¿Espejo de Brasil? La toma del Capitolio en Estados Unidos abrió una guerra en el Partido Republicano que todavía perdura
El ataque del 6 de enero de 2021 marcó un quiebre y profundizó la grieta entre moderados y trumpistas “negacionistas”; la grieta tuvo un efecto demoledor en las urnas
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WASHINGTON.- A principios de 2021, Steve Schmidt, un estratega republicano que trabajó en la campaña de George W. Bush, anticipó que el 6 de enero de ese año, cuando se produjo el ataque trumpista al Congreso, estallaría una “guerra civil” en el Partido Republicano. Ese día, Estados Unidos atestiguó uno de los mayores asaltos a su democracia en su historia, y el partido de Abraham Lincoln, que había comenzado a agrietarse ya antes del ascenso de Donald Trump, sufrió una fractura que todavía parece muy lejos de soldar.
“El partido conservador en Estados Unidos está muerto. Puede que siga llevando el nombre ‘Republicano’, pero no será tal cosa. El fascismo ha llegado de hecho a Estados Unidos y como se predijo una vez, está envuelto en la bandera y cargando una cruz”, escribió Schmidt en un extenso hilo en Twitter. “Ahora solo hay dos lados en la política estadounidense. Está el lado estadounidense y el lado autocrático. Que Dios nos ayude a todos si flaqueamos, languidecimos o fallamos en la defensa de la democracia estadounidense”, exhortó.
La avanzada ultraderechista que brotó en Estados Unidos durante la presidencia de Barack Obama con el Tea Party se fortaleció luego con el ascenso de Trump a la presidencia, quien puso de rodillas al establishment republicano y se adueñó del llamado Grand Old Party, o “GOP”, las iniciales que identifican al Partido Republicano.
El 6 de enero de 2021 marcó un quiebre y profundizó la grieta entre moderados y trumpistas “negacionistas”, que se plegaron a la “Gran Mentira” de Trump y cuestionaron sin tregua el escrutinio y el resultado de la elección presidencial de 2020 que llevó a Joe Biden a la Casa Blanca. Hoy, “guerra civil” es una frase común en la prensa y en las discusiones políticas a la hora de describir el presente de los republicanos. ¿Pasará algo similar en Brasil después del asalto a los edificios de los tres poderes del domingo pasado por parte de bolsonaristas?
En Estados Unidos, la guerra civil ha tenido ya un alto costo para los republicanos, la democracia norteamericana y, en última instancia, el mundo. A principios de 2022, los republicanos se mostraban confiados en que lograrían recuperar el control del Congreso en la elección de medio término. El escenario parecía ideal: un presidente impopular, alta inflación, y alta efervescencia entre sus filas. Pero la proliferación de candidatos con posturas extremas, apuntalados por Trump, les costó el Senado y los dejó con apenas una mayoría escuálida en la Cámara de Representantes.
El resultado de esa victoria con aroma a derrota fue una batalla descarnada al momento decidir quién sería el nuevo líder partidario, la persona elegida para reemplazar a Nancy Pelosi en la presidencia de la Cámara baja, tercera en la línea de sucesión. Los republicanos se trenzaron en durísimas negociaciones y peleas que llevaron a la elección más complicada de un líder de la Cámara de Representantes en los últimos 100 años. Algunas de esas peleas quedaron expuestas al mundo en el piso de la Cámara, transmitidas en vivo por la cadena C-Span. Al final, Kevin McCarthy, el líder de la bancada, un trumpista moderado, logró llegar a la presidencia, pero tuvo que hacer enormes concesiones a los ultras y quedó seriamente debilitado y atado a los reclamos y los caprichos del ala radical.
Con el Congreso dividido, y los republicanos enfrascados en su interna –los demócratas han hecho un mejor trabajo en ocultar sus diferencias–, la posibilidad de tejer consensos quedó virtualmente desterrada. Ninguna reforma profunda, como, por ejemplo, un paquete de medidas para desplegar una lucha frontal contra el cambio climático es factible. La gobernabilidad ha quedado reducida a decretos presidenciales, al menos hasta la próxima elección. Empujados por el ala radical, los republicanos prometen dedicar más tiempo a cavar en la grieta desplegando investigaciones contra el gobierno de Joe Biden que a intentar imponer o negociar una agenda, tal como en su momento hicieron los demócratas con Donald Trump. Incluso iniciativas que cuentan con el respaldo de la mayoría del arco político, como la asistencia militar a Ucrania para la defensa ante la invasión rusa, han encontrado resistencia en las facciones más radicalizadas del Congreso.
Hacia 2024
La batalla por la identidad del Partido Republicano se estirará hasta 2024, cuando se elija el próximo candidato presidencial. El 6 de enero estará presente durante las primarias, como un vector que dividirá nítidamente a dos bandos: lo que respaldan a Trump y su “Gran Mentira”, y quienes la rechazan y buscan ansiosamente dar vuelta la página.
La lección que dejaron las últimas elecciones de medio término es que los “negacionistas” le quitaron poder al Partido Republicano. La mayoría de los candidatos republicanos negaron o cuestionaron el resultado de 2020, según un análisis del Washington Post, y más de 100 terminaron perdiendo sus contiendas. Entre los derrotados estuvieron los tres candidatos para la gobernación en Arizona, Michigan y Pensilvania, tres estados cruciales para las presidenciales.
Con Trump lanzado en una nueva carrera presidencial, el ala moderada del partido apuesta a que otros candidatos, como el gobernador de Florida, Ron DeSantis, logren traccionar suficiente respaldo como para desterrar al magnate y evitar que 2024 sea un nuevo 2016. Un trumpismo sin Trump, y sin rasgos autócratas. Trump quedó debilitado, pero cada vez que se lo dio por vencido encontró la forma de imponerse. Para muchos, Trump sigue siendo el líder, y la figura con mayor magnetismo, aun cuando le haya costado al Partido Republicano tres derrotas consecutivas en 2018, 2020 y 2022.
Existe un escenario rupturista que alteraría el mapa político de Estados Unidos: una fractura total del GOP. La grieta que actualmente divide a los trumpistas de los antitrumpistas –como Schmidt, uno de los fundadores del “Proyecto Lincoln”, que busca preservar el perfil histórico del partido– llevaría a un conservadurismo dividido por completo. Republicanos como Liz Cheney, hija del exvicepresidente Dick Cheney, desterrada del Congreso por el trumpismo y quien ha prometido hacer lo que sea necesario para impedir un nuevo triunfo de Trump, encontrarían refugio en un nuevo partido. Y los trumpistas más radicales, como la conspiracionista Marjorie Taylor Greene, en otro. Para los demócratas, ese escenario prácticamente les aseguraría la Casa Blanca. Y ese parece ser, hoy por hoy, la única razón que mantiene unidos a los republicanos.
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