Vidas pasadas es el retrato de un amor marcado por el destino, la ausencia y el desarraigo
La ópera prima de Celine Song, nominada a dos Oscar (entre ellos el de mejor película), explora todas las capas de un vínculo romántico dispuesto a vencer al tiempo
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Vidas pasadas (Past Lives, Estados Unidos-Corea del Sur/2023). Dirección y guión: Celine Song. Fotografía: Sabier Kirchner. Música: Christopher Bear y Daniel Rossen. Edición: Keith Fraase. Elenco: Greta Lee, Teo Yoo, John Magaro. Distribuidora: Imagen Films. Duración: 105 minutos. Calificación: apta para todo público. Nuestra opinión: muy buena.
Hay un pequeño gran milagro detrás de la espléndida ópera prima de Celine Song, doble nominada al Oscar (película y guion original) y reciente ganadora del Independent Spirit al mejor film. En algo más de una hora y media, Vidas pasadas condensa la memoria, el presente y el destino de dos personajes que comparten una de esas historias de amor a las que una sola vida no alcanza ni resulta suficiente para alcanzar la plenitud.
Song consigue que el viaje emotivo y apasionado que comparten Na Young (Greta Lee) y Hae Sung (Teo Yoo) desde la niñez en Corea hasta el reencuentro, 24 años después, en Nueva York, permanezca y perdure en nuestras conciencias y nuestros corazones mucho más allá de lo que la película nos muestra.
Lo que le pasa a la pareja se resume en 100 minutos. Song consigue que las vidas enteras, pasadas ¿y futuras? de este hombre y esta mujer (y no solo de ellos, por cierto) adquieran sentido mientras se configura en nuestra memoria todo lo que la película no cuenta, pero va desprendiéndose de ella.
Todo empieza en Seúl, cuando Na Young y Hae Sung se encuentran por primera vez como compañeros de escuela cuando todavía son chicos, aunque no muy lejos de la entrada a la adolescencia. Decenas de horas de historias de ficción surcoreanas disponibles hoy en las plataformas de streaming nos hablan de esa mezcla de sentimientos expresados a flor de piel y contención afectiva que retratan a quienes viven en ese lugar del mundo.
Es lo que le pasa a Na Young cuando dice, con toda la ingenuidad del amor infantil, que está casi segura de que terminará casándose con Hae Sung. Hasta que de inmediato (todo pasa rápido y al mismo tiempo con una increíble claridad) vemos a la niña preparada junto a su familia para emigrar a América del Norte.
Na Young, que se rebautiza a sí misma como Nora, vive una travesía similar a la de la autora. Su familia deja Corea del Sur para instalarse en Toronto (Canadá) y de allí Nora parte a Nueva York en busca de una carrera artística como dramaturga. Como le ocurrió a Song en la vida real, Nora termina viviendo en un pequeño departamento del East Village con Arthur (John Magaro), un escritor de genuina cepa neoyorquina y familia judía.
Este vínculo de pareja adquiere todavía más relevancia desde el mismo momento en que se produce el reencuentro entre Nora y Hae Sung después de 24 años sin verse. En ese tiempo solo hubo un encuentro virtual entre ellos, pero el lazo sentimental entre ellos nunca dejó de ser poderoso y magnético. Cuando los viejos amigos vuelven a verse cara a cara también aparecen, con la misma sutileza, las preguntas sobre el desarraigo y la asimilación a un nuevo entorno. ¿Cuánto dejamos atrás de nuestras vidas al integrarnos a un nuevo espacio cultural y emocional? ¿Qué significado tienen la distancia y la memoria en nuestras elecciones emotivas? ¿Qué es finalmente lo que decidimos guardar en la memoria y lo que aceptamos olvidar en nombre de la nueva realidad que aceptamos para nuestra vida?
Song explora las infinitas posibilidades que ofrece este vínculo a través de una rigurosa puesta en escena regida por sutiles y constantes movimientos. Los personajes están todo el tiempo cruzando umbrales, atravesando puertas, cruzando calles o entrando en túneles siempre con una actitud austera, reservada, incapaces de levantar la voz. Nora y Hae Sung se preparan en ese estado para enfrentar las inciertas consecuencias de un reencuentro que desean y para el que se prepararon, sin saber al mismo tiempo lo que llegará después.
Lee concentra y expresa el estado de ánimo de Nora a través de una actuación portentosa en la que confluyen dos sentimientos que a priori parecen imposibles de transmitir al mismo tiempo: la contención afectiva y la capacidad para transmitir desde la mirada todo lo que siente su corazón. Cuesta entender por qué su nombre quedó al margen de los nominados al Oscar de este año. Teo Yoo y Magaro, cada uno desde su lugar, aportan la convicción y la perplejidad que sus respectivos personajes requieren en los momentos adecuados.
El conmovedor final resignifica sobre todo la primera escena de la película. Antes de viajar a Seúl y a sus orígenes, vemos a Nora y a Hae Sung en la actualidad junto a Arthur, los tres conversando y mirándose en la barra de un bar. Alguien se pregunta desde lejos qué clase de vínculo los unirá. ¿Habrá allí parejas, amistades, relaciones sociales? Lo más rico de esta bella y poética historia de amores, silencios, sueños, identidades, ambiciones y mucha compasión es la persistencia de esas preguntas mucho más allá de los títulos finales.
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