Una problemática de resplandor universal
Independencia / Libro original: Lee Blessing / Dirección y puesta en escena: Jorge Arzumendi / Intérpretes: Cecilia Chiarandini, Anahí Gadda, Cristina Dramisino y Lucía Di Carlo / Traducción: Cecilia Chiarandini / Música original: Gustavo García Mendy / Diseño de escenografía y vestuario: Micaela Sleigh / Diseño de iluminación: Claudio Del Bianco Sala: Teatro Andamio 90, Paraná 660 / Funciones: Sábado, a las 22.,30 / Duración: 90 minutos / Nuestra opinión: muy buena
La agobiante relación de una familia integrada por cuatro mujeres, una madre y sus tres hijas, cuyos vínculos son tan intensos como opresivos constituye el núcleo duro de Independencia, una comedia dramática que transcurre en un pequeño pueblo del estado de Iowa, en Estados Unidos, cuyo nombre es igual al del título de la obra. La acción de esta pieza comienza cuando llega al lugar Kess, la hija mayor de ese trío fraternal y a la vez una profesional reconocida que se alejó de su casa por el clima social de discriminación y prejuicios de la sociedad local y el rechazo de la madre a su lesbianismo.
Tras cuatro años de ausencia –su última visita había sido para internar a la madre en un psiquiátrico por un supuesto cuadro de desequilibro mental–, vuelve convocada por la hermana del medio, Io, la más frágil de todas ellas, quien le pide ayuda por carta. El motivo al que acude es que la madre la ha atacado físicamente, pero en verdad lo que pretende es el auxilio de Kess para poder romper amarras con su progenitora e irse del pueblo.
La otra hermana es la menor de ellas, Sherry, que tuvo un hijo a los 15 años, entregado luego por Kess a una familia de la zona. Hoy, con desparpajo y una actitud algo cínica, que revelan más su debilidad que su fuerza, se vanagloria de sus conquistas amorosas y aspira a terminar rápido sus estudios para emprender vuelo e irse lejos de ese sitio que considera una cárcel.
En los días del regreso de la hermana mayor, la madre, Evelyn Briggs, se muestra en parte recuperada, aunque no deja de tener cada tanto una explosión de ira ni abandona jamás sus hábitos manipuladores, de los cuales la principal víctima es sin duda Io, que la cuida todo el tiempo. En ambos personajes reverberan lejanas reminiscencias de Amanda y Laura Wingfield de El zoo de cristal, hecho que no puede sorprender en un teatro que tiene a Tennessee Williams como uno de sus grandes autores. Hay que decir, sin embargo, que Blessing realiza, dentro de un estilo que no lo aparta del realismo psicológico pero que es propio, un dibujo impecable de los personajes que, bajo el peso de su particular subjetividad, encaran su denodada lucha por liberar sus deseos sofocados.
En ese ambiente conflictivo, donde el peso de la culpa por dejar sola a la madre pugna en forma pareja con la aspiración de autonomía, y los malos tragos amorosos y embarazos no previstos aportan su cuota de dolor y malestar a las atribulaciones del grupo, se construye una problemática de resplandor universal que no deja de conmover por la genuina y transparente descripción que elabora el dramaturgo de los sentimientos de cada personaje femenino y el aire de fuerte cercanía en que coloca al espectador de cualquier latitud frente a ese drama. En ese marco, las cuatro actrices (Cecilia Chiarandini y Cristina Dramisino, que ya habían intervenido en una versión anterior de la obra, y Lucía Di Carlo y Anahí Gadda) realizan un convincente y hondo trabajo de composición de cada una de sus desoladas criaturas.
La puesta y dirección de Jorge Azurmendi también logran imponer al relato la necesaria atmósfera de ocaso que plantean estas rupturas, muy bien climatizado por una iluminación de medio tono, los cálidos colores de los objetos escénicos y una música de piano muy inspirada. Todos factores que no impiden que, en medio de esas tensiones, como en cualquier buena comedia humana, también aparezcan, frente a las desavenencias y grietas que provoca la vida, el humor, la posibilidad de reírse o resignarse con ironía como una forma mínima pero posible de redención.
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