El estilo disruptivo de la artista que hizo un mural de musgo de Messi y fue reconocida por el New York Times
Empezó con arreglos florales del tamaño de una mano; ahora crea piezas naturales de hasta diez metros de altura; sus obras triunfan en Nueva York, Los Angeles, Miami y en otras ciudades del mundo
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MIAMI.- Las plantas le salvaron la vida, y no porque haya armado un novedoso negocio alrededor de ellas. A Paloma Teppa la transformaron en un ser espiritual, le hicieron encontrar sus dones, la conectaron con su alma, le dieron paz. Hoy, pese a hacer trabajos para cualquier parte del mundo con su empresa Plant The Future, su meta principal no es generar más ventas. Se trata de enseñarle al mundo que hay sanción y espiritualidad en las plantas.
Entre sus creaciones, está el parque de diversiones de Nickelodeon en New Jersey, donde Plant The Future recreó una selva por donde entrecruzan las montañas rusas. También están los murales que creó para los Starbucks más lujosos, como los que se ubican en Disney Springs, Maryland o Miami Beach, con mapamundis que parecen de terciopelo verde, o enormes figuras de animales.
Sus trabajos se replican en otros continentes, como el jardín del rey de Marruecos, o en Japón. Pero esta historia comienza en Córdoba, donde, de pequeña, Paloma tuvo acceso al río, las plantas, y los caballos. “Sin darme cuenta, allí empezó esa comunicación muy profunda con la naturaleza”, dice.
Se fue de su provincia natal para estudiar Bellas Artes y Diseño Industrial en Italia. Años después llegó a Miami, sola y con apenas dos valijas, simplemente porque aquí estaba MTV y ella se había propuesto trabajar ahí. “Me parecía innovador, hablaba de los jóvenes de ese momento, me gustaba la música, y logré entrar como vestuarista del canal”, aporta. Pero no fue hasta ser empleada en una florería que aprendió técnicas del cuidado de las plantas.
Más tarde empezó a trabajar para clientes propios desde su casa, hasta que decidió poner un pequeño local un un barrio en aquel entonces abandonado: Wynwood. “No pasaba ni un auto ni se pagaba estacionamiento. Pero ahí un espacio me costaba 600 dólares, en vez de 7000 que salía en Miami Beach. Quería darle a las plantas la dignidad de una obra de arte. Lo diseñé como si fuera una galería con columnas, y plantas arriba para darles prestigio. Todos los contenedores o macetas eran blancos para que desaparecieran y llamara la atención la vegetación. Eran como mini jardines”, relata.
En una ciudad “open mind”, como la define, Miami fue el escenario perfecto para innovar, y crear un arte que no era muy tradicional. Pasó de arreglitos florales para poner arriba de una mesa, a hacer “kissing gardens” o jardines colgantes para besarse, donde se podían meter dos personas y sentirse que estaban besándose en un vergel, aunque estuvieran en el interior de un departamento. “Era como una cápsula, una media esfera transparente, con un jardín que flotaba y un terrario adentro, para interior. Empecé a crear de todo, reciclaba televisores y los transformaba en terrariums, reutilizaba juguetes, robots o caballos y los pintaba de blanco, porque la idea es que todo lo que hizo el hombre esté de blanco, y el foco de atención sean los colores de las plantas”, cuenta.
Un día entró una de las dueñas del Aventura Mall a su local y al ver su revolucionario trabajo le propuso tener una tienda. Le ofreció por US$2000 un espacio que costaba US$10.000. “Nos dieron un local gigante, lo armamos todo, pero no nos dimos cuenta de un pequeño gran error: van turistas que no se pueden llevar nuestros productos, y por otro lado nuestras creaciones pesan muchísimo porque algunos tienen mucha tierra. Los clientes tenían el auto a dos cuadras en el estacionamiento y necesitábamos llevar los arreglos, era complicado”, cuenta. El mall la agobió, se sentía en una jaula, y su hija Amelie era recién nacida. A los tres meses, decidió cerrarlo.
Con su tienda de Wynwood, su carrera siguió en ascenso hasta lograr instalaciones de hasta diez metros de altura. “Hemos hecho más de 15 murales en hoteles. Nos llaman de shoppings, restaurantes, residencias privadas, principalmente en Nueva York, Los Angeles y Miami”, explica. En 2017, cuando el Real Madrid y el Barcelona jugaron el clásico en Miami, hizo una exposición con todos los retratos de los jugadores en inmensos murales de musgo que se expusieron en el shopping Brickell City Center, entre los que estaba el rostro de Messi. La exposición fue halagada por The New York Times. Unos meses más tarde, un cliente compró toda la colección que viajó a Ibiza. “Fue un orgullo enorme hacer el retrato de Messi, que en Argentina representa alegría, y es una inspiración para todos”, acota Teppa.
Su conexión con la biofilia se convirtió en una manera de vivir. “En las plantas están las respuestas de todo. Son medicina, son seres superiores. Es más complejo comunicarse porque no hablan ni mueven la cola, pero hay mucho que aprender de ellas. La comunicación de la planta es en silencio”, aporta.
Un día echó raíz
A medida que Wynwood crecía como destino turístico, su local se llenó de transeúntes. Las rentas fueron aumentando hasta que aquel espacio por el que alguna vez le pedían US$600, ahora pagaba US$10.000. Entonces, un viejo sandwich shop, donde alguna vez existió una vieja estación de servicio, fue el lugar para plantar raíces. Compró el predio en la zona de Little River y es allí donde tiene su propia tierra, lo que le ayuda a controlar mejor la calidad de las plantas.
Ahora está colaborando con Lladró, la línea española de figuras de cerámica, al convertir las imágenes en escalas más grandes como maceteros con formas de gorilas, elefantes, o rinocerontes donde le agrega su toque natural para decoración en las casas. “No siento competencia porque sigo avanzando, abriendo camino de alguna forma. Sin embargo, hay cientos de personas haciendo lo mismo en cada lugar que voy, desde Córdoba a Nueva York, y me parece positivo”, recalca.
Cada arreglo que vende, desde el más chico al más grande, lleva una tarjeta de cómo cuidarlo. “Tenemos un Doctor Plant en la compañía que puede ayudar en el servicio post venta, porque las plantas se pueden enfermar igual que los animales, y también se contagian. La flora que usamos es fuerte y longeva, porque mi objetivo es conectar a la gente con la naturaleza y ayudarlos a que vean que pueden cuidar a una planta. No deja de ser un desafío, a veces hay gente que quiere plantas, pero no quiere cuidarlas”, explica.
Para este tipo de clientes también tiene un plan B: plantas preservadas. Son naturales como helechos, flores (hay más de 15 tipos), que pasan por un proceso de preservación, tienen el olor y la textura, pero no necesitan agua, están como adormecidas. Se usa sobretodo en murales, o mapamundis, ya que no crece ni necesita drenaje.
Teppa ha recibido tanto de estar en relación con las plantas, que siente una necesidad de poder compartirlo. Por eso, su sueño es crear comunidad. En su local, rodeado de vegetación al borde de un río, empezó a convertirlo en un lugar de eventos con yoga, healing, meditación, y charlas, siempre alrededor de la naturaleza y la sustentabilidad.
“Siento que estoy cerrando un ciclo y estoy abriendo uno nuevo, que es crear un laboratorio, colaborar con arquitectos y diseñadores en el desarrollo de nuevos productos: diseñar muebles y casas con materiales renovables. Hay materiales nuevos que vienen de hongos, gelatina, hojas de piña, cientos de materiales muy interesantes que reemplazan plástico y otros que hacen daño al planeta. Es un mundo apasionante y me gustaría hacer un laboratorio de diseño. Yo no era espiritual, y hoy es lo número uno en la vida. Muy suavemente las plantas me transformaron en un ser mucho más lindo. Es un camino que luego abarca muchas cosas, es una forma de vivir, de cómo comes, te vestís, cómo gastas, y qué estudias”, concluye.
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