Cómo ven a Musk en la ciudad olvidada de Texas que se transformó con la llegada de SpaceX
La ciudad de Brownsville se ha convertido en una especie de ciudad-empresa del mayor empleador privado de la región donde el empresario tiene una gran base de seguidores, pero también algunos críticos
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AUSTIN.- Apenas después de las 7 de la mañana del domingo 18 de noviembre, mientras el sol se elevaba sobre el Golfo de México, el joven de 26 años Noel Rogel, oriundo de Brownsville, Texas, fue arrancado de su sueño por un invitado inesperado: el hombre más rico del mundo estaba golpeando a su puerta. O mejor dicho, golpeando todo su departamento, porque la cama y hasta los vidrios de las ventanas se sacudían. “Escuchaba el temblor de los vidrios”, recuerda Noel, que estaba totalmente confundido y tenía la sensación de que el mismísimo Elon Musk lo había agarrado de los hombros para sacarlo de la cama.
Los norteamericanos ya se han acostumbrado al precio emocional y mental que les hacen pagar los ricos y erráticos poderosos. Y aunque muchos megamillonarios fantasean con desconectarse del resto de los humanos -ya sea yéndose al espacio, o en el caso del magnate tecnológico Peter Thiel, creando ciudades artificiales en aguas internacionales-, curiosamente, se desesperan por conseguir validación social: necesitan inspirar amor, o miedo, o asombro, o lo que sea…
De hecho, muchos sospechan que, aunque lo niegue, Donald Trump se postuló para presidente en parte porque estaba cansado de que se burlaran todo el tiempo de él. Jeff Bezos gastó 42 millones de dólares para construir debajo de una montaña del oeste de Texas un reloj mecánico que supuestamente seguirá dando la hora durante 10.000 años. Y Musk gastó 44.000 millones de dólares, en su mayoría de otras personas, para adquirir Twitter, cambiarle el nombre por el de X, y así garantizarse que podría seguir irritando a la gente a una escala global.
Para el joven Noel Rangel, sin embargo, lo que para otros era en sentido figurativo se había vuelto algo literal: cuando un magnate pisa fuerte, la tierra tiembla. A unos 55 kilómetros de distancia de su casa, SpaceX, la compañía de Musk, había lanzado una nueva versión de su cohete Starship. En este caso, el cohete no explotó sobre su ciudad, como había ocurrido con los lanzamientos anteriores. Pero Noel no pudo volver a conciliar el sueño: a través de las redes, algunos vecinos empezaron a compartir su irritación por haber sido despertados intempestivamente por un lanzamiento que no sabían que se avecinaba.
Tal vez sorprenda tanta irritación. Brownsville se ha convertido en una especie de ciudad-empresa de SpaceX, el mayor empleador privado de la región y la empresa de más alto perfil de la industria espacial comercial en este momento. Sus más de 13.000 empleados construyen cohetes, llevan a astronautas de la NASA hasta la Estación Espacial Internacional, proporcionan Internet satelital de banda ancha y están trabajando para lograr el ambicioso objetivo de enviar personas a Marte.
El centro de Brownsville, puesto en valor gracias a las donaciones de Musk, está tapizado de murales que glorifican a su empresa, y los negocios locales se han reorientado para atender al “turismo espacial” que acude de todo el mundo para ver de cerca los novedosos cohetes. Para algunos, Musk le ha dado a Brownsville -ciudad particularmente pobre de unos 200.000 habitantes en una región olvidada de Texas-, una razón de ser, un futuro. Para otros, es un colonizador que coquetea en las redes con nacionalistas blancos mientras explota a una fuerza laboral de piel predominantemente oscura en una de las zonas marginales de ese estado.
Es un debate que ha sido reflejado en docenas de artículos sobre Brownsville durante la última década. Sospecho que la verdadera razón por la que los periodistas siguen viniendo a esta ciudad es que sirve como sustituto del debate sobre la creciente plutocracia económica y cultural que cunde en Estados Unidos. El programa de investigación solar de la NASA, que existe desde hace décadas, se llama Living With a Star (“Vivir con una estrella”) e implica tener respeto por un vecino que es todopoderoso y no puede dar cuenta de sus actos. Ahora Brownsville parece estar acumulando datos para un proyecto que podría llamarse Living With Elon, “Vivir con Elon.”
Bekah Hinojosa, dirigente comunitaria de la ciudad que se opone a la intrusión de SpaceX en Brownsville, me comentó en detalle sus preocupaciones de orden práctico: la contaminación, el costo de vida, la fragilidad del ecosistema que rodea la plataforma de lanzamiento de la compañía. Pero la principal queja de Hinojosa es que ya no siente que su ciudad natal le pertenezca, y tiene la sensación de que los funcionarios públicos están transformándola para convertirla en un centro de turismo espacial. Lo siente como una especie de carga psicológica. “Es agotador, nos bombardean constantemente con noticias sobre Elon Musk y SpaceX”, dice Bekah, y agrega que viven con la amenaza “de que a Elon se le ocurra aparecer para el Festival del Charro o la Fiesta del Sombrero”, en referencia a algunos de los festivales de la localidad. Lo único que quiere Bekah es muy simple: que no la obliguen todo el tiempo a pensar en Elon Musk.
Si es por eso, hoy todos somos vecinos de Brownsville…
Vivo a unos 500 kilómetros de ahí, en Austin, Texas, donde Musk se mudó en 2020. Y su presencia en Austin también se siente con fuerza: los vecinos chusmean sobre su vida social, y el mercado inmobiliario local fluctúa de acuerdo al estado de salud de sus empresas. En 2022, Musk compró la red social entonces conocida como Twitter, donde además, como periodista, me veo obligado a pasar una buena parte de mi tiempo online. La presencia de Musk perjudicó ambos lugares: los hizo un poco más berretas y un poco más falsos. Sus promesas siempre parecieron fracasar, tanto las triviales -prometió erradicar los bots, pero ahora X está llena de pornografía automatizada- como las importantes: prometió que su fábrica de Tesla en Austin sería un “paraíso ecológico”, pero ahora está peleando para que la eximan de cumplir con las regulaciones ambientales.
Por aquel entonces empecé a darme cuenta de qué parte de mi vida adulta había sido íntimamente moldeada por multimillonarios y personas extremadamente ricas. Vengo escribiendo desde hace una década sobre la política de Texas, que se reduce casi en su totalidad a peleas entre plutócratas de diferentes facciones. Yo era como un taquígrafo que registraba los síntomas de las disputas entre poderosos que no conocía ni conocería jamás. Y la política nacional no era muy diferente. En algún momento, se volvió más importante seguir a Robert Mercer y Peter Thiel que al presidente de la Cámara de Representantes del Congreso. Los multimillonarios dirigían los nuevos medios -Musk y Zuckerberg, Brin y Page- y los medios tradicionales -Rupert Murdoch, la familia Sinclair-. El diario de mi infancia, The Austin American-Statesman, fue a la ruina por la mala gestión de la familia Cox, descendientes de los barones de los medios de la vieja escuela, y luego vendido a fondos buitre. El caos que ellos crearon en los medios era inseparable del caos sobre el que escribía en política.
Un lugar donde todos parecen un poco tristes…
A pesar de toda su riqueza y su poder, estas figuras por lo general parecen inadaptadas, infelices e inseguras. Quizás sea lo esperable. En 2012, los investigadores sociales descubrieron que cuanto más costoso el automóvil, menos chances de que el conductor se detenga en un cruce peatonal. Si tener un látigo apenas un poco mejor produce esos efectos en el cerebro humano, ¿qué se puede esperarse de los efectos de diez mil millones de dólares? ¿Qué idea extraña sobre nosotros mismos empezaríamos a hacernos? ¿Nos sentiríamos sometidos a la moralidad convencional? ¿Nos seguirían pareciendo reales las personas que nos cruzamos?
Y Musk parece aún más desconectado de los lazos que nos unen al resto de los mortales. Musk dice con frecuencia que sospecha que el mundo que nos rodea es una simulación por computadora, lo que parece menos una lucubración filosófica que una explicación de lo lejos que se siente de cualquier conexión humana. Cuando uno de sus hijos se declaró trans y se supo que ya no se hablaba con su padre, Musk dijo: “No puedo conquistarlos a todos”. Según se informa, también ha disuadido a los trabajadores de sus fábricas, propensas a que se produzcan accidentes, de usar chalecos de seguridad de colores brillantes, porque los considera estéticamente desagradables.
Se enfurece con los haters, con los que dudan, con los tontos que no comprenden su brillantez. Pero sus quejas demuestran que más que nada en el mundo necesita admiración. Una vez fui su admirador: Musk construía autos eléctricos y cohetes, ¿cómo no iba a caerme bien? Pero a pesar de enorme base de fieles seguidores, no parece ser suficiente. Donde más vivo parece estar es en su sitio web de redes sociales, un lugar donde todos parecen un poco tristes…
En Brownsville, sin embargo, Musk tiene en el mundo real lo que no puede conseguir en las redes: una audiencia cautiva y gente que lo necesita, tanto por los beneficios materiales que proporciona como por la visión que le ofrece a la ciudad. Aunque también tiene detractores, son minoría frente a aquellos que tienen opiniones positivas sobre la empresa. Cuando hay elecciones, no existe una verdadera facción anti-SpaceX: los poderes fácticos son generalmente bastante hostiles hacia aquellos que, como la dirigente comunitaria Bekah Hinojosa, se atreven a hablar.
Beneficios
Una de las vecinas de Brownsville que más cree en el proyecto Musk es Jessica Tetreau, que era concejala de la ciudad cuando los representantes de la compañía llegaron por primera vez, en 2011. Tetreau tuvo una “infancia muy dura” en las décadas de 1980 y 1990, cuando Brownsville era un lugar con “muy pocas oportunidades.” Cuando tenía 2 años, su padre fue despedido por el cierre de la planta química local de Union Carbide. Durante el resto de su infancia, dice Jessica, su padre tenía que viajar regularmente a Texas City para trabajar en otra planta de Union Carbide.
Tetreau dice que cuando SpaceX propuso por primera vez construir su sitio de lanzamiento en Brownsville, la mayoría de los funcionarios de la ciudad no parecieron entender lo que implicaba, y en privado hasta hacían bromas sobre los vecinos a los que querían “poner en órbita”. Pero Tetreau se iluminó y entendió de inmediato que era algo importante, que Brownsville podría ser parte de algo que salvaría a la humanidad, allanando el camino del hombre hacia las estrellas. Tetreau hizo todo lo posible desde su banca y como individuo: en 2015, compró su primer auto Tesla, les compró a sus hijos los juguetes Tesla Cybertruck, y mantas de SpaceX para abrigarse de noche.
Tetreau habla de los beneficios materiales que trajo la presencia de SpaceX: sus electores consiguieron trabajos bien remunerados -actualmente, un soldador de las instalaciones de Brownsville arranca cobrando 18 dólares la hora- en una región donde hasta hace poco la principal fuente de empleo era en la industria de desguace de barcos. Hace dos años, el alcalde de la ciudad dijo ante los periodistas que SpaceX empleaba a 1600 personas y que su presencia generó 885 millones de dólares en producción económica bruta para el condado. Los estudiantes de las escuelas públicas de Brownsville ampliaron sus horizontes con programas realizados en las instalaciones de producción de SpaceX. En 2021, Musk prometió 30 millones de dólares para escuelas locales y un programa de puesta en valor del centro de Brownsville, una suma sustancial que equivale aproximadamente al 0,01% de su patrimonio neto actual.
Pero no menos beneficioso fue el hecho de que Brownsville pudiera pasar a formar parte de la visión expansiva y espiritual de Musk para la compañía: según Tetreau, su misión de “preservar a la humanidad y ampliar su conciencia” con asentamientos humanos en el sistema solar. Si alguna vez la ciudad careció de esperanza de un futuro mejor, ahora podía considerarse parte del gran progreso de la civilización humana.
Guardiana de ese sueño, Tetreau responde duramente a los cuestionamientos que se le hacen a Musk. Le pregunto sobre un informe de Reuters de que los trabajadores de Brownsville SpaceX sufren lesiones a un ritmo seis veces mayor que el promedio de la industria norteamericana, en parte porque Musk desaconseja las prácticas de seguridad tradicionales (que él considera ineficientes). Tetreau responde “nunca me enteré de nadie que resultara herido”, y dice que en persona Musk “es en realidad una persona muy humilde, amable y genuina.” Y les pide a los críticos de SpaceX en Brownsville que recuerden que posiblemente Musk esté salvando a la raza humana.
Aunque nunca me sentí tan convencido de la promesa de Musk, creo que la entiendo y en cierto punto la envidio, así como envidio a los amigos que tienen una creencia religiosa fuerte y sincera. Al escribir sobre política, me sorprende una y otra vez el deseo que tiene la mayoría de la gente de ser parte de una gran historia, de un relato apasionante que dé sentido a sus vidas. Vivimos en una época de creencias religiosas en declive y malestar existencial. Musk parece ofrecernos la oportunidad de ser parte de su gran relato. Como un regalo que nos estaría haciendo.
Al igual que las verdaderas creencias religiosas, el fandom de Musk tiende a nublar la mente de las personas. Creer en “el futuro” tiene su precio. Si el utilitario estado de Texas ha conservado cierta cantidad de belleza natural hasta nuestros días, será simplemente porque esa tierra no sirve para nada.
Boca Chica, la pequeña playa y área silvestre al este de Brownsville desde donde SpaceX lanza cohetes, no fue de utilidad para nadie hasta que apareció la compañía. Los matorrales y las dunas que rodean Starbase, el nombre un tanto grandioso que la compañía le ha puesto a sus instalaciones de procesamiento industrial y a sus parques de tanques químicos, no tienen gran atractivo. La principal virtud de la zona es que está físicamente aislada de zonas urbanizadas: inaccesible desde las ciudades costeras turísticas del norte debido al canal de navegación de Brownsville, aislada del sur por el Río Grande y la frontera con México, y a media hora en coche de Brownsville, la ciudad cercana más grande.
Pero ese aislamiento hacía que la zona fuera un lugar muy especial: a lo largo de esa playa las tortugas marinas dejan sus huevos, los delfines se refugian en la Laguna Madre, al norte del sitio de lanzamiento, y los gatos monteses deambulan por el monte. El último avistamiento local confirmado de un jaguarundí ocurrió en 1986, y es posible que todavía sigan por ahí. Por encima de todo, la zona es uno de los mejores lugares de Estados Unidos para la observación de aves. Los humedales y las playas protegidas brindan una escala perfecta para las aves marinas y migratorias, algunas de las cuales dependen de la playa de Boca Chica para reproducirse.
“Un desmantelamiento rápido no programado”
En 2021, acompañé a Stephanie Bilodeau, una bióloga cuyo trabajo consistía en relevar las poblaciones de aves locales en Boca Chica, en particular el chorlito nevado, una diminuta ave costera que curiosamente pone huevos del tamaño de pelotas de ping-pong en la maleza de Boca Chica. La población de chorlitos nevados viene disminuyendo. Otro tipo de ave que hacía escala en la zona, me explicó entonces la biologa, migraba anualmente desde el Círculo Polar Ártico al Círculo Antártico y viceversa, navegando con métodos que ningún científico había logrado aún desentrañar.
Nos sentamos bajo la lluvia cerca del área de estacionamiento de la plataforma de lanzamiento, llena de autos Teslas. Bilodeau encontró una franca disminución de los nidos. La playa cercana estaba salpicada de trozos de acero, restos de un reciente intento de lanzamiento catastrófico que terminó en lo que la compañía llama un “desmantelamiento rápido no programado”. Es posible que otros lanzamientos fallidos y las operaciones normales de la instalación hayan arrojado combustible para cohetes y aguas residuales industriales sobre el refugio de vida silvestre cercano. Le dije a Bilodeau que Musk recientemente había hablado sobre la posibilidad de llevar a Marte especies en peligro de extinción, para que pudieran seguir viviendo aunque se extinguieran en nuestro planeta. ¿Le parecía factible? “Probablemente no”, me dijo con aire de derrota. Agredecí internamente el trabajo que hacía y sentí un poco de pena por ella. Era como un cura de pueblo que sigue ordenando la iglesia mientras pasan los años y su congregación disminuye.
Últimamente, Musk también parece más derrotado que de costumbre, aunque es difícil saber por qué. Al menos en parte, se debe a su perplejidad ante las críticas que ha recibido. “He hecho más por el medio ambiente que cualquier ser humano en la tierra”, le dijo con tono displicente a Andrew Ross Sorkin, periodista de The New York Times, en el escenario de la conferencia DealBook, en noviembre. Él había hecho el bien “con mayúsculas”, mientras que sus críticos -en este caso, aquellos que miraban con inquietud sus repetidas afirmaciones sobre nacionalistas blancos y antisemitas en su propio sitio de redes sociales- solo se hacían los buenos. (Fue en esa entrevista que Musk insultó groseramente a los anunciantes que se retiraron de X debido a su respaldo a publicaciones antisemitas.)
Sorkin notó que Musk parecía triste, con la mente atormentada, y que parecía estar tratando de entender algo que se le escapaba. En extensas digresiones más parecidas a una sesión de terapia, Musk volvió espontáneamente al tema de SpaceX y pareció sugerir que era un bálsamo para la falta de significado que percibía en el universo. “Mi motivación, entonces, fue que bueno, mi vida es finita, en realidad un destello en una escala de tiempo galáctica, pero si podemos expandir el alcance y la escala de la conciencia… tal vez podamos descubrir el significado de la vida”, dijo en ese momento. Como ejemplo del entusiasmo que podríamos redescubrir allá en el espacio exterior, se preguntó: “¿Existen los extraterrestres? ¿Dónde están? ¿Hay nueva física por descubrir?”
Efecto de visión general
¿Sucederá algo de eso? Parece dudoso. La nave espacial de SpaceX ha alcanzado la órbita terrestre, pero el transporte regular y seguro al Planeta Rojo es una hazaña increíblemente difícil, el tipo de proyecto que sólo podrían emprender los gobiernos de los países. Si la luz de la conciencia aterriza en ese planeta, ¿entonces qué? Marte puede tener agua y otros recursos potenciales, pero además de ser profundamente hostil a la vida humana, el planeta se parece al rincón con menos encanto del suroeste de Estados Unidos, y para colmo, sin la gracia salvadora de poder tomarse una gaseosa helada en una estación de servicio.
En verdad, no importa realmente si los sueños más ambiciosos de Musk se hacen realidad. (Salvo para la NASA, que confía en contar con una Starship mejorada para transportar a sus astronautas a la Luna en 2026). Hace un siglo que los medios y otros relatos nos han convencido de que la próxima gran aventura nos espera en el espacio: la última frontera. Resolveremos nuestros problemas ahí en el espacio exterior, sin la carga de la gravedad de la Tierra y el peso de miles de años de historia. Haremos amigos, aprenderemos sobre nosotros mismos, seremos más sabios y mejores. Y si todavía no podemos llegar, esperaremos ansiosamente el día en que podamos hacerlo.
Sin embargo, vale la pena recordar que los cambios reveladores que han experimentado los astronautas en el espacio no ha sido por lo mucho que hay ahí arriba, sino por lo poco que hay. El impacto emocional de ver la Tierra desde la distancia se llama “efecto de visión general” y, si bien cada uno lo experimenta de manera diferente, suele manifestarse como una especie de melancolía y soledad, mitigadas por un sentimiento de comunidad y solidaridad con todo lo que han dejado en la Tierra.
Todos los humanos hemos recibido la luz de la conciencia, que nos nutre y nos protege. Pero a pesar de todas sus habilidades, a pesar de todos sus millones, Musk está atrapado buscando redención en un lugar donde no existe. El significado de la vida no está en Marte, sino en Brownsville. Y el único significado de la vida al que podemos acceder está en los demás: amor y amistad, verdad y belleza donde se puedan encontrar, ya sea el chorlito nevado en su playa o Noel Rangel en su cama.
Por Christopher Hooks
Traducción de Jaime Arrambide
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