¿Es posible otro Watergate? De Nixon a Trump, dos presidencias con escándalos similares, pero desenlaces distintos
Más allá de los rasgos comunes que los unen, el contraste en el desenlace de sus presidencias y sus destinos políticos –uno, desterrado; el otro, vigente– es un testimonio de los cambios que sufrió Estados Unidos en las últimas décadas
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WASHINGTON.- Al cierre de la campaña presidencial que lo llevó a la Casa Blanca, Donald Trump se acordó del caso Watergate. “Este es el mayor escándalo desde Watergate”, repetía una y otra vez, al hablar de la investigación de los emails de su rival, Hillary Clinton, que terminó por sellar su derrota. Trump ganó, y en apenas cuatro años tuvo se convirtió en el único presidente en la historia que enfrentó dos juicios políticos, el último por incitar la insurrección al Congreso el 6 de enero de 2021, el peor ataque a la democracia de Estados Unidos. A diferencia de Richard Nixon, Trump jamás pensó en renunciar; más aún: su presidencia nunca corrió peligro.
Al igual que Nixon, Trump se fue, pero derrotado en las urnas, y planea volver a pelear por la Casa Blanca en 2024.
Un hilo une a Nixon y a Trump, pero, más allá de los rasgos comunes, el contraste en el desenlace de sus presidencias y sus destinos políticos –uno, desterrado; el otro, vigente– es un testimonio de los cambios que sufrió Estados Unidos en las últimas décadas. A 50 años del escándalo que le costó la presidencia a Nixon, la supervivencia de Trump arraigó una certeza en los análisis de historiadores, políticos, analistas políticos y periodistas: en el ambiente actual, otro Watergate es inviable.
La masiva operación de espionaje político montada por Nixon y su equipo que salió a la luz el 17 de junio de 1972, con el arresto de cinco hombres que ingresaron a la fuerza a robar documentos a la sede del Comité Nacional Demócrata, en el edificio Watergate –un gigantesco complejo de oficinas sobre la orilla del río Potomac, devenido en un lujoso condominio y un hotel cinco estrellas– activó durante los siguientes dos años todos los resortes institucionales de Estados Unidos, que se movieron con una sincronía de coreografía y terminaron por sacar a Nixon de la Casa Blanca. La investigación del The Washington Post que lideraron Bob Woodward y Carl Bernstein expuso el escándalo, que fue investigado por el FBI, un fiscal especial, el Congreso y los tribunales.
Tras la pila de relevaciones, en 1973, el Senado creó el Comité Watergate para investigar el escándalo. La votación fue unánime: 77 votos a favor, y ninguno en contra. Las audiencias del comité tuvieron una audiencia televisiva masiva, y hundieron la popularidad de Nixon. Un año después, sin apoyo en el Congreso y ante un inminente juicio político, Nixon renunció.
Grandes escándalos
Trump tuvo tres grandes escándalos: el Rusiagate, el Ucraniagate –uno de los legados perdurables de Watergate es que a todos los escándalos políticos desde entonces se los bautiza con el agregado “gate”–, y el ataque al Congreso. Ninguno lo tocó, aun cuando dos llegaron a juicio político. El Senado absolvió a Trump dos veces, con un apoyo casi unánime de los republicanos. Ese respaldo continuó aun después de que dejó el poder. En 2021, ya con Joe Biden en la Casa Blanca, la Cámara de Representantes creó otro comité, similar al de Watergate, para investigar el ataque al Congreso del 6 de enero. La votación fue 222 a 190, y solo dos congresistas republicanos, Liz Cheney y Adam Kinzinger, votaron junto con los demócratas.
“Lo que hundió a Nixon fue que la evidencia de sus crímenes superó al partidismo, en el Congreso y en la población”, señala Larry Sabato, director del Centro para la Política de la Universidad de Virginia. “Hoy, a los republicanos simplemente no les importa las transgresiones de Trump. Ni siquiera creerían los hechos sobre un escándalo como Watergate, y mucho menos estarían de acuerdo en despedir a Trump”, remarca.
Woodward y Bernstein escribieron en un nuevo prólogo para una edición conmemorativa de su libro, “Todos los hombres del presidente”, que Trump fue más allá que Nixon. Ambos crearon un mundo conspirativo, cedieron a la paranoia, vapulearon rivales y tradiciones democráticas, y tildaron a la prensa de “enemigo”, según describieron los periodistas. Pero Trump y su gente diseñaron una estrategia para “destruir el sistema electoral” con denuncias infundadas de fraude, y trataron de impedir la transferencia pacífica del poder, marca distintiva de la democracia norteamericana. El resultado fue la insurrección al Congreso, una operación con el sello de Trump, recostada en lo que en Estados Unidos se bautizó la “Gran Mentira”. Por todo eso, Woodward y Bernstein llamaron a Trump “el primer presidente sedicioso de nuestra historia”.
Pérdida de confianza
Ahora, el país es otro. La gente confía menos en el gobierno o en los medios, Estados Unidos está profundamente dividido, y la grieta, la creciente polarización que separa a republicanos y demócratas, domina cualquier discusión o decisión política.
Paradójicamente, la pérdida de confianza de los norteamericanos en el gobierno y las instituciones democráticas, una fuente de oxígeno para el mundo conspirativo que le brinda sustento político a Trump, comenzó con Watergate. A fines de 1964, durante la presidencia de Lyndon Johnson, un 70% de los norteamericanos confiaban en que el gobierno haría lo correcto. Cuando Nixon se fue, ya solo el 36% pensaba lo mismo. La confianza creció luego de los atentados del 11 de Septiembre, pero se desplomó un par de años después. Hoy, solo dos de cada diez norteamericanos confían en el gobierno.
El mismo problema golpea a los medios. Apenas el 36% de la gente confía en los medios masivos, según Gallup, el segundo nivel más bajo de los últimos 25 años. Las diferencias son extremas según la ideología. Siete de cada diez demócratas creen en la prensa, contra apenas uno de cada diez republicanos.
A la pérdida de confianza en las instituciones y en los medios se suma el debilitamiento del centro político y el bipartidismo. Demócratas y republicanos se han corrido hacia los extremos, un movimiento que, según señalan estudios y analistas, ha sido mucho más marcado en el Partido Republicano, dominado por el trumpismo. Una de las pruebas más nítidas fue la declaración oficial del Comité Nacional Republicano, este año, que calificó a la protesta del 6 de enero que terminó en la toma del Capitolio de “discurso político legítimo”. Una investigación del Post reveló que al menos 108 candidatos republicanos que se impusieron en las primarias hacia las legislativas respaldan la “Gran Mentira” sobre la elección 2020. Y las encuestas marcan que una abrumadora mayoría de los votantes republicanos también cree, al día de hoy, que Trump triunfó.
“Defraudé al pueblo americano y tendré que cargar con ese peso por el resto de mis días”, dijo un Nixon atribulado, al final de su famosa entrevista con David Frost. Su carrera, admitió, estaba terminada. Lejos de abandonar la política, Trump sigue en campaña, y prepara su próxima candidatura presidencial con la obsesión de regresar a la Casa Blanca.
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