Guerra Rusia-Ucrania: Joe Biden, ante el máximo desafío y la mayor amenaza de su presidencia
Debilitado en casa, Biden deberá enfrentar la ofensiva más seria de Putin sobre Occidente, su invasión a Ucrania, que sacó a la guerra de los libros de historia de Europa para traerla de regreso al presente
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WASHINGTON.- Debilitado en Estados Unidos, con su popularidad de capa caída, una inflación alta, una sociedad fracturada y frente a unas elecciones legislativas en las que casi con certeza los demócratas perderán el Congreso y dejarán a su presidencia atada de manos. Ese era el panorama que tenía entre manos Joe Biden antes de que Vladimir Putin ordenara invadir Ucrania. Ahora suma una nueva guerra en Europa, la crisis más seria que ha debido enfrentar su gobierno tras la pandemia del coronavirus y la caótica salida de Afganistán.
Y ante la brutal ofensiva de Putin, Biden y Europa eligieron guardar la artillería pesada.
Desde Bill Clinton, el primer mandatario norteamericano que lidió con Putin, todos los antecesores de Biden desconfiaron y vieron al líder ruso como una amenaza para Occidente. Madeleine Albright, secretaria de Estado de Clinton, lo describió tras su primer encuentro como un personaje “tan frío que parece casi un reptil”, y tomó nota de su ambición por resucitar la vieja Unión Soviética. “Putin está avergonzado por lo que le pasó a su país y está decidido a restaurar su grandeza”, recopiló Albright.
Todos los presidentes, Biden incluido, evitaron el conflicto y trataron de contener a Putin con diplomacia. No funcionó, y la guerra golpeó la puerta del Salón Oval de la Casa Blanca.
Biden es ahora el presidente de Estados Unidos que debe enfrentar el mayor desafío de Putin a Occidente, una invasión a gran escala a un aliado, Ucrania, que sacó a la guerra de los libros de historia de Europa para traerla de regreso al presente. Es, también, la mayor amenaza para su presidencia y la democracia.
Ante el cachetazo de Putin al orden global, Biden y el resto de los aliados europeos armaron una respuesta calibrada que generó críticas y desazón en aras de la voracidad de su invasión, un ataque premeditade, sin justificación ni provocaciones, tildada de ilegítima y una violación “flagrante” del derecho internacional.
Biden fue duro en sus palabras con Putin, pero lo dejó afuera de las sanciones. Solo sumó más nombres de su círculo. Tampoco logró convencer a los europeos, en particular, a Alemania, de vedar a Rusia del sistema de transacciones financieras globales SWIFT, una movida que le hubiera asestado un golpe durísimo a la economía rusa y hubiera aislado más a Putin. Y ni hablar de restringir las compras de energía a Rusia, como sí hizo Estados Unidos con Irán o Venezuela.
Europa depende del gas ruso, y Biden quiso evitar un rebrote inflacionario mayor que genere un golpe adicional a los bolsillos de sus votantes. El paquete de sanciones, dijo Biden, está “específicamente diseñado para permitir que continúen los pagos por energía”. Limitaciones geopolíticas.
El mensaje que dejaron las potencias occidentales es que todas las opciones siguen sobre la mesa, pero, tal como le preguntó un periodista a Biden luego de su discurso: si las medidas más duras no se toman luego de una invasión que ya causó muertos en Ucrania y llegó hasta los alrededores de Kiev, ¿cuándo? Y aun quienes elogiaron las medidas pusieron en duda su efectividad.
“El nuevo paquete de sanciones es severo. Al mismo tiempo, nadie debería hacerse ilusiones de que estas sanciones cambiarán el pensamiento o las acciones de Putin en el corto plazo”, dijo en Twitter Michael McFaul, quien fue embajador en Rusia y asesor de Barack Obama. “Su efectividad, trágicamente, tendrá que medirse durante años, no semanas o meses”, agregó.
Asistencia a Ejército
Biden también dejó en claro que Ucrania peleará sola. Los aliados occidentales ampliarán la asistencia al Ejército ucraniano, pero Biden ha descartado una y otra vez una intervención militar directa. Ucrania no es miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Con todo, el primer ministro británico, Boris Johnson, dejó esa opción latente.
Cualquiera sea el curso que tome Occidente para lidiar con la crisis creada por Putin, la crisis será larga, dolorosa, y muy costosa. No solo para Rusia y Ucrania, sino también para la economía global, que había comenzado a recuperarse del mazazo que le propinó la pandemia del coronavirus. El salto que dio el precio del barril de petróleo avizora un panorama mucho más complicado para la inflación, el nuevo flagelo mundial, y una de las razones del derrape de la popularidad de Biden en casa.
Biden conoce bien las críticas que vendrán. La estrategia de sanciones ya despertó los primeros reparos, en Estados Unidos y en Europa, por su escasa efectividad para disuadir a Putin. Su antiguo jefe, Barack Obama, sufrió una ofensiva parecida por una respuesta demasiado tímida a la guerra civil en Siria, respaldada por Putin, y a la anexión de Crimea, ordenada por Putin. La diferencia: Obama ya había logrado su reelección.
La crisis en Ucrania también alterará toda la agenda de política exterior de la Casa Blanca. Biden había puesto a Rusia en un segundo plano. Los principales problemas eran China y el cambio climático. Biden veía además otro problema global: el retroceso de las democracias y el avance de las autocracias. La invasión de Rusia es, también, el avance de un régimen dictatorial sobre una democracia. Y son pocos quienes ven en el sugestivo silencio de China un futuro problema en Asia: otro conflicto, ya no con Ucrania como protagonista, sino con Taiwán.
Un periodista le preguntó a Biden si había pedido ayuda a China para aislar a Rusia. “No estoy preparado para comentar al respecto en este momento”, respondió.
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