Cuál es la relación entre el parto inducido y el bajo rendimiento escolar
Los resultados de una investigación sugieren que hay un vínculo entre el mal desempeño en las aulas y las prácticas que adelantan el nacimiento de un bebé; EE.UU. es uno de los países con más cantidad de partos inducidos
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Un reciente estudio encontró un efecto preocupante a largo plazo entre los niños que nacieron con un parto inducido. Los científicos de la Universidad de Ámsterdam concluyeron que los médicos deberían tener en cuenta los resultados de su investigación antes de adelantar el nacimiento de un bebé con métodos artificiales, dado que esta práctica podría generar algunos efectos negativos al llegar a la edad escolar.
Aunque estudios previos sugieren que inducir el parto justo cuando se cumplen las 41 semanas de gestación puede reducir los riesgos para el bebé, hasta ahora no se habían analizado los efectos a largo plazo en el desarrollo del niño, según explicó Wessel Ganzevoort, ginecólogo y profesor asociado del centro médico de la Universidad de Ámsterdam al diario británico The Guardian.
El principal descubrimiento de la investigación fue que los niños nacidos tras un parto inducido hasta antes de las 41 semanas obtuvieron aproximadamente un punto menos en los resultados de los exámenes escolares, en comparación con los nacidos en un alumbramiento natural.
Para llegar a estas conclusiones, los científicos tuvieron que revisar el desempeño de 226.684 niños alrededor de los 12 años de edad en la etapa final de su educación primaria. “Todos los niños nacieron sanos, con entre 37 y 42 semanas de gestación, tras embarazos sin complicaciones, pero en algunos casos el parto de la madre fue inducido”, consignó el informe que fue publicado en la revista especializada Acta Obstetricia et Gynecologica Scandinavica. “Estos efectos a largo plazo de la inducción del parto deberían incorporarse al asesoramiento y la toma de decisiones”, señaló el documento.
“Para una persona, estos resultados no le cambian la vida, pero fueron muy consistentes a lo largo de las últimas semanas de embarazo”, afirmó Ganzevoort en entrevista con The Guardian. Los hallazgos son aún más relevantes al considerar que en Reino Unido, aproximadamente dos de cada 10 nacimientos ocurren por parto inducido. En Estados Unidos esta frecuencia es mayor, con casi tres de cada 10 (31,37%) nacimientos adelantados de manera intencional, según un estudio de The American Journal of Maternal/Child Nursing, que alerta de una tendencia al alza en esta práctica.
“Pensarlo dos veces”
Wessel Ganzevoort, quien fue uno de los siete profesionales de la medicina que participaron en la investigación, explicó que es una práctica común pensar que al cumplirse las 41 semanas de embarazo el bebé estará completamente desarrollado, pero no siempre es así. “Algunos fetos lo estarán a las 36 semanas, mientras que otros recién a las 42”, señaló el especialista al diario referido. “Si estaban listos para iniciar su propio parto a las 42 semanas pero nacen a las 39, en realidad son tres semanas prematuros”.
El ginecólogo subrayó que la decisión de inducir el parto debe ser siempre el resultado de un análisis de riesgos y beneficios, para el niño y la madre: “Si existen otros riesgos mayores, entonces este tipo muy leve de prematuridad puede ser aceptable, pero si no hay otras razones (para inducir el parto) quizá deberíamos pensarlo dos veces”.
Además de Ganzevoort, el resto de los investigadores que aparecen como autores de la investigación son Renée J. Burger, Eva Pajkrt, Joris A. M. Van Der Post, Christianne J. M. De Groot y Anita C. J. Ravelli, todos ellos de la Universidad de Ámsterdam; junto con Ben W. Mol, de la Universidad de Monash en Victoria, Australia; y Sanne J. Gordijn, del Centro Médico Universitario de Groningen, en Países Bajos.
Otro posible riesgo relacionado con el parto inducido es el padecimiento de un Trastorno Del Espectro Autista (TEA), que los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) describen como discapacidades del desarrollo causadas por diferencias en el cerebro y que están presentes en uno de cada 40 niños menores de ocho años en EE.UU. Al respecto, un estudio de la Universidad de Harvard y publicado en Archives of Pediatrics & Adolescent Medicine en 2016, concluyó que no se encontró alguna vinculación entre ambos fenómenos.
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