Walter Salles, de moda
A los 42 años, el director Walter Salles Jr. disfruta del éxito mundial de su cuarta y penúltima película, "Estación Central", pero sufre también las consecuencias: todos se disputan el padrinazgo de esta rara joya del cine latinoamericano.
En principio, lógicamente, aparecen los brasileños, quienes ansían un Oscar que se les ha negado en los últimos años, pese a la catarata de nominaciones. Pero también figura el Sundance Institute, creado por Robert Redford, que fue el primero en creer en el proyecto y en apoyarlo financieramente.
En la lista de descubridores de Salles se anotan también los alemanes, que lo premiaron con dos Oso en el Festival de Berlín del año pasado (incluido el de Oro a la mejor película) y lo lanzaron a la consideración internacional.
"Estación Central" siguió luego una impresionante carrera comercial y artística en todo el mundo que combinó galardones (como el reciente Globo de Oro) y jugosas recaudaciones en los Estados Unidos y Europa. El corolario ideal sería el Oscar al mejor film extranjero y la estatuilla para su coprotagonista, la enorme Fernanda Montenegro. Pero, claro, en el horizonte aparece un monstruo llamado Roberto Benigni y la vida, entonces, puede no ser bella para el cineasta brasileño.
El éxito de "Estación Central", más allá de su ajustado guión que escapa a los habituales golpes de efecto de este tipo de cine social, y de sus descomunales actuaciones, hay que buscarlo en su forma de apegarse y diferenciarse a la vez de la más rica tradición del Cinema Novo brasileño.
Esta suerte de road-movie que narra la travesía hacia el Brasil profundo que emprenden dos golpeados exponentes sociales (un niño de la calle y una jubilada en decadencia) ofrece lo que muchos europeos siguen esperando de la producción latinoamericana: historias fuertes, pintorescas, con toques de denuncia, pero con un sentido y una lectura universales.
Lo que Salles -representante de una de las familias económicamente más poderosas del Brasil- encontró en "Estación Central" fue el tono justo, una forma moderna y prolija de narrar una historia sencilla, que bien podría haber sido imaginada por Glauber Rocha, Joaquim Pedro de Andrade, Nelson Pereira dos Santos o Cacá Diegues. En su capacidad para extraer lo mejor de sus antecesores y crear luego un estilo propio reside su principal mérito. El mundo entero se lo reconoce.
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