Cómo se vive en el paraíso floridense de los Cayos, escenario de dramáticas llegadas de migrantes
Entre palmeras, arena blanca y clima tropical durante todo el año, sus residentes viven alejados del cemento y las incesantes bocinas; los horarios lo impone la salida y puesta del sol; una de sus islas fue el refugio de Ernest Hemingway durante la década de 1930
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Florida no termina en los Everglades. Al sur de estos famosos humedales hay casi 200 kilómetros de pequeñas islas tropicales cuyas costas se dividen entre el océano Atlántico y el Golfo de México. Con arena blanca, decenas de palmeras y atardeceres indescriptibles, los residentes de los Cayos viven inmersos en un clima tropical y con un ritmo que pareciera de perpetua vacación: las actividades que más se practican son pesca, kayak y esnórquel. No parece casual que este paisaje supo ser un remanso de paz para escritores de la talla de Ernest Hemingway.
Basta tomar la Overseas Highway, una carretera con más de 180 kilómetros que conecta a todas las islas, de forma tal que desde Cayo Largo, se puede conducir hasta el punto más extremo al sur: Cayo Hueso.
Miles de personas que hacen vida en los Cayos viven del turismo y los servicios. Con el paso de las décadas, estas islas se convirtieron en el lugar de retiro de algunos y, para otros, un lugar donde comenzar una nueva vida, alejados del exceso de cemento de las ciudades y el incesante sonido de las bocinas.
Los residentes de esta zona pueden alardear de vivir rodeados del único arrecife de barrera de coral vivo en Estados Unidos. A tan solo ocho kilómetros de las costas, se ubica el John Pennekamp State Park y la vista que se consigue a través del piso de vidrio de algunos botes no le hacen justicia a esta joya de la naturaleza. La transparencia de sus aguas es un verdadero piso de cristal en sí mismo. Muchos de los que ofrecen estos paseos hacen vida en las islas.
Mientras que algunos se dedican a cruzar las aguas, otros pescan bajo el sol perenne. Ya sea por oficio o por diversión, Marathon, una de las islas, es la preferida de muchos para cerrar el día con cestas de pargos, meros, atunes, barracudas, sábalos y algunos Mahi-Mahi.
Esta pesca finaliza en los platos de muchos hogares, pero también en los restaurantes que se extienden por todos todas las islas, con especial atención en Cayo Hueso, que con el paso de los años se ha vuelto más popular como destino exótico. Duval Street es una de las principales arterias de este último y donde se concentra la mayor parte de bares y terrazas de la ciudad.
Cayo Hueso, el refugio de Ernest Hemingway
Estos lugares conservan su historia y se enorgullecen de permanecer por más de un siglo. Uno de los locales más conocidos es Sleepy Joe´s, un bar que fue bastante frecuentado por Ernest Hemingway. Corría la década de 1930 y Estados Unidos atravesaba la Gran Depresión, donde a falta de dinero y trabajos, los Cayos de Florida estuvieron por desaparecer.
A la par de la crisis financiera, no sería sino hasta 1933 que sería abolida la Ley Seca, por lo que los pocos bares en pie en los Cayos fueron una suerte de refugio para los más rebeldes de aquel momento: artistas y escritores. Hemingway encontró amparo en estas islas en un país que atravesaba por una de las épocas más oscuras de su historia. Varias décadas después de su muerte, Mary Welsh, su cuarta y última esposa, encontró en una habitación trasera del Sleepy Joe´s algunos objetos personales, fotografías, relatos inéditos, cientos de papeles y manuscritos de Ernest.
Durante más de una década, Hemingway encontró en Cayo Hueso su hogar y la casa donde vivió actualmente está abierta al público en forma de museo para ser recorrida.
Con siglos de historia, si bien los Cayos estuvieron brevemente dominados por los españoles y también por los ingleses, hoy, la mayor parte de la población habla inglés y, en menor porcentaje, castellano.
Estas islas también son el lugar de llegada de muchos inmigrantes indocumentados, ya que Cuba se sitúa a menos de 200 kilómetros de distancia de sus costas. Durante años, se han visto balsas de madera construidas de forma rudimentaria llegar a los Cayos repletas de hombres, mujeres y niños que desembarcan con desespero, casi sin posesiones materiales y corren sobre la arena mientras evitan ser atrapados por la Guardia Costera. Debido a nuevas órdenes federales, si llegan a ser detenidos por estos funcionarios, serán puestos en barcos de regreso a sus países de origen.
Las imágenes de cientos de cubanos e incluso haitianos que tocan suelo estadounidense son ya una constante en los medios, donde se los ve abrazados entre lágrimas y celebran haber sobrevivido al océano indescifrable. Muchos de ellos continúan su camino hacia territorio continental, con la esperanza de reunirse con sus familiares, pero otros, con el paso del tiempo, hacen vida en los Cayos.
Azul, azul y más azul
Es probable que el color que más abunde en los Cayos sea el azul en todas sus tonalidades. Rodeados de mar y un cielo despejado, quienes hacen vida en los Cayos solo deben atender a la temporada de huracanes en el océano Atlántico. En tanto, la vida transcurre entre el trabajo, la familia y la playa.
Incluso para los residentes existen posibilidades de dejarse sorprender de vez en cuando. Un paseo habitual es hacer el recorrido al Lighthouse Museum, un viejo faro en Cayo Hueso que se mantiene en pie desde mediados del sigo XVII. Luego de subir casi un centenar de escalones, la vista ofrece una perspectiva exclusiva de la ciudad.
Conocer los Cayos y no asistir a Celebración del Atardecer es equivalente a haber hecho el recorrido solo por Google Maps. Se trata de una tradición que se remonta a 1960, donde locales y turistas se reunían para disfrutar de la puesta del sol. En su versión más novedosa, hay intervención de músicos, malabaristas y vendedores ambulantes.
Contrario al éxodo que se vivió hace casi un siglo, hoy los Cayos son una fuente constante de trabajo gracias al turismo, pero en un ambiente no contaminado por el interminable cemento y con un ritmo que marcan los propios isleños, quienes son ajenos a mirar el reloj sin parar y marcan su ritmo por la impostergable salida y puesta del sol.
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