"Nadie debería ser castigado por envejecer", dice Saul, uno de los personajes de Grace y Frankie, la comedia de Netflix que hace de esa declaración su punto de partida y la fuente del humor y la emoción que, apropiadamente, ya la transformó en uno de los programas más longevos de la plataforma de streaming . A contramano de la industria de Hollywood, siempre obsesionado con la juventud, parece dispuesta a darle lugar a las historias de esas personas para las que hay vida más allá de la jubilación. Tal vez no se trate de las series que más comentarios generan en las redes sociales o las que causan mayor impacto en la cultura pop global, pero están ahí disponibles y en el mismo espacio que las series de adolescentes, listas para que los espectadores las encuentren.
Lejos de estar preocupados por el viejismo, la discriminación por edad sobre la que escribió recientemente Sebastián Campanario en este diario, lo que impulsa a Netflix es descubrir terrenos poco explorados o abandonados por el resto de la industria audiovisual para sumar suscriptores y mantener satisfechos a los que ya tiene. Lo hizo ya rescatando del olvido a las comedias románticas y –aunque rara vez divulgue sus cifras o la lógica de programación que impulsan– está claro que por estos días el algoritmo de la plataforma indica que lo nuevo es lo viejo, y los viejos son lo nuevo.
La serie que marcó el camino es la mencionada Grace & Frankie que, con la quinta temporada recientemente disponible (y una sexta confirmada para 2020), superó la expectativa de vida que muchos le auguraban cuando se estrenó en 2015. La serie, protagonizada por Jane Fonda y Lily Tomlin, no sólo contradijo todos los pronósticos sino que se afianzó gracias a sus carismáticas actrices y unos guiones que se atreven a reírse de tabúes como la vida sexual de los mayores y –terreno aun menos transitado– argumenta que ser anciano no implica dejar de ser quién siempre se ha sido.
En uno de los mejores episodios de la temporada, la Grace de Fonda cumple 80 años –la actriz acaba de cumplir los 82–, y lejos de necesitar un almohadón para su silla mecedora o de sentirse cómoda viviendo en un geriátrico, consigue ser la mujer de negocios que siempre quiso ser. No importa lo que diga el resto del mundo ni su partida de nacimiento.
"Chuck cree que ponerse viejo es gracioso". Con esa frase y el brazo en alto sosteniendo su Globo de Oro, Michael Douglas concluyó el discurso de agradecimiento que dio al ganar el premio a mejor actor de comedia por su trabajo en El método Kominsky, la serie que se hace un festín con la idea de que nunca es demasiado tarde para aprovechar las segundas, terceras (o vigésimas) oportunidades que da la vida.
Creada por el exitoso Chuck Lorre ( The Big Bang Theory ), la ficción cuenta la historia de la amistad entre Sandy Kominsky (Douglas) y Norman ( Alan Arkin ), su representante desde hace décadas, encontrándolos en lo que podría ser la última crisis en la vida de cada uno de ellos. Sandy es un respetado profesor de teatro que mantiene la ilusión de que su gran oportunidad como actor está a la vuelta de la esquina. Norman acaba de quedar viudo, está prácticamente retirado y se pasa la mayor parte del tiempo quejándose y hablando con el fantasma de su esposa.
"Dos hombres viejos, depresivos y neuróticos cuyas vidas se están desmoronando", dice Arkin en el video que anuncia la segunda temporada de la ficción, que ya está en producción. La descripción, tan ácida como pesimista, también sirve para delinear a su personaje, el perfecto opuesto del optimista y mucho más alegre Sandy. Ese contrapunto es una de las partes más atractivas de una serie que también incluye una inédita cantidad de escenas y chistes que hacen referencia al funcionamiento de la próstata.
El que ríe último
Aunque ahora Netflix parece estar a la vanguardia de los contenidos dedicados a los avatares de la tercera edad, lo cierto es que no son los primeros que intentan provocar la carcajada de cara al final del camino. No es sencilla la tarea que asumen todas estas ficciones que coquetean con la muerte sabiendo que se trata –sin metáforas– del último remate del chiste. El riesgo es alto y las recompensas no siempre alcanzan. Así sucedió con la notable comedia Getting On (disponible en HBO Go), adaptada de una serie británica del mismo título, que transcurría en el área de geriatría de un hospital público.
Contada desde el punto de vista de los profesionales de la salud que atienden a los pacientes mayores y que tienen que lidiar además con sus propios problemas, Getting On planteaba situaciones difíciles y las transformaba en grandes absurdos, en momentos extremadamente incómodos y graciosos. Un alivio cómico desopilante en medio de la tristeza y la tragedia. Esa risa incómoda en el velorio, tan necesaria como fuera de lugar.
Tal vez por eso, a pesar de contar con un elenco sobresaliente en el que se destacaban Laurie Metcalf (Lady Bird y The Big Bang Theory) y Alex Borstein (The Marvelous Mrs Maisel), la serie pasó desapercibiday fue cancelada después de tres temporadas. Es posible que se haya adelantado a su tiempo –se estrenó en 2013–, y que hoy su suerte sería distinta como parte del subgénero que Netflix está haciendo crecer con contenidos que no siempre tienen la calidad esperada. Como sucede con la película original La última carcajada, estrenada hace pocos días.
Protagonizado por Chevy Chase y Richard Dreyfuss, el film arranca con un carraspeo que deviene en una tos fuerte que el oído del espectador entrenado asociará inmediatamente con un hombre mayor. El indicio sonoro se confirmará cuando Chase aparezca en escena mirando el video promocional de la residencia para ancianos a la que su nieta desea que se mude.
Al Hart (Chase), representante de comediantes retirado y viudo –cualquier semejanza con El método Kominsky es meramente superficial–, se resiste pero termina aceptando y allí, contra todo pronóstico, descubre a una nueva estrella. Más precisamente, la redescubre. Es que ahí se reúne con Buddy Green (Dreyfuss), su representado más prometedor que cincuenta años antes decidió retirarse justo al borde del estrellato. Lo que sigue es una road movie con más momentos escatológicos que gracia y la aparición luminosa de Andie McDowell como una maestra jubilada y New Age, un personaje que no logra –por más que su esfuerce la actriz–, hacer más agradable a Chase y a la película en general.
Uno de los primeros indicios del serio interés de Netflix por la historias de los mayores de sesenta fue el año pasado cuando estrenó de Nosotros en la noche, la película que volvió a apostar al encuentro entre Jane Fonda y Robert Redford , medio siglo después de que interpretaran a recién casados en Descalzos en el parque. Un romance bien actuado y dirigido que habla sobre la soledad, el paso del tiempo y las últimas oportunidades con una delicadeza que le hace justicia a sus legendarios intérpretes.
En la misma senda aparecen One Day at a Time y Ten Percent, dos series multigeneracionales que, por su tratamiento de los personajes adultos mayores, merecen un lugar de privilegio en el subgénero. La primera –cuya tercera temporada llegará a Netflix el 8 de febrero– tiene diplomas de sobra en el rubro "veteranos". Por un lado, se trata de una remake de una serie de 1975 creada por Norman Lear, nombre fundamental en la historia de la ficción televisiva de los Estados Unidos, que a sus 96 años no sólo es el productor ejecutivo de esta comedia sobre tres generaciones de una familia cubanonorteamericana, sino que fue decisivo a la hora de contratar a Rita Moreno, la actriz, bailarina y ganadora del Oscar por su papel en Amor sin barreras, que interpreta a la abuela Lydia. Una criatura sensual, apasionada y con más energía que todo el resto de los personajes, a los que en algunos casos triplica en edad (Moreno tiene 87 años).
En la serie francesa Ten Percent, el paso del tiempo está siempre en primer plano. Tema ineludible cuando se trata de una ficción ambientada en una agencia que representa a las estrellas más rutilantes del mundo del espectáculo de Francia. Así, en el primer episodio, todo gira alrededor de la edad de la actriz Cécile de France y se plantea, con mucho humor y realismo, si a los cuarenta años debe hacerse algún retoque quirúrgico para cumplir el sueño de trabajar con Quentin Tarantino (que la considera demasiado madura para el personaje que pretende interpretar).
Más adelante, la pelea entre dos divas octagenarias, Françoise Fabian y Line Renáud, toma un curso entre cómico y tierno mientras que la presencia de la actriz Liliane Rovère, que intepreta a la veterana agente Arlette, y su romance con el actor Guy Marchand, juega con la idea del envejecimiento, el retiro y la mirada de quienes fantasean con que la vejez les queda muy lejos. Cuando, según estas series, está lo suficientemente cerca como para formar parte de lo mejor que vemos en pantalla.
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