Walter Lezcano nació en Goya, Corrientes, pero viajó a Buenos Aires junto a su madre poco después de cumplir un año. De allí en más, los dos deambularon por distintas habitaciones, pensiones y departamentos del conurbano bonaerense hasta instalarse, en la primera mitad de la década del 90, en San Francisco Solano. "Mis recuerdos de esos años son de muchas mudanzas, algunos padrastros indeseables y también muchas carencias económicas", dice este poeta, escritor y periodista argentino que acaba de publicar Un regalo del diablo – 2 Minutos, Valentín Alsina y la reivindicación del punk argentino, una suerte de ensayo con entrevistas en torno al álbum debut de la banda de Mosca, editado en 1994, punto de partida de aquello que, instantáneamente, se conoció como "rock barrial".
"Cuando salió Valentín Alsina, para un montón de jóvenes que vivían en esa tierra arrasada que era por ese entonces el conurbano, fue un momento muy esperanzador, porque por fin había una banda que podía expresar un montón de cosas que pasaban en esos lugares, en ese territorio tan distinto a la Capital. 2 minutos logró conjugar lo que pasaba ahí, con un léxico propio y con una cosmovisión particular", cuenta Lezcano acerca del motor que lo llevó a escribir este libro que, casi sin querer, llega para cerrar su trilogía rockera, que se completa con dos ensayos publicados previamente sobre la obra de Él Mató a un Policía Motorizado y Andrés Calamaro.
"Creo que de alguna manera estos músicos están unidos porque, en un momento de sus vidas y carreras, generaron un quiebre personal y trataron de intervenir, de forma crítica y cada uno a su manera, la época que les tocó vivir", sugiere este escritor de 40 años que comenzó a escribir poemas a los 12, cuando una vecina le rompió el corazón por primera vez y sintió la necesidad de expresar ese sentimiento. "Tenía que sacar todo lo que tenía dentro y pude convertir eso en algo estético, como si fuera un objeto, un corazón roto que estaba ahí, que lo podía mirar y estudiar. Eso me dio una vida. Porque para mí la escritura te da una vida o como dice Piglia: 'Escribo un diario porque creo que tengo una vida'".
Lezcano sostiene que 2 Minutos fue la primera banda del rock nacional que ubica al conurbano en el centro de la escena de una manera genuina. "Hasta que 2 minutos no le puso el nombre, que fue Valentín Alsina, el conurbano siempre fue contado por otros, por los porteños. De hecho, 'Avellaneda blues' es el porteño yendo a ver qué pasa, aparece el conurbano como un territorio inhóspito, terrible, donde están los obreros. No es el Di Tella, evidentemente, donde ellos se movían. Unos años después aparece 'El mendigo de Dock Sud', de Moris. Pero siempre estaba esa mirada del porteño dándole voz a lo que ellos creían que era el conurbano. Tuvo que pasar mucho tiempo para que el conurbano pudiera sacar pecho y establecer que, desde esas coordenadas, uno podía contar su historia. En las canciones de Mosca hay como una resignificación de cómo escribir una canción de rock, porque además se visualizan elementos de clase. Eso fue algo novedoso que luego se infiltró en el rock chabón y alcanza un punto cúlmine en ese formato que logra canonizar Calamaro, esa mezcla entre simplicidad y epifanía. Cómo con pocos elementos poder construir frases que te atraviesan. Que es una estrategia literaria poética que en el caso de 2 Minutos es pura intuición. Ellos lograron a partir de esa intuición, que también es un posicionamiento, contarnos nuestras historias del barrio y construir algo que, veinticinco años después, sigue generando conmoción y sigue interpelando".
-¿Qué lugar creés que ocupan los libros de rock en esta era digital?
-Creo que hay una necesidad, que tenemos los que vivimos ciertas experiencias que trataron de correr el decorado de la vida cotidiana, de crecer y tratar de entender qué pasó ahí. Por qué la vida nos cambió a través de escuchar cierta música o determinadas frases. Tratar de comprender en qué nos convertimos con el paso del tiempo y qué hicimos con todos esos valores que adquirimos de jóvenes. En todo esto hay una pregunta muy dura, que es si estamos a la altura de lo que nos dijimos en esas esquinas, en esas noches con una sola birra entre cincuenta porque no teníamos un mango. ¿Pudimos realmente construir un camino alternativo al capitalismo? Ese es el magma secreto que hay en esos libros, en donde tratamos de comprender qué hacíamos en esos años con nuestra vida, por qué nos impactó tanto ciertos discos... La aparición del algoritmo tiene algo de trágico para el que consume rock. Se suplanta la curiosidad natural por un elemento tranquilizador, que es que en algún momento te va a tirar algo que supuestamente te va a gustar y arruina la posibilidad de ir a un recital y que alguien te cuente algo de alguna banda o que vayas a una disquería. Hay una parte de la experiencia del rock que se anula con la aparición del algoritmo como elemento vertebrador del gusto humano. Como docente de literatura, me doy cuenta de que para estas últimas dos generaciones la música es solamente un elemento decorativo en algún momento de sus días. Yo recuerdo que mucha gente de mi generación literalmente pudo sobrevivir un día más por escuchar determinadas canciones. Obviamente que eran circunstancias discursivas infantiles y adolescentes, pero tenía un sustrato de verdad que era tratar de entender qué es el arte, cómo volver la rabia, la mugre y las carencias, en perlas artísticas.
-¿El trap no intenta eso también?
-Puede ser, pero parte del discurso que se construye en el trap continúa con algunas lógicas propias de la idolatría de la personalidad, de que hay algunos que tienen talento y otros no. El punk trató de igualar a todos y decirle a cualquiera que tenía la posibilidad de hacerlo. El trap todavía se maneja con cierta cuestión elitista y separatista, algunos pueden hacerlo y otros no. La batalla de gallos, en términos ideológicos, me parece una basura absoluta. A nivel estético y musical hay mucho para rescatar, pero creo que ese tipo de comportamientos tribales y selváticos son los que el punk trató de combatir y que evidentemente fracasó, pero sigue vivo en un montón de gente que todavía intenta sostener en su vida cotidiana ese tipo de ideales.