Ubicada a la entrada de Nueva York, la mujer con túnica de 93 metros representa a la diosa romana Libertas
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La Estatua de la Libertad iluminando al mundo, para dar al coloso su nombre completo, es uno de los íconos de los Estados Unidos y un símbolo de la idea de que es una nación de inmigrantes.
Ubicada a la entrada de Nueva York, la mujer con túnica de 93 metros representa a la diosa romana de la libertad, Libertas. Sostiene una antorcha en su mano derecha sobre su cabeza coronada, y una tablilla en su mano izquierda, inscrita con la fecha, en números romanos, del 4 de julio de 1776, día en que EE.UU. adoptó la Declaración de Independencia.
Bajo sus pies, una cadena rota en conmemoración de la abolición de la esclavitud a finales de la guerra civil americana. Fue ensamblada a fines del siglo XIX y desde ese momento se convirtió en lo primero que veían millones de inmigrantes al llegar a Nueva York con la esperanza de encontrar una nueva vida.
Ella misma es una inmigrante. Nació en París y llegó embarcada en 214 cajas separadas, como un regalo de los franceses a los estadounidenses, una muestra de la amistad forjada en el fuego de revoluciones gemelas.
Sin fondos
En el verano de 1885, la Estatua de la Libertad estaba en Nueva York en pedazos, esperando ser ensamblada. Concebida por el pensador y político francés Eduardo Laboulaye, diseñada por el escultor Frederic Auguste Bartholdi y construida bajo la supervisión de Gustave Eiffel, fue un regalo de la gente de Francia a la gente de EE.UU.
Los franceses juntaron el dinero para pagar por la escultura por medio de recaudaciones privadas; el gobierno no estuvo involucrado. Pero, el acuerdo era que EE.UU. proveería el pedestal de granito sobre el que se erigiría, lo cual costaría US$250.000 (unos US$7,5 millones de hoy).
Un grupo llamado Comité Americano de la Estatua de la Libertad se encargó de recaudar el dinero, pero se quedó corto en más de un tercio. Sin poder contar con fondos de la ciudad ni del Gobierno federal, Nueva York estuvo a punto de perder la oportunidad de tener a la Dama de la Libertad.
Pero, cuando parecía que se había quedado sin opciones, el renombrado editor Joseph Pulitzer decidió lanzar una campaña en su periódico The New York World. La campaña recaudó dinero de más de 160.000 donantes, incluidos niños, empresarios, barrenderos y políticos, y, aunque más de las tres cuartas partes de las donaciones eran de menos de un dólar, fue un triunfo.
La estatua finalmente se instaló en la Isla de Bedloe (como se llamaba hasta 1956 que cambió su nombre por la Isla de la Libertad), una base militar abandonada frente a la costa de Nueva Jersey.
El presidente de EE.UU., Grover Cleveland, presidió la ceremonia el 28 de octubre de 1886 y dijo que “una corriente de luz atravesará la oscuridad de la ignorancia y la opresión del hombre hasta que la Libertad ilumine al mundo”. Pero no dijo nada de la inmigración. Pasarían varios años antes de que la Estatua de la Libertad se convirtiera en “la madre de los exiliados”, aunque ya había sido llamada así en el poema que sería el germen de esa transformación.
“El nuevo coloso”
La poeta Emma Lazarus era una judía cuyos antepasados habían huido de España y Portugal debido a la Inquisición y llegado a EE.UU. en el siglo XVIII.
En 1883 le pidieron que escribiera un poema para ayudar a recaudar dinero para el pedestal de la Estatua de la Libertad. Inicialmente, se negó diciendo que no escribía poemas a pedido.
Pero, Lazarus estaba muy involucrada en la ayuda a los judíos que llegaban huyendo del antisemitismo, y una amiga la convenció diciéndole que lo hiciera por los refugiados, pues serían ellos los que verían la estatua al llegar.
Así nació El Nuevo Coloso.
No como el gigante plateado de fama griega
Con extremidades conquistadoras extendiéndose de tierra a tierra;
Aquí, en nuestras puertas en el atardecer bañadas por el mar, estará de pie
Una poderosa mujer con una antorcha, cuya llama es
La luz de los prisioneros y su nombre es
La madre de los exiliados. Su mano como faro
Brilla en bienvenida al mundo entero. Sus ojos dóciles comandan
La bahía ventosa enmarcada por las ciudades gemelas.
“¡Tierras de antaño quédense con sus historias pomposas!” Exclama ella
Con labios silenciosos. “Dame tus cansados, tus pobres,
Tus masas hacinadas anhelando respirar en libertad,
Los despreciados de tus congestionadas costas.
Envíame a estos, los desposeídos, basura de la tempestad.
Levanto mi lámpara al lado de la puerta dorada”.
El poema cumplió su cometido pero luego cayó en el olvido, mientras que la estatua fue cayendo en la irrelevancia.
No tan brillante
El regalo de Francia resultó ser algo engorroso. Cuando se autorizó el uso de la Isla Bedloe para la estatua, el anterior mandatario Ulysses Grant especificó que sería un faro. Eso le daría un propósito y, por lo tanto, merecería financiamiento del gobierno.
Poco después de la inauguración, el presidente Cleverland ordenó que la Estatua de la Libertad “se colocara de inmediato bajo el cuidado y la supervisión de la Junta del Faro y que, de ahora en adelante, dicha Junta la mantuviera como un faro”.
La idea era iluminarla con el relativamente nuevo invento de la luz eléctrica, y el plan del ingeniero del proyecto era no solo poner luces en la antorcha, sino también a los pies, para cubrirla de luz completamente de noche, algo que sería impactante en esa época.
“¡Tierras de antaño quédense con sus historias pomposas!” Exclama ella Los ingenieros nunca lograron iluminarla lo suficiente como para cumplir ningún propósito adecuadamente. Para colmo de males, con el tiempo quedó claro que la Isla de Bedloe estaba demasiado tierra adentro para que fuera una buena posición para un faro.
Por otro lado, tampoco era un éxito como atracción recreativa. La gigante de cobre era aún de color marrón rojizo; no sería sino hasta 1906 que adquiriría ese llamativo verde producto de la oxidación.
Desde la distancia, cuando la luz lo permitía, se podía admirar como monumento o criticar como obra de arte, dependiendo de los gustos. Pero, visitarla era un desastre, como señaló una editorial del New York Times de 1895, en el que se detalla su estado de abandono, “una situación lamentable” que debía corregirse para evitar que se convirtiera en “un reproche para una nación y en un insulto para otra”.
Hoy es difícil pensar que no llegara a ser lo que es, pero quién sabe cuál habría sido su destino sin una campaña para resucitar la obra de Lazarus, realizada 14 años después de su muerte en 1887.
El nuevo propósito
Georgina Schuyler, una compositora, filántropa, patrona de arte, activista social, columnista y amiga de Lazarus, se topó por casualidad en 1901 con el poema El Nuevo Coloso.
En él era obvio que, aunque el propósito original de la estatua era simbolizar la libertad, por su proximidad a la Isla Ellis se prestaba a una reinterpretación como símbolo de bienvenida para los inmigrantes que llegaban allí, tal como Lazarus la había descrito.
Pensó que la mejor forma de honrar la obra de su amiga era inscribiendo sus palabras en el pedestal de la estatua que lo inspiró. Pero, según la revista del Smithsonian, eso no era todo.
Schuyler, una progresista comprometida, estaba alarmada por el continuo aumento del fervor antisemita y antinmigrante durante las dos décadas anteriores en EE.UU., y anticipaba que los problemas se agravarían.
Como miembro de una familia política e interesada en la preservación histórica desde su adolescencia, comprendía muy bien el poder de un monumento como plataforma para un mensaje político perdurable, escribe Elizabeth Stone, de Fordham University. ¿Qué mejor hogar para el soneto de Lázaro que una enorme estatua necesitada de un propósito?
Le tomó dos años lograrlo pero el 5 de mayo de 1903 el poema grabado en una placa fue fijado en el pedestal de la “dama de la libertad”, marcando el inicio de su reimaginación como símbolo de un EE.UU. hospitalario.
El proceso tardó pero con el tiempo, como escribió el autor neoyorquino Paul Auster, todo cambió. “La gigantesca efigie de Bartholdi fue concebida originalmente como un monumento a los principios del republicanismo internacional. Pero, El Nuevo Coloso reinventó el propósito de la estatua, convirtiendo a Libertad en una madre acogedora, un símbolo de esperanza para los marginados y oprimidos del mundo”.
El poema se convirtió en uno de los más citados del mundo. Sin embargo, la realidad -lamentan muchos- a menudo no ha estado a la altura de las palabras de Lazarus.
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