Jordan Belfort, el hombre que inspiró la película protagonizada por Leonardo DiCaprio, ahora se promociona como un experto en el mundo cripto
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MIAMI BEACH.— Jordan Belfort descansaba a la orilla de la pileta en una soleada mañana de abril, mientras bebía Red Bull y relataba una historia con moraleja. No era el usual relato sobre su encarcelamiento por 10 cargos de fraude bursátil y lavado de dinero: en este caso, él era la víctima. El otoño pasado, le contó a un grupo de empresarios reunidos en su residencia palacial que un ciberdelincuente había robado tókenes digitales con un valor de 300.000 dólares de su billetera de criptomonedas.
Según relató, recibió las malas noticias mientras cenaba un viernes y le hablaba a un amigo inversionista en capital de riesgo sobre la ocasión en que hundió su yate en un momento de locura bajo el efecto de las drogas a mediados de los años 90. Después de acceder a la cuenta de Belfort, el delincuente transfirió grandes cantidades de ohm, una criptomoneda popular, a otra billetera, en una transacción visible y pública que Belfort no pudo revertir. “Puedes ver dónde está el dinero”, dijo. “Eso es lo más frustrante”.
Belfort, de 59 años, es muy conocido por la película “El lobo de Wall Street”, una autobiografía detallada sobre su disipada carrera en las altas finanzas durante los noventa, que el director Martin Scorsese adaptó en un filme de 2013 con la actuación de Leonardo DiCaprio en el papel del fiestero protagonista. En estas fechas, en la vida real, Belfort es consultor y asesor de ventas, y cobra decenas de miles de dólares por dar sesiones privadas.
Este mes, en su casa de Miami Beach, recibió a nueve empresarios aficionados de los blockchains para dictarles un taller sobre el criptomundo que duró todo el fin de semana (una oportunidad para pasar tiempo con el Lobo y disfrutar una “experiencia financiera íntima” con sus amigos de la criptoindustria).
Una larga fila de celebridades ha intentado sacarle jugo al auge de las criptomonedas, con apariciones en criptocomerciales que han sido objeto de burla generalizada o con algún tipo de promoción de tókenes no fungibles, los coleccionables digitales únicos conocidos como NFT por su sigla en inglés. Belfort comentó que se ha negado a participar en las peores ofertas. Rechazó propuestas para lanzar una línea de NFT basados en el tema del Lobo, según dijo, aunque “podría haberme embolsado fácilmente 10 millones”.
También es un converso reciente, pues antes era un escéptico de las criptomonedas. Hace no tanto, grabó un video de YouTube sobre los peligros del bitcoin, al que tildó de “vil locura” y “delirio de las masas”. Sin embargo, cuenta que con el paso de los años fue cambiando de idea, conforme fue conociendo más sobre las criptomonedas y los precios se dispararon.
Ahora, Belfort es inversionista en unas cuantas empresas emergentes, como una nueva plataforma de NFT y un proyecto digital con temática de animales que, según dice, “intenta tomar el ecosistema de los perros y otras mascotas y colocarlo en blockchains”.
Independientemente de sus credenciales en el criptomundo, no hay duda de que Belfort puede hablar sobre el tema del fraude financiero, un gran problema en la industria de los activos digitales. En los años 90, la empresa que fundó, Stratton Oakmont, operaba un sofisticado esquema de manipulación bursátil. En la cima de su riqueza, tanto él como sus socios consumían enormes cantidades de cocaína y metacualona (cuyo nombre comercial es quaalude), y con frecuencia contrataban prostitutas. Al final, Belfort cumplió una condena de 22 meses en prisión.
Debido a esa historia, puede parecer un poco surrealista escuchar a un Belfort más maduro y canoso proclamar que “espera con gran ansia la regulación” de la criptoindustria. “No me interesa separar a las personas de su dinero”, aseveró. “Es lo contrario a lo que hago en este momento”.
De cualquier forma, el taller sobre criptomonedas en su casa no fue gratuito: los invitados pagaron un bitcoin por tener un lugar, o el equivalente en efectivo, aproximadamente 40.000 dólares.
El taller arrancó a las nueve de la mañana un sábado. Los invitados, seleccionados de entre más de 600 solicitantes, se pasearon por el patio trasero de Belfort mientras comían omelettes hechos a la carta e intercambiaban consejos sobre minería de bitcoines y la economía del token. Un minero de criptomonedas de Kazajistán se relajaba bajo el sol con un aspirante a influente en cadenas de bloques que dirige una empresa de revestimientos para techos en Idaho. Un empresario de Florida explicó su plan de utilizar NFT en una empresa emergente que promociona como el Tinder de la música. Algunos de los invitados dijeron que habían pagado el taller porque son grandes aficionados del Lobo; otros sencillamente querían conocer a otros empresarios.
Para las 9.15, fluían las mimosas, pero de Belfort, ni sus luces. “El dólar estadounidense está frito”, comentó el ejecutivo de revestimientos, Doug Bartlett. Pasaron unos minutos. El Lobo seguía sin aparecer. “¿El Lobo todavía está dormido?”, preguntó uno de los invitados en voz alta.
Por fin, Belfort salió de la casa, enfundado en unos jeans desteñidos y con lentes oscuros. Belfort tiene cabello oscuro corto; está más arrugado que en los 90, pero su rostro luce una perpetua sonrisa juvenil. Se detuvo en las escaleras que bajaban del porche y observó la escena: nueve hombres vestidos en distintos tonos de atuendo casual para negocios (camisetas tipo polo, sandalias, camisas informales). “Supongo que aún debemos trabajar para que las mujeres adopten las criptomonedas”, dijo. “Tiene que haber algunas chicas aquí el próximo año”. Hizo una pausa. “Mujeres”.
Alguien le dio a Belfort una lata de Red Bull (eran alrededor de las 9.30 de la mañana). “Voy a necesitar el azúcar”, dijo. Después de unos minutos de conversación ligera, condujo al grupo al comedor, donde cada lugar de la mesa tenía una libreta y una copia de Way of the Wolf, un manual de ventas que Belfort publicó en 2017.
Aunque Belfort ha dedicado las últimas dos décadas a reconstruir su reputación, por todas partes había señales del viejo Lobo. Detrás de su sitio en la cabecera de la mesa, una repisa repleta de licores ocupaba la mayor parte de la pared (no ha consumido drogas en 25 años, afirmó, pero algunas veces bebe). Junto a la repisa había un póster cuyo diseño asemejaba una entrada de la tabla periódica —Qu como símbolo de quaalude— y daba distintas “características de las drogas”, por ejemplo, el “mejor sexo de la vida”.
Después de una ronda de presentaciones, Belfort comenzó a hablar sobre las minucias de las criptomonedas, desde las diferencias entre el bitcoin y el ethereum hasta el surgimiento de las organizaciones autónomas descentralizadas. Compartió sus conocimientos sobre los sistemas de “contratos inteligentes” basados en criptomonedas (“algunos de verdad son muy inteligentes; algunos son tontos”) y contó viejas anécdotas sobre su colaboración con DiCaprio y Scorsese.
“Leo nunca había consumido drogas”, dijo. “Tuve que enseñarle”.
Para ser una reunión de criptoevangelistas, fue sorprendente que dedicaran tanto tiempo a hablar sobre sus mayores pérdidas. Casi la mitad del grupo dijo que había sido víctima de ciberdelincuentes. Un invitado relató que había perdido dinero cuando la casa de cambio de criptomonedas Mt. Gox fracasó en 2014. Otros dos dijeron que habían perdido grandes cantidades de tókenes en negocios riesgosos.
La atmósfera en la habitación se animó con la llegada de Chase Hero, el primero de una serie de oradores invitados por Belfort para el fin de semana. Criptoinversionista y aficionado de los videojuegos, Hero declaró que las stablecoins (criptomonedas cuyo valor está ligado al dólar estadounidense) son “la mayor innovación desde el pan rebanado”.
“Parece vivaz, nada cuerdo y casi raya en un esquema Ponzi”, dijo Hero sobre su proyecto favorito de stablecoin. “Por eso es el activo perfecto para las criptomonedas porque es lo que les encanta a estos chicos”.
Uno de los invitados de Belfort, Svein-Erik Nilsen, un empresario noruego, empezó a describir sus propias ambiciones de negocios. Le preguntó a Hero si podía darle recomendaciones. La clave para arrancar un nuevo negocio, respondió, es una comercialización agresiva. “Imagínate ir a una playa brasileña y tratar de encontrar una sola chica atractiva. Hay 8 millones”, señaló Hero. “Es la misma idea, en este caso. Tienes que hacer publicidad de manera disparatada para promocionarla”.
Unas horas después, el grupo se reunió para cenar en Carbone, un elegante restaurante italiano de Miami Beach donde Belfort llega a comer hasta dos veces por semana. Mientras degustaban caviar y rigatoni, algunos de los invitados compartieron historias sobre sus propios desenfrenos; resultó que Belfort no era el único lobo presente en el salón. Dos invitados hablaron sobre mañas para involucrarse con mujeres más jóvenes sin arriesgarse a tener que “mantenerlas”. Alguien especuló sobre posibles opciones para que un próspero propietario de algún club de estríperes incorporara los NFT al negocio.
Pronto, la conversación saltó a un club de Japón donde se dice que las mujeres retozan con pulpos. Belfort quería saber más acerca del tema: ¿en Japón había mujeres hermosas? Más tarde, le mostró al grupo un video que tomó con su iPhone en un bar ambientado con el tema de sadomasoquismo, donde las meseras les dan tundas a los clientes.
Artem Bespaloff, director ejecutivo de la empresa de minería de criptomonedas Asic Jungle, se inclinó sobre la mesa para describir su conversión personal a los métodos del Lobo. Planeaba estudiar medicina, narró, cuando se topó con una copia de El lobo de Wall Street en la biblioteca.
“Pensé: ‘Esto es lo que quiero hacer’”, recordó Bespaloff. “Me robé el libro de la biblioteca”.
“Así que fui una buena influencia”, dijo Belfort con una risa. De cualquier manera, comentó, se arrepiente de su comportamiento en esos días… estuvo mal y podría haberse hecho todavía más rico si no hubiera transgredido la ley. “Me perdí el auge de internet”, se lamentó. “Habría ganado 100 veces más dinero”.
“Bueno”, respondió Bespaloff, “ahora estás metido en las criptomonedas”.
“La vida te enseña”, sentenció Belfort.
Por David Yaffe-Bellany
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