Lanzada al estrellato con su rol de la enigmática Alma en El hilo fantasma de Paul Thomas Anderson, la intérprete luxemburguesa vuelve a brillar con su “modernización” de la emperatriz austríaca en Corsage, que llega a las salas esta semana
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Si bien como actriz ante las cámaras comenzó en el universo del cortometraje, casi siguiendo los pasos de estrellas de la nouvelle vague como Bernardette Lafont o Marie Dubois, la aparición fulgurante de Vicky Krieps en pantalla grande fue en El hilo invisible (2017, disponible en Amazon Prime Video, Movistar Play y Claro Video), convertida en la extraña Alma, musa y amante de un obsesivo diseñador de modas en la Inglaterra de los años 50. Bajo la dirección de Paul Thomas Anderson y en duelo actoral con Daniel Day-Lewis, Krieps quitaba el aliento en cada aparición, en el sigilo de su caminar y el despliegue de una mirada intensa y penetrante capaz de absorber el aire a su alrededor con maléfico misterio. Algo de ese garbo parece recrearse en su consagratoria interpretación de la actriz de 39 años de una versión adulta y modernísima de la emperatriz Isabel de Austria en Corsage, séptimo largometraje de Marie Kreutzer que llega a los cines argentinos mañana. Una nueva encarnación de Sissi a los 40, en el crepúsculo de su reinado y el nacimiento de su mito.
Era difícil medirse con Sissi después de tantos años de historia. Primero existieron las populares películas de Ernest Mariska, con una Romy Schneider sonriente y rozagante; luego la mirada política de Luchino Visconti en Ludwig (1972), en la que la propia Schneider deconstruía la leyenda que había forjado en su juventud; y por último las versiones más contemporáneas, algunas en forma de serie para plataformas, otras exégetas de la realeza, pocas atentas a la mujer debajo del nombre. Algo de ello intentan Kreutzer y Krieps, desnudando a Sissi de sus oropeles para presentarla en los castillos de su vida como una habitante comedida y algo desorientada, una silueta que intenta buscar la luz y escapar a su propia sombra. Krieps sale de una bañera en la primera escena de Corsage, aguantando la respiración como un desafío a la muerte y también una pulseada con esa vida que le exige demasiado: silencio, rigidez y ceremonial. La representación perfecta.
De Luxemburgo al mundo
El cine estuvo presente desde siempre en la familia de Vicky Krieps, cuyos orígenes combinan raíces en Luxemburgo y Alemania. Su padre era parte de la industria fílmica en el ducado (uno de los países más pequeños del mundo, con apenas 51,73 kilómetros cuadrados y poco más de cien mil habitantes), con participación activa en el Ministerio de Cultura y en tareas de promoción cinematográfica. Pero pese a algunas incursiones tempranas en el cine y en la televisión local, la esbelta actriz se formó en el teatro, en la academia de artes de Zúrich, se mudó a Alemania con apenas 20 años y realizó apariciones tempranas en el cine internacional. Su persistente curiosidad la impulsó a diversos proyectos que cruzaban la política, el arte y la historia, desde el seminal mundillo intelectual de Karl Marx en El joven Karl Marx (2017, disponible en Amazon Prime Video), pasando por los últimos días de Romy Schneider en Tres días en Quiberon (2018) -donde hizo un cameo para su amiga, la directora alemana Emily Atef-, hasta incursiones juveniles en el mainstream con Hanna (2011, Netflix y Movistar Play), de Joe Wright, o más tardías con La chica de la telaraña (2018, disponible en Movistar Play y Claro Video). Su personalidad se funde en su sincera gestualidad, una presencia única, plagada de encanto y misterio.
Corsage nació como una búsqueda propia, una primera lectura en su juventud de la vida de la joven emperatriz de Austria que la dejó con una insistente pregunta guardada bajo la tristeza que irradiaba aquella historia trágica: ¿quién era esa mujer? El punto de partida para acercarse a ese enigma de Sissi fueron los diarios de Marie Festetics, una de las damas de honor de la emperatriz. Pasajes de esa escritura se leen en la película mientras Krieps dibuja una silueta en un pequeño anotador, repetida con variaciones en sus páginas que al correrse velozmente crean la ilusión del movimiento. Una Sissi animada creada por ella misma en un tiempo de crisis, aquel en el que su imagen pública se opaca signada por la incomprensión de su marido, que solo le pide cumplir su rol protocolar; de sus hijos, que sancionan su vocación de libertad; de una corte regida por los mandatos de perfección que el paso del tiempo amenaza. Una anciana de 40 años, una figura muerta en los cuadros que visten el palacio de Viena, una cáscara sin vida.
Las mujeres y sus máscaras
Todas las mujeres de Krieps han asumido su radiante irreverencia. En La isla de Bergman (2021, disponible en Mubi), de la directora francesa Mia Hansen-Løve, interpreta a una guionista y directora que busca inspiración en la isla de Färo, corazón del cine de Ingmar Bergman. Concurre allí en un viaje conjunto con su marido, también director, a quien celebran en una retrospectiva de su obra. En aquel territorio cargado de fantasmas, Krieps asoma bajo la piel de su personaje con una fuerza magistral, desafiando no solo el rol tradicional de las actrices-musas -de las que el propio Bergman ha hecho un culto-, sino el mismísimo álter ego en el que Hansen-Løve perece haberla modelado bajo el pulso de su historia personal. No solo esquiva los mandatos del cine dentro del cine y los intersticios en los que lo real nutre a la ficción, sino que se integra con fluidez al escenario mítico en el que deambula, mensurando la inspiración creativa como algo más poderoso que la cita o el homenaje.
Bajo la dirección de Mathieu Amalric, Abrázame fuerte (2021) dio cobijo a uno de sus mejores personajes: Clarisse es una mujer que una mañana abandona su casa familiar para emprender un viaje impensado por el mundo que la rodea y al que se decide a redescubrir. En el camino, historias que se alimentan de su observación sagaz, su humor inesperado, un dejo de carnal melancolía. Apetitos que ya asomaban en la embriagante Alma de El hilo invisible, que resurgen en imaginación de Chris en La isla de Bergman y que conducen en Corsage a una reformulación de la tradicional memoria folclórica alrededor de la realeza.
Para esta última interpretación, Krieps ensayó un aislamiento autoimpuesto, un corsé imaginario -y quizás no tanto- que la seguía en sus horas libres. “Corsage fue muy difícil para mí porque nunca podía liberar nada: ni mi aliento, ni mi llanto, ni mi tristeza”, reveló en una entrevista a fines del año pasado con W Magazine. “Es el único personaje que he hecho para el que establecí algunas reglas, porque [normalmente] me gusta trabajar con libertad, desde mi intuición. Esta vez decidí que no estaría demasiado cerca de mis compañeros actores y de la gente en el set, como suelo hacerlo. En mis descansos, siempre estaba sola y nunca hablaba con nadie. Salía a caminar, e incluso si llevaba corsé, me ponía un abrigo encima... ¡para poder trepar a un árbol! Seguía haciendo cosas típicas de Vicky, pero las hacía sola”.
El tiempo recobrado
Reflexiones sobre el tiempo. Varias de las películas de Krieps parecen abocadas a esa exploración de lo mundano que esconde, bajo una pátina imperceptible, un interrogante metafísico. Ya en El hilo invisible se vislumbraba la búsqueda de algo oculto en la interpretación de Alma, quizás aquella extraña conexión que la une a ese hombre dependiente y obsesivo en una dinámica abrasiva que roza la autodestrucción. ¿Cuál es la trascendencia de ese encuentro? Tal vez Viejos (2021) de M. Night Shyamalan sea la película que mejor expone ese dilema. Allí Vicky Krieps interpreta a Prisca, quien durante unas vacaciones con su familia en una isla paradisíaca comprende que el tiempo se acaba más rápido de lo que hubiera imaginado. En un abrir y cerrar de ojos pasa de disfrutar del sol a percibir arrugas pronunciadas en su rostro. Y a descubrir que todo en esa isla envejece, sus hijos se hacen veinteañeros, su marido y ella se abisman a la ancianidad ¿Qué peor miedo que el vértigo del tiempo hacia la inevitable mortalidad?
Es interesante -e iluminadora- la comparación entre Corsage y Viejos también para la propia Krieps. “Ambas películas hablan de nuestro tiempo, pero utilizan un escenario diferente [Viejos, una playa tropical; Corsage la corte de los Habsburgo en la Europa decimonónica]. Y Viejos, en realidad, está hablando de cómo el tiempo se ha convertido en algo extraño que monetizamos mientras tratamos de retener la ilusión de que no estamos envejeciendo. También ambas películas son estilísticamente libres: ¡Viejos es un freak show! Así que tanto Shyamalan como nosotros en Corsage, hacemos lo que queremos”.
La insistencia en el plural denota la consciente participación de la actriz en la gestación de la película sobre Isabel de Austria, sobre todo en la definición de su tono y su búsqueda. El germen está en las películas de Romy Schneider que veía de adolescente en la casa de su vecina católica en Luxemburgo; el primer avance radica en la lectura embriagante de la biografía de la emperatriz; y, como último eslabón, la colaboración en Was hat uns bloß so ruiniert (2016) con la directora austríaca Marie Kreutzer, a quien entusiasmó con el proyecto. Todas esas son piezas claves del rompecabezas, aquel del que Kreutzer fue escéptica al no hallar verdadero interés tras el clisé de princesa sufrida de Sissi, y Krieps nunca cejó en el intento de armarlo. “Supongo que tenías razón”, le concedió la directora cuando finalmente le envió el guion de Corsage.
La apuesta a revelar “la verdad detrás de la leyenda” era algo que latía en la mente de Krieps pero no agotaba su interés por aquel fantasma de una realeza en plena decadencia. La fachada que todos construyeron alrededor de Isabel de Austria es la que ahora verdaderamente se resquebraja. Pero también la estampita de la juvenil Sissi forjada por los cuentos de hadas de Ernest Mariska, sin la vocación de convertir su historia en un melodrama vestido de infortunios. Krieps interpreta a Isabel como una mujer de su tiempo, consciente de sus privilegios y sus limitaciones, atrapada en una caja de cristal en la que es exhibida y venerada pero donde también ha conseguido un mundo propio. La mirada de la actriz es la que trasciende el personaje para convocarnos desde la ficción a ver más allá de sus contornos, a percibir lo real aguardando bajo ese feliz imaginario. Un mismo gesto que deslumbró en su Alma en El hilo fantasma, en la directora de La isla de Bergman, la mujer en trance en Abrázame fuerte, en el horror de Prisca en Viejos. Gestos de alerta, de desafío y audacia interpretativa, un leve parpadeo para intuirla escondida en sus personajes. Mirándonos a través de ese espejo impenetrable.
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