Volver a brillar en Londres
Luego de Los miserables, Gerónimo Rauch cosecha elogios por El fantasma de la ópera
Bajó el telón de Los miserables puntual, a las 17.20, como todos los miércoles. No iban a hacer la función nocturna. El elenco completo estaba invitado a una cita impostergable. Se vistieron con sus mejores galas y se fueron caminando desde el Queen's Theatre hasta Leicester Square, algo más que tres cuadras. A medida que se acercaban el corazón les latía con más fuerza. Vieron la alfombra roja, los flashes, y pasaron, henchidos de orgullo por ser parte de un momento histórico. Mientras atravesaban el camino hasta el cine donde se proyectaría la película Los miserables en su estreno mundial, veían que allá, en el extremo de la red carpet, estaba parada Anne Hathaway con su vestido blanco bordado íntegramente en perlas y un infartante escote en la espalda. Surreal. "Fue muy especial. Después fuimos a una fiesta súper VIP donde estaban todos. De repente me vi charlando con el actor que hacía de Marius y con Amanda Seyfried. Ahora me parece muy normal", dice entre risas Gerónimo Rauch, desde su casa londinense. Lo cuenta como si él fuera ajeno a toda la parafernalia del espectáculo internacional, pero se equivoca. Si estuvo ahí es por algo y ese algo tiene nombre y apellido: Jean Valjean, el personaje protagónico de Los miserables que lo hizo triunfar como cantante y actor de musicales, primero en Madrid, después en Barcelona y finalmente en la cuna de la obra basada en el libro de Victor Hugo, el West End.
De ese episodio hace ya diez meses, y el tiempo no pasó en vano para este argentino que se consagró en una de las mecas del teatro musical. A un año de desembarcar en la producción de Cameron Mackintosh, comenzó a buscar su próximo desafío. Pronto supo que El fantasma de la ópera estaba buscando un nuevo Fantasma. Bingo. Se jugaría todo a ese papel. "Fue difícil porque el inglés sigue sin ser mi lengua madre. Como actor tengo que trabajar el doble, tengo que hacer otro análisis del texto. Entonces tuve que poner mucho esfuerzo. Parte del equipo te prepara en tus fortalezas y debilidades, y todos los finalistas trabajamos individualmente. Por suerte me lo dieron. Había una competencia muy fuerte? Fue difícil para mí también porque mi coprotagonista en Los miserables , Javert, estaba también audicionando. Él había intentado el año anterior y lo habían vuelto a llamar", relata. Pero nuevamente pudo contra todos para alzarse con uno de los papeles más soñados del mundo del musical. Cantó "Music of the night" -"la más difícil", acota- y quedaron maravillados con su interpretación. Es que además de ser un virtuoso tenor, Gerónimo es un actor apasionado, que hace propios los textos que tiene que interpretar con una plasticidad única. Incluso en inglés.
"Cada vez que cantaba se me ponía la piel de gallina. Es absolutamente creíble, su voz es sensacional y su interpretación, conmovedora", escribió una crítica tras su debut, que tuvo lugar en septiembre. "El Fantasma de Rauch tiene el perfecto balance de enojo, resentimiento y tristeza", concluye el comentario. Y los elogios siguen. "Tengo más fans británicos que argentinos", se ríe él, sorprendido. ¿Por qué no habría de tenerlos? Un año entero como uno de los personajes más amados del musical para luego encarnar otro rol de antología. "El Fantasma tiene una mística, un erotismo, una locura... Siempre me atrapó", explica. Recuerda con nostalgia aquellos tiempos adolescentes en que decidió hacer algo con su vozarrón, don natural que antes creía accesorio, y estudió canto con las canciones de El fantasma... y Los miserables . "Cuando me conecto con ese chico que se divertía practicando esos temas me emociono. Nunca pensé que lo haría acá."
Durante poco más de un mes ensayó todos los días ocho horas. Cuenta que la industria del musical en Inglaterra es muy estricta: "Está superaceitada. Tienen sindicatos muy fuertes y se lo toman muy en serio. Si trabajás mal, te quedás sin trabajo", cuenta, y subraya que el mito de la puntualidad inglesa es absolutamente real: "Llegan 20 minutos antes a los ensayos y no se espera a nadie".
La vida inglesa todavía le cuesta un poco. Admite que la puntualidad nunca fue su fuerte y que todos los días intenta llegar temprano. Pero eso no es lo peor: "El clima es terrible. No digo la lluvia..., llega un momento en que ya no te moja [risas]. Pero el invierno es muy largo y los días son muy cortos casi todo el año. Si no fuera por mi mujer y mi hijo sería muy duro vivir acá". Todo lo demás lo entusiasma: "Tenés la posibilidad de ensayar con los directores originales, que son estas bestias... Es tan rico el proceso con ellos porque saben tanto que te potencia. A la hora de trabajar, eso te da una magnitud que no se puede comparar con nada", explica, y cuenta que una semana antes del estreno tuvo su encuentro con Harold Prince, que supervisó el montaje.
Aunque tiene un profesor que lo prepara para pronunciar el inglés con acento británico a la perfección, cuando se relaja y se presta a la charla con la prensa inglesa se hace patente que es argentino. Los gestos, la simpatía y la calidez le juegan a favor, y muy rápido hizo buenas migas con el resto del elenco. Juntos aprovechan los sábados para ir a un pub del que varios elencos son asiduos visitantes. Es el día en que comparten risas además de trabajo. Su canción favorita de la obra es "Point of no return", porque tiene algo de la pasión del tango. Es que todo en algún momento le remite a su país natal.
"Estoy incompleto sin pisar un escenario argentino", dice. Logró llegar al West End, se sabe afortunado, pero su bandera le tira todo el tiempo. "Tengo el sueño de grabar un disco, me gustaría llegar con él a la Argentina. Estoy deseando que se haga realidad. Argentina es mi casa, y si bien ahora estoy invirtiendo un montón estando acá, creo que al grabar un disco allá le estoy devolviendo algo a mi país", dice, y con una anécdota grafica lo que está sintiendo. Era su debut en el West End. La función terminó con ovación para su Valjean y una bandera celeste y blanca se desplegó en la platea. No pudo contener las lágrimas. "El amor por la bandera no se pierde nunca", suelta. Se puede percibir del otro lado del teléfono cómo sonríe por su cliché. Y lo defiende: "Nunca".
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