El “Estados Unidos de Trump”: un triunfo que habla de un país diferente al que creíamos conocer
La presunción de que el magnate era una anomalía en la política norteamericana fue barrida de cuajo por una marea roja
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WASHINGTON.- En su cierre de campaña de la semana pasada en el Ellipse, Kamala Harris fustigó a Donald diciendo que era una anomalía que no representaba a Estados Unidos. “Eso no es lo que somos”, declaró. Y al final, resulta que podría ser exactamente lo que somos. Al menos muchos de nosotros.
El martes a la noche, la presunción de que Trump era una anomalía que finalmente quedaría sepultada en las cenizas de la historia fue barrida de cuajo por una marea roja que arrasó en los estados decisivos y se llevó puesta la idea de Estados Unidos que fueron alimentando los dirigentes políticos de ambos partidos durante muchos años.
We can turn the page on a decade of Donald Trump trying to keep us divided and afraid of each other.
— Kamala Harris (@KamalaHarris) November 2, 2024
That's not who we are, and we're done with it.pic.twitter.com/cwZAAktskk
Ya el establishment político no puede ningunear a Trump como una disrupción temporaria en la larga marcha hacia el progreso, una casualidad que de alguna manera hace ocho años logró escabullirse hasta la Casa Blanca gracias a un artilugio en el Colegio Electoral. Con su regreso victorioso para reclamar la presidencia, Trump ahora se ha establecido a sí mismo como una fuerza transformadora que está reconfigurando a Estados Unidos a su propia imagen y semejanza.
El desencanto de los populistas con el rumbo que está tomando el país y el resentimiento contra las élites resultaron ser más profundos y acérrimos de lo que muchos en ambos partidos habían advertido. Con megadosis de testosterona, la campaña de Trump capitalizó la resistencia a elegir a la primera mujer presidenta.
Y aunque también hay decenas de millones de personas que votaron contra de Trump, una vez más él supo conectar con la sensación que cundía en muchos otros: que el país que conocían se estaba desvaneciendo, bajo un asedio económico, cultural y demográfico.
Para contrarrestarlo, esos votantes ratificaron el regreso de un hombre impulsivo de 78 años dispuesto a trastocar las convenciones y a tomar medidas drásticas, por más que ofendan ciertas sensibilidades o violen los viejos estándares. Toda duda que pudieran tener sobre su líder fue barrida bajo la alfombra.
Como resultado, por primera vez en la historia los norteamericanos eligieron como presidente a un delincuente condenado por la Justicia de su país. Devolvieron el poder a un líder que intentó revocar la elección anterior, que pidió la “caducidad” de la Constitución para recuperar su cargo, que aspiró a ser un dictador desde el primer día y que ya prometió imponer “retribución” contra sus adversarios.
El Estados Unidos de Trump
“El verdadero Estados Unidos ahora es el Estados Unidos de Trump”, dice Timothy Naftali, historiador de las presidencias de la Universidad de Nueva York. “Francamente, el mundo se dirá que si este hombre no quedó descalificado por los hechos del 6 de enero, que tuvieron enorme repercusión en todo el mundo, entonces este ya no es el Estados Unidos que conocían”.
Para los aliados de Trump, su elección reivindica su argumento de que Washington se ha vuelto insensible, que Estados Unidos es un país harto de librar guerras en el extranjero, de la inmigración excesiva y de la corrección política de la agenda woke.
“La nueva presidencia de Trump habla de la profunda sensación de marginación de quienes sienten haber sido relegados al desierto cultural durante demasiado tiempo, y de su fe en la única persona que ha dado voz a su frustración y ha sido capaz de centrarse en los que pasa en Estados Unidos”, dijo Melody C. Barnes, directora ejecutiva del Instituto Karsh para la Democracia de la Universidad de Virginia y exasesora del presidente Barack Obama.
En vez de desalentarlos, muchos de los reclamos altisonantes y furibundos de Trump en relación con la raza, el género, la religión, el origen nacional y, especialmente, la identidad transgénero, para muchos estadounidenses resultaron estimulantes. En lugar de sentirse ofendidos por sus mentiras flagrantes y sus dislates conspirativos, a muchos les pareció un signo de espontaneidad. En vez de descartarlo como un delincuente convicto al que varios tribunales procesaron por estafador, tramposo, abusador sexual y difamador, muchos aceptaron su afirmación de que era víctima de una persecución política.
“Esta elección fue una tomografía computarizada del pueblo estadounidense y, por difícil que sea decirlo, por difícil que sea pronunciarlo, lo que reveló, al menos en parte, es una afinidad aterradora de los norteamericanos por un hombre de una corrupción insondable”, dijo Peter H. Wehner, exasesor estratégico del presidente George W. Bush y abierto crítico de Trump. “Donald Trump ya no es una aberración: es la norma”.
Que Trump haya podido recuperarse de tantas derrotas legales y políticas en los últimos cuatro años —cualquiera de ellas habría bastado para arruinar la carrera de cualquier otro político— da testimonio de su notable resistencia y voluntad. No se ha doblegado y, al menos esta vez, no fue derrotado.
Polarización
Su victoria también se la debe en parte al fracaso del presidente Joe Biden y Kamala Harris, su vicepresidenta, el repudio a un gobierno que aprobó amplios programas de ayuda por la pandemia, asistencia social y agenda climática, pero que sufrió una inflación altísima y un auge de inmigración ilegal, dos problemas que lograron controlar demasiado tarde.
Además, Biden y Harris nunca lograron cumplir su promesa de sanar las divisiones de la era Trump, aunque tal vez nunca habría sido posible. Y tampoco pudieron descubrir cómo canalizar la ira que impulsa a los trumpistas ni dar respuesta a las guerras culturales que Trump fomenta.
“La coalición que los eligió quería que unieran al país, y no lo hicieron”, dice el exrepresentante Carlos Curbelo, un republicano anti-Trump de Florida. “Y ese fracaso profundizó la desilusión de la gente con la política y empoderó a la base de electores de Trump para darle otra victoria después de sus reveses en tres elecciones generales consecutivas”.
En los últimos días de campaña Harris predicó la unidad, pero su mensaje de armonía de “estamos todos juntos en esto” no estuvo a la altura del mensaje beligerante de Trump de “Luchar, luchar, luchar”. Pero por sobre todas las cosas, la elección reafirmó la polarización del país, su división en dos: esta es una era tribal, un momento de “nosotros contra ellos”, donde cada bando está tan alienado del otro que hasta les cuesta entenderse.
La resurrección política de Trump también puso de relieve un aspecto que suele ser subestimado sobre el experimento democrático estadounidense, que ya tiene 248 años de edad.
A pesar de todo su compromiso con el constitucionalismo, Estados Unidos ha atravesado momentos en los que la gente sintió la necesidad de un hombre fuerte y mostró su voluntad de empoderarlo y revestirlo de una autoridad desmedida. Por lo general, eso ocurrió en tiempos de guerra o de peligro para el país, y Trump justamente enmarca la lucha actual como una especie de guerra para recuperar Estados Unidos.
“Durante toda su campaña, Trump fue condicionando a los norteamericanos para que vean su democracia como un experimento fallido”, dice Ruth Ben-Ghiat, historiadora y autora de Strongmen: Mussolini to the Present (Hombres fuertes: de Mussolini a la actualidad). Con sus elogios a dictadores como el presidente ruso, Vladimir Putin, y el presidente chino, Xi Jinping, “Trump usó la campaña para preparar a los estadounidenses para una autocracia”, agrega la historiadora.
Otros advierten que no hay que dar por sentado que Trump cumplirá con sus amenazas de campaña más extravagantes. Marc Short —que fue jefe de gabinete del vicepresidente Mike Pence y que podría tener razones de preocupación, dada la ira de Trump hacia él y su exjefe—, dice no estar preocupado de que se produzca una ola de represalias.
“No lo creo”, dice Short. “Me parece que en eso hay mucho teatro, más que real voluntad de venganza.”
Pero Short vaticina otros cuatro años de caos e incertidumbre. “Veo mucha volatilidad, a nivel personal pero también con importantes efectos rebote en la política”, apunta Short.
Campaña para hombres
La última victoria de Trump también le da tela al argumento de que el país no está preparado para ver a una mujer en la Oficina Oval. Trump, adúltero confeso que se casó tres veces y fue acusado de conducta sexual inapropiada por más de dos docenas de mujeres, acaba de derrotar por segunda vez a una mujer con más experiencia en cargos públicos que él. Todas ellas tenían defectos, como los tienen los candidatos varones, pero el miércoles por la mañana la sensación de déjà vu de 2016 en los sectores de izquierda era palpable.
Trump hizo una campaña abiertamente dirigida a los hombres: Hulk Hogan se arrancó la camisa del pecho en la Convención Nacional Republicana, Trump dio discurso machista en su acto de cierre en el Madison Square Garden, y en los últimos días de campaña hasta pareció simular un acto sexual con un micrófono. El día de las elecciones, el asesor de Trump, Stephen Miller, publicó un mensaje en las redes sociales que decía: “Si conocés a algún hombre que todavía no haya ido a votar, arrastralo a las urnas.”
Según las encuestas de boca de urna, la mayoría de los votantes de Harris eran mujeres, mientras que la mayoría de los votantes de Trump eran hombres. Sin embargo, a pesar de que este martes la mayoría de los referéndums sobre el derecho al aborto fueron aprobados en varios estados, el tema no alineó a las mujeres detrás de Harris en la primera elección presidencial desde la revocación del fallo Roe vs. Wade, al menos no en la medida que los demócratas esperaban y los republicanos temían.
La batalla decisiva del futuro es la guerra que Trump dice que lanzará contra un sistema al que considera corrupto. Si cumple con sus promesas de campaña, buscará concentrar más poder en la presidencia, poner en vereda al “estado profundo” y perseguir a los opositores políticos “traidores” en ambos partidos y en los medios de comunicación.
Cuando lo haga, tendrá una legitimidad y una experiencia que en su primer mandato no tenía. De su primer mandato aprendió no tanto sobre políticas públicas, sino sobre cómo mover las palancas del poder. Y esta vez, tendrá más libertad, un grupo de asesores más alineados, y posiblemente ambas cámaras del Congreso, así como un partido que le responde exclusivamente a él, incluso más que hace ocho años.
Resultó ser que la era Trump no fue un interregno de cuatro años. Suponiendo que termine su nuevo mandato, ahora parece ser una era de 12 años que lo colocará en el centro de la escena política tanto tiempo como lo estuvieron Franklin D. Roosevelt o Ronald Reagan.
Al fin y al cabo, son los Estados Unidos de Trump.
Traducción de Jaime Arrambide
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