Zero Fucks Given: un desgarrado retrato del desapego, la competencia y la soledad en el mundo de las aerolíneas de bajo costo
El film de Emmanuel Marre y Julie Lecoustre encuentra en Adèle Exarchopoulos a la protagonista perfecta para encarnar a una azafata que prefiere concentrarse en el presente más inmediato
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Zero Fucks Given (Rien à foutre, Bélgica-Francia/2021). Dirección: Emmanuel Marre y Julie Lecoustre. Guion: Emmanuel Marre, Julie Lecoustre, Mariette Désert. Fotografía: Olivier Boojing. Edición: Nicolas Rumpl. Elenco: Adèle Exarchopoulos, Alexandre Perrier, Mara Taquin, Arthur Egloff, Tamara Al Saadi, David Martinez Pinon. Duración: 115 minutos. Disponible en: Mubi. Nuestra opinión: muy buena.
La joven azafata Cassandre Wassels (Adèle Exarchopoulos ) escucha con atención las indicaciones de la supervisora sobre el servicio de ventas a bordo de la aerolínea. “Cada una tiene un aparato y debe vender lo más posible”, aclara mientras negocia con el plantel de azafatas ese difícil equilibrio entre el trabajo en equipo y la feroz competencia por las compras de los pasajeros. Ese es el punto de partida del agudo retrato que los directores Emmanuel Marre y Julie Lecoustre ofrecen sobre el mundo de las aerolíneas de bajo costo a partir del prisma de su protagonista, una ávida integrante de su dinámica. Con base en la isla de Lanzarote, la ficticia aerolínea Wing entrena a su tripulación para la efectividad, el compromiso y la extrema competitividad. Y Cassandre parece funcionar como pez en el agua, despojada de ataduras emocionales, disfrutando de los vuelos por el mundo, con la única ambición de saltar a una aerolínea con viajes más caros y pasajeros más ricos.
La estética documental de Marre y Lecoustre les permite construir la historia, sobre todo la primera mitad de su película, sobre la espalda de su protagonista. Y no solo de manera simbólica sino literal. La cámara sigue a Cassandre en la preparación de su uniforme, en sus largas caminatas por los aeropuertos, o en los devaneos casuales por las playas y ciudades que recorre como visitante. En ese constante movimiento se perfilan sus dos rostros. El primero es el prolijo que exige la aerolínea, atildada y sonriente, de buena presencia y modales amables. Sin perder la compostura ni sumar una arruga a su atuendo, debe atender demandas, soportar desplantes y vender perfumes y otros artículos para sumar comisiones. El segundo es aquel que despliega en sus esporádicos ratos libres, navegando en Instagram, bailando en algún boliche, disfrutando del sexo causal. Siempre risueña y relajada, parece abrazar esa vida de intermitentes destinos, sin afectos duraderos, y dispuesta a armar las valijas y salir corriendo en el próximo vuelo.
La literalidad del seguimiento evoca la famosa puesta en escena de los hermanos Dardenne, especialistas en el retrato de duras condiciones sociales con el foco anclado en los dilemas morales de sus criaturas. Caminos que suponen la cámara sobre los hombros de los protagonistas en una exigente toma de conciencia y comprensión de su propia humanidad. Marre y Lecoustre retoman sus reflexiones, sin el encuadre moral sino con el interrogante sobre esa aparente integración: la de Cassandre al mundo que la contiene. Si bien parece conforme con las condiciones de Wing y con la libertad prometida por una vida sin apegos, asoma en su semblante una herida que parece no cerrar, una búsqueda todavía difícil de dilucidar. Lo que Marre y Lecouste parece indagar, en definitiva, es qué tipo de sensibilidades generan las nuevas formas del capitalismo que son percibidas como perfectas para un intento de huida a la pertenencia, de escape de un arraigo que solo supone dolor y sufrimiento.
Por ello la película parece complejizarse en su segunda mitad, cuando luego de seguir a Cassandre a distintos destinos, descubrir el desenfado con el que llena sus horas vacías y vislumbrar sus lágrimas escondidas, ella regresa a su casa en Bélgica. Pese a que era reprendida por haber bebido alcohol, descuidar su apariencia o por alguna tardanza ocasional, el quiebre de las normas de la compañía se produce en el intento de asistencia a una pasajera. Ese acto que resulta subversivo para la empresa es quizás el atisbo de una humanidad que resiste en su interior, aun bajo el discurso de eficiencia aprendido. Es entonces cuando su regreso a casa ilumina su historia familiar, un espacio que había resignado voluntariamente y que de pronto vuelve a reencontrar. Aquí la puesta en escena cambia y Marre y Lacoustre resignan el movimiento del comienzo en virtud de la introspección. Sin colores tan brillantes ni penumbras artificiales, ese viaje decisivo para Cassandre le permite detenerse en los rincones de su casa que parecían relegados, los silencios con su padre, el recuerdo de aquello que había querido olvidar.
La notable actuación de Adèle Exarchopoulos, dando a Cassandre un abanico de emociones impensadas, brinda a la película agudeza y humanidad. Su rostro es capaz de trasmitir el hastío y la incipiente rebelión de la misma manera que deslizar las lágrimas de una pena tanto tiempo escondida. Con una puesta rigurosa y una vocación de notable integridad, Zero Fucks Given ofrece una mirada desgarradora sobre la soledad contemporánea, el aislamiento que propician las nuevas tecnologías y las dificultades para lidiar con la pérdida y el sufrimiento.
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