Debates que ganan elecciones: así fueron los cara a cara presidenciales más decisivos de la historia de EE.UU.
De Kennedy contra Nixon a Reagan contra Carter, ciertos enfrentamientos entre candidatos han sido decisivos; ¿Será el caso del de este jueves entre Biden y Trump?
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Todo en Estados Unidos es últimamente “histórico” y “carece de precedentes”. Es el signo de un tiempo de adjetivos desgastados, sí, pero por esta vez tiene algo de verdad. El debate que este jueves enfrentará sin piedad, en Atlanta y para la CNN, a Joe Biden y Donald Trump es el primero entre dos rivales tan mayores (81 y 78 años) cuyas capacidades están en entredicho; el primero entre dos expresidentes; y el primero también que se celebra tan pronto, a poco más de cuatro meses de las elecciones, cuando ambos candidatos aún no lo son oficialmente (ese momento llegará con las convenciones, en julio y agosto).
Tradicionalmente, estos cara a cara se convocan a pocas semanas de la cita con las urnas, pero esta vez han apurado el calendario a petición de Biden, porque nunca fue tan importante el voto por correo por adelantado como ahora. La segunda vuelta es este enfrentamiento será el 10 de septiembre. La confianza del presidente es que un debate tan temprano servirá para despejar las dudas sobre su lucidez, de la que muchos desconfían, y para recordar a los electores la verdadera personalidad de Trump. Si todo sale como Biden espera, puede ser crucial para su campaña por la reelección. Si no, aún le quedarán meses para reconducir el desastre.
La historia de los debates presidenciales en EE. UU. es también la historia de la televisión en este país. El primero que marcó época fue también el primero que no fue exclusivamente radiofónico y el primero de la tríada de debates que está universalmente aceptado que determinaron el resultado de las urnas. En 1960, a Kennedy lo ayudó enormemente a ganar poder colarse con su imagen de prometedor hombre joven en los salones de los estadounidenses.
Enfrente tenía a Richard Nixon, candidato republicano y dos veces vicepresidente. Su incomprensión del lenguaje del nuevo medio (así como la elección del color del traje y su negativa a maquillarse) jugó en su contra en el primero de los cuatro debates. Aprendió la lección, pero ya era demasiado tarde: el contraste entre los estilos de ambos inclinó la balanza del lado demócrata.
No hubo más debates hasta 1976, año en el que, de nuevo, el enfrentamiento público entre los dos candidatos resultó decisivo. A un lado, estaba el presidente republicano Gerald Ford, que recibió el ingrato encargo de reconstruir la confianza rota de un país tras la dimisión dos años antes de Nixon, acosado por el escándalo del Watergate. Enfrente tenía a Jimmy Carter, que supo poner en evidencia a su contrincante cuando le hizo decir que la Unión Soviética no ejercía su dominación sobre las repúblicas de Europa del Este. El patinazo le costó caro a Ford entre los votantes de Estados bisagra del Medio Oeste, con un alto porcentaje de polacos y checos.
De verdugo a víctima
Cuatro años después, el verdugo Carter pasó a ser la víctima de su oponente: el viejo (y mediocre) actor Ronald Reagan ofreció una de sus mejores interpretaciones en su cara a cara con el presidente, que se presentaba a la reelección. La telegenia de Reagan fue suficiente para tranquilizar a los votantes, sobre todo mujeres, que sospechaban de su perfil belicoso. El candidato echó mano de truco de la familia para convencer a los espectadores de lo contrario: “He presenciado cuatro guerras a lo largo de mi vida”, dijo. Y luego agregó: “Tengo hijos. Tengo un nieto. No quiero presenciar cómo otra generación de jóvenes estadounidenses se desangra en las playas del Pacífico, en los arrozales y las selvas de Asia, o en los sangrientos campos de batalla llenos de fango de Europa”.
Desde aquellos tres enfrentamientos inaugurales, candidatos, asesores y también votantes tomaron nota y ninguno de los debates que vino después resultó tan decisivo. Tuvieron sus momentos, eso sí. Está el chiste sobre su edad con el que Reagan hizo reír hasta a su oponente, Walter Mondale, en 1984; la frialdad con la que Michael Dukakis respondió en 1988 a una pregunta sobre la pena de muerte en el caso hipotético de la violación y asesinato de su mujer; George Bush padre mirando el reloj y perdiendo el hilo en 1992; o los sonoros suspiros de impaciencia de Al Gore, que acabaría perdiendo en 2000 por un puñado de votos contra Bush hijo.
Simpatizantes y estrategas demócratas, que inevitablemente vivirán con el corazón en un puño durante los 90 minutos que está previsto que dure el debate sin público Biden-Trump de este jueves, confían con todo en que los precedentes que valgan sean los cara a cara entre ambos de 2020, cuando el actual presidente se impuso a un airado Trump y hasta logró parar su tendencia a interrumpir con un “¿Te querés callar, hombre?”.
Este martes, Hillary Clinton, “la única persona que ha debatido con ambos” —en 2016, con Trump, que prometió en un cara a cara que la encarcelaría al llegar a la Casa Blanca, y ocho años antes, en las primarias de su partido, con Biden—, publicó un artículo de opinión en The New York Times en el que daba a los espectadores tres consejos para encarar el debate: que prestaran atención a cómo los candidatos hablan de las personas y no solo de sus políticas (especialmente en el tema crucial del aborto); que tratasen de ver “más allá de las fanfarronadas” (sobre todo, cuando toque hablar de economía); y que pensaran en lo que está realmente en juego en esta elección, una disyuntiva entre “el caos [de Trump y su reciente condena por 34 delitos graves]” y “la competencia [de Biden]”, al que la ex secretaria de Estado considera “un hombre sabio y decente”.
Clinton también rogaba que no se antepusiera el teatro a la política, porque “se trata de elegir al mejor presidente y no al mejor actor”. Aunque esa súplica, en una cultura como la estadounidense y teniendo en cuenta la historia de los debates presidenciales, más sujetos a las reglas de la pelea callejera que a las del noble arte de la retórica, parezca demasiado pedir.
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