Vertiginoso viaje hospitalario
24 horas viraje / Dirección: Francisco Civit/ Dramaturgia: Gilda Bona/ Intérpretes: Irina Alonso, Marta Pomponio, Gabriel Yeannoteguy, Marisel Jofré, Pablo Aparicio, Gabriella Calzada, Belén Rubio, Daniel Barbarito/ Vestuario: Daira Gentile/ Música: Adolfo Oddone / Diseño de iluminación: Facundo Estol/ Asesoramiento escenográfico: Marina Apollonio / Producción ejecutiva: Zoilo Garces/ Operador de seguidor: Ariel Cortina/ Asistencia de dirección: Nacho Ansa/ Sala: Teatro Anfitrión (Venezuela 3340)/ Funciones: Domingos, 20 hs/ Duración: 75 minutos.
Nuestra opinión: muy buena.
Quién no se ha despertado en medio de la madrugada sobresaltado por un timbre telefónico punzante y angustiante? ¿Quién no ha sentido que ese sonido implicaba un mal presagio? Así comienza 24 horas viraje, la obra escrita por Gilda Bona que fue merecedora del premio de la Bienal Internacional de dramaturgia femenina. Y no es para menos, se trata de un texto maravilloso pero sumamente exigente para los actores que deben coordinar todo a la perfección casi como en una coreografía.
Irina Alonso tendrá a su cargo prácticamente toda la obra. A partir de ella, se moverá la acción, los hilos de la trama que rigurosamente se van articulando; de la misma manera, el resto de los actores, siempre en escena, serán dinamizados por la actriz.
De a poco, la historia se va haciendo clara y organizada y aunque el mundo en el que nos sumerjamos es absolutamente caótico -hasta por momentos absurdo- Irina Alonso se encargará de darle funcionalidad a los elementos que se encuentran desparramados en la escena.
Betina se despierta en la mitad de la noche por una llamada telefónica desde el hospital que anuncia que algo malo le sucedió a su marido. Inmediatamente corre para allí para atravesar, durante la hora y pico que dura la obra, un sinfín de situaciones delirantes que se mezclan con burocracias hospitalarias -a cargo de la majestuosa Marta Pomponio-, que incluyen inyecciones de halopedirol y más, más, más, hasta llegar al borde de la locura.
Todo muy interesante, pero aún hay más. El texto mezcla los pensamientos, los diálogos, lo que sucede efectivamente y lo que ella imagina, todo junto, tironeándose, forcejeando para ver quién es más fuerte. Sin solución, la actriz protagonista se ocupará de fusionarlos.
Aunque la obra podría pensarse como un gran unipersonal a cargo de la inmejorable Irina Alonso -que sin trastabillar ni una vez en las palabras, y prácticamente sin una sola pausa atraviesa los 75 minutos-, los actores que acompañan suman (y mucho). Aportan lo necesario para que el ritmo sea cada más dinámico, divertido y delirante. Sin embargo, no solo ocuparán roles de la trama sino que además serán los encargados de otorgar los diferentes climas de la obra agregando música en vivo, cantos, burbujas, según se vaya necesitando.
La escenografía, el diseño de luces -con un seguidor incluido haciendo zoom casi cinematográficamente- y el vestuario impecables aportan lo suyo y engrandecen la obra. Francisco Civit, mostrando deliberadamente el artificio teatral, y haciendo de esto un recurso eximio, estará a cargo de la dirección, y de hacer, entonces, que toda esta gran locura funcione, y llegue a un gran puerto.
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