Yo era famoso: la película de Netflix que logró conmover a miles con su historia de superación adolescente
Un exintegrante de una boyband británica busca una segunda oportunidad para reinsertarse en la industria musical haciéndose amigo de un adolescente con autismo con el cual tejerá una amistad a prueba de todo
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Tal vez porque es muy consciente de que no está más en la cima del éxito que le dio Stereo Dream, la boyband que integró veinte años atrás, Vince (Ed Skrein) no siente vergüenza cuando debe llevar su teclado apoyado de una vieja tabla de planchar en busca de un local que le permita tocar en vivo sus “propuestas de canciones” como solista. Notoriamente distinto al joven Vinnie D, hoy él luce algo arrugado, con el cabello desordenado y también con mucha hambre.
Cansado de tanto caminar, Vince se sienta en una banca del humilde barrio de Peckham, en Londres, para afinar uno de sus posibles nuevos temas. Solo unos segundos después de empezar, un joven que porta unas baquetas (Stevie/ Leo Long) empieza a seguirle el ritmo, golpeando con fuerza primero una banca y luego los fierros de una cesta de basura. Lo que en un inicio fastidió a Vince termina por sorprenderlo. Y los aplausos del público alrededor (algo que probablemente había olvidado con el paso de los años) lo maravillan.
Hasta aquí hemos contado el argumento inicial de Yo era famoso, cinta dirigida por Eddie Sternberg que acaba de estrenarse en Netflix. Se trata de una comedia musical que salta hacia al drama en los momentos precisos. El filme cuenta la historia de un retirado artista de una boyband que, alejado por completo de las giras interminables y los discos de oro, no puede quitarse la sensación de culpa por haber faltado al último cumpleaños de su menor hermano, fallecido tiempo atrás de una penosa enfermedad.
Como muy probablemente los mayores de 30 recuerden bien, las boyband causaron furor en su momento presentado a apuestos jóvenes que ayudados por el carisma y –en muchas ocasiones por el playback—resonaron en distintas latitudes. Aunque algunos de estos chicos lograron hacer luego un camino propio (Justin Timberlake, tal vez sea el caso más popular), otros terminaron en la más completa nada.
Ya volviendo a la historia, Vince está convencido de que Stevie es el baterista que puede ayudarlo a salir a flote. Aunque inicialmente ignora su condición de autista, pronto lo descubre porque es la madre de este, Amber/ Eleanor Matsuura, quien se lo remarca usando una advertencia que más parece amenaza. La joven progenitora de este ‘diamante en bruto’ (sin esposo o novio a la vista) dejó de lado su pasión por la danza para darlo todo por su hijo. Lo sigue como si fuera su sombra para protegerlo del bullying y también le alcanza sus baquetas para darle calma con el simple traqueteo de ambos palos sobre cualquier superficie plana.
Ya conocidos ambos personajes principales, Yo era famoso se devela como un retrato de las diferencias que pueden convertir a dos hombres en amigos inesperables. Vince saboreó la fama, mientras que Stevie se mantiene en su cuarto casi protegido del ambiente exterior. Vince se alejó de su madre tras la muerte de su hermano, mientras que Stevie no puede desprenderse ni siquiera de la sombra de la suya.
Un punto aparte aquí. Aunque solo pasaron veinte años de su momento cumbre en Stero Dream, Vince parece haberse quedado anclado en el pasado. Por eso cuando una ex fan convertida hoy en hater le muestra el éxito de su video viral tocando junto a Stevie en Peckham él no puede creerlo. Decide, pues, llevar dicho clip a los bares que ya lo rechazaron más de una vez. Se enciende entonces la primera luz de esperanza.
Dentro de los varios elementos que presenta con acierto Yo era famoso está, invariablemente, su universo de candidez y naturalidad, atribuido a los humildes suburbios donde lo que menos ves son millonarios y autos lujosos, pero tal vez sí mucha gente ‘buena onda’. Fachadas grafiteadas, mercados con tantos ciudadanos británicos como inmigrantes, adornan una propuesta fundamentalmente convincente. Esto último tal vez sea mucho más notorio en el grupo musical del vecindario que integra Stevie, al que se suma Vince primero por “interés” y luego por un genuino deseo de sentirse en compañía.
Pero más allá del nuevo ‘mundo’ que integra Vince en Peckham, el protagonista de esta historia parece dispuesto a todo por subirse al estrellato una vez más. Por eso busca al más exitoso de sus excompañeros de Stereo Dream (Austin/Eoin Macken) para que le brinde una mano. En medio de un lujoso estudio musical recordará cómo su adolescencia terminó entre conciertos masivos y el abandono de su hermano enfermo.
La película de Eddie Sternberg tiene en las diferencias ya comentadas de sus protagonistas una de sus grandes fortalezas: alguien que se quiere comer el mundo versus alguien que solo desea un buen amigo. Conforme los espectadores empiezan a maravillarse por la química de un brillante chico autista y un tecladista venido a menos, será la madre del primero quien –por su natural deseo de sobreprotección—se convierte en un obstáculo para que las cosas avancen.
Uno podría sentir que Yo era famoso le recuerda a distintas películas con este tono. Desde El solista (con Jamie Foxx y Robert Downey Jr.), hasta la recientemente premiada CODA, donde Emilia Jones da vida a Ruby Rossi, una aspirante a cantante criada en una familia de pescadores sordomudos. Pero permitiéndonos una licencia, este nuevo producto audiovisual tiene también momentos sumamente mágicos como los que transmite Bajo la misma estrella, adaptación de la novela del mismo nombre escrita por John Green.
¿Podrán Vince y Stevie formar un dúo musical exitoso pese a las dificultades que implican empezar desde cero en el mundillo musical actual? ¿Comprenderá Amber que la música puede ser capaz de darle a su protegido hijo Stevie el mundo que ella no le pudo dar? ¿Entenderá Vince que para que los demás te perdonen primero debes perdonarte a ti mismo? Estas son solo algunas de las preguntas que los espectadores irán respondiendo con el transcurrir de los minutos de Yo fui famoso, una conmovedora travesía por lo más sublime del género humano: la amistad.
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