Villano, se busca: cómo piensa hoy Hollywood a la hora de crear a los malos
La industria del cine estudia la geopolítica para fabricar un estereotipo de personaje vil; desde los alemanes y la Guerra Fría hasta los árabes y el nuevo interés por los rusos y el enemigo interno
¿Tiene Hollywood un villano a la altura de esta época? ¿Cuáles son los malos de la película que vemos todo el tiempo, aunque el título cambie, en las pantallas globales? ¿Cómo se piensa simbólicamente la política doméstica e internacional desde la todavía hoy llamada Meca del Cine mientras los Estados Unidos es gobernado por un magnate histriónico que muchos ven directamente como un villano? Por más que algunos analistas adviertan que podríamos estar en las puertas de una suerte de nueva Guerra Fría, las categorías de aquella contingencia histórica que adoptó esa denominación medio siglo atrás no servirían de mucho para establecer con precisión qué tipo de villano es el más apropiado para nuestra realidad. Las respuestas del pasado ya no sirven. Y las del presente son lo suficientemente confusas y ambiguas como para impedirnos ver la situación con una mínima claridad.
¿Hacia dónde apuntamos? ¿De nuevo a los siniestros señores de la violencia, contrabandistas de armas y justificadores del apartheid asentados en Sudáfrica? Una salida demasiado trajinada y forzosa, de alcances limitados y a la que ya pocos le prestan atención. ¿A los poderosos dueños de los carteles de drogas y empresarios del narcoterrorismo con eje en América Latina? El recurso parece haberse agotado muy rápido con las mil y una variantes a las que el cine y la TV recurrieron para contar la vida de Pablo Escobar. ¿Al terrorismo fundamentalista instalado en Medio Oriente? Para el estadounidense medio que va al cine a ver pelear a sus compatriotas contra los malos, ese tema resulta tan cercano y doloroso que muy pocos títulos con ese planteo funcionaron en la taquilla.
Hasta James Bond, que siempre la tuvo muy clara en materia de enemigos cuando reinaban los códigos de la Guerra Fría, tuvo que recurrir a un camino rebuscado en sus últimas aventuras y aggiornar sus fórmulas tradicionales con temas de actualidad conectados con asuntos candentes del terrorismo internacional.
Hollywood navega, a veces sin brújula, en la redefinición de su clásica búsqueda del enemigo perfecto. Y en su afán de imponer condiciones y definir su propio estatus geopolítico se encuentra con obstáculos surgidos de la propia realidad.
En la memoria de quienes toman las decisiones y en las mesas de discusión donde se planifican los futuros proyectos de producción que mueven cientos de millones de dólares hay un dato que nadie olvida: inmediatamente después de aquella liviana irreverencia estrenada en 2014 con el título de Una loca entrevista, en la que James Franco y Seth Rogen se embarcaban en clave de comedia satírica en un viaje a Corea del Norte con el propósito de asesinar a su líder, Kim Jong-un, una de las majors de Hollywood, los estudios Sony, sufrió la catástrofe del hackeo masivo de sus cuentas de correo electrónico, sumado al temor de una onda expansiva hacia el resto de la industria del entretenimiento.
La consecuencia más reciente de ese hecho (que todavía no está definido si se trató de una acción deliberada o una advertencia a largo plazo) es la voluntaria decisión de apartar al presidente ruso Vladimir Putin, fortalecido aún más por su flamante reelección, de las tramas de dos películas de alto perfil que no dejan muy bien parado a su país. Una es Operación Red Sparrow, estreno reciente que funcionó mejor en su repercusión mediática que en la taquilla global, y que presenta a los servicios de espionaje de Rusia con un mapa de estrategias y propósitos con relación a Occidente muy en línea con lo que ocurría en tiempos de la Unión Soviética. En la novela original de Jason Matthews (un exagente de la CIA, vale subrayarlo), Putin ocupaba un lugar decisivo, con nombre y apellido. En la adaptación al cine jamás se lo menciona.
El otro proyecto clave que omite, al parecer de manera deliberada, toda mención a Putin es el de Kursk, una ambiciosa producción de EuropaCorp (la firma creada por Luc Besson) financiada por capitales belgas, franceses y luxemburgueses, que narra los hechos reales vividos en 2000 cuando un submarino ruso se hundió en las frías aguas del Mar de Barents (en el Ártico), con el trágico saldo del deceso de casi toda su tripulación. El libro en el que se inspira la película (A Time to Die, una investigación del periodista británico Robert Moore) menciona a Putin en numerosas ocasiones. Nada se dice de él, en cambio, en Kursk, la película dirigida por el danés Tomas Vinterberg (La celebración), con un gran elenco internacional (Colin Firth, Matthias Schoenaerts, Léa Seydoux, Max von Sydow) y fecha de estreno prevista para este año, pero todavía incierta.
Más allá de la cuidadosa omisión de ciertos nombres importantes, los ejemplos citados ratifican la histórica tendencia de cierto cine de gran presupuesto en asignarle a Rusia el papel de villano. Esa "fijación", como la define alguna prensa de Hollywood, se prolonga en proyectos futuros tan explícitos como The Tracking of a Russian Spy, inspirado en la aventura que vivió en la realidad el periodista Mitch Swenson (a quien personificará en el cine Logan Lerman), que cuenta en su libro cómo conoció en Nueva York a una misteriosa joven rusa de la que se enamora y cuya desaparición lo lleva a viajar a Moscú y convertirse en una suerte de títere del Kremlin.
China, el otro actor internacional de mayor peso en el mercado cinematográfico global (de hecho, acaba de superar por primera vez en la historia a los Estados Unidos en ingresos por venta de entradas, 15% más durante el trimestre inicial de 2018), es el malo actual de la película que está protagonizando la administración de Donald Trump. Hay una guerra comercial virtualmente declarada entre los Estados Unidos y el gigante asiático, cuyo mercado cinematográfico tiene un crecimiento imparable en línea con su influencia en Hollywood.
Los puentes entre ambas potencias que hoy no funcionan en materia comercial sí lo hacen en el cine, aunque hayan arrojado algunos resultados fallidos como la millonaria coproducción La gran muralla, con Matt Damon. Otros parecen ser más fructíferos hacia adelante, como la alianza que firmaron a fines de 2016 el gigante del comercio electrónico Alibaba y la productora de Steven Spielberg (Amblin) con vistas a producir películas para audiencias globales.
Por otro lado, China deja siempre en claro que tiene la intención de imponer siempre sus condiciones. Con un control cada vez más férreo de su industria cinematográfica por parte de la conducción del Partido Comunista, limitó a 34 por año la cuota de estrenos llegados desde Hollywood y apuesta a sus propias producciones para fortalecer la ascendente taquilla local. La película china más vista de 2017 fue Wolf Warrior 2, cuyo protagonista es una suerte de equivalente local de Rambo comprometido en el rescate de varios compatriotas suyos atrapados en África. El villano de esta aventura es un norteamericano.
¿Qué le queda a Hollywood frente a este panorama? Por lo pronto, salir a buscar villanos por otro lado. Algunos parecen haberlos encontrado por el lado del cambio climático, los problemas ambientales y sus derivaciones hacia el futuro (Geotormenta, Blade Runner 2049, Pequeña gran vida). Otros apuntan a los enemigos internos que tiene la propia sociedad norteamericana, con el racismo a la cabeza, lo que explica tanto el éxito como la repercusión de películas como ¡Huye! y Pantera negra. A propósito de este último título, particularmente triunfal en EE.UU., hay quienes dicen que el debate sobre quiénes son los malos en Hollywood es tan amplio y complejo que hasta en las películas de Marvel los superhéroes se pelean entre ellos. Toda una señal para esta época confusa y desconcertante, en la que el propio presidente de los Estados Unidos aparece para unos como un héroe y para otros como el villano perfecto. Hollywood asiste a este curiosísimo fenómeno sin poder dar respuesta a tantas preguntas.
Modelos y geopolítica
El cine busca los personajes que sirvan de anclaje a sus expectativas
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