El atentado contra Trump llega en un momento muy volátil de la historia de Estados Unidos
En una ya convulsionada carrera hacia la Casa Blanca, el ataque al candidato republicano potencia la violencia política
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WASHINGTON.- Los disparos se escucharon a las 18.10 (hora local). El expresidente Donald Trump se agarró la oreja derecha mientras brotaba la sangre y se agachó para cubrirse, entre los gritos de los asistentes al acto y los rápidos movimientos de los agentes del Servicio Secreto para rodearlo y protegerlo.
En cuestión de segundos, alguien grito “tirador abatido”, y los agentes, agitados pero en control de la situación, empezaron a sacar a Trump del escenario hacia un lugar seguro. “Esperen, esperen, esperen”, exclamó entonces Trump, y a continuación levantó el puño cerrado y gritó de manera desafiante: “¡Luchen! ¡Luchen!”. La multitud estalló y respondió coreando “¡USA! ¡USA!”
Por primera vez en más de cuatro décadas, un hombre que fue elegido presidente de Estados Unidos resultó herido en un intento de magnicidio, cuando un hombre armado que parece haberse trepado a un techo cercano abrió fuego contra Trump durante un acto de campaña en Butler, Pensilvania, el sábado por la tarde. Este estallido de violencia política se produce en un momento especialmente volátil de la historia de Estados Unidos y echa más nafta al fuego de una ya muy convulsionada campaña para llegar a la Casa Blanca.
Cuando los francotiradores del Servicio Secreto abatieron al atacante, el expresidente y presunto candidato presidencial republicano fue trasladado a un hospital cercano para ser atendido y su vocero de campaña dijo que se encontraba “bien”. Pero las autoridades informaron que durante el ataque murió un asistente al acto y que otros dos están en situación crítica. Los motivos del ataque siguen siendo objeto de investigación.
“Entendí de inmediato que algo andaba mal, porque escuché un zumbido, disparos e inmediatamente sentí la bala que me atravesaba la piel”, escribió Trump más tarde en su sitio de redes sociales. “Estaba sangrando mucho, y ahí me di cuenta de lo que estaba pasando”. Trump agregó que la bala que le dispararon “atravesó la parte superior de mi oreja derecha”.
En el momento del tiroteo, el presidente Joe Biden se encontraba en una iglesia en Rehoboth Beach, Delaware, donde tiene su casa de vacaciones, y se presentó de inmediato ante las cámaras de televisión para condenar el ataque. “En Estados Unidos no hay lugar para esta clase de violencia”, dijo el mandatario. “Es demencial, demencial. Es una de las razones por las que tenemos que unir a este país. No podemos permitir que pasen estas cosas. No podemos convertirnos en esto, no debemos tolerarlo.”
Más tarde se comunicó con Trump por teléfono y se tomó un avión de regreso a la Casa Blanca. Al final de la noche, Trump salió del hospital y fue trasladado al aeropuerto de Pittsburgh para volar de regreso a su casa de Nueva Jersey.
En la madrugada de hoy el FBI identificó al atacante como Thomas Matthew Crooks, de 20 años, residente de Bethel Park, Pensilvania, pero las autoridades no revelaron más detalles. Según un registro de votantes, Crooks estaba anotado como republicano, aunque los registros federales de financiación de campañas revelaron que en enero de 2021 Crooks donó 15 dólares al Progressive Turnout Project, una agrupación progresista que impulsa la concurrencia a las urnas.
El ataque se produjo apenas dos días antes de la apertura de la Convención Nacional Republicana que se celebrará en Milwaukee, donde Trump será nominado para la presidencia por tercera vez, y su equipo de campaña confirmó que Trump sigue pensando asistir. Por más que la campaña de Biden haya anunciado que suspendería los avisos de campaña por televisión, los partidarios de Trump rápidamente culparon a los progresistas, a los medios de comunicación y a Biden mismo de fogonear la hostilidad contra el expresidente y aseguraron que eso había conducido al atentado.
Si bien hubo intentos fallidos de asesinato, incidentes o complots contra George H.W. Bush, Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama, durante o después de sus respectivos mandatos, Trump fue el primer expresidente o presidente en funciones que haya sido herido en un acto de violencia desde 1981, cuando Ronald Reagan recibió el disparo de un hombre que quería impresionar a una actriz de Hollywood. En los últimos años y a medida que la polarización y el odio se fueron adueñando del discurso político, las autoridades de Estados Unidos han informado de un sostenido aumento de las amenazas contra funcionarios electos y designados de ambos partidos.
A Trump se lo ha acusado repetidamente de fomentar la violencia, sobre todo el 6 de enero de 2021, cuando alentó a una multitud de seguidores a marchar hacia el Capitolio, donde saquearon el edificio para intentar impedir que el Congreso ratificara la victoria electoral de Biden. Pero también ha habido espasmos de violencia desde la izquierda, incluido el arresto de un hombre armado frente a la casa del juez Brett Kavanaugh en 2022 y los disparos contra un dirigente republicano del Congreso durante un entrenamiento de béisbol en 2017.
La división de seguridad nacional del Departamento de Justicia planea abrir una investigación sobre el atentado contra Trump, señal de que para la Justicia no es un hecho de violencia aislado, sino un intento de magnicidio con implicaciones para la seguridad nacional.
Anthony Guglielmi, vocero del Servicio Secreto, dijo que el presunto tirador estaba en “una posición elevada” y fuera del perímetro de seguridad, por lo que no pasó por los magnetómetros con los que se revisó a los asistentes al acto. El atacante disparó “varias veces hacia el escenario”, dijo Guglielmi. El análisis de audio y video reveló que el tirador estaba a unos 120 metros al norte del escenario y que disparó ocho veces.
Los agentes de la ley recuperaron un rifle semiautomático tipo AR-15 que pertenecería al atacante abatido.
“De momento, no hay motivos para creer que exista otra amenaza”, dijo el teniente coronel George Bivens, de la Policía Estatal de Pensilvania, y agregó que era “demasiado pronto” para decir si se trataba del ataque de un lobo solitario.
El hecho se produjo durante un típico acto de campaña de Trump. En Butler hacía calor y el expresidente se subió al escenario con una hora de retraso. Con gorra de béisbol roja con la leyenda “Make America Great Again” y de traje pero sin corbata, Trump acababa de empezar su discurso y les estaba mostrando a sus seguidores un gráfico con el número de pasos fronterizos: en ese momento se escucharon dos ráfagas disparos.
“Si quieren ver algo realmente triste, miren esto…” dijo, y se detuvo abruptamente ante la lluvia de balas.
Theresa Koshut, una maestra de Pittsburgh que estaba sentada en quinta fila, dice que al escuchar lo que parecían disparos se agachó inmediatamente, porque estaba muy familiarizada con los procedimientos para protegerse de eventuales tiroteos en la escuela. “Me tiré al piso y rodé hasta debajo de las gradas”, dice la docente. “No tuve ni que pensarlo.”
En el escenario, los agentes cubrieron a Trump para interponerse entre él y cualquier amenaza. Alguien gritó: “¡Señor, señor, señor!”
Los francotiradores del Servicio Secreto, que generalmente están ubicados en un techo o en algún otro lugar alejado del presidente, aparecieron de la nada y corrieron hacia el escenario con sus rifles automáticos.
Al principio, Trump parecía sorprendido y desorientado, y cuando los agentes intentaron alejarlo del escenario, les dijo: “Déjenme agarrar mis zapatos”.
“Lo tengo, señor”, dijo uno de los agentes. “Lo tengo, señor”.
“Dejame agarrar los zapatos”, repitió.
“Sostenga esto contra su cabeza”, le dijo un agente. “Está sangrando.”
“Señor, tenemos que trasladarnos al auto”, dijo otro. “Muévase hacia al auto, señor.”
Cuando Trump emocionó a la multitud con su puño en alto y salió del escenario por sus propios medios, apoyando el brazo sobre el hombro de un agente, algunos asistentes advirtieron de inmediato las implicaciones políticas. “Amigos, hoy Trump acaba de ganar la elección”, gritó un hombre. “Es un mártir.”
Por Por Peter Baker, Simon J. Levien y Michael Gold.
Traducción de Jaime Arrambide
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