de la escuela.
La entrada lateral a la escuela debería haber estado cerrada con llave, pero no estaba claro si lo estaba o si Ramos la abrió a la fuerza.
Entonces aparecieron dos policías de Uvalde, dijo Considine, e intentaron entrar, intercambiando más disparos con Ramos. Ambos oficiales resultaron heridos, dijo. Luego, el atacante fue a un salón de clases de cuarto grado, donde se atrincheró y “hace la mayor parte, si no todo, del daño”. Un equipo de la Patrulla Fronteriza acudió al lugar, al igual que otros agentes del orden público, que “rompieron ventanas y sacaron a los niños”, dijo Considine.
A las 12.10, una transmisión en vivo de Facebook grabada en el frente de la escuela mostró que los autos de la policía habían establecido un perímetro, los helicópteros sobrevolaban y los espectadores se habían reunido. Siete minutos después, las autoridades escolares anunciaron en las redes sociales que había “un tirador activo en Robb Elementary”.
Los disparos aún se escuchaban a las 12.52, según grabaciones de radio. “No intentes acercarte”, advirtió una voz en el canal EMS.
Después de escuchar los disparos, dijeron las autoridades, un equipo táctico se formó y finalmente rompió la puerta del salón de clases y mató a Ramos en un tiroteo. El agresor estuvo en la habitación durante algún tiempo antes de que entraran los policías, y no estaba claro si mató a los estudiantes cuando se atrincheró por primera vez o justo antes de que la policía irrumpiera en la habitación.
A las 13.06, la Policía de Uvalde anunció en las redes sociales que el ataque había terminado.
“Vimos a una niña llena de sangre y los padres gritaban”, dijo Derek Sotelo, de 26 años -quien dirige Sotelo’s Auto Service and Tire Shop, un negocio familiar que ha estado en el centro de Uvalde desde 1950- de una estudiante que salía de la escuela después de que mataron a Ramos. “Fue una escena fea”.
Desesperación afuera de la escuela
Flanqueando al gobernador, el republicano Greg Abbott, en una conferencia de prensa el miércoles, los agentes de la ley de Texas reconocieron un “fracaso” en la prevención del tiroteo, pero enfatizaron repetidamente que la reacción rápida de las autoridades probablemente salvó vidas.
En Uvalde, con una población de alrededor de 16.000 habitantes, la noticia del tiroteo se difundió tan rápido que decenas de personas se habían reunido frente a la escuela acordonada antes de que terminara el tiroteo. La mayoría eran padres o familiares de estudiantes, desesperados por saber que estaban a salvo. Las solicitudes de información aparecieron en Facebook, junto con fotos de niños sonrientes que sostenían certificados de una ceremonia de entrega de premios ese mismo día.
“El nombre de mi hijo es Rogelio Torres”, dijo un padre, con el rostro demacrado, hablando con un reportero de la televisión local. “Por favor, si sabes algo, háznoslo saber”. En cuestión de horas, el hijo de Torres se convirtió en uno de los primeros niños muertos confirmados.
Javier Cazares estaba haciendo un mandado cerca de la escuela de su hija de 9 años cuando se enteró de una conmoción cerca de Robb.
En cuestión de minutos, dijo Cazares, él y al menos otros cuatro hombres que tenían hijos en la escuela estaban apiñados cerca de la puerta principal del edificio. Entonces los padres comenzaron a escuchar disparos provenientes del edificio.
“Había cinco o seis padres, escuchando los disparos, y [los oficiales de policía] nos decían que retrocediéramos”, dijo Cazares. “No nos preocupamos por nosotros. Queríamos asaltar el edificio. Decíamos: ‘Vámonos’ porque así de preocupados estábamos y queríamos sacar a nuestros bebés”.
No fue hasta varias horas después, luego de que su hija nunca saliera del edificio, que Cazares se enteró de que Jacklyn había recibido un disparo y luego murió en el hospital.
A medida que avanzaba el día, los detalles se volvieron insoportables. Afuera de un centro cívico local que se convirtió en un lugar de reunión para las familias, los testigos describieron haber escuchado gritos cuando las familias recibieron la confirmación de la muerte de los niños. A algunos familiares se les pidieron muestras de ADN para ayudar a los investigadores a verificar las identidades. Las imágenes del exterior del centro mostraban a familias de ojos rojos llorando y abrazándose.
Cuando el sol comenzó a ponerse el martes por la noche, John Juhasz estaba dentro del gimnasio en la Iglesia de Cristo de Getty Street, dando la bienvenida a las personas que venían a orar. “Solo estamos tratando de animarnos unos a otros y tratando de superar esto”, dijo.
Erika Escamilla, de 26 años, dijo que esperar noticias sobre su sobrina y dos sobrinos que asisten a esa primaria fue como una tortura. Un par de horas después del tiroteo, se reunieron. Su sobrina, de 10 años, le dijo que el tiroteo ocurrió en el salón de clases contiguo al suyo.
La clase de la niña acababa de regresar del recreo cuando escucharon a un hombre maldecir y gritar, y luego disparos. Su maestro los empujó al salón de clases y les dijo que se agacharan, dijo Escamilla. Luego, la maestra apagó el aire acondicionado y las luces, y comenzó a cubrir las ventanas con papel. Cuando los niños finalmente fueron llevados a un lugar seguro, la sobrina de Escamilla vislumbró la horrible escena en el salón de clases de al lado.
“Está traumatizada. Dijo que sentía que le estaba dando un infarto”, dijo Escamilla. “Ella vio sangre por todas partes”.
Por Arelis R. Hernández, Hannah Allam, Razzan Nakhlawi y Joanna Slater
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