De la insistencia de Robert Redford a las escenas excluidas: cómo se gestó Todos los hombres del presidente, la película del Watergate que se convirtió en un clásico
El film estrenado en 1976 fue el fruto de un intenso trabajo de Hollywood con Bob Woodward y Carl Bernstein, quienes manifestaron sus dudas antes de sumarse al proyecto, ganador de cuatro premios Oscar
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Esta nota contiene spoilers de la película Todos los hombres del presidente.
WASHINGTON.- Bob Woodward lee atentamente un manuscrito muy manoseado y con sus tapas azules a punto de desprenderse de unos clips de metal que ya apenas lo sujetan. El documento está fechado el 25 de septiembre de 1974 y es el segundo borrador del guion de William Goldman para la película Todos los hombres del presidente, ganadora de un Oscar por su guión adaptado del libro de Woodward y Carl Bernstein acerca de su investigación sobre el Watergate para el diario The Washington Post. Lo que empezó como el informe periodístico en torno de unos robos que Woodward y Bernstein investigaron en el verano de 1972 se convertiría, en el transcurso de los dos años siguientes, en el descubrimiento y revelación de actividades ilícitas y delitos generalizados en el seno del Partido Republicano, que terminó con el encarcelamiento de altos funcionarios de la Casa Blanca, impulsó investigaciones parlamentarias y condujo al juicio político y posterior renuncia del presidente Richard M. Nixon.
Sentado en la soleada galería de su casa en Georgetown, Woodman hojea las 161 páginas del guion de Goldman y recuerda cuando Robert Redford, productor y estrella de la película, se lo envió para que le diera su opinión. Lapicera en mano, Woodward había escrito “¡No!” o “Error” en los márgenes de varias páginas, sobre todo donde Goldman había insertado situaciones cómicas inventadas para su personaje y el de Bernstein.
“Goldman es un bromista”, explica Woodward con su acento del Medio Oeste norteamericano, en referencia a otros guiones que Goldman había escrito para Redford, como Butch Cassidy and the Sundance Kid y El carnaval de las águilas. El hecho de que los héroes de Todos los hombres… fuesen Robert Redford y Dustin Hoffman, dos de las mayores estrellas de la época, amenazaba con reducir la película a la categoría de una comedia de amigotes.
Ninguna película pasa a la pantalla tal como está escrita en un libro. Pero al leer el borrador del guión de Goldman con las anotaciones de Woodward en los márgenes resulta evidente que el film que todos recordamos -ese thriller elegante e impecablemente calibrado que arrasó en las boleterías durante 1976, ganó cuatro Oscar y convirtió en leyenda a Woodward y Bernstein, además de convertirse en película venerada tanto por periodistas y adictos a la política como por cinéfilos y cineastas-, estuvo peligrosamente cerca de ser totalmente olvidable, como era posible que pasara con el propio escándalo de Watergate.
El éxito de una película
El paso de la mediocridad al éxito de Todos los hombres del presidente deja una aleccionadora y edificante verdad sobre el cine: que las grandes películas son el resultado de todos los errores que no se cometieron, esa infinidad de malas decisiones, cambios en el gusto y rachas de mala suerte que pesan sobre cada producción cinematográfica como una enorme amenaza.
Esta es la historia de cómo Redford y Pakula -el director de la película- junto con el elenco y el equipo técnico que reunieron, transformaron el guión de Goldman, con fallas pero una estructura brillante, y lo convirtieron en una obra de arte. Es la historia de cómo lo que no pretendía ser más que un modesto estudio de personajes en blanco y negro con actores desconocidos llegó a ser una de las mejores películas del siglo XX, la que marcó el final de una era cinematográfica, cambió para siempre el periodismo y, para bien o para mal, se convirtió en el cristal a través del que llegamos a comprender la saga compleja y desconcertante conocida como Watergate.
En un correo electrónico, Robert Redford cuenta que muchas veces habló sobre el origen de la idea de la película, que se le ocurrió en julio de 1972 mientras realizaba la gira promocional de El candidato. El estudio había organizado una gira con escalas en un tren que iba de Jacksonville, Florida, a Miami, cerca de donde se estaba realizando la Convención Nacional Demócrata que pronto consagraría la candidatura de George McGovern.
Entre paradas, Redford conversaba con los periodistas políticos y de espectáculos que lo seguían. Todo el mundo comentaba por lo bajo sobre un allanamiento que había tenido lugar dos semanas antes en la sede del Comité Nacional Demócrata en el complejo Watergate de Washington. Redford recuerda que preguntó “¿Y qué pasó con eso? ¿Fueron los cubanos?”, en referencia a los cuatro sospechosos, que eran cubanoestadounidenses. Las miradas de reojo y las sonrisas enigmáticas de los periodistas le sugirieron que sabían más de lo que decían. “Había cierta complicidad entre ellos”.
Y cuanto más avanzaba la conversación, más frustración sentía Redford por el cinismo de los periodistas acerca de lo que parecía ser una historia potencialmente explosiva, y el sentimiento predominante era: “Nunca lo vamos a saber”.
“Les dije: ‘Un minuto, esperen’”, recuerda Redford. “¿Qué hay detrás de todo esto?’ Y entonces ellos me dijeron: ‘Hay tres cosas que ustedes no entienden. Primero, no entienden cómo funciona un diario. Para publicar algo así hay que contar con el apoyo del editor y del director. Y hay que tener tiempo. Y en los diarios ese tiempo no existe. Segundo, el tema no va a salir. Porque McGovern se va a autodestruir, Nixon va a ganar de una forma aplastante y nadie quiere ponerse a este tipo en contra, porque es vengativo y cruel, y va a atacar a los periódicos’. Y yo les dije: ‘Bueno, son miedosos como gallinas… ¿es así?’”
Tras el viaje, Redford se fue a su casa de Utah, donde se preparaba para filmar Nuestros años felices, y leyó todo lo que pudo acerca del allanamiento. “Y después, cuando empezaron a aparecer los artículos de Woodward y Bernstein, resultó que tenía razón”.
El sábado 17 de junio de 1972, Woodward había sido convocado a la sala de redacción por el editor de la ciudad, Barry Sussman, quien lo asignó para cubrir la lectura de cargos de los cinco ladrones arrestados horas antes en el edificio de oficinas de Watergate. En el juzgado, Woodward escuchó que uno de los acusados se identificaba como James McCord, exagente de la CIA. Ese día, desde su puesto en el escritorio de Virginia, Bernstein comenzó a investigar las identidades de los allegados a McCord, que eran de Miami y se describían como “anticomunistas” de profesión.
La historia de Watergate iba a ser recogida por otros medios, entre ellos la revista Time, The New York Times y el Los Angeles Times. En los meses siguientes, periodistas como Walter Rugaber, Seymour Hersh y Jack Nelson sumarían información crucial a la investigación, arrebatándole en ocasiones la primicia al propio The Post. Pero a Redford lo intrigaban Woodward y Bernstein, y sus reportajes en las primeras etapas de la historia. Su interés creció aún más cuando, en octubre de 1972, cometieron un gran error al escribir que Hugh Sloan, tesorero del Comité para Reelegir al Presidente (CREEP, por su sigla en inglés), había testificado ante un gran jurado que el jefe de personal de Nixon, Bob Haldeman, había controlado el fondo que pagó el allanamiento de Watergate y otras maniobras turbias. (Sloan les había confirmado a los reporteros la participación de Haldeman, pero no se lo había dicho al gran jurado).
La insistencia de Redford
Fue por esa época cuando Redford leyó un perfil de Woodward y Bernstein, y echó raíces la idea de una película. “Pensé que había un gran potencial para un análisis de personajes”, recuerda Redford, refiriéndose a Woodward: blanco, anglosajón y prostestante, republicano, graduado de Yale; y a Bernstein: judío, liberal y de pelo largo. “Dos tipos que no podían ser más diferentes. Religiones diferentes, ideas políticas diferentes, todo diferente. Y, sin embargo, tenían que trabajar juntos y no se caían muy bien. Dije: ‘Caramba, parece una interesante peliculita en blanco y negro”.
Redford empezó a intentar contactarlos. “No me devolvían las llamadas”.
Bernstein se acuerda vívidamente del día en que Woodward le hizo saber que Redford había estado tratando de ponerse en contacto con él. Incluso recuerda que abolló un pedazo de papel y lo tiró a la basura consternado. “Le dije: ‘¡Por Dios, no hables con él!’”, cuenta Bernstein. “Recuerdo que Woodward se acercó a mi escritorio y lo miré como si se hubiera vuelto loco. Le dije: ‘¡No, no podemos hablar con él! ¿Y si el Comité Nacional Republicano se llega a enterar de que estamos hablando con Hollywood?’”.
Redford siguió intentando, comunicándose con Woodward cada tanto. En la primavera de 1973, cuando McCord le escribió una carta al juez John J. Sirica en la que admitía haber mentido bajo juramento sobre la participación de Nixon en el Watergate, la pasión del actor por el proyecto se reavivó. Cuando llamó a Woodward estaba en Chicago, filmando El golpe. “Le dije: ‘Mirá, dame media hora nada más, ¿podrías, por favor?’. Y él aceptó”.
Redford voló a Washington, donde Woodward le reconoció que había llegado a sospechar que todo ese juego del teléfono descompuesto había sido un engaño; también le informó al actor que él y Bernstein no podían considerar la idea de una película porque tenían un contrato para escribir un libro. “La situación me incomodaba”, admite hoy en día Woodward. “Tenía dudas: ¿Esto va a ser bueno para el periodismo, para The Washington Post, para los reporteros como Carl y yo?”.
Redford recuerda haber invitado a Woodward y a Bernstein a reunirse con él en su departamento de la 5ta. Avenida en Nueva York. También estaba Goldman, que se había hecho amigo. Cuando los periodistas se fueron, Redford dijo: “Ya tenemos la película. Son estos tipos. Los elementos de sus personalidades que estimulan al otro”.
En abril de 1974, unos meses antes de que se publicara Todos los hombres del presidente, Redford acordó comprar los derechos de la película por 450.000 dólares, una cifra exorbitante para aquel momento. (Ya había influido en el libro al sugerir a los autores que deberían convertirse ellos en los protagonistas de su investigación, en lugar de enfocarse en los criminales). A esa altura, Bernstein ya se había ablandado con respecto a la idea de una película. “La idea de ir a Hollywood nos preocupaba”, dice riéndose, “pero en el fondo sabíamos que íbamos a terminar diciendo que sí”.
Convencer al Washington Post
Pero convencer a la dirección de The Post, “fue otro escollo a superar”, dice. Aunque el editor ejecutivo Ben Bradlee estaba abierto a la idea de una película, la editora Katharine Graham tenía sus reparos. “En muchos sentidos, la idea de una película me asustaba como a una tonta”, escribió Graham en 1997 en Historia personal, su biografía. A pesar de la promesa de Redford de tratar la historia con seriedad, en su libro recuerda que “lógicamente estaba nerviosa porque la imagen y la reputación de The Post quedaran en manos de una compañía cinematográfica cuyos intereses no necesariamente coincidían con los nuestros”.
A fines de julio de ese año, Goldman había escrito el primero de varios borradores del guión. En una reunión con Woodward, Goldman le pidió que enumerara “los eventos cruciales, no los más dramáticos sino los fundamentales, los que permitieron que finalmente se contara la historia”, recuerda Goldman en sus memorias Adventures in the Screen Trade (en español, Aventuras en el negocio de la pantalla). “Cuando Woodward los enumeró (el allanamiento, la lectura de los cargos, su colaboración combativa con Bernstein, los encuentros nocturnos en un estacionamiento de Arlington con la fuente confidencial Garganta Profunda, las entrevistas de Bernstein y él con figuras clave como Sloan, y su trabajo conjunto en un artículo sobre un cheque de 25.000 dólares confeccionado para el presidente de finanzas de CREEP Midwest, Kenneth Dahlberg)”, dice Goldman, “Miré lo que había escrito y vi que los había incluido a todos”.
De hecho, los primeros borradores de Goldman de Todos los hombres del presidente incluían la mayoría de los temas clave que habían definido las primeras etapas de la investigación de Watergate. (La legendaria frase “Follow the money” -“Sigan el dinero”- no iba a aparecer sino hasta algunos borradores más tarde, cuando se agregaron las secuencias distintivas que involucran al subdirector de comunicaciones de la Casa Blanca, Ken Clawson, y al abogado Donald Segretti). Pero también contenían un montón de material ajeno a la situación, incluidas varias escenas entre Woodward y su novia, y Bernstein y su exesposa, así como mujeres descritas inevitablemente como “de piernas largas”, “de un aspecto delicioso” y con “las mejores tetas de Virginia”.
“Esto es un circo”
En una versión, Woodward comparte un beso prolongado con su exesposa, “dulce y bonita”, en la sala de redacción del Post; en otra aparece una escena en la que a Bernstein le roban la bicicleta, que termina con él en una vereda de Washington gritándoles “¡Malditos nazis!” a los ladrones. En lo que respecta a la investigación de Watergate, el procedimiento de Goldman se apegó mucho a la prosa original de Woodward y Bernstein. Sin embargo, los diálogos más cursis de la sala de redacción y las escenas personales le deben más a la fantasía de Hollywood que a la rutina repetitiva y a las persistentes ansiedades de los informes diarios de noticias.
Warner Bros. aceptó hacer Todos los hombres del presidente con la condición de que la protagonizara Redford. Pero cuando Bernstein leyó lo que había escrito Goldman quedó “absolutamente horrorizado”, y recuerda que pensó: “¿Cómo pudo pasar esto? Lo primero que le dijimos a Redford fue que tenía que ser verídico… y esto es un circo”. Bernstein recuerda que llevó a Woodward aparte en la sala de redacción del Post y le dijo: “Si Bradlee o Katharine ven esto, el proyecto está liquidado. No tienen que verlo nunca.”
Enterado de que Bernstein estaba saliendo con Nora Ephron y que los padres de ella eran guionistas, Woodward le sugirió a la pareja que hicieran un intento de escribir el guión ellos mismos. Aunque ya no conserva ninguna copia de ese esfuerzo, Bernstein recuerda: “Era consistente con los hechos de nuestra cobertura periodística, y eliminamos todo el circo”. Y reconoce abiertamente que le dieron “una manito” a su personaje. “Puede que yo me haya retocado un poco más de lo que retocamos a Woodward”, dice con una sonrisa. (Según algunas versiones de esa anécdota, después de leer el borrador Bernstein-Ephron, Redford dijo: “Carl, Errol Flynn está muerto”).
Ninguno estaba contento con el guión de Goldman. Pero a pesar de todos los diálogos afectados y las caracterizaciones toscas de sus primeros borradores, desde el principio el guionista hizo varias cosas bien con Todos los hombres del presidente. Por un lado, entendió el tempo y el tono de una película que, en una nota introductoria, describió como “escrita para funcionar de corrido”. Al notar que Redford tenía en mente un lenguaje visual en blanco y negro, Goldman escribió que “nada de eso importa si la película no se hace con un gran sentido del ritmo y en aceleración constante”.
Hasta el día de hoy, Hoffman recuerda una de las primeras versiones, más íntima, de Todos los hombres del presidente. Después de verla en una proyección, dice: “Fui al baño y vomité. Fue la primera experiencia que tuve en la que sentí que día a día estábamos haciendo un buen trabajo, pero era un desastre”. Después, cuenta Hoffman, Redford tomó una decisión brillante, contraviniendo por completo las reglas habituales. “Dijo: ‘Deberíamos eliminar la tercera dimensión de nuestros personajes”’, recuerda, “‘La audiencia nos tendría que conocer solamente por lo que estamos haciendo en busca de la narrativa’”. “Las exesposas, las novias y los discursos confesionales volaron”, cuenta Hoffman. “Y eso marcó la diferencia”.
A pesar de su reticencia inicial, Katharine Graham se decepcionó cuando supo que no aparecía en la película terminada, aunque Goldman había escrito una escena de cuatro páginas entre ella y Woodward que se incluyó en todos los borradores de la película (después de considerar a Lauren Bacall, según los informes, Pakula quiso a Geraldine Page para el papel). La escena se basa en una conversación, citada tanto en el libro Todos los hombres del presidente como en la autobiografía de Graham, Historia personal, en la que ella elude delicadamente la identidad de Garganta Profunda y la solidez de los informes de Woodward y Bernstein, y su personaje en un momento dice: “Bueno, ¿qué están haciendo ustedes dos con mi periódico?”
Donald Graham, exeditor del Post, duda de que su madre haya leído la escena. Después de haberla leído él mismo recientemente por primera vez, califica como “perfecta” la secuencia, y lamenta que la hayan cortado. “Hubiera hecho que la película fuese más veraz”, señala, refiriéndose al papel central de su madre al apoyar a los reporteros y sus editores, resistiendo la presión enorme de la administración de Nixon, que en un momento amenazó con impugnar las licencias de la Comisión Federal de Comunicaciones de las emisoras de televisión de The Washington Post Co. “En una película se puede decir mucho, pero no se puede decir todo”, afirma Graham, “pero la de ella era una parte muy importante de la historia, y es una lástima que la hayan dejado afuera”.
“Sigan el dinero”
Cuando Woodward y Bernstein corrigieron los guiones de Goldman, ninguno objetó dos de sus aportes más famosos: la frase característica de Garganta Profunda, “Sigan el dinero”, y el discurso final de Ben Bradlee, que Robards pronuncia después de que Woodward y Bernstein lo despiertan para contarle que sus vidas podrían estar en peligro. “Probablemente estén bastante cansados, ¿verdad?”, dice Robards. “Bueno, tendrían que estarlo. Váyanse a casa. Dense un buen baño caliente, descansen, 15 minutos. Y después vuelvan a poner los culos en marcha. Estamos bajo mucha presión, ya saben, y fueron ustedes los que nos pusieron ahí. No hay nada que dependa de esto, excepto la Primera Enmienda de la Constitución, la libertad de prensa y tal vez el futuro del país”. (El discurso de la película se basa en gran medida en el borrador de Goldman, ligeramente más verborrágico, en el que el monólogo termina con la característica broma de Bradlee: “¿Qué hicieron mañana por mí?”).
En la vida real, la respuesta de Bradlee a la visita nocturna de Woodward y Bernstein no fue tan conmovedora. “Dijo: ‘¿Ahora qué carajo hacemos?’”, recuerda Woodward. Pero tanto “Sigan el dinero” como el soliloquio de Bradlee hunden sus raíces en la verdad, insiste, señalando que durante una reunión con Sam Ervin, quien presidió el Comité Watergate del Senado, le había dicho al senador que “la clave era el efectivo secreto de la campaña y había que rastrearlo todo”.
Medio siglo después de los eventos que describe, Todos los hombres del presidente ha tomado los contornos de la vida misma. Los profesores de periodismo todavía usan la película en las aulas para demostrar la rutina diaria del reportaje, desde llamar por teléfono hasta golpear puerta por puerta. “Si no puede comunicarse por teléfono, vaya a la casa”, dice Leonard Downie, que trabajó en las historias de Watergate como editor metropolitano adjunto y llegaría a convertirse en director ejecutivo de The Post. “Incluso si puede llamarlos por teléfono, vaya a la casa”.
Downie agrega que Todos los hombres... cambió la naturaleza misma del periodismo. “Los reportajes de investigación sencillamente explotaron” después de que salió la película, dice. “Se crearon equipos de investigación donde antes no existían, hubo personal independiente que antes no existía... y así hasta el día de hoy”. La expresión “Sigan el dinero” pasó a ser una forma de redacción tan abreviada que la mayoría de los periodistas jóvenes no tienen ni idea de que proviene de una película, y no al revés.
Todos los hombres del presidente contiene una escena que aborda indirectamente la cuestión de la ética, cuando Bernstein le pide a un amigo de la compañía telefónica que entregue los registros de llamadas. Los primeros borradores del guión lo muestran a Bernstein diciendo: “Dios mío, si John Mitchell estuviera detrás de mis registros telefónicos, yo estaría gritando sobre mis derechos civiles”, un justo reflejo de la ambivalencia que sintió en ese momento y sobre la que escribió en el libro. Sin embargo, en la película terminada es el contacto de Bernstein el que dice esa línea.
Por su parte, Redford no tiene dudas acerca de la representación de la historia en su película. “Estoy orgulloso de la historia”, escribe en un correo electrónico, “porque mostró el punto más alto del periodismo y el punto más bajo de la política”.
Lanzada durante un año electoral, cuando Gerald Ford compitió contra Jimmy Carter, Todos los hombres del presidente podría reclamar al menos una parte del crédito por recordarles a los votantes por qué Ford perdonó a Nixon; en un momento en que el país estaba ansioso por seguir adelante y relegar Watergate a las nieblas consoladoras de la memoria, el proyecto apasionado de Redford como mínimo clavó un cartel que decía: el Watergate sucedió, y fue importante.
¿Importa todavía? Redford escribe que durante Watergate, “los dos lados del pasillo trabajaron juntos para llegar a la verdad. Hoy estoy desconcertado porque la verdad desapareció”.
Hace cincuenta años, Woodward y Bernstein escribían sobre conspiraciones; hoy centran su atención en el intento de golpe del 6 de enero de 2021 en el Congreso norteamericano, en los intentos de la esposa de un juez de la Corte Suprema por anular una elección y en la laguna de siete horas en los registros de llamadas de la Casa Blanca durante la letal insurrección en el Capitolio, un eco inquietante de la infame laguna de 18,5 minutos en las grabaciones de las llamadas de Nixon. En cierto modo, la escena final de Todos los hombres del presidente, con Woodward y Bernstein tecleando afanosamente en sus máquinas de escribir, nunca terminó. “Pensábamos que Watergate sería un problema inédito y único en la presidencia de Estados Unidos”, dice Woodward. “Y entonces apareció Donald Trump”.
Según Woodward, una película de Todos los hombres del presidente sobre la era Trump no es imposible, pero exigiría “trabajar duro y tener una buena idea”. Pero la pregunta más espinosa es si serviría de algo. Los periodistas seguirán investigando y revelando lo que sucedió durante la presidencia de Trump, ¿pero sigue haciendo falta una obra maestra del cine, o aunque más no sea una pequeña película, para que a la gente le importe? Woodward hace una pausa y luego responde, con su acento pausado: “Es una excelente pregunta, y muy dolorosa por cierto.”
Por Ann Hornaday
Traducción de Jaime Arrambide
“Basado en hechos reales” es una serie de notas que describe el contexto histórico detrás de ficciones internacionales. En este link podrás acceder a todos los artículos.
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