Jimmy Carter, el granjero que cambió para siempre la política norteamericana y se volvió un guardián de los derechos humanos
El expresidente pasó de ser un total desconocido campesino de Georgia a dar un giro inesperado al desembarcar en la Casa Blanca con una política exterior estadounidense marcada por el respeto a los derechos humanos
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WASHINGTON.- James Earl Carter Jr., un granjero de maní del sur de Estados Unidos devenido en ícono global, cambió para siempre la política norteamericana con la campaña presidencial que lo llevó a la Casa Blanca en 1976, y luego de cuatro años en el poder transformó su humillante derrota ante Ronald Reagan –fue el primer mandatario que perdió la reelección en medio siglo– en una carrera humanitaria que recorrió el planeta y lo encumbró como un titán de la defensa de la democracia y los derechos humanos. Carter falleció este domingo en su casa de siempre, en Plains, Georgia, acompañado por su familia. Tenía 100 años.
Carter, el 39º presidente de Estados Unidos y el mandatario más longevo en la historia del país, fue el primer outsider moderno de la política norteamericana. Ignoto para la gran mayoría del país, Carter anunció su candidatura para la presidencia a fines de 1974, cuando era gobernador de Georgia, en un país aún traumatizado por la renuncia de Richard Nixon, el escándalo Watergate y la guerra de Vietnam. “¿Jimmy quién?”, fue la reacción captada por el titular de un diario de Atlanta, capital de Georgia. Los medios nacionales lo ignoraron. Con escasísimos recursos, Carter instaló a su familia y a su equipo –pronto bautizados la “Brigada del Maní”– en Iowa y en New Hampshire, las dos primeras citas de las primarias presidenciales, y comenzó a hacer campaña en granjas, ferias, restaurantes, en la calle, casa por casa, en asados y jardines, estrechando manos y dedicándole tiempo a las charlas cara a cara con los votantes. A principios de 1976, Carter dio el batacazo al ser el candidato más votado en la primera elección, el caucus de Iowa, aunque técnicamente salió segundo, detrás de “Sin Compromiso”, una suerte de voto en blanco. Ese “triunfo” le abrió el camino a la Casa Blanca, y cambió para siempre el libreto de las campañas presidenciales norteamericanas, convirtiendo a Iowa, un pequeño estado rural, predominantemente blanco, conservador y evangélico, en una parada ineludible para cualquier candidato en su camino a lo más alto del poder en Washington, sea demócrata o republicano.
El ascenso de Carter a la Casa Blanca marcó un quiebre en el vínculo de Washington con la dictadura militar en la Argentina, y con otros países de América latina.
“Con su compasión y claridad moral, trabajó para erradicar enfermedades, forjar la paz, promover los derechos civiles y humanos, promover elecciones libres y justas, albergar a las personas sin hogar y siempre defender a los más desfavorecidos”, lo homenajeó el presidente y su amigo, Joe Biden, en un comunicado. “Salvó, ayudó y cambió la vida de personas de todo el mundo”, remarcó.
De intachable moral, devoto bautista, Carter le ofreció a Estados Unidos un giro radical respecto de la presidencia de Nixon, quien tras su renuncia dejó el poder en manos de su vicepresidente, Gerald Ford, a quien Carter derrotó en la elección general.
Carter llegó a la Casa Blanca con la intención de infundir una nueva moral en el país y, sobre todo, en la diplomacia norteamericana, arraigada en el respeto a los derechos humanos, un cambio tajante respecto de las décadas anteriores, signadas por la Guerra Fría, la realpolitik y la lucha sin cuartel contra el comunismo, que se notó, particularmente, en el vínculo de Estados Unidos con América latina y la Argentina.
“Debido a que somos libres, nunca podemos ser indiferentes al destino de libertad en otra parte. Nuestro sentido moral dicta una clara preferencia por aquellas sociedades que comparten con nosotros un respeto permanente por los derechos humanos individuales”, dijo Carter en su discurso inaugural, el 20 de enero de 1977.
Unos meses después, en otro mensaje, reforzó esa línea al criticar que Estados Unidos adoptó “los principios y tácticas defectuosos y erróneos de nuestros adversarios, a veces abandonando nuestros propios valores por los de ellos”.
Con ese faro, su administración ideó, diseñó y puso en marcha una estrategia de derechos humanos que serviría como piedra angular de la política exterior de Carter, quizá el aspecto más destacado de toda su presidencia. El giro tuvo consecuencias claras, particularmente, en América Latina, donde Estados Unidos pasó de respaldar dictaduras o socavar gobiernos democráticos, como ocurrió con la Junta Militar, en la Argentina, o con Salvador Allende, en Chile, a tener una postura más volcada a favor de la democracia y los derechos humanos.
José Miguel Vivanco, experto en derechos humanos y miembro del Consejo de Relaciones Exteriores, dijo que Carter rompió con un paradigma y cambió los parámetros de la política exterior norteamericana, un cambio que solo explica en sus principios morales.
“Muchos avances en la historia son el resultado de una evolución, como ocurrió con los derechos de las minorías. Pero no es fácil encontrar otro ejemplo como el de Jimmy Carter, de un giro tan radical a favor de la democracia y el régimen de vida en el que vive gran parte del planeta”, afirma Vivanco.
“Su triunfo fue una muy mala noticia para las dictaduras de la región, que apostaban y contaban con Gerald Ford. Con una credibilidad fuertemente cuestionada por hacer la vista gorda durante la Guerra Fría, la intervención de la CIA, el Plan Cóndor, y todo lo que ya sabemos, que los norteamericanos eligieran a un pastor que postuló estas ideas fue una fuente importantísima de oxígeno y de esperanza para los demócratas de la región”, agrega.
A fines de los 70, Carter jugó un papel decisivo en los históricos acuerdos de paz que sellaron Israel y Egipto, aún vigentes. Desde el inicio de su administración, Carter y su secretario de Estado, Cyrus Vance, desplegaron intensas negociaciones entre israelíes y egipcios. En julio de 1978, ante el riesgo de que la frustración por la falta de avances concretos atentara contra la paz, Carter convocó a una cumbre en Camp David, la residencia oficial de descanso del presidente norteamericano, ubicada en Maryland, cerca de Washington. La cumbre reunió a Carter, el presidente de Egipto, Anwar Sadat, y el primer ministro de Israel, Menachem Begin. Los tres líderes y sus asesores se encerraron durante trece días, del 5 al 17 de septiembre de 1978, y lograron forjar un avance histórico en las relaciones entre árabes e israelíes que luego se plasmó en los llamados “Acuerdos de Camp David”. Esos pactos jamás hubieran existido sin el compromiso y el involucramiento de Carter. Fue el mayor logro de su presidencia. Los acuerdos se firmaron en marzo del año siguiente, en una ceremonia en la Casa Blanca en la cual los tres líderes estrecharon sus manos.
El avance forjado por Carter marcó el camino para para la firma de los Acuerdos de Oslo entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina, en 1993, que si bien resolvieron problemas importantes en los conflictos en Medio Oriente y lograron acercar a la región hacia una paz duradera, que, sin embargo, aún sigue siendo muy difícil de alcanzar.
Los avances y la marca que Carter dejó en la política exterior de Estados Unidos quedaron eclipsados por la crisis económica –signada por una elevada inflación y precios altísimos de la nafta– que vapuleó al país durante su presidencia, y la revolución iraní de 1979 y la toma de rehenes en la embajada de Estados Unidos en Teherán. Carter intentó negociar, y ordenó un rescate militar que fracasó estrepitosamente en abril de 1980. La toma de rehenes dominó las noticias durante los últimos meses de su administración, y terminó por sellar su destino político, y su derrota por paliza ante Ronald Reagan en la elección de 1980. Irán liberó los rehenes el 20 de enero de 1980, el día que Reagan asumió la presidencia y Carter dejó la Casa Blanca, luego de 444 días de cautiverio.
Durante décadas, hubo sospechas de que el equipo de Reagan torpedeó las gestiones de la administración demócrata para liberar los rehenes antes la elección, a sabiendas del daño que la crisis le infligió a Carter. Las sospechas nunca fueron corroboradas del todo.
El amor de su vida
Los Carter nunca fueron una dinastía política como los Kennedy o los Bush, y nunca alanzaron el estatus estrellas como los Reagan o los Obama. Carter nació el 1 de octubre de 1924 en una granja de maní en Plains, un pueblo diminuto de Georgia. La agricultura, la política y la devoción a la fe bautista fueron los pilares de su educación. Pero nada marcó su vida tanto como su devoción por su esposa, Rosalynn Smith, a quien conoció de toda su vida: vivía en la casa de al lado a la suya, y su madre, Lillian, era una enfermera que ayudaba a cuidarla cuando era bebé. Rosalynn Carter murió a fines del año anterior.
En el verano de 1945, Carter estaba en Plains, de vacaciones, antes de terminar sus estudios en la Academia Naval de Annapolis. Una noche ambos se cruzaron junto con amigos y fueron al cine. Al día siguiente, Carter le dijo a su madre que se casaría con ella. Cuando volvió a su casa para la Navidad, Carter le pidió que se casara. Rosalynn dudó.”
“Era todo demasiado rápido”, escribió en sus memorias.
Unas semanas después, cambió de opinión, y en el verano de 1946, luego de la graduación de Carter, se sacaron. Él tenía 21 años. Ella, 18. Ninguna otra pareja presidencial en la historia de Estados Unidos ha estado junta durante tanto tiempo. Con el tiempo, Rosalynn se convirtió en una de sus principales asesoras políticas, la persona a la cual el círculo de Carter buscaba cuando “necesitábamos que cambiara de opinión sobre algo”, recordó Gerald Rafshoon, director de Comunicaciones de su administración.
Carter pasó casi siete años en la fuerza de submarinos nucleares de la Marina y renunció para hacerse cargo del negocio familiar, una granja de maní, después de que su padre muriera en 1953. Demócrata moderado, Carter fue elegido senador estatal, y luego gobernador de Georgia en 1970, sucedió al segregacionista Lester Maddox y declaró que “el tiempo de la discriminación racial ha terminado”.
La pareja dejó atrás cuatro hijos, Jack, Chip, Jeff y Amy; 11 nietos y 14 bisnietos.
“Mi padre fue un héroe, no solo para mí, sino para todos los que creen en la paz, los derechos humanos y el amor desinteresado”, dijo Chip Carter, en un comunicado del Centro Carter.
Tras dejar la Casa Blanca despojados de gloria, los Carter volvieron Plains, a la misma casa que habían construido dos décadas antes, y a lo que Carter llamó un capítulo “indeseado” de su vida. Pero fue ese capítulo el que lo convirtió en un símbolo global de la democracia y los derechos humanos. Los Carter fundaron The Carter Center, el vehículo de su trabajo humanitario durante el resto de sus vidas. Devenido en un paria político en su país – un “presidente fallido”, llegó a conceder–, Carter se transformó en un pacificador incansable, un canal de política exterior que iba a donde nadie más iba, a “llenar vacíos en el mundo”: Haití, Etiopía, Liberia, Corea del Norte, Cuba, donde se reunió con Fidel Castro y pidió el fin del embargo. Denunció la guerra de Irak por estar basada en “mentiras”, y fue ferozmente criticado por comparar la política de Israel a los palestinos con el Apartheid.
En 2002, Jimmy Carter recibió el Premio Nobel de la Paz “por las décadas de incansable esfuerzo por encontrar soluciones pacíficas a los conflictos internacionales, por promover la democracia, los derechos humanos y el desarrollo económico y social”, dijo el comité noruego que le otorgó el galardón.
“La guerra a veces puede ser un mal necesario. Pero por muy necesario que sea, siempre es un mal, nunca un bien. No aprenderemos a vivir juntos en paz matando a los hijos de los demás”, dijo al cierre de su mensaje. “El vínculo de nuestra humanidad común es más fuerte que la división de nuestros miedos y prejuicios. Dios nos da la capacidad de elección. Podemos elegir aliviar el sufrimiento. Podemos elegir trabajar juntos por la paz. Podemos hacer estos cambios, y debemos hacerlo”, urgió.
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