La banda se presentó en el estadio Luna Park; crónica y fotos de su show
A pocas cuadras de Costanera Sur y a contramano de la idea dominante de estar a tono con los tiempos que corren, el peso de la historia ocupó por algo más de dos horas el escenario de calle Bouchard. Como aquellas viejas noches del Luna, cuando la técnica no hacía milagros y el galpón de los deportes se resistía a ser domado, Yes ofreció un show de clásicos para honrar la etapa dorada del rock progresivo y celebrar la contundencia de una obra que viaja más allá de las categorías que impone el paso del tiempo. El público, en su mayoría, viejos militantes del detalle: tipos criados en las armonías perdurables, los viajes cósmicos y la psicodelia entendida como esa nave que te trasporta quién sabe adónde. También muchos sub-20 acompañando a sus padres y ubicando los tantos con remeras de Dream Theater. Como es sabido entre las huestes del gigante progresivo, un recital de Yes siempre incluye sorpresas en la alineación: desde 1968 sólo Chris Squire, bajista y fundador, ha resistido a todas las resurrecciones de la banda inglesa. Pero esta vez la previa señalaba un dato digno de la fabulosa película This Is Spinal Tap: un nuevo cantante, Benoit David, reclutado de un grupo tributo para ocupar el lugar de Jon Anderson, la voz sagrada de Yes; y la inclusión de Oliver Wakeman a cargo de los teclados, sí el hijo de Rick. Por el lado de las garantías, ver en vivo a Steve Howe, quizá uno de los mejores violeros vivos del planeta junto a los inmortales Alan White (batería) y Squire seguía siendo atractivo para los fanáticos más conspicuos.
Las dudas y los temores se despejaron cuando pasó la introducción de “Siberian Khatru” y la voz de David llegó sin problemas a los agudos conocidos de Anderson. Aún el sonido conspiraba y desde varios sectores del estadio llegaban pedidos de subir un poco más el volumen. Pandereta en mano y con tímidos pasitos de baile, el cantante nacido en Canadá empezó a ganar confianza mientras la sólida base instrumental recorría los intrincados cambios de ritmo de la joya oculta de Close To The Edge y Howe bajaba escalas con su técnica insuperable, más afinada en el buen gusto que el virtuosismo exacerbado. Todos tranquilos y más aún con los ajustes de sonido para “Seen All Good People”, en donde los juegos vocales mandan para el tema incluido en The Yes Album, el disco que marcó la consagración de la banda en 1971 y también la del género progresivo en su idea de ir más allá de los límites del rock.
Un poco para marcar el territorio y confirmar que en Yes no existen los miembros imprescindibles, Chris Squire presentó a los nuevos integrantes y giró hacia “Tempus Fugit”, aquel pasaje veloz de Drama, el álbum que marcó la ausencia de Jon Anderson y el ingreso de Trevor Horn, líder por entonces de la banda pop The Buggles. Aquel atrevimiento que incluía programaciones y mucho vocoder significó todo un sacrilegio para muchos fanáticos, hoy suena a tema menor frente a canciones como “Astral Traveler”, una suite espacial registrada en Time and a World de 1970. En esa hendija del pasado permanece lo mejor de Yes y todos los que llenaron el estadio Luna Park esperaban más momentos del período 1970-1973, por eso cuando sonó el riff inicial de “Perpetual Change” o la bellísima sinfonía melódica que encierra “And You And I” los brazos extendidos y los coros casuales lanzaban devoción hacia el escenario, la misma que también acunó a bandas argentina como Aquelarre, Invisible y hasta La Máquina de Hacer Pájaros, entre muchas otras.
En la cuenta de imágenes retenidas gana Steve Howe, cambiando tres veces de guitarra en un mismo tema, utilizando un dispositivo para resolver cómo pasar de lo acústico a lo eléctrico sin descuidar un acorde o el uso del slide con fines espaciales. Nada de pirotecnia en el momento Howe, sólo los caminos flamencos de “Mood for a day”, y una versión libre de “Clap” para seguir compartiendo su amor por el rag time. Pegadito al violero, la mole Squire, todo se sostiene en su bajo melódico y el exacto entramado que forma junto a White. Más atrás, sin el protagonismo de su padre, un sobrio trabajo orquestal de Wakeman y su imagen casi calcada a los años de juventud del tecladista insumiso. ¿Y David?: muy cercano a un clon de Anderson, pero en términos funcionales es la pieza necesaria, Yes con una voz distinta a la de su cantante original es otra banda, y anoche nadie deseaba eso.
Para los flashes finales de la quinta visita de Yes a la Argentina, una versión épica de “Heart of The Sunrise” entre un dueto de habilidades de Squire y Howe mientras David se recibía de Anderson, y la arenga vitalista que siempre provoca “Roundabout”. El bis llegó con otra canción de The Yes Album, la perfecta melodía “Starship Trooper” y la gloriosa coda final de Howe: diez minutos para volver una y otra vez a esa época en donde sabíamos cómo formaba cada equipo progresivo y las tapas de Roger Dean casi siempre incluían viajes extras. Algo de eso pudo verse en el Luna cuando varios barrigones pelaban panzas y quedaban en cuero en busca del talle adecuado de la última remera de Yes.
Por Oscar Jalil
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