El “modelo Milei” que seguirá Trump en su segundo mandato, según un columnista del Washington Post
La victoria de Trump fue aclamada por los mandatarios ideológicamente afines de otras partes del mundo como la piedra angular de una nueva era política; la semana próxima verá al mandatario argentino
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WASHINGTON.- Cuando Donald Trump ganó las elecciones de 2016, la sensación de shock era palpable en todo el mundo: el político rebelde que tenía más que ver con la ultraderecha marginal que con el establishment conservador del continente ahora estaba a cargo del país más poderoso del planeta.
Los aliados de Estados Unidos dudaban del verdadero compromiso de Trump con los lazos transatlánticos de su país, y en Washington los expertos advertían sobre el desprecio del nuevo presidente por los derechos humanos. Algunos analistas incluso sugerían que el centro de “líder del mundo libre” debía pasar a manos de la canciller alemana, Angela Merkel, por entonces la dirigente más ampliamente respetada de Occidente.
Pero la victoria de Trump de esta semana causó menos shock que desazón. Los aliados de Estados Unidos y los expertos de Washington siguen temiendo lo que pueda pasar si Trump redobla las disrupciones de su primer mandato —debilitamiento de la OTAN, aranceles a las importaciones desde países aliados, acercamiento a déspotas y demagogos extranjeros—, pero esta vez han tenido meses para prepararse para una victoria de Trump y tratar de dilucidar cómo lidiar con esa realidad.
Pero lo más llamativo es que esta vez no hay hacia dónde mirar en busca del apabullado establishment liberal: Merkel no solo salió de escena, sino que su legado está en cuestión. La jugada política de la excanciller de centroderecha de recibir a los migrantes que buscaban asilo en 2015 hoy es fustigada por muchos, incluidos sus propios correligionarios democristianos, y es considerada como uno de los desencadenantes del ascenso de los movimientos populistas de ultraderecha en todo el continente europeo. Y la Alemania de 2024 no está en condiciones de funcionar como una suerte de reparo contra Trump: su impopular gobierno, compuesto por tres debilitados partidos liderados por los centroizquierdistas socialdemócratas, colapsó este mismo miércoles.
Por su parte, la extrema derecha ha avanzado notablemente en Europa desde la última victoria de Trump. Los partidos ultraderechistas componen las mayores facciones parlamentarias de los Países Bajos, Francia, Austria e Italia, están en ascenso en Alemania y Portugal, y son decisivos en Suecia y Finlandia. Más al este, países como Eslovaquia y Hungría tienen gobiernos que se alimentan del nacionalismo de derecha.
La nueva victoria de Trump fue aclamada por los mandatarios ideológicamente afines de otras partes del mundo como la piedra angular de una nueva era política. “Creo que esto los va a envalentonar y que ahora tendrán la sensación de estar marcando el ritmo de la historia”, dice Catherine Fieschi, analista política y miembro del Centro Robert Schuman del Instituto Universitario Europeo de Florencia.
El primer ministro húngaro, Viktor Orban, muy admirado desde hace tiempo por la derecha norteamericana, vio en la “brillante victoria” de Trump un camino para impulsar una agenda más iliberal en Occidente. “Tenemos varios planes que en los próximos años podremos llevar a cabo con el presidente Donald Trump”, dijo en vísperas de una cumbre europea celebrada en Budapest.
Alice Weidel, colíder del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), describió el éxito de Trump como la victoria del “pueblo trabajador de Estados Unidos” que se opone a la “migración masiva”, la agenda climática y la “ideología” de género, y que duda de seguir financiando la guerra en Ucrania. Como informaron algunos periodistas, hoy Kiev está luchando para reforzar toda la asistencia que pueda conseguir, previendo un importante cambio de rumbo bajo el gobierno de Trump, que ya ha manifestado su intención de cortar la ayuda militar y obligar a Ucrania a hacer concesiones con Rusia.
Un Trump envalentonado también podría terminar en connivencia y como inspiración de aliados de extrema derecha en Italia, donde el gobierno ha tomado medidas para impedir que las parejas del mismo sexo formen familia, y en los Países Bajos, cuyo Parlamento está evaluando la aprobación de nuevas leyes anti-inmigrantes que podrían implicar la deportación a Siria de los solicitantes de asilo.
El Kremlin y sus propagandistas también están encantados con el resultado de las elecciones en Estados Unidos, y consideran que la victoria de Trump es una muestra de repudio a todo el proyecto político occidental desplegado contra Rusia. “La victoria de la derecha en el llamado ‘mundo libre’ será un golpe para las fuerzas progresistas de izquierda que lo dominan”, escribió en su canal de Telegram el vicepresidente de la cámara alta de la Duma, Konstantin Kosachev, y se burló del establishment europeo que, según él, venía “alentando” a la vicepresidenta norteamericana y ahora excandidata Kamala Harris.
“Ganamos”, dijo Alexander Dugin, un influyente ideólogo ruso a quien se le atribuye la articulación de la agenda imperialista que da sostén a la guerra de Rusia en Ucrania y haber apoyado los intentos de desinformación contra la campaña de Harris. “El mundo nunca volverá a ser como antes. Los globalistas han perdido la batalla final”.
Modelo Milei
Esos cacareos pueden ocultar las otras razones que hay detrás del cambio político. Las elecciones en Estados Unidos son solo uno de los procesos electorales de 2024 en el mundo desarrollado donde los oficialismos perdieron un porcentaje de votos. Esta ola opositora refleja la bronca de los votantes por los efectos secundarios de la pandemia, básicamente, la inflación. Aunque en Estados Unidos los demócratas gobiernan con una economía fortalecida —sobre todo en comparación con otros países occidentales—, la preocupación de los norteamericanos por el aumento de los precios sigue siendo generalizada.
Trump supo canalizar ese malestar hacia la incesante política de queja y resentimiento que alimenta su movimiento, asociando las preocupaciones económicas de la gente con un cóctel de otros temas que interesan a la derecha, desde la inmigración hasta los esfuerzos de los demócratas para combatir el cambio climático. Y ese fogoneo constante de su base electoral rindió fruto el día de las elecciones.
“Esto tiene consecuencias corrosivas que van mucho más allá del resultado electoral”, escribió Robert en The Financial Times, y agregó que la política occidental está subida a “la calesita de la bronca”.
“Cuando sos oposición es muy fácil: el enemigo es el oficialismo”, escribió Shrimsley. “Pero incluso cuando estás en el poder, al ecosistema hay que alimentarlo con enemigos que sirvan de coartada para el fracaso. Necesitás hablar de empleados públicos enquistados y malignos, de élites progresistas, de financistas globalistas, de jueces partidizados. Y al final, eso terminan erosionando la confianza en todo el sistema”.
El objetivo de Trump y sus compañeros de viaje posiblemente es ese. Su compañero de fórmula, el senador republicano por Ohio, J.D. Vance, no ha ocultado su intención de “desmantelar el aparato administrativo del Estado”, y ya se habla de que hay planes para purgar al gobierno federal de todo aquel funcionario o empleado que no esté alineado con Trump. Y para hacerlo, es posible que ya tengan un modelo y guía en el presidente libertario argentino Javier Milei, que desde que asumió el cargo se ha propuesto achicar drásticamente el gasto público, con recortes al financiamiento de la educación y las universidades, el despido de decenas de miles de empleados públicos y la eliminación total de ministerios dedicados a las mujeres, los derechos de género y la diversidad.
“Amo ser el topo dentro del Estado”, dijo Milei en una entrevista en junio. “Soy el que destruye el Estado desde adentro”. Es muy revelador que la semana próxima Trump tenga previsto reunirse, precisamente, con Javier Milei.
Traducción de Jaime Arrambide
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