Anna Shechtman trabaja para la revista New Yorker, tiene un doctorado en literatura inglesa y estudios de cine y medios, y se describe como una “muy ávida televidente”
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Anna Shechtman fue una de las mujeres más jóvenes en publicar su propio crucigrama en el periódico The New York Times. Desde entonces, ha continuado en su empeño de hacer que el mundo de los crucigramas sea más diverso, a la vez que lidia con su anorexia.
La pista: Gran Dama de la música
La respuesta: Ariana
Esa es una de las pistas favoritas de Shechtman, periodista y creadora de crucigramas de 31 años, porque refleja los cambios que ha estado haciendo en el mundo de los crucigramas.
Ahora trabaja para la revista New Yorker, tiene un doctorado en literatura inglesa y estudios de cine y medios, y se describe como una “televidente muy ávida”.
Siempre ha tenido la determinación de hacer que los crucigramas sean más inclusivos y usen un lenguaje que refleje a una audiencia más variada.
“Al resolver un crucigrama, hay mucha alegría en ese momento de reconocimiento cuando ves algo que sabes reflejado en la cuadrícula del periódico”, dice.
“Y para mí, se volvió un proyecto llevar ese momento de reconocimiento para más y más personas que se parecen y suenan como yo y consumen mi mismo tipo de artefactos culturales”.
¿Cómo empezó su afición?
Históricamente, el mundo de los creadores de crucigramas ha estado dominado por hombres. Por eso Anna se describe a sí misma como parte de una pequeña generación de creadores que están trayendo más inclusividad.
“Cada crucigrama, en su forma, es un indicador de su creador”, comenta.
La joven creció en Tribeca, en Manhattan, con su padre abogado, su madre historiadora del arte y su hermana mayor.
“Una familia muy cariñosa y judía neoyorquina en todos los estereotipos”, dice.
“El debate y la educación fueron definitivamente priorizados y nuestras opiniones e ideas se valoraban mucho desde muy jóvenes”.
Se enamoró por primera vez de los crucigramas a los 14 años, cuando acompañó a su madre al Angelika Film Centre, un cine indie en el barrio Soho, para ver un documental llamado Wordplay, que trataba sobre creadores de crucigramas y sus aficionados.
“La película te presentaba a estos excéntricos miembros del mundo de los crucigramas, y tuve este extraño momento de identificarme con ellos. Tienes que estar un poco ‘tocado’ para encontrar inspiración creativa en una cuadrícula, y por alguna razón sentí ese entusiasmo y excentricidad a través de la pantalla”, recuerda Anna.
Fue entonces cuando empezó a crear sus propios crucigramas.
Del papel y lápiz a la digitalización
“Se trata de asegurarse que cada letra esté conectada a dos palabras en la cuadrícula, lo cual es en alguna forma un proceso constructivo masoquista”, explica.
Anna construía todos sus crucigramas a mano sobre papel y con “muchos, muchos diccionarios” hasta que tuvo como 25 años.
“Es como si las palabras se convirtieran en ecuaciones matemáticas y tuvieras que asegurarte de que las letras se entrecrucen en la página y sigan formando palabras reales. Ahora el proceso se ha digitalizado y comencé a usar el software para hacer crucigramas que todo el mundo usa”.
Como el software facilita el proceso, Anna creyó que estaba haciendo trampas durante muchos años, a pesar de requerir una gran cantidad de aporte humano.
“Básicamente, entendí que estaba siendo poco competitiva como diseñadora de crucigramas y finalmente comencé a usar el software”.
De pasatiempo a publicar en el New York Times
Anna no estaba segura de que su familia entendía completamente su pasión.
“Mi hermana mayor se burlaba, creía que estaba irremediablemente pasada de moda. Hubo muchas formas en las que creo que mi familia no entendía totalmente la mecánica de mi mente, y muchas formas en las que yo tampoco, pero era en gran medida mi propio asunto”.
Con el tiempo, Anna dice que crear crucigramas se convirtió en “un mecanismo de afrontamiento o de autocontrol” después de desarrollar anorexia en su adolescencia.
Entonces, su novio de la universidad, en aquel momento su “más devoto solucionador”, envió uno de sus crucigramas a Will Shortz, el renombrado creador de crucigramas y editor del New York Times.
“Shortz estaba realmente entusiasmado, especialmente porque tenía 19 años, y se apuró a imprimir el crucigrana porque me quería entre sus diseñadoras adolescentes. Fue muy claro en que, si hacía las revisiones rápido, sería la mujer más joven en publicar un crucigrama en el New York Times”, explica.
“Realmente no fui tan rápida porque lo hacía todo a mano y entonces me convertí en la segunda más joven en publicar para el Times”.
Lucha contra la anorexia
Pero mientras Anna seguía explorando con palabras entrelazadas en la cuadrícula, estaba lidiando con la anorexia. Considera su trastorno alimentario y su devoción por los crucigramas como “íntimamente entrelazados”.
Anna y su familia “se asustaron bastante” con su condición física, así que aceptó iniciar un procedimiento recomendado por sus doctores llamado realimentación con un régimen muy controlado. Comería tres grandes comidas al día y entremedias diseñaría un crucigrama.
“Encontré que era una forma de escapar del cuerpo lo que pasaba cuando escribía esos crucigramas. Me metía en esta especie de espacio virtual de palabras y me daba una especie de subidón compensatorio”, explica.
Anna dice que amaba la escuela, pero debido a su trastorno alimenticio tuvo que dejar de asistir varios semestres.
“Perdí la confianza de mi familia, fue absolutamente el peor periodo de mi vida no solo en cuanto a mi relación conmigo misma, sino que también rompió todas esas relaciones que una vez eran preciadas para mí”.
Lo que perturbaba el trastorno alimentario, dice Anna, es que sentía que se había vuelto esencial para su sentido de identidad.
“Lo que más me asustaba no era simplemente aumentar de peso”, dice, “sino en realidad no saber quién sería. Tenía pensamientos perversos como...’Bueno, ¿quizás no sea tan inteligente?, o ‚¿tal vez no saque tan buenas notas? ¿Tal vez no sea capaz de hacer esta actividad intelectual de nicho que era mi pasatiempo con los crucigramas?’”
“Todas estas cosas que valoraba sobre mí, y que asumía de forma equivocada, estaban vinculadas a mi trastorno alimenticio, lo que hacía que la recuperación fuese más difícil”.
La recuperación
El segundo crucigrama de Anna que apareció en el New York Times fue publicado tras ser ingresada en una instalación de rehabilitación para las mujeres con trastornos alimentarios. Tenía 20 años.
Cuando comenzó su recuperación, le preocupaba que crear crucigramas pudiera retrasarla.
“Con el crucigrama, existe la presunción de que puedes controlar esta cosa incontrolable llamada lenguaje que me pareció, nuevamente, como un intento temerario de controlar esta cosa incontrolable que es el cuerpo humano”, dice.
“Entonces, cuando regresé de la rehabilitación y empecé a notar mi recuperación, me preocupaba que de alguna manera fuera un síntoma de recaída si volvía a escribir crucigramas”.
Anna dice que, como todo en su vida en ese momento, tuvo que “redescubrirlo y redefinir lo que significaba” para ella.
“Así como mi relación con mi madre y hermana debía recuperarse, lo mismo pasaba con mi relación con los crucigramas”.
Tras graduarse en la universidad, Will Shortz preguntó a Anna si quería ser su asistente en el New York Times.
Dice Anna que eran muy diferentes.
“Shortz tenía 62 años y se crió en una granja en el campo en Indiana. Yo tenía 23 años y había crecido en Tribeca, en Manhattan. Nuestros marcos culturales de referencia no podían ser más distintos”, comenta.
Anna y Will aceptaban o rechazaban propuestas de crucigramas en el papel y, una vez aceptadas, reescribían hasta un 90% de las pistas. Se sentaban juntos, intentando definir palabras.
Pone como ejemplo la palabra “bro” (de ‘hermano’ en español), como la diferencia que existe entre ellos al escribir las pistas.
“Lo que me viene a la mente a mí y lo que le viene a la mente a Will Shortz serán definiciones y referencias muy diferentes”, explica Anna.
“Su pista sería, y fue la forma en que se hacía por años en el Times, algo como... ‘relativo a hermana’, mientras que las mías serían más como...’jerga entre amantes de la fiesta, hombres jóvenes narcisistas’”.
Anna describe haber tenido discusiones “amistosas” con Will, pero finalmente dice que ambos pensaban en la audiencia y en quién se imaginaban como el “solucionador promedio” del crucigrama del New York Times.
A medida que la recuperación de Anna continuó y su diseño de crucigramas se transformó de una actividad “privada y terapéutica” a un “ejercicio más público e incluso político”, Anna dice que comenzó a entenderse a sí misma como una “verdadera excepción en la comunidad de creadores de crucigramas”.
Pero también descubrió que había algunas mujeres pioneras antes que ella, como Margaret Farrar (1897 - 1984), cuyo genio con los crucigramas la convirtió en la primera editora de crucigramas de The New York Times.
“La otra mujer que realmente admiro es Julia Penelope”, dice Anna. “Es lingüista y escribía sus propios crucigramas que consideraba lesbianos-separatistas. No pudo publicar sus acertijos en el New York Times, por lo que autopublicó una colección que realmente amo”.
Aunque Anna ha estado a la vanguardia de una nueva generación de constructores de crucigramas más diversos desde el punto de vista demográfico, dice que también ha sido maravilloso imaginarse a sí misma como parte de esta larga línea de mujeres cruciverbalistas.
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