Yo, el peor de todos
"Tres es multitud" ("Rushmore", Estados Unidos/1999). Presentada por Buena Vista. Fotografía: Robert Yeoman. Música: Mark Mothersbaugh. Intérpretes: Jason Schwartzmann, Bill Murray, Olivia Williams, Brian Cox y Seymour Cassel. Guión: Owen Wilson y Wes Anderson. Dirección:Wes Anderson. Duración: 93 minutos. Para mayores de 13 años. Nuestra opinión: Muy buena
Wes Anderson es una de las apariciones más sorprendentes del nuevo cine independientes norteamericano. Este talentoso guionista y director de apenas 29 años ya había ofrecido, en 1996, una dignísima opera prima que en la Argentina se editó directamente en video con el título de "Buscando el crimen".
Todo aquello que este cineasta insinuaba entonces se concretó, con creces, en esta nueva comedia que desborda creatividad:"Tres es multitud" es una de las películas más divertidas y desinhibidas que la producción norteamericana haya entregado en mucho tiempo.
Un guión impecable, una puesta en escena que apela permanentemente al riesgo y dos excepcionales actuaciones a cargo del debutante Jason Schwartzmann y el gran Bill Murray son los pilares sobre los que Anderson construye un film que remite y trasciende ese subgénero tan norteamericano que conforman las historias de colegios secundarios.
La película está ambientada en Rushmore (de allí el título original), una escuela privada de excelencia. En ese ámbito casi inmaculado, los únicos que desentonan son el excéntrico y millonario Bloom (Murray), principal benefactor de la institución, y Max Fisher (Schwartzmann), un pésimo alumno durante los cursos regulares, pero ingenioso promotor de actividades extracurriculares, como la edición de la revista Yankee y la formación de distintos grupos dedicados a coleccionar estampillas y monedas, a la apicultura, el tiro, el canto, la esgrima, la astronomía, las artes marciales, el atletismo y la caligrafía, entre muchas otras aficiones.
Entre el odio y el amor
Max, de 15 años, enormes anteojos y prominentes aparatos dentales, es el antihéroe perfecto, un genio incomprendido, un individualista a ultranza capaz de ganarse el odio automático de sus compañeros con cada una de sus actitudes y propuestas, como, por ejemplo, impulsar el latín como materia obligatoria.
La línea (la excusa) dramática del film explota cuando tanto Max como Bloom se obsesionan por una maestra de jardín de infantes inglesa (Olivia Williams). Viuda y atractiva, inteligente y sensible, ella resulta el gran objeto del deseo común, una presa perfecta para seducir apelando a todas las argucias posibles.
Surge, así, entre estos dos insólitos contendientes un duelo que no entiende de límites ni concesiones. Una escalada de agresiones entre un hombre con espíritu de niño y un adolescente que intenta ingresar en el mundo de los adultos.
Pero más allá de las hilarantes situaciones que propone Anderson (siempre jugadas al límite del absurdo pero sin caer jamás en el ridículo), lo que diferencia a este director de otros cogeneracionales es que se aleja del patetismo gratuito y del cinismo distanciador en los que suele caer buena parte de las películas independientes norteamericanas.
A medio camino entre la pintura paródica del cine de Todd Solondz, la libertad expresiva y el desenfado actoral que ofreció John Cassavetes y la inteligencia de un Woody Allen, Anderson aparece como un cineasta con una imaginación y una soltura infrecuentes para un artista de tan corta edad y experiencia.
En este sentido, las dos secuencias en las que Max dirige sendas puestas teatrales de "Sérpico" y de una suerte de "Apocalypse Now" con veta romántica incluida ofrecen algunos de los momentos más disfrutables de los últimos tiempos.
El lector, entonces, queda advertido: una comedia impredecible como ésta, en tiempos en que casi todas las películas se parecen demasiado entre sí, no se encuentra todos los días.
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