Santa Mónica se creó para convertirse en la Rivera estadounidense, explica Elsa Devienne, profesora adjonta de la Historia en la Universidad de Northumbria; transportaron arena y lograron un lugar más amplio
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A principios del siglo XX, Miami era el lugar de moda. Kilómetros de arena dorada, un océano cálido y turquesa y un clima templado hacían de esta ciudad de Florida un sitio atractivo para los turistas.
Mientras que al otro lado del país, en el océano Pacífico, las playas de Los Ángeles eran rocosas y salvajes: escarpados acantilados se precipitaban sobre las frías olas y el tren de Southern Pacific circulaba por vías paralelas al océano.
“Las autoridades municipales querían convertir Santa Mónica [una de las ciudades costeras] en la Riviera estadounidense”, explica Elsa Devienne, profesora adjunta de Historia en la Universidad de Northumbria, en Reino Unido, autora de un libro sobre la historia de las playas de Los Ángeles.
“Santa Mónica quería establecerse como la ciudad balneario de los ricos y famosos. Estas ciudades playeras tenían grandes ambiciones”, agrega.
Las pequeñas extensiones de arena en Santa Mónica y Venice estaban ya muy concurridas por las nuevas familias que habían llegado a la ciudad durante el boom demográfico de los años 20.
“Las playas eran tan estrechas”, continúa Devienne, “que apenas se podía caminar por ellas con la marea alta”. Según sus investigaciones, solían tener entre 22,7 y 30,3 metros de ancho, frente a los 151 metros actuales.
Las autoridades municipales tomaron cartas en el asunto. Decidieron construir una playa más grande.
Transportaron arena de las dunas que existían más al sur, en Playa del Rey, junto a lo que hoy es el extenso Aeropuerto Internacional de Los Ángeles, así como arena del fondo del océano y de un proyecto fallido para crear un puerto deportivo en Santa Mónica. “Pensaron: ‘Quizá podríamos seguir haciendo eso y ampliar las playas y así solucionaríamos nuestro problema de playas abarrotadas’”, dice Devienne.
Entre 1939 y 1957 se vertieron 13,4 millones de metros cúbicos -o más de 5000 piscinas olímpicas- de sedimentos en la playa de Santa Mónica.
“Jugaron a ser Dios con ese paisaje”, sostiene Devienne. “Los Ángeles ha tenido mucha suerte porque ha funcionado. A día de hoy, siguen teniendo unas playas amplias y preciosas”.
Pero, como señala Devienne, el clima está cambiando y la costa de Los Ángeles se está erosionando. La arena que tan bien ha resistido el paso del tiempo es ahora vulnerable a las marejadas ciclónicas y las inundaciones costeras.
De hecho, el sur de California podría perder entre un tercio y dos tercios de sus playas en 2100 debido a la subida del nivel del mar.
La suerte de esas extensas y amplias playas puede estar agotándose. Y ahí es donde entran en juego las dunas de arena, que antaño salpicaban el litoral de forma natural.
Protección de la naturaleza
Gracias al trabajo de aquellos funcionarios municipales de hace un siglo -y a las prácticas actuales de mantenimiento de playas-, estas son estériles y carecen en gran medida de vida.
Esas largas y planas extensiones de arena que se ven cuando visitas una de las playas de Los Ángeles son así gracias a los pesados tractores que salen al amanecer para limpiar la playa, todas las mañanas.
Se lleva haciendo en la playa de Santa Mónica desde hace más de 70 años. Se utiliza para retirar basura y promover actividades recreativas, como el vóleibol, pero también contribuye a reducir enormemente la biodiversidad: hay menos presas disponibles para las aves playeras y disminuye la riqueza de especies.
Poner fin a este aseo meticulosamente destructivo fue el primer paso de Tom Ford, presidente de la organización local sin ánimo de lucro The Bay Foundation, que ha estado fortificando la playa mediante la restauración de dunas de arena.
“Estábamos estudiando qué podíamos hacer para mejorar aún más la costa, y sabíamos que nos enfrentábamos a un aumento creciente del nivel del mar, tormentas e inundaciones”, explica Ford.
La fundación sabía que si conseguían detener la limpieza de la playa y devolver a la zona las comunidades de plantas autóctonas, reaparecerían las dunas de arena, que constituirían un amortiguador natural contra la erosión. (Ya se había llevado a cabo con éxito un proyecto similar más al sur).
A fines de 2015, la fundación acordonó una zona de tres acres (12.140 metros cuadrados) y esparció semillas autóctonas en la arena. Observaron y esperaron y, gracias a unas fuertes lluvias, las semillas echaron raíces, crecieron y florecieron.
A medida que crecen, las plantas capturan la arena arrastrada por el viento bajo sus ramas y hojas, creando con el tiempo barreras naturales de dunas que protegen de la erosión costera.
El proyecto era experimental, explica Ford, y por eso no se fijó ningún criterio cuantificable de éxito. Pero en opinión de Ford, ha sido un éxito rotundo. Las dunas ya han alcanzado entre 30 a 90 centímetros.
“Las plantas han despegado de verdad, quizá mejor de lo que podíamos esperar”, dice Ford. “La pregunta más importante era cómo iba a responder la fauna a ese hábitat y a esa playa, a pesar de la dramática presencia humana. Afortunadamente, la respuesta llegó muy rápido”.
Regreso sorprendente
En marzo de 2016, Ford y su equipo observaron que, además de las dunas, había regresado algo más: el chorlitejo blanco occidental, una especie amenazada a nivel federal que no se veía en la región de Los Ángeles desde hacía casi 70 años. El primer nido en la región de Los Ángeles se encontró en 2017 dentro de las dunas y contenía tres huevos.
Desde entonces, los chorlitejos han regresado a la zona de restauración para anidar. También aparecieron especies de plantas autóctonas que no habían sido plantadas por The Bay Foundation, como la verbena de arena rosa y escarabajos de las dunas, que sirven de alimento a las aves y que no se habían observado en los estudios de referencia previos a la restauración.
“Mientras que las zonas de control estaban aplanadas y uniformes, la zona restaurada presentaba pequeños montículos de dunas, un aumento de la altura de las bermas y una retención de arena constante a lo largo de las estaciones y los años”, señala un informe quinquenal publicado por la fundación.
“Fue un año realmente extraordinario”, afirma Ford. “Los chorlitejos nos dejaron un poco boquiabiertos. Volvieron tremendamente rápido”.
El principal reto, dice Ford, era no saber si el público respetaría la zona acordonada. “No íbamos a construir una valla de 10 metros de altura para impedir el paso a la gente, y la única forma de responder a la pregunta de si los visitantes respetarían el lugar era ver cómo se desarrollaba la situación”.
Ford resultó “gratamente sorprendido”. “Todo el mundo ha respondido estupendamente. Nunca hemos tenido un incidente de vandalismo ni de ningún tipo. He visto a niños jugando con la madera a la deriva que se ha acumulado. Esperábamos que fuera una experiencia añadida a la playa verla de una forma más natural. Que la gente se imaginara: ‘Vaya, las playas no tienen por qué ser como un aparcamiento de arena gigante’”.
En enero de 2023, las dunas fueron puestas a prueba por una fuerte tormenta que trajo oleaje y mareas altas. El fenómeno meteorológico causó una erosión considerable en varias playas de Los Ángeles, pero no afectó a la zona de restauración, donde el oleaje se detenía en las dunas, en lugar de avanzar entre 20 y 30 metros por la playa en la zona de control.
Herramienta de resiliencia
“Las dunas de arena desempeñan un papel importante en la erosión costera porque sirven de barrera contra el avance y el desbordamiento de las olas”, explica Timu Gallien, profesor asociado de ingeniería civil y medioambiental de la Universidad de California en Los Ángeles. “Cuando hay grandes olas que coinciden con la marea alta, en muchos casos pueden inundar la playa”.
“Pero cuando se tiene una estructura de dunas, se proporciona una elevación adicional. Eso permite que esas olas suban y se infiltren en las dunas, en lugar de subir y pasar por encima de la arena e inundar las infraestructuras, los aparcamientos, las estructuras de los edificios y la autopista de la costa del Pacífico que se encuentran en la orilla”.
Aunque la playa de Santa Mónica pueda parecer amplia, hay “muchas formas de inundar una playa”, explica Gallien, y la amplia y llana playa no es inmune, sobre todo ante precipitaciones más intensas y la subida del nivel del mar.
Gallien se incorporó al proyecto de The Bay Foundation a principios de este año para empezar a observar oficialmente los cambios en el ecosistema en la nueva fase del proyecto.
“Anecdóticamente, hemos visto que el cese de la limpieza de la playa está permitiendo que la naturaleza siga su curso, y con una gestión limitada hemos empezado a ver el desarrollo de algunas pequeñas dunas de arena y depresiones en la playa, así como la reaparición de plantas y animales. Así que el proyecto ha evolucionado muy bien hasta ahora”.
Si bien es demasiado pronto para que Gallien hable de los resultados del proyecto de Santa Mónica, una iniciativa de restauración similar que supervisó en la playa estatal de Cardiff, en San Diego, se ha convertido en el proyecto de referencia de las costas vivas, es decir, los bordes costeros hechos de materiales naturales que protegen a las comunidades costeras y proporcionan un hábitat para la fauna.
El proyecto de Cardiff es una estructura híbrida: una duna en la parte superior, pero debajo una gran zanja. “En 2003 hubo un gran oleaje”, recuerda Gallien, “y la estructura funcionó muy bien. Cumplió su función de protección costera, y creo que se considera una posible solución en todo el estado”.
“Las dunas son la forma que tiene la naturaleza de proteger la costa”, explica Gallien. “Pero a menudo las hemos pavimentado o construido sobre ellas. Creo que estos proyectos de costas vivas son fantásticos porque, de hecho, se construye con la naturaleza y no contra ella. Y, por supuesto, son visualmente muy atractivos. Creo que es el camino a seguir para muchos municipios costeros”.
Un informe de un grupo de científicos californianos que han estudiado el proyecto de restauración de dunas desde su inicio descubrió diferencias sustanciales entre la playa antes y después de la intervención.
Las dunas se habían formado visiblemente a lo largo del perímetro vallado, y las nuevas plantas que habían quedado cubiertas por la arena arrastrada allí por el viento seguían creciendo por encima de la arena recién depositada. Aproximadamente 2760 toneladas métricas de arena se habían acumulado desde diciembre de 2016.
El proyecto ha tenido tanto éxito que la fundación ha acordonado otras cinco hectáreas (20.200 metros cuadrados) y ha sembrado más semillas autóctonas. También están estudiando ampliar el proyecto en otras 40 hectáreas (162.000 metros cuadrados).
Otros responsables de playas del sur, que se han fijado en el éxito de Ford, están deseando poner en marcha sus propios proyectos de restauración costera. “A la gente le va a encantar”, afirma. “Va a ser precioso. Y estamos muy contentos de volver a intentarlo”.
Este artículo fue publicado en BBC Future. Haz clic aquí para leer la versión original. Por Lucy Sherriff
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