Jimmy Carter, el expresidente que continuó un trabajo virtuoso y ejemplar tras abandonar la Casa Blanca
El expresidente recorrió el mundo durante más de cuatro décadas para edificar viviendas, combatir enfermedades y promover la paz y la democracia alrededor del mundo
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WASHINGTON.- La pospresidencia de Jimmy Carter duró más de 43 años, superando por más de una década a cualquier otro expresidente norteamericano. Pero seguramente sea lo que acumuló en esos años lo que termine distinguiéndolo para siempre.
Ya fuese construyendo viviendas para los pobres de Estados Unidos y otros países, monitoreando elecciones en algunos de los lugares más turbulentos del planeta o impulsando la erradicación de enfermedades tropicales que antes mataban a millones de personas, Carter vivió según sus convicciones.
“Tenemos la obligación ética de impedir el sufrimiento donde sea que podamos”, dijo ante el Parlamento de Gran Bretaña en 2016, una declaración muy simple que grafica mejor que ninguna otra la que fue su misión tras dejar la Casa Blanca.
Carter se ganó la admiración internacional, y algunas ocasionales críticas, justamente por el papel único y singular que se forjó. La amplitud de su obra es sorprendente y está ampliamente registrada en imágenes y videos, y allí queda también reflejada la humanidad que impulsaba todos sus esfuerzos.
El lanzamiento de un nuevo legado
Pocos meses después de dejar el poder en Washington, el 39º presidente estadounidense fundó el Centro Carter en su estado natal, Georgia. Su misión sería “Lograr la paz. Luchar contra las enfermedades. Construir esperanza”, una hoja de ruta para los proyectos y desafíos que el expresidente asumió en los años posteriores, hasta que ese lema se convirtió en algo inseparable del hombre mismo.
Carter fue un extraordinario voluntario de la organización internacional sin fines de lucro Hábitat para la Humanidad, y la ayudó a construir, renovar o reparar miles de hogares pobres alrededor del mundo. Su compromiso y el de su esposa Rosalynn fue tan inquebrantable que durante más de 35 años ambos le donaron una semana al año a la organización, y atrajeron a decenas de miles de otros voluntarios a lo que se denominó el Proyecto de Trabajo Carter.
“Aprendí que las mayores bendiciones nos llegan cuando podemos mejorar la vida de los demás”, dijo una vez en Hábitat para la Humanidad. “Y eso es doblemente cierto cuando los demás son desesperadamente pobres o necesitados”.
La primera obra de viviendas de Hábitat de Carter fue a menos de 20 kilómetros de la propia casa del expresidente en Plains, Georgia. La última fue en Nashville en 2019, y Carter siguió adelante, taladro eléctrico en mano, a pesar de tener un ojo morado y los puntos de sutura de una caída del día anterior.
Participó en proyectos de construcción de viviendas en Estados Unidos y en todo el mundo. El recuento final de Hábitat para Carter es de 4390 hogares en 14 países de América del Norte, el Caribe, Europa, África y Asia.
Quedará como un logro singular y primero en su tipo: erradicar una enfermedad sin una vacuna ni un medicamento. Y sucederá, tal vez incluso este año, gracias a una colaboración internacional liderada por el Centro Carter que se enfocó en derrotar la dolorosa e incapacitante enfermedad causada por el gusano de Guinea.
La enfermedad del gusano de Guinea se contrae cuando se bebe agua contaminada con las larvas del parásito. Era intratable, y estaba muy extendida: afectaba a más de 3 millones de personas al año en África y en Asia. En 2023, solo se reportaron 14 casos.
Es mérito de una campaña sostenida de educación y concientización sanitaria. Carter se involucró tanto con el proyecto que en un viaje a Nigeria fue recibido por escolares con un cartel que decía: “¡Cuidado gusano de Guinea! ¡Acá viene Jimmy Carter!”.
Pero incluso mientras luchaban contra el gusano de Guinea, el Centro Carter y algunos de sus aliados también se abocaron a combatir otros flagelos tropicales: la oncocercosis, más conocida como ceguera de los ríos y transmitida por moscas negras; el tracoma, otra amenaza para la visión; la esquistosomiasis, o “fiebre del caracol”, que ataca los órganos internos; y la filariasis linfática, una enfermedad parasitaria causada por gusanos.
En un discurso de 2016, Carter explicó lo que impulsaba a seguir luchando contra todas las probabilidades: “En los momentos de frustración… pienso en que hay madres en Colombia, Ecuador, México y Guatemala que nunca más tendrán que preocuparse de que sus familias se queden ciegas por la ceguera de los ríos. Y recuerdo que hay mujeres en Etiopía que nunca sufrirán ya los estragos del tracoma, que las dejaba ciegas. Hay millones de personas en los estados de Plateau y Nasarawa, en Nigeria, que ya no están expuestas a la filariasis linfática. Y tengo que recordar que pronto no habrá enfermedad del gusano de Guinea en ningún lugar del mundo”.
“Así que pienso en esos hechos concretos y me vuelve toda la energía”, agregó.
Testigo por la democracia
A pesar de los viajes que Carter realizó para la construcción de viviendas o la lucha contra enfermedades, estos recorridos fueron eclipsados por su papel como observador electoral, invitado por funcionarios de países donde las elecciones democráticas eran incipientes o estaban bajo amenaza.
La independencia de criterio de Carter quedó clara desde el principio: en 1989 fue observador de las elecciones presidenciales de Panamá y las denunció como fraudulentas.
Al año siguiente, observó las de Nicaragua y señaló el resultado histórico: “… por primera vez en el mundo, un régimen revolucionario que llegó al poder por las armas le entregó el control del gobierno a sus adversarios como resultado de lo elegido por los votantes”.
Fue observador en 37 elecciones más, desde Perú hasta Mozambique, Nepal e Indonesia. Su última misión, a los 90 años, fue en 2015 en Guyana.
“Ciudadano de un mundo preocupado”
Pacificador: Carter se ganó esa etiqueta por el camino difícil.
El año 1994 fue particularmente complicado: Carter desactivó una crisis en ciernes con Corea del Norte por su programa de armas nucleares —aunque en Estados Unidos su intervención causó consternación y controversia—, y en Haití ayudó a poner fin a un enfrentamiento con los líderes militares del gobierno y evitar una invasión norteamericana. Hacia fines de aquel año, pocos días antes de Navidad, voló a los Balcanes y negoció un alto el fuego de cuatro meses en la guerra de Bosnia, un conflicto de origen étnico en el que ya habían muerto decenas de miles de personas y habían sido desplazadas muchas más.
Ocho años después, Carter recibió el Premio Nobel de la Paz por la amplitud de su trabajo, tanto cuando era presidente como fuera del cargo.
“No estoy aquí como funcionario público”, explicó al aceptar el premio, “sino como ciudadano de un mundo preocupado que encuentra esperanza en el creciente consenso de que los objetivos aceptados de la sociedad son la paz, la libertad, los derechos humanos, la calidad ambiental, el alivio del sufrimiento y el imperio de la ley”.
Más allá de los elogios que recibió Carter por sus logros posteriores a su paso por la Casa Blanca, nada mejor que la evaluación que hizo él mismo hace unos años sobre la vida que él y Rosalynn se habían propuesto tener: “Vamos donde queremos, nos reunimos con quien elegimos y decimos lo que creemos: como ven, es una vida maravillosa”.
Por Susan Levine y N. Kirkpatrick
Traducción de Jaime Arrambide
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