Tocó en La Pesada, zapó con The Who, fundó Riff junto a Pappo y durmió con la chica de la canción "Foxy Lady". Retrato del último dandy y forajido del hard-rock argentino.
A sus 61 años, lo tremendo de Víctor Bereciartúa es su persistencia, su propia ortodoxia, el hecho de que jamás se movió una pulgada de su eje. Básicamente, nunca dejó de ser él mismo. Nunca dejó de ser Vitico. Claro que hay excepciones. Como la foto de contratapa de Zona de nadie, un disco que grabó ya como solista en 1991, en el que el ex bajista de Riff aparece con el pelo mojado y unos pantalones algo degenerados en plena era Halley. Pero la campera de cuero, la motoquera, estaba. Eso sí. Vitico vive en Tigre, en una casa de madera sobre una de las islas del río Luján: una fantasía de rock sureño corte Allman Brothers en el epicentro de la cumbia-reggae del GBA. La casa, construida a pura tabla, está surcada por memorabilia: el lugar entero es como un museo en honor a sí mismo. Y el museo de Vitico está lleno de ellas: de motoqueras.
Estamos enfrente de su perchero y es como la escena del Santo Grial en la tercera de Indiana Jones: todas podrían serlo, pero sólo una es la correcta. Vitico señala a su Dios crucificado en una percha: "¡Mirá! Una Perfecto Schott... la misma que usó Marlon Brando en The Wild One. Cuando me la ponía de pibe, las viejas me veían y cruzaban de vereda. Es la primera que llegó al país, fui el primero en tenerla acá. Está un poquito percudida por la humedad. La usé en cien shows de Riff, imaginate. Probatelá". Me la pruebo. Tiene razón: se siente Riff, se siente Brando, y se siente totalmente motherfucker.
Las manos de una lady rockera firme en la ruta de los 40 doblan jamón crudo del rico en unos triangulitos de queso brie para la picada de la medianoche. Vally, la novia de Vitico, levanta la mirada de la tabla y se excusa: "Perdoná, no hay cerveza porque en esta casa no hay alcohol. ¿7-Up Light está bien?". Claro que está bien. Y es comprensible: hace unos años, el médico le dijo a Vitico que si seguía bebiendo iba a terminar muerto. Hoy, a treinta años del primer show de Riff, el bajista que marcó la base del rock pesado argentino prefiere respirar profundo y seguir adelante, agarrar pan y queso y crudo, y pensar que la 7-Up es vino blanco.
–¿Qué es lo que te motiva a mantenerte en actividad?
–Para mí, seguir adelante con la música es una misión. La música es mi fuego sagrado. Yo fundé Viticus hace ocho años, con mi hijo Nico y mi sobrino, Sebastián. Ya tenemos tres LPs, decenas de giras. Vos podrás pensar que debería aflojarle y te preguntarás qué hago tocando con críos, pero yo amo ir en la van con los chicos a una ciudad, a un pueblo que no conozco, cruzar miles de kilómetros por la montaña con los equipos cargados atrás del asiento. Pisar el escenario, montar las cajas. ¡Eso es adrenalina, man! ¡Eso es rock!
–¿Cuál dirías que es la importancia de Riff en la línea fundacional del metal argentino?
–Riff fue una válvula de escape para toda la rabia que había provocado la dictadura en una generación. Había muchísima mierda contenida. Todas esas peleas, toda esa violencia y destrozos tenían una explicación. En nuestros shows había libertad. Con Riff podías sacarte la mierda de encima. Hay tipos de 45 años que vienen hoy a ver a Viticus y me dicen: "Loco, descubrí Riff a los 14 y me cambió la vida". Y me doy cuenta de que esto funciona, que nuestra música liberó a muchas personas. Y a la larga, la gente se dio cuenta de que esto sigue adelante, que el legado de Riff no está terminado.
–En tu casa, con todas tus cosas alrededor, da la sensación de que estás protegiendo la memoria...
–Sí, yo soy el protector de la memoria de Riff. Tengo que serlo. Nunca me di ese título, nunca lo pensé en ese tono, pero con Viticus no puedo no hacer temas de Riff.
Los shows de Riff eran la madre de todos los disturbios. Obras en 1983 y en democracia, por ejemplo: 150 detenidos. Ese año tocaron en Ferro también, pero ni siquiera pudieron terminar el recital. Era la época de Contenidos, y la nueva banda de Pappo encarnaba una idea simple: el rock argentino no tenía por qué ser obligatoriamente hippie. Porque en aquellos tiempos, en el miasma caldeado del fin de la dictadura, quizá ya no daba hablar de paz. Había gente que quería otro evangelio. No era ningún Arco Iris, ningún Pedro y Pablo. Era Riff.
–¿Qué recordás del primer Obras de Riff?
–Fue en diciembre del 81, presentábamos Macadam... Y recuerdo dónde tenía los huevos: justo acá, en la glotis. Creeme que los sigo teniendo ahí cada vez que toco. Todo pasa por el deseo de que cada show sea mejor que el anterior. De eso se trata: de rockear más, de que la banda dé todo. Eso era Riff. Y eso es Viticus.
Vally, la novia de Vitico, aparece con unas terribles calzas satinadas y un anillo de compromiso incrustado de diamantes. Ahora es futura esposa: "Nos casamos dentro de un mes, en el País Vasco". Abajo, la gente alza más latas de cerveza que cámaras pocket. Tres grúas filman para un dvd que se editará con este recital. Sale Viticus. Ese ataque de tres guitarras, de Nico y Sebastián Bereciartúa más Pablito Rodríguez en finger-picking está muy bien: AC/DC, ZZ Top, Skynyrd. O Riff. Todas las chicas Bereciartúa, rubias en su mayoría, están como locas. Felipe, el nieto de Vitico, entra en el escenario cagado de miedo cuando empieza a sonar "Sube a mi voiture". Tiene 11 añitos y el abuelo ya le colgó una Gibson SG.
Para "Ruedas de metal" sube Chizzo de La Renga. Vitico dice: "Esto va para Pappo". Chizzo, el heredero espiritual del Carpo, a días de reemplazarlo en la reunión de Aeroblus, se queda para el final, un cierre orgiástico, casi porno: cinco guitarras, las birras, las grúas, las rubias, el nietito de Vitico y Luciano Napolitano, el heredero de sangre de Pappo. Todo se va al carajo con "Susy Cadillac".
En el camarín, un rato después del show, entre Chizzo y Luciano, Vitico habla de su jauría, "mi tribu" como le dice él. "Nico y los chicos le ponen una frescura terrible, eso sumalo a mi experiencia. También, Nico fue muy influenciado por Pappo, hasta tocó con Riff de chiquito. Norberto venía y lo espantaba de bebé. Mamó su estilo y su personalidad. Armamos la banda en un viaje al lago Titicaca, cuando yo no sabía qué mierda hacer. Ahí, Nicolás me dice: "No, papá, no se pierde nada. Está todo ahí".
–Siendo un tipo que se recuperó de sus excesos, ¿alguna vez le pusiste límites a tu hijo rockero?
–¡Por favor! Yo nunca influí en mis hijos. Los chicos son seres que con la información que vos les des van a hacer lo mejor que les parezca. Son entes, no los dominás. Tampoco me horrorizo. Yo no bebo, pero los chicos vienen y relajan con una botella de Jack Daniels después de un ensayo. Y yo me cago de risa con ellos. Puta redimida jamás.
–¿Por qué elegís tocar con gente joven y no con contemporáneos?
–Tocar con gente joven es lo mejor que me pudo haber pasado en la vida. A mis viejos compañeros músicos, a Black Amaya, ponele, los amo; pero no podría tocar con ellos hoy. Quizá yo no haya madurado pero, ¡esto es lo que más me divierte! Sigo creyendo en lo mismo: ¡hay que rockear!
–¿Nunca temiste quedar como un viejo gagá en público? Terminar como una versión Pomelo de vos mismo...
–Jamás. No way. La clave es mantenerse cool, aprender de los errores y dosificar los vicios. ¡Yo conozco al verdadero Pomelo!
–¿A cuál de todos?
–¡Al más Pomelo de todos! Say No More...
–¿Cuál era el punto de unión más fuerte entre vos y Pappo?
–La gente venía y decía: "Pappo presidente, Vitico canciller". Eramos dos polos que atraían a full. Y era mi mejor amigo. Lo extraño con locura, man. Con locura. Pappo era de un barrio, de La Paternal, pero yo soy de Barrio Norte, el hijo de Víctor senior, un contador estricto. O sea, ¡tenía que ser diferente! Me costó que me aceptaran, desligarme del mote de cheto, de cajetilla. Estábamos en esa polaridad también.
–¿Qué fue lo que los mantuvo en contacto después de Riff?
–Después de Riff, cada uno hizo su sendero. Pero él siempre volvía acá, a la isla, y me decía: "Víctor, ¿hacemos algo?". No me puedo explicar cómo y por qué mierda se murió, qué pasó esa noche en la ruta. No tiene sentido.
Vitico compro su primer bajo en la calle Cangallo, en 1966. Era un Faim y con él formó Los Mods. "Con Los Mods tocábamos en casamientos judíos. Hacíamos covers de los Animals y de los Kinks, pero teníamos una versión rockera de «Hava Nagila» que la rompía."
Estuvo en la fundación del rock pesado argentino: tocó en La Pesada con Billy Bond, de la que se fue porque "muchos de ellos se picaban y, honestamente, a mí las agujas me dan impresión", dice. Después de eso (y de un breve paso por La Joven Guardia), ante lo que tenía para proponerle la dictadura de Onganía, se fue a Londres a probar suerte. Era 1971 y Vitico tenía una idea fija: "Yo quería vivir en Battersea, donde están las torres y la central eléctrica que aparece en la tapa de Animals de Pink Floyd. Y lo hice", relata Vitico. "Mi roommate era Dick Fontaine, un cineasta. Pete Townshend de The Who le hacía la música de algunas de sus películas."
Este momento fue clave en la historia de Vitico: la chica de su roommate era Pat Hartley. "Pat había sido novia de Hendrix. Jimi, ya muerto para ese entonces, le había compuesto «Foxy Lady»", relata Vitico, y se agarra la cabeza con las dos manos. "Ahí descubrí lo que era ponerla... ¡donde la puso Hendrix!"
–¿Y? ¿Qué tal? ¿La chica le hacía honor a la canción que le había escrito Hendrix?
–¡Por favor, macho! ¡Cómo cogía esa mujer! Estuve meses enganchado con ella. Fontaine ni se avivaba.
–¿Es verdad que en ese momento zapaste con los Who?
–Sí, es sabido que zapé con ellos. Estuve en la grabación de Quadrophenia. Townshend era un tipo muy cerebral, frío y mala onda. Keith Moon era la inversa, totalmente emocional. Con Pappo éramos iguales, nos divertíamos de la misma forma. Fue áspero, no me dejé ningunear por ser argentino. Luego, Townshend compone un tema, "The Punk and the Godfather", conmigo en mente, que no es muy halagador. En fin... Quizá yo haya sido el primer punk.
A la vuelta se encontró con Pappo, que también conocía Londres: el Carpo ya había hecho su propio trip, había visto a Hendrix. "De Londres me tuve que ir. Los extranjeros no podían tocar legalmente. Pero tomé nota, aprendí cómo los grossos lo hacían allá para hacerlo acá", sigue Vitico. Entonces, él y Pappo coincidieron plenamente en un par de cosas. Los dos ya estaban enfermos de Black Sabbath y principalmente enganchados con ZZ Top, la base del audio Riff.
En ese momento, Serú Girán era el discurso imperante en la República. Vitico dice: "Todo bien, pero ¡no eran rock!". Y esa idea común fue la que provocó el chispazo, la génesis de Riff, el comienzo del metal en Argentina y la mayor ruptura del rock nacional hasta aquel entonces: que dos veteranos no se bancaran a Seru Giran.
El tipo no tiene problemas en reconocerlo. "En Riff, la cosa era un poco Spinal Tap. Bah, más Bad News que Spinal Tap", dice cuando la seguridad de La Trastienda ya barrió todo el lugar. "Nunca destrocé un camarín porque no cuadraba el fiambre con la galletita, pero sí tiré un ropero por una ventana de hotel."
Hay más historias. Con Vitico siempre hay más historias. Por ejemplo, cuando Pappo lo desmayó de un golpe y siguieron peleando en el hospital; cuando terminaron presos por disturbios en un cabaret. Pero está la historia, una que es un clásico, como la campera que lleva puesta. Una historia que se cuenta aunque no haya nadie para escuchar, una leyenda del rock pesado argentino. Fue en 1980, hace treinta años: "Era el show despedida de Pappo’s Blues, que al mismo tiempo era el anuncio de que venía Riff. ¡Y el promotor no nos quería pagar! Norberto, enloquecido, golpeó la mesa y salió a buscar a la cana para que nos pagara. Y con todos los canas enfrente… ¡nos pagó! Todo un final para Pappo’s Blues".
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