La leyenda latina que llegó al béisbol de EE.UU. por US$4000, lo enseñan en las escuelas de Florida y murió en una tragedia
Fue el primer jugador de este deporte de origen latino en ser ingresado al Salón de la Fama; falleció en un siniestro aéreo cuando viajaba a Nicaragua para entregar una donación
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Los años 60 en los Estados Unidos marcaron un momento bisagra. Las leyes segregacionistas estaban todavía vigentes, pero algunas potentes voces comenzaron a alzarse contra el espanto. Quizás, la más conocida de ellas fue la del pastor evangélico Martin Luther King Jr., asesinado por sus prédicas en repudio a la guerra de Vietnam en el año 1968. Esas personalidades destacadas tuvieron en el béisbol un ineludible referente: el pelotero portorriqueño Roberto Clemente, considerado el mejor jugador latino en su puesto, pero por sobre todo, un verdadero estandarte en la lucha contra el racismo.
Filántropo y de honda vocación humanista, Clemente aprovechó en aquellos tiempos su gran popularidad para transmitir un mensaje contestatario, que no se traducia sólo en palabras, sino que también tenía su correlato en acciones concretas. En las vísperas del año nuevo de 1972, cuando se dirigía a Nicaragua para entregar provisiones tras el devastador terremoto de Managua, El Grande perdería su vida junto a todos los otros tres tripulantes de la aeronave.
En ocasión de los 50 años de su deceso, El Beto fue declarado héroe nacional por el parlamento nicaragüense, “por su humanismo y solidaridad”. El Parlamento de Puerto Rico decidió que se enseñe la vida y obra de Clemente en los colegios del país. Algo similar ocurrió en Florida, Estados Unidos, donde se aprobó para el uso estudiantil el libro “Roberto Clemente: el orgullo de Pittsburgh Pirates”, en las escuelas públicas del condado de Duval.
Con todo, el reconocimiento en Estados Unidos, coinciden los especialistas, no le fue debidamente retribuido en vida. Después de todo, había muchos prejuicios que romper.
Un luchador
Nacido en Carolina, Puerto Rico, Roberto Clemente Walker fue el menor de siete hermanos. Su padre, Melchor, trabajó en una plantación de azúcar, y su madre, Luisa, estaba a cargo de un comercio cárnico. Gracias a ella, se apasionó por el béisbol.
Su afición por el deporte empezó desde joven con el atletismo. Practicó jabalina y salto en alto. Después del colegio secundario, empezó a jugar al béisbol en la liga invernal de Puerto Rico. El talento de Clemente llamó la atención de los Dodgers. Tempranamente, en el draft de novatos de la Regla 5, los Piratas adquirieron a Roberto por 4000 dólares.
En sus comienzos en la MLB, resistió a los vilipendios por su color de piel y por su pobre dominio del idioma inglés. Nunca calló. Orgullosamente portorriqueño, el lenguaje se convirtió en un refugio para él. No se preocupaba por tener una perfecta dicción de inglés, ni ocultaba sus raíces: se jactaba de ellas. Por eso, antes que Bob, siempre prefería ser llamado, lisa y llanamente, Roberto.
Su fase defensiva es harto recordada, aunque el registro fílmico atente contra la leyenda. Sus atrapadas buriendo el jardín o tirándose al enrejado son parte de su reputación. Su poderoso brazo le valió el apodo de meteoro.
Deportivamente, su legendario tiro en la serie mundial de 1971 ante Baltimore lo ubica en un lugar de privilegio. Cuando el partido estaba empatado 2 a 2, ensayó un disparo prácticamente sin distancia, y la pelota alcanzó los 300 pies. La proeza forzó el séptimo juego y derivó en el triunfo para Pittsburg. Clemente se coronó MVP de la serie. Sería su última temporada en las Grandes Ligas, antes de su trágico final.
En Puerto Rico, fue una verdadera celebridad. La boda con su esposa Vera, el 14 de noviembre de 1964, concitó la atención de miles de personas que acompañaron a los novios durante su procesión. Tuvieron tres hijos: Roberto Jr. (1965), Luis (1966) y Enrique (1969). Custodia de su legado, la viuda viviría hasta 2019.
Infravalorado
Aunque en sus primeras temporadas en la MLB su participación fue destacada, su promedio de bateo superó los 300 recién en 1960, cuando los Pittsburg derrotaron a los Yankees de Nueva York, en la serie mundial. Sin embargo, no recibiría la debida atención recién hasta 1971, a pesar de ser el jugador más dominante de las Grandes Ligas en los años 60. Lejos de cualquier obediencia, la personalidad contestaria de Clemente, tal vez, conspiró contra su reconocimiento.
En 1961, decidió no portar su anillo de campeón por sentirse “ignorado”. A lo largo de su carrera, ganaría cuatro títulos individuales de bateo en los juegos de las estrellas. En su último partido, llegaría a los 3000 hits, para posicionarse en el selecto grupo de bateadores con dicho récord.
Su foco estaba puesto en defender la igualdad en el trato hacia los jugadores latinoamericanos en la MLB. En su llegada a la liga, en los años 50, los jugadores latinos sólo representaban el 3,7% del total de los jugadores de la MLB, y los afroamericanos, un 5,6%, según la Society for American Baseball Research. Debido a las restricciones segregacionistas, no podía comer en el mismo restaurante que sus compañeros blancos, por quienes se sentía marginado. Habitualmente, debía comer en el micro por esa restricción. No siempre lo aceptó, e instó a que los compañeros de su mismo color hicieran lo mismo que él.
Su hijo Clemente relató: “Le decía al resto de los compañeros: ‘Aquellos de ustedes que coman los alimentos de este lugar se las verá con nosotros’. Le decían: ‘Roberto, nos morimos de hambre, tenemos que comer’. Y él respondía: ‘No me interesa... Si yo no soy suficientemente bueno para que me sirvan comida en ese restaurante, entonces la comida no es suficientemente buena para que nos alimentemos con ella”.
Tras la muerte de Martin Luther King, Roberto Clemente tomó la inusual medida de negarse a jugar en señal de duelo. El Meteoro de Carolina fue seguido en su decisión por sus compañeros de equipo. “Estamos haciendo esto porque respetamos lo que el Dr. King hizo por la humanidad. Dr. King no solo se preocupaba por los negros o los blancos, sino también por la gente pobre. Debemos este gesto a su memoria y a sus ideales”, expresó Clemente en su momento, junto al lanzador blanco Dave Wickersham, en una declaración divulgada aquel año.
Clemente tuvo la oportunidad de dialogar con Martin Luther en privado, en el marco de una visita del activista político a Puerto Rico. Fueron horas de conversación, sin ninguna cámara que los tomara. Defendió su obra. “Es un hombre al que admiré durante muchos años. Sé lo que defendió. Siempre pensé que sus logros no sólo beneficiarían a los EE. UU., sino al mundo. La gente que no tenía nada y no tenía nada para decir en esos días, porque no tenía ningún poder, empezó a hablar, a hacer piquetes, y a hacer lo que quería. Creo que esa es la razón porque la que él cambió el mundo”.
El discurso del pastor evangélico penetró profundamente en el pensamiento de Roberto, quien por su propia experiencia de vida no podía naturalizar la discriminación. “Cuando Martin Luther King empezó a hacer lo que hizo, cambió el sistema del estilo americano. Las personas del ghetto empezaron a decir lo que ellos quisieron decir por muchos años, y nadie los había escuchado. Esta gente había bajado a lugares a donde supuestamente pertenecían, pero no querían ir. De manera pacífica, llamaron la atención de todo el mundo”.
Sin embargo, antes de llegar a los Estados Unidos, la discriminación por su color de piel u origen no era algo que hubiera vivido en carne propia. En 1972, por ejemplo, admitió que “ni siquiera sabía” lo que era el racismo antes de pisar suelo norteamericano. Sin embargo, en su llegada a Norteamérica, se sorprendió en restaurantes para personas de color y en asientos específicamente prestablecidos para su uso en los colectivos.
El hecho de ser latino lo marginó de la atención mediática, y le valió serias discusiones con representantes y periodistas. Su origen también hizo que nunca fuera elegido el lanzador preferido de las Grandes Ligas. “Mi gran satisfacción proviene de ayudar a borrar opiniones gastadas acerca de los latinos y afroamericanos”, dijo alguna vez Clemente.
En los inviernos, durante el descanso de la MLB, organizaba clínicas de béisbol para niños en Puerto Rico. La última vez que lo hizo fue en las semanas previas a su muerte, al coordinar una clase para más de 300 jóvenes.
A pesar de su fuerte carácter, aseguraba que “no existe nada tan malo en nuestros hogares y país que un poco más de compasión, cuidado y amor no puedan curar”, porque “somos todos hermanos y hermanas y debemos ayudarnos mutuamente cuando es necesario.”
El trágico final
En 1972, Managua, capital de Nicaragua, fue víctima de una cruel tragedia humantiraria por el sismo de 6.2 en la escala Ritcher. Se perdieron alrededor de 20.000 vidas y al menos otras 20.000 personas resultaron heridas. Con el objetivo de ayudar a la golpeada población nicaragüense, Roberto Clemente decidió enviar al país una ayuda que nunca llegó a destino. Enojado, el propio deportista tomó las riendas en el asunto e hizo una colecta masiva que quiso él mismo entregar en persona para evitar cualquier inconveniente.
El avión que lo trasladaba era un Douglas DC-7, que según testigos, presentó fallas en el despegue. Tras alcanzar los 200 pies de altitud, el avión estalló y se hundió en las profundidades del mar. Hasta el día de la fecha, el cuerpo de El Grande, y el de los otros tripulantes, continúan desaparecidos.
Un año después de su muerte, la MLB hizo una excepción e incluyó a Roberto Clemente en el Salón de la Fama, a pesar de no haber transcurrido el tiempo reglamentario correspondiente para hacerlo (cinco años desde su retiro). Fue el primer latino en integrar esta selecta galería.
En su honor, todos los años se entregan los premios Roberto Clemente. Sus hijos son los garantes del legado de El Grande, especialmente a través de la Fundación Roberto Clemente. Asimismo, anualmente, la MLB entrega el Premio Roberto Clemente al jugador que se destaca por su “carácter extraordinario, involucramiento en la comunidad y contribuciones positivas, dentro y fuera del terreno”.
Clemente no está sólo en los libros. Su nombre forma parte de la cultura popular portorriqueña, ya sea en gigantografías o canciones. Los artistas Florencio Morales Ramos y Nelson Feliciano le tributaron respectivos homenajes musicales. “Cuando tienes la oportunidad de mejorar cualquier situación, y no lo haces, estás malgastando tu tiempo en la Tierra”. Roberto Clemente, está claro, no pasó inadvertido.
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