El duro relato de una madre cubana que no consigue leche para su hija: “La encontré abrazada al cartón”
Yohana Perdomo es el vivo testimonio de lo que sufren muchas familias en la isla, donde no se pueden adquirir algunos alimentos; así se muestra la desigualdad, donde los niños sufren la escasez
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El producto más preciado de Cuba, “Tan bueno como el oro”, uno imaginaría que tiene que ver con la riqueza, pero en realidad se trata de sobrevivir. La hija de Yohana Perdomo dormía cuando su mamá salió en busca del anhelado producto. Vio una bodega que vendía raciones del gobierno, sin fila, eso solo podía significar una cosa, pensó la mujer: “No hay leche”.
Su relato y situación la cuenta The Washington Post. En Cuba se vive una realidad desconcertante, a pesar de los esfuerzos y de algunos cambios a través de los años, ya que depende de las importaciones. Alrededor de la mitad de su leche la compra en el extranjero; Nueva Zelanda es su mayor proveedor. Sin embargo, los envíos no son frecuentes y se han visto frenados por las interrupciones en la cadena del suministro global, así como por la falta de moneda del gobierno comunista, de acuerdo con Fonterra, el mayor exportador de productos lácteos de Nueva Zelanda.
Un jueves, ante la necesidad, Perdomo fue a la bodega del gobierno otra vez, con esperanzas. Tiene derecho a un kilo de leche en polvo, tres veces al mes, por 12 centavos de dólar la ración. “¿Todavía no llegó la leche?”, preguntó al llegar. El empleado se apresuró a responder: “Me acaban de llamar. Está viniendo”. Ella esperó.
En la casa, su hermana menor, Yanira, estaba en un salón raído, mientras veía las redes sociales y vigilaba a su sobrina de cuatro años. De repente, Yohana entró por la puerta y la niña solo pudo pronunciar una palabra: “Leche”, gimió. Luego vio las manos de la mujer. Estaban vacías. Madre e hija se acomodaron en el sofá y Laurent empezó a llorar. “¡Mami, la leche!”.
Yanira, al ver la situación, se levantó y fue a la nevera, sacó una botella. Había traído leche en polvo de su casa de al lado para compensar el faltante de su sobrina. Incluso con retrasos, el gobierno da raciones de leche para los enfermos y niños hasta los seis años, pero hay poco para los que quedan, incluido el hijo de siete años de Yanira.
A veces, la suegra de la mujer compra leche en polvo en el mercado negro, pero un saco se había disparado en el precio al salario de una semana para un trabajador cubano común. Yanira ayudó diluyendo la leche de Laurent para que hubiera lo suficiente para compartir.
Un cambio de realidad en Cuba en los últimos años
Antes de los últimos dos años, las hermanas podían disfrutar de caprichos lácteos, algún flan o helado, delicias que se esfumaron de sus hogares y que ahora solo podían ver a través de sus pantallas, en redes sociales, en donde miles de cubanos vendían sus cosas ante los problemas: la inflación exacerbada por una reforma monetaria del gobierno, la pandemia y la escasez de alimentos.
En ese momento, encontraron una publicación. “Mira. Delicioso helado de varios sabores. Cincuenta dólares estadounidenses, pago en moneda extranjera”, leyó una de las hermanas desde su teléfono. La otra sonrió. “Te gusta el helado”.
Yanira volvió a ver la situación de los helados una y otra vez, mostraba las desigualdades en una sociedad supuestamente socialista. Algunas personas tenían divisas y acceso a la cremosa delicia. Otros únicamente podían administrar pocas cucharadas subsidiadas en Coppelia, la enorme heladería en La Habana creada por Fidel Castro.
Incluso en ese lugar, las tensiones se notaban. Yanira leyó las quejas. La “catedral del helado” comunista una vez presumió una lista de 26 sabores, con la intención de competir con el Coloso del Norte: Howard Johnson’s. Ahora solo tienen tres o cuatro.
A pesar de las constantes privaciones, la familia no formó parte de las manifestaciones en julio, no le ven sentido. Yohanna se encogió los hombros cuando le preguntaron el por qué. “No resuelve los problemas”, contestó, pero no pudo evitar preguntarse qué había pasado en una nación tan rica en café, tabaco y azúcar: “¿Adónde se fue todo esto?”.
En las vallas publicitarias del gobierno alrededor de La Habana no dejan dudas sobre quién es el culpable: el embargo comercial estadounidense de décadas de antigüedad.
¿Qué pasa en Cuba?
De acuerdo con The Washington Post no todo es culpa del bloqueo. La pandemia azotó la frágil economía del país y, en 2020, cayó un 11 por ciento el Producto Interno Bruto (PIB). Asimismo, la industria de turismo, principal fuente de divisas de Cuba, se frenó hasta noviembre pasado, mucho después de otros destinos del Caribe.
Más allá de la pandemia, también están una serie de sanciones estadounidenses, que afectaron al sector de los viajes, pues se restringieron drásticamente en la era de Trump, quien incluyó en la lista negra al socio financiero cubano de Western Union, Fincimex, que está vinculado a una empresa dirigida por militares. Esto llevó al cierre de más de 400 oficinas de transferencia de dinero en la isla.
Este mayo, el gobierno de Biden levantó algunas prohibiciones sobre viajes y remesas. El paso eventualmente podría ayudar a aliviar algunas de las escaseces. No obstante, la administración mantuvo muchas de las sanciones de Trump, incluida la designación de Cuba como estado patrocinador del terrorismo.
Estas sanciones añadieron más incertidumbre al sistema de distribución de alimentos. Yohana Perdomo y su familia la resienten. El miércoles, cuando le dijeron que la leche no estaba disponible, finalmente llegó la sal que tenía derecho a recibir un mes antes. También tiene que comprarla solo en el día que le toca o se la negarán.
Algunas veces, algún alimento desaparecido hace mucho tiempo vuelve repentinamente en Cuba. Ocurrió un viernes, cuando Perdomo por fin pudo recoger la leche para su hija. Un empleado llamó a las puertas de su barrio con la noticia de un envío de leche, con sabor a vainilla, que había llegado desde España. Era una especie de programa del gobierno y el cartón le costaría lo equivalente a dos dólares, medio día de salario. Lo llevó a casa, lo puso sobre su mesa. Su hija se acercó al cartón y lo besó, luego se fue a la habitación. Yohana la encontró en la cama, acurrucándose con él.
“Nunca habíamos visto algo así”, recordó Perdomo más tarde. Esta entrega solo fue una felicidad momentánea. Perdomo todavía tiene que luchar por su negocio, con su abuelo infectado de coronavirus. Durante dos días maravillosos, la vida fue diferente. Una niña tenía leche.
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