"Una sustancia puede ser un tóxico o un remedio"
"Entre el 29 y el 30 de septiembre de 1982, siete personas murieron envenenadas en la ciudad de Chicago. La investigación determinó que todas habían ingerido sellos de Tylenol, en ese momento el analgésico de venta libre más popular en los Estados Unidos. "Cuando los expertos abrieron los frascos que encontraron en la casa de las víctimas percibieron un clásico olor a almendras amargas, típico del cianuro. En aquella época los envases de calmantes de venta libre no tenían ningún tipo de precinto. El asesino tomó los frascos de las estanterías de supermercados, cambió el contenido por pastillas de cianuro y volvió a ponerlos en los anaqueles -explica Raúl Alzogaray-. A partir de entonces, todos los específicos tienen una banda de protección. Y nunca se pudo dar con el envenenador. El caso, denominado la ruleta tóxica , quedó abierto." Alzogaray es doctor en biología de la UBA, especializado en toxicología. Becado por la Organización Mundial de la Salud, trabajó durante un año en el Departamento de Agricultura de Estados Unidos. Es investigador del Conicet en el Centro de Investigaciones de Plagas e Insecticidas y autor de los libros Una tumba para los Romanov , sobre el ADN, y El elixir de la muerte , una historia de los venenos y sus víctimas famosas, desde la cicuta hasta el polonio 210, que el 1º de noviembre de 2006 provocó la muerte del espía ruso Alexander Litvinenko, en Londres.
-¿Qué estudia la toxicología?
-En sus orígenes fue la ciencia de los venenos, pero hoy preferimos hablar simplemente de tóxicos, sustancias capaces de producir daños en los seres humanos. Pero el daño depende de la dosis, es decir que según la cantidad una sustancia puede ser un tóxico o un remedio. Mi trabajo es buscar medios eficaces para combatir las plagas. En primer lugar con insecticidas, y luego buscando e introduciendo los enemigos naturales de la plaga; como decimos, "el bicho que se come al bicho".
-¿Cómo es eso?
-Habría que aclarar que no es una solución fácil y que, en realidad, lo que se busca es disminuir la cantidad de insecticidas que siguen siendo indispensables porque son más rápidos y eficaces. El sistema se denomina control biológico y trata de establecer cuál es el enemigo natural de la plaga. Además, en qué condiciones un bicho se come al otro y, algo muy importante, cuáles pueden ser las consecuencias al introducir una especie sin que termine ocasionando males mayores. Por otra parte, todas las experiencias comienzan en el laboratorio, donde todo es controlado. ¿Pero qué ocurre cuando llevamos la experiencia al escenario natural? No siempre se trata de que un bicho se coma al otro. Con la voraz mosca de la fruta se utiliza un sistema más sutil aunque más perverso: se desarrollan machos estériles; para eso se los somete a una radiación y se sueltan en las zonas de cultivos. Los machos no pueden fecundar a las hembras y la especie se va extinguiendo poco a poco. Eso significa producir millones de insectos e introducirlos diariamente y en grandes cantidades en los cultivos. En México hay un gran centro de producción, y otro importante en Cuyo.
-¿Recuerda otros ejemplos?
-La idea no es nueva, ya en el año 2000 antes de Cristo los chinos ponían hormigas en las plantas de cítricos para que comieran los insectos que se alimentaban de ellas. Pero el primer caso científicamente documentado de control biológico es de 1880: unas cochinillas viajaron en un barco de Australia a California y allí se convirtieron en plaga para los cítricos. Entonces, se logró identificar unos escarabajos australianos que se alimentaban de esas cochinillas y unos 500 fueron trasladados a California. Enseguida se pusieron a comer las cochinillas y hasta hoy siguen comiéndolas. Pero no siempre el experimento da buenos resultados: vayamos nuevamente a Australia, donde unos escarabajos comían la caña de azúcar. Entonces se descubrió que había unos sapos que se alimentaban de esos escarabajos y se los liberó en los cultivos de caña. El problema fue que los escarabajos vivían en la parte superior de las cañas y los sapos no podían saltar tan alto. Al tiempo surgió otro problema, porque los recién llegados comenzaron a competir con los sapos autóctonos, que empezaron a extinguirse y produjeron un desequilibrio ecológico.
-¿Algún otro caso de envenenamiento sin resolver?
-Después de la derrota de Waterloo, Napoleón fue desterrado a la isla de Santa Elena en el Atlántico Sur, donde murió el 5 de mayo de 1821. Según la autopsia, murió a causa de una úlcera estomacal, que lo molestó toda la vida y que había alcanzado estado canceroso. Antes de que fuera sepultado, su asistente Louis Marchand le cortó un mechón de pelo y lo guardó en un sobre sellado. Hace unos años, el análisis de esos cabellos reveló que contenían altas dosis de arsénico. Esto dio lugar a varias hipótesis: una, que sostiene el historiador canadiense Ben Weider, fundador de la Sociedad Internacional Napoleónica, es que Napoleón fue envenenado por agentes ingleses o de los propios franceses. Otra hipótesis es que murió intoxicado por las emanaciones producidas por el papel que recubría sus habitaciones, porque el color verde se obtenía a partir de un mineral que contenía arsénico, detalle descubierto a fines del siglo XIX por el químico italiano Bartolomeo Gosio que permitió aclarar las misteriosas muertes de chicos que vivían en casas con paredes empapeladas.
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